General

Independencia y Revoluciones en nuestra América

Autor o Editor: 
Marco Antonio Samaniego López (coord.)
Época de interés: 
General
Área de interés: 
Historia Social
Tipo: 
Libro
Editorial: 
UABC
Índice y resumen de la obra: 
*Independencia y Revoluciones en nuestra América, *Tomo I y Tomo II,* *es la nueva publicación del Instituto de Investigaciones Históricas de la UABC

Se trata de dos libros colectivos, coordinados por el Dr. Marco Antonio Samaniego López, director del IIH y editado por Instituto de Cultura de Baja California, la Universidad Autónoma de Baja California, el Instituto de
Investigaciones Históricas y la Comisión Organizadora del Estado de Baja California para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia Nacional y Centenario de la Revolución Mexicana.

El tomo 1 dedicado al Bicentenario, obliga a reflexionar acerca de los alcances de las independencias en el continente americano, la formación y consolidación de las naciones, entre otros temas. En este tomo contamos con la participación de 11 investigadores entre los que figuran Miguel León-Portilla y Marcello Carmagnani.

El tomo 2 dedicado al Centenario de la Revolución, cuenta con la participación de 19 trabajos de investigadores como Luis Aboites Aguilar y Salvador Rueda Smithers.

El lector se podrá introducir en temas como la inestabilidad política, la participación armada de los campesinos, de trabajadores y etnias y de otros actores sociales.

También se tratan temas como la educación, la relevancia de la intervención de los medios y los efectos de la guerra expresados en obras plásticas y artísticas.

Los trabajos reunidos en ambos tomos, parten de la preocupación por explorar nuevos caminos para adentrarnos en el estudio de la formación y desarrollo de estos procesos sociales que han sido claves en la definición de nuestra realidad en los albores del nuevo siglo.

Para mayores informes consulta: http://iih.tij.uabc.mx/historicas/home.php

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ATTE:
Lic. E. Elizabeth Sánchez Glez.
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Directora del boletín institucional
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Ext:54121

 

Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Maria Eugenia
Apellidos: 
Dovali Solis
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Docencia Universitaria
Época de interés: 
Contemporánea
General
Los Años Recientes
Área de interés: 
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Historia Social
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Teoría, Filosofía y Metodología de la Historia

Los tres Méxicos de la historia de México. Una pista crítica para la construcción de una Contrahistoria de México.

Autor: 
Carlos Antonio Aguirre Rojas
Institución: 
Universidad Nacional Autónoma de México
Síntesis: 

LOS TRES MÉXICOS DE LA HISTORIA DE MÉXICO. Una pista crítica para la construcción de una Contrahistoria de México.

 

Carlos Antonio Aguirre Rojas

Universidad Nacional Autónoma de México

(publicado originalmente en Contrahistorias, núm. 4, marzo de 2005)

 

De mapas imaginarios frente a realidades geohistóricas

A pesar de que, desde hace ya más de ochenta años, los historiadores franceses de la primera y de la segunda generaciones de la célebre corriente de los Annales, nos enseñaron la fragilidad y la casi absoluta artificialidad de las fronteras nacionales, y también de los límites administrativos internos de los Estados y de los departamentos que componen a un país cualquiera [1], aún continúan proliferando, en México y en América Latina, pero también un poco en todo el mundo, la escritura de limitadas historias que toman como su marco esencial y exclusivo de referencia a esos límites oficiales de los estados interiores de un país, o a esas fronteras específicas de las distintas naciones latinoamericanas y de todo el planeta en general.

 Y si bien es cierto que, durante los últimos cinco siglos, el capitalismo se ha empeñado en darle cierta vigencia y validez a esas estructuras del Estado - Nación y de las naciones, lo mismo que a esos mapas imaginarios de las divisiones políticas y administrativas externas e internas de cada conglomerado nacional, también es verdad que, por debajo y por encima de esas líneas artificiales que pretenden dividir a los Estados nacionales y a los estados interiores, persisten y se manifiestan de una manera tenaz y continua las múltiples realidades de identidades étnicas, regionales, de costumbres, de lengua, geohistóricas, de parentesco histórico y de afinidad cultural, entre muchas otras, realidades que naturalmente no respetan ni se adecuan para nada a dichos mapas imaginarios, externos e internos, de las diferentes naciones del planeta.

 Por eso y frente a los mitos unificadores propagados por los propios Estados nacionales e internos, que pretenden afirmar la existencia monolítica y sin fisuras de una identidad del ser, por citar sólo un ejemplo, todos nosotros “mexicanos”, o en un nivel más local, de ser clara y contundentemente “chiapanecos”, o “sonorenses”, o “jaliscienses”, etc., hace falta recordar esa existencia profunda de una permanente tensión, y a veces hasta abierta contradicción, entre las distintas tendencias unificadoras que apuntan hacia la construcción y afirmación de esas identidades nacionales y locales, frente a las opuestas y hasta alternativas resurrecciones recurrentes de esas realidades geohistóricas, o étnicas, o culturales, etc., que sobreviven y se afirman hasta el día de hoy con la misma fuerza que dichas tendencias unificadoras y homogeneizadoras ya mencionadas [2].

 Y si después de los años de 1968/1972-73, hemos entrado, como lo afirma Immanuel Wallerstein, en la etapa de la bifurcación histórica o de la crisis terminal del sistema histórico capitalista 3], entonces es claro que, entre las múltiples expresiones de esta crisis terminal, se encuentre también la crisis definitiva y el colapso final de dicho esquema global de reagrupamiento y configuración de los pueblos y de las sociedades humanas, bajo esa figura de las entidades nacionales y locales antes referidas. Lo que explica al conjunto de hechos presenciados en las últimas tres décadas, de naciones enteras que se deshacen y rehacen frente a nuestra propia mirada, a la vez que resurgen por doquier los conflictos intranacionales y hasta internacionales, conflictos que traspasan y superan de lejos a esos mapas imaginarios de las naciones externas e internas, bajo la reafirmación de esas antiguas y tenaces identidades civilizatorias y culturales de tipo supra y subnacional pero también supra y sublocal.

 Porque si la nación, con sus fronteras externas e internas, es un dato reciente que sólo remonta, según las distintas zonas del planeta, a dos, tres, cinco o siete siglos de existencia 4], y es también una realidad que se corresponde claramente y de manera exclusiva sólo con la vida histórica del sistema capitalista, entonces es lógico que, junto con el ocaso histórico terminal de este mismo capitalismo, avance igualmente la desestructuración progresiva e indetenible de esas entidades nacionales de reciente construcción histórica.

 Y es dentro de este horizonte general, de crisis generalizada de las estructuras nacionales en todo el mundo, y del renacimiento de las más diversas identidades culturales y civilizatorias de todo orden, que vale la pena revisar críticamente la validez que puede aun tener el mito homogeneizante y unificador que todavía subyace al enfoque dominante respecto de lo que ha sido y es la historia de México. Enfoque que al haber sido construido sobre la negación de la compleja heterogeneidad de los varios Méxicos reales que conforman al “México” homogéneo de la historia oficial, ha bloqueado e impedido el desarrollo de una visión mínimamente adecuada, por no decir más rigurosamente científica y crítica de la complicada y apasionante historia verdadera de nuestro país.

 Visión simplista, anacrónica y perezosa de la historia de México, que siendo hasta hoy la versión oficial y dominante a nivel de la enseñanza primaria, secundaria y preparatoria en general, pero también a nivel de aquellas licenciaturas y posgrados de historia de nuestro país todavía dominados por las perniciosas versiones de la historia positivista, pretende hacernos creer la existencia de ese México único, homogéneo, cuasi atemporal y prácticamente idéntico a sí mismo a lo largo de siglos y siglos.

 Reducida y empobrecida visión de la historia de México, asumida y reproducida también en una buena parte de las obras escritas por un gran número de autores que pasan por ser eruditos y reconocidos historiadores mexicanos, que hace falta desconstruir y superar totalmente, sometiéndola al ejercicio de pasarle por encima el benjaminiano cepillo de la “historia a contrapelo”. Y ello, en el ánimo de hacer saltar a todas las verdades ocultas que niega y encubre ese mito de la historia oficial, y en la perspectiva de construir una verdadera y radical contrahistoria de México.

 Contrahistoria de México que, por el contrario, tendría que partir de la profunda y evidente diversidad y heterogeneidad estructurales de los muchos Méxicos que componen al México oficial, y por ende, de las muy diferentes historias e itinerarios complejos que se entrecruzan e imbrican dentro de esa historia otra o alternativa de nuestro país.

 Historia multiforme, diversa, plural, desacompasada y divergente, que está muy lejos de la mencionada construcción de la historia oficial de México, en la que de manera simplista y linealmente progresiva se van integrando, de manera supuestamente armónica y voluntaria, todas las distintas regiones, zonas, Estados y ciudades que hoy conforman el mapa de la nación mexicana, a la vez que mediante un presuntamente terso y logrado proceso de mestizaje étnico, social y cultural, se van sumando y acomodando como en un juego exitoso del acertado proceso de armado de un rompecabezas, los distintos grupos y clases sociales que hoy habitan dentro de nuestro suelo, para ir conformando de manera maravillosa y completa, esa unidad nacional dentro de la cual todos nosotros somos hoy, “orgullosamente” mexicanos.

 Pero, como es bien sabido, la contrahistoria o historia verdadera transcurre siempre por muy otros caminos que los de esas historias oficiales e imaginarias, que son siempre exageradamente heroicas, tersas, gloriosas, lineales y homogéneas. Y entonces más allá de esa historia oficial e imaginaria de México, está la historia real de las masacres y la sobreexplotación de los indígenas por parte de los conquistadores españoles, junto a la resistencia tenaz y a las constantes insurrecciones y rebeliones de los indios, pero también un proceso violento y desgarrado de un difícil mestizaje cultural y étnico 5], de múltiples caras, junto a clases sociales y grupos enteros que son sometidos y burlados después de haber sido vencidos y marginados, en complejos y vastos procesos de revolución social, y en cruentas y difíciles batallas, al lado de regiones, zonas y espacios diversos que son integrados de manera forzada, y para nada tersa y armónica, dentro del espacio y el proyecto nacionales que han sido impulsados en cada etapa de nuestra historia, por otros distintos grupos, clases, sectores, zonas y espacios sociales, diferentes de los primeros.

 Entonces, de esta multifacética y muy diferente contrahistoria de México, antagónica de la limitada y todavía vigente historia oficial de México, creemos que vale la pena recuperar con más cuidado a una de sus dimensiones fundantes y más estructurales, es decir, aquella que corresponde a la profunda diversidad geohistórica de los tres Méxicos que conforman a lo que hoy se entiende como el país oficial “México”.

Las lecciones de la geografía: el México árido, el México plural y templado, y el México tropical

Todavía hoy, en este año de 2005, resulta evidente que, desde un punto de vista histórico y sociológico serio, y por lo que se refiere a hábitos culturales, prácticas culinarias, o cosmovisiones del mundo y de la vida, lo mismo que a la apariencia étnica, a los modos de vestir, y hasta a los acentos lingüísticos, un habitante del estado mexicano de Chiapas se parece mucho más a un habitante del norte de Guatemala, que a otro mexicano del estado de Chihuahua o de Sonora por ejemplo.

 Y a su vez, ese sonorense o chihuahuense que habita en el norte de México, habrá de distinguirse también radicalmente, en todos esos ámbitos civilizatorios mencionados de la cultura, la comida, la concepción del mundo, la traza étnica, el vestido y el lenguaje, entre otros, tanto de los mexicanos que viven en el sur de México como de los que habitan en toda su región central.

 Lo que de entrada, nos plantea varias interrogantes: ¿de dónde brotan esas profundas y marcadas diferencias civilizatorias, culturales e históricas que todavía subsisten entre los distintos Méxicos que coexisten hoy en nuestro país?. ¿Y cómo se han configurado, históricamente, estas tan marcadas y notables diferencias?. ¿Y sobre qué bases materiales, sociales, económicas y geográficas específicas?. Y ¿con qué resultados e implicaciones particulares a lo largo de la rica historia de nuestro país?.

 Para avanzar en el camino de la respuesta a este problema, debemos comenzar por recurrir a las lecciones de la geohistoria braudeliana, la que en una línea que se emparenta claramente con la perspectiva de Carlos Marx e incluso con las tesis del propio Hegel, nos recuerda el papel esencial y fundante de la específica configuración de la base geográfica de todo proceso social o civilizatorio humano en general. Y así, lejos de todo “determinismo geográfico 6] simplista, Braudel nos ha reiterado, después de Hegel y de Marx, entre otros, la relevancia imprescindible de esta base geohistórica para la edificación de toda empresa social, o civilizatoria, o histórica, acometida por los hombres en cualquiera de las etapas de su ya milenaria historia global.

 Entonces, y tal y como nos lo han recordado los geógrafos y los científicos sociales que se han acercado a estudiar la configuración diversa del territorio mexicano, debemos reconocer que en el espacio de lo que hoy se llama México cohabitan claramente tres espacios geohistóricos diversos, y con ellos tres Méxicos diferentes, que se distinguen claramente no sólo por el tipo de clima general dominante, sino también por el tipo de recursos naturales, biológicos, orográficos e hidrográficos que cada uno de ellos posee 7].

 Tres Méxicos claramente diferenciados, cuya primera frontera real y no puramente administrativa e imaginaria, es la de la bien conocida división entre Mesoamérica y Áridoamérica, división que nos da, hacia el norte, un primer México de clima más bien árido, cruzado por dos cadenas montañosas que, como es frecuente, estarán asociadas a la existencia de recursos mineros, pero que será un México también escaso en ríos. Y por lo tanto, un espacio poco fértil para una agricultura del cereal originariamente americano que es el maíz, y más bien propicio para el desarrollo de grandes praderas de pasto, potencialmente propicias para el desarrollo de la ganadería en gran escala. Y sólo muy posteriormente, para una posible agricultura de cultivos no cerealeros, basada en modernas tecnologías y en recientes sistemas artificiales de irrigación. Un norte que, vale la pena recordarlo, se extiende mucho más allá del Río Bravo y de la actual frontera de México, para abarcar a una buena franja de lo que hoy son los Estados Unidos de Norteamérica. Un norte que habiendo pertenecido a la Nueva España, y aún a México hasta la primera mitad del siglo XIX, nos será despojado y expropiado injustamente por los norteamericanos, hace solo un siglo y medio, es decir, en un momento que forma parte del verdadero ayer histórico todavía vivo y reciente. Porque hace apenas entre cinco y siete generaciones de mexicanos que esos dos millones de kilómetros cuadrados, que nos fueron robados sucesivamente entre 1837 y 1848, eran parte todavía integrante de ese “México del norte”, delimitado en su frontera sur por esa línea climática mencionada que divide Áridoamérica de Mesoamérica [8].

 A su vez, ese universo de Mesoamérica se subdivide también en dos, a partir de una línea que de manera muy general y aproximativa parecería más o menos acercarse hacia la línea del paralelo de los dieciocho grados, subiendo después para incluir a toda la península de Yucatán, línea que nos da, por un lado el México central, y por otro el México del sur, es decir los dos Méxicos mesoamericanos que abrigarán, de un lado a la civilización azteca en su momento de máximo esplendor, y del otro a la civilización de los grupos mayas, también en su respectivo momento de auge.

 Existe entonces, en primer lugar, ese México central, caracterizado por su mayor diversidad y pluralidad microclimática frente a los otros dos Méxicos, y que es una zona mucho más rica en ríos y en recursos hidrológicos, y por lo tanto, mucho más fértil para el desarrollo de varias zonas de densos y abundantes cultivos de maíz. Y más adelante, también de cultivos cerealeros en general, lo que hará que sea también el México que ha albergado, en la historia lenta y milenaria de nuestro país, a la mayor cantidad de núcleos civilizatorios prehispánicos, que van desde los olmecas y los tarascos, hasta todos los grupos nahuas que, en un momento dado, han sido dominados por el imperio azteca en los tiempos de su mayor expansión.

 México del centro que se constituirá en el verdadero “granero” de todo el espacio nacional, y que será el que sufra, en primer lugar, los vastos y trágicos efectos de la devastadora conquista española del siglo XVI.

 Finalmente y a partir de esta diversidad geohistórica, que fragmenta en tres Méxicos reales y distintos al imaginario México homogéneo de la historia oficial, tendremos al México del sur, diferente de los otros dos Méxicos, y caracterizado por una realidad geográfica exuberantemente abundante en montañas y en vegetación. Lo que la convierte en una zona que no sólo es singularmente difícil para ser transitada e intercomunicada con el exterior y en sí misma, sino también en una zona de marcado clima tropical que, con las excepciones de los Altos de Chiapas y de las planicies de la Península de Yucatán, no será apta para la producción del maíz en gran escala, ni tampoco para una ganadería vasta e intensiva, sino más bien para el futuro desarrollo del cultivo de especies tropicales de tipo comercial.

 Por eso, este sur de México será el espacio del desarrollo de la civilización maya, la que cubriendo toda la Península de Yucatán y los actuales Estados de Tabasco y Chiapas, habrá de prolongarse más allá de la actual frontera sureña de México, y hasta los actuales territorios de Guatemala, Honduras y El Salvador. Con lo cual, ese México del Sur será también mucho más vasto, hasta los inicios del siglo XIX, que el actual México sureño, artificialmente cortado por nuestra frontera imaginaria de los ríos Usumacinta y Hondo, y sobre todo de las actuales divisiones oficiales de nuestro país con el norte de Belice y de Guatemala [9].

 Y puesto que todavía sigue siendo un misterio, aún no resuelto por la historiografía actual, el de las razones de la decadencia de esta civilización maya durante los siglos XIII a XV, bien podríamos aventurar la hipótesis de que, entre otros factores importantes, figure también el de una posible saturación demográfica de la población maya en relación a los medios y a las condiciones de producción alcanzadas hasta ese momento, y por lo tanto, disponibles en ese entonces. Saturación que se explicaría por esa base geográfica de clima tropical, poco propicio en general para el desarrollo de cultivos densos del maíz en gran escala. Posible saturación demográfica que, al alcanzar un cierto punto, se habría comenzado a expresar bajo la forma de guerras intestinas, de migraciones y de desplazamientos masivos obligados, y por ende, de invasiones de zonas ya ocupadas, y más en general como desarticulación y crisis de todo el tejido social y civilizatorio de estos mismos pueblos mayas. Hipótesis que, por lo demás, alude a un proceso reiterado que se ha presentado muchas veces en la historia, y a lo largo de todos los continentes del planeta, tal y como lo planteó en su momento el propio Carlos Marx 10].

 Tres Méxicos geográficos completamente diversos, que a partir de estas igualmente diferentes bases atmosféricas, orográficas, hidrográficas y biológicas, se han constituido también en tres Méxicos históricos muy distintos entre si. Tres Méxicos geohistóricos que ‘nacieron’ entonces a la vida en tres sucesivos momentos de la historia, teniendo por lo tanto edades divergentes, lo mismo que itinerarios históricos heterogéneos, los que sólo lenta y accidentadamente se han ido imbricando e interrelacionando para conformar, finalmente y solo en fechas muy recientes, a esa nación que desde hace menos de dos siglos le ha dado por autonombrarse, de modo genérico y popular, como la nación llamada “México”. Tres Méxicos con historias de muy distinta longevidad y duración, que vale la pena reconocer también ahora con más detenimiento.

Las lecciones de la historia: el México indígena del sur, el México mestizo del centro y el México criollo del norte

Partiendo entonces de la diversidad geográfica de los tres Méxicos antes identificados, resulta más fácil ubicar a los tres Méxicos históricos que sobre dichos Méxicos geográficos se han ido constituyendo. Méxicos geohistóricos y civilizatorios que, como diferentes respuestas humanas a esos mismos medios biogeográficos y naturales, han ido conformando las tres alternativas de configuración civilizatoria, es decir de configuración territorial, económica, social, política y cultural que, aún hasta el día de hoy, coexisten todavía dentro de nuestro espacio nacional.

 Tres respuestas geohistóricas diversas, que se hacen evidentes de inmediato, y ya al simple nivel de la arquitectura turística hoy subsistente, sorprendiéndonos aún con la clara heterogeneidad que representa pasar desde el México sureño de las bellísimas e impresionantes ruinas prehispánicas, al México central de las catedrales coloniales y de las más importantes ciudades novohispanas, y hasta el México del norte de las escasas Misiones y sobre todo de los serializados y monótonos paisajes urbanos de las ciudades modernas más recientes. Tres paisajes urbanos y rurales divergentes, que delatan también las muy distintas edades que hoy tienen esos tres Méxicos históricos o geohistóricos recién mencionados.

 Porque si observamos con cuidado la figura global que hoy, en el año de 2005, tienen estos tres Méxicos, podremos comprobar fácilmente que, en esa configuración social general que ellos poseen en el presente, se refleja también su muy distinta longevidad actual, la que en cada uno de estos tres casos nos remite a también tres distintas etapas de la historia de México.

 Así, el México más viejo de todos, no en términos cronológicos absolutos pero si en términos de esa configuración global todavía hoy ampliamente vigente, sería sin duda el México del sur, el que hundiendo sus raíces en la época prehispánica, y remitiéndonos por lo menos hasta los siglos III a VIII-X del esplendor de las civilizaciones maya y zapoteca, habría logrado conservarse, más allá de la conquista española y gracias a la barrera natural de la dificultad de comunicación que representan sus abundantes montañas y su exuberante vegetación tropical, como un México predominantemente indígena y permanentemente rebelde frente al mestizaje forzoso y a la imposición general del proyecto novohispano del dominio español.

 Un México del sur masivamente indio, que no es para nada arcaico, premoderno o tradicional, sino que opta simplemente por modernizarse por su propia vía original, que a la vez que preserva y mantiene por ejemplo el fuerte sentido comunitario de los grupos indígenas y parte de sus ricas tradiciones culturales prehispánicas, va incorporándose igualmente a aquellos elementos de la modernidad capitalista que considera útiles y pertinentes para esta vía propia de su singular modernización y evolución general.

 Un México sureño más indio que mestizo o criollo, que parecería avanzar a lo largo de la historia del México de los últimos cinco siglos, con su propio reloj histórico particular, lo que explica el hecho de que aquí las rebeliones indígenas sean algo crónico y la presencia española sea siempre numéricamente débil y marginal a lo largo de toda la Colonia, pero también el hecho de que este sur de México no participó prácticamente de la Revolución de Independencia de 1810, y que solo se incorpore tardíamente, y siempre de modo subordinado y periférico, a la Revolución Mexicana de 1910. Pero igualmente, también el hecho de que este mismo sur mexicano abrigue ahora, y desde hace ya once años, al movimiento social más avanzado e importante de todo nuestro país [11].

 México indio del sur, cuya relativa autonomía e independencia fue preservada, en parte, gracias a la riqueza desbordante de su base geográfico-natural a la que antes hemos aludido. Un México indígena singular, que sin embargo no es tan excepcional dentro del universo más global de América Latina, puesto que él encuentra, más allá de las fronteras mexicanas actuales, varios casos que le son similares o equivalentes en los indígenas de Guatemala, de Perú, de Bolivia o de Ecuador, indígenas que también en todos estos países resistieron y resisten hasta hoy de distintas formas a la conquista y a la colonización españolas y extranjeras, a la vez que preservan y mantienen sus territorios, sus culturas, sus visiones del mundo y sus tradiciones, en una lógica que lejos de mirar nostálgicamente hacia el pasado, apunta hoy más bien y cada día más claramente hacia un posible futuro postcapitalista cada vez más cercano e inminente[12].

 Junto a este primer México indígena del sur, estará también un segundo México, el México del centro que hoy es predominantemente mestizo, y que siendo el más densamente poblado de todo el territorio nacional, funciona además como el “granero” productor de la inmensa mayoría de los cereales consumidos en todo el país. Y por estas razones, también, como el México que ha logrado hegemonizar en general el proceso de la construcción general de la nación mexicana, proceso que ha obligado a los otros dos Méxicos, el del norte y el del sur, a gravitar en general en torno de este México central, el que no por casualidad posee también la ciudad capital de todo el país, así como la conexión privilegiada de las principales rutas de comunicación marítima con el Océano Atlántico, y por esta vía, con todas las economías europeas y con el mundo europeo en general. Conexión atlántica, establecida para el caso de México a través del Puerto de Veracruz, es decir de una ruta interna perteneciente a ese México central, que como es bien sabido fue una conexión crucial, hasta el mismo siglo XIX, de todas las economías del continente americano con lo que hasta esa época fueron las zonas más desarrolladas y más dinámicas de toda la economía mundial, es decir con las distintas economías de Europa occidental.

 México de la zona templada central, que si bien conoció desde los siglos anteriores a nuestra era, a las primeras civilizaciones indígenas de lo que hoy es México, por ejemplo a la civilización olmeca, sin embargo y en la configuración específicamente mestiza que hoy lo caracteriza como uno de sus rasgos predominantes, data apenas de hace cinco siglos de existencia. Porque obviamente, es sólo a partir de la conquista española, y del arribo masivo de los españoles a la Nueva España, que ha comenzado a crearse este México mestizo del centro, México complejo, barroco y sofisticado, que como fruto del mestizaje étnico, pero sobre todo del mestizaje cultural [13], habrá de conformar a esa rica pero complicada cultura mexicana de nuestra zona central, cultura que sabe por ejemplo decir no, matizando el modo de afirmar, y que puede igualmente decir si, con la simple entonación y gesticulación particulares con las que acompaña y modula a una supuesta negación.

 Cultura barroca mestiza que complica hasta el extremo las formas de la expresión cultural, y que estando presente en la política, en la vida social, en el arte, en la vida cotidiana, y en los discursos de todos los mexicanos de esta zona central, encuentra algunas de sus figuras emblemáticas en la proliferación abundante del llamado “doble sentido” semántico, pero también en la singular actitud mexicana frente al fenómeno de la muerte.

 México central, que además de esta cultura mestiza y barroca va a poseer también la ciudad capital de todo el país. Una ciudad que, lejos de ser irracional en cuanto a su emplazamiento geográfico, como podría parecerlo desde los criterios actuales, es en cambio una ciudad cuya ubicación responde, lógica y coherentemente, al hecho de que las civilizaciones indígenas prehispánicas fueron civilizaciones del maíz, y por ende, civilizaciones que para poder asentarse en densos núcleos de población, necesitaban imperativamente encontrar aquellos espacios pantanosos y húmedos que son los que permiten la producción en verdadera gran escala de esa misma planta del maíz, espacios como el que precisamente circunda y configura a la actual ciudad de México [14].

 Con lo cual, y lejos de ser una ciudad construida en contra de la lógica, en la que el esfuerzo para hacer subir hasta la altura de 2,500 metros sobre el nivel del mar, a los hombres, a las mercancías, al transporte, a los animales, pero también al agua y a la electricidad, es un esfuerzo que se multiplica por varias veces frente a ciudades más bajas, la ciudad de México actual es, en cambio, el resultado histórico derivado de uno de los más fuertes y densos núcleos urbanos prehispánicos, que pudo crecer y afirmarse hasta hegemonizar a prácticamente todo ese México central que ahora referimos, gracias en parte al hecho de tratarse de una ciudad asentada en una zona lacustre muy húmeda y pantanosa, y por ende, excepcionalmente fértil y propicia para el cultivo masivo y amplio de esa planta del maíz.

 Finalmente, el tercer México sería el México del norte, el más joven de todos, cuya existencia más orgánica dataría apenas de hace poco más de un siglo. Porque si bien es claro que las primeras ciudades importantes de este México norteño se fueron fundando a lo largo de toda la Colonia, siguiendo sobre todo las rutas de los caminos de los Reales de Minas, y las incipientes exploraciones iniciales de los españoles en estos territorios del norte, también es evidente que la colonización y población sistemáticas de todo este Norte mexicano se darán solamente después de la guerra de rapiña norteamericana de 1847, y sobre todo durante todos los años del Porfiriato.

 Pues es sólo con las leyes porfiristas de terrenos baldíos, que se cuadriculan, reconocen y asignan todas estas tierras de ese México del norte, México que sólo hasta esas épocas se poblará de manera intensa y sistemática, para convertirse en el México de la nueva minería del siglo XX, de la ganadería sistemática en gran escala, y de la agricultura basada en modernos y sofisticados sistemas de irrigación tecnológica. México nuevo que, a partir de su matriz colonial, será mucho menos mestizo y más criollo, desarrollando esa cultura del ranchero libre que cree poco en la predestinación y mucho en el azar y en los frutos del propio trabajo, siendo más abierto a la innovación y a los cambios en general, y desarrollando niveles de alfabetización general más altos que el México central y que el México del sur.

 Un México más nuevo, más ateo, más ilustrado y menos rígido en sus estructuras sociales y civilizatorias en general, que no por casualidad será el México que alimente de manera inicial y luego prioritaria, y todo el tiempo mucho más protagónica, a la importante Revolución Mexicana que estalla en 1910 [15]. Una revolución que en este México del norte no sólo alberga al vasto movimiento popular de Francisco Villa, que será finalmente derrotado por las corrientes burguesas de este mismo drama revolucionario, sino que también es el espacio original del grupo que al final terminará apoderándose de todo el país y de todos los beneficios de dicha revolución, el conocido “Grupo Sonora”.

 México norteño y criollo, de mucho más reciente vida histórica que el México central mestizo y que el México indígena del sur, que al constituirse hace apenas un siglo y unas pocas décadas más, como el último componente integrante de la nación mexicana, terminará por delimitar esas fronteras generales del México global y supuestamente unitario, que es el único que aparece en las empobrecidas y reductoras versiones de la historia oficial y positivista, todavía ampliamente difundida a lo largo y ancho de nuestro país.

 Y sin embargo ¡como México... ¿no hay dos?!

Aunque, naturalmente, junto a esta evidente diversidad y heterogeneidad de los tres Méxicos geohistóricos que sobreviven hasta hoy, están también presentes los múltiples efectos de un prolongado y tenaz esfuerzo unificador y homogeneizador de los poderes políticos y de los Estados y gobiernos que han existido a lo largo de la historia mexicana del último medio milenio transcurrido.

 Ya que es también claro que, al lado de las profundas identidades civilizatorias y culturales que existen hoy, por ejemplo entre Chiapas y Guatemala, se da igualmente un claro conjunto de diferencias entre ambas zonas, determinadas por la vigencia de dos dinámicas nacionales, que por lo menos desde principios del siglo XX tomaron rumbos muy diferentes. Porque no ha podido ser lo mismo, por ejemplo, desarrollar un movimiento indígena importante dentro de un país que oficialmente pretende ser una democracia gobernada por presidentes civiles, que en otro país en donde gobernaron durante décadas varias brutales y sangrientas dictaduras militares.

 O también resulta muy distinto, más allá de las grandes semejanzas de cultura y de costumbres de todo tipo, ser un mexicano que habita, se rebela y lucha en Sonora o en Coahuila, que un chicano que vive en los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo en los Estados de Arizona o de Texas, y que junto a la explotación económica de las voraces empresas norteamericanas, padece también la falta de derechos políticos, la persecución hipócrita de las autoridades de Estados Unidos, y las múltiples formas de la racista discriminación étnica y social.

 Lo que quiere decir que los Estados nacionales, a través de su continua acción histórica, también impactan y modifican de múltiples maneras a las realidades sociales que han sido generadas por esas dimensiones geohistóricas y civilizatorias a las que antes hemos aludido. Con lo cual, existen también ciertos espacios y ciertas dinámicas que son genuinamente nacionales, y que más allá de las identidades geohistóricas profundas de los tres Méxicos aludidos, se despliegan y afirman de manera efectiva en ciertas circunstancias o en ciertos momentos históricos específicos.

 Y entonces, frente al belicoso e irracional maccartismo que Estados Unidos ha estado impulsando después del 11 de septiembre de 2001 [16], el pueblo todo de los tres Méxicos distintos, unido en esto como si se tratase de un único personaje singular, ha renovado y relanzado de manera unánime y masiva su profundo y recurrente sentimiento antimperialista. E igualmente, y más allá de su pertenencia al “país” del norte, del centro o del sur, hoy el pueblo mexicano todo se encuentra profundamente decepcionado de los constantes engaños y de las reiteradas burlas de las que ha sido víctima, durante más de cuatro años, por parte del gobierno de Vicente Fox.

 De modo que, junto a la heterogeneidad y la diversidad de los tres Méxicos geohistóricos que componen a la historia de México, está también la existencia de esa lógica homogeneizadora y unificante de una dinámica y de un proyecto nacionales, que persiguen ser unitaria y exclusivamente mexicanos. Proyecto y dinámica que habrán de sobrevivir mientras sobreviva también ese mundo social global que les da aliento, sustento y sentido, y que es sin duda el mundo social de las realidades diversas del capitalismo mexicano.

 Pero como Marx nos lo recordó hace 150 años, es un hecho contundente que “los obreros no tienen patria”, y que es más bien el capital el que dividió y fragmentó a la humanidad en múltiples “patrias” y en muy diferentes “naciones” y “países”, supuestamente diferentes los unos de los otros. Lo que quiere decir que, más allá de mapas imaginarios e incluso de los mapas reales, y también trascendiendo las divergencias y la diversidad masiva de las diferentes realidades geohistóricas de todo el planeta, está cada vez más cerca la posibilidad de intentar construir un nuevo mundo, no capitalista y no fragmentado en naciones, en donde la humanidad lleve a cabo, por primera vez en su historia, el ensayo de convivir fraternalmente y en escala planetaria, desde el respeto a la diferencia y desde la potenciación de la riqueza que implica la diversidad en todas sus formas, en un mundo distinto y cualitativamente superior, que como nos lo han recordado nuestros dignos indígenas rebeldes neozapatistas, deberá sin duda ser un “mundo en el que quepan todos los mundos posibles”.

 


[1] Nos referimos, por ejemplo, a los brillantes trabajos de Marc Bloch sobre la historia regional, entre los que citamos, a título de simple ejemplo, “L’Ile de France (le pays autour de Paris)” en el libro Mélanges Historiques, tomo 2, Coedición EHESS-Serge Fleury, París, 1983, así como en el libro La tierra y el campesino. Agricultura y vida rural en los siglos XVII y XVIII, Ed. Crítica, Barcelona, 2002. También en esa línea crítica avanza el análisis y la propuesta geohistórica de Fernand Braudel en su libro El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (especialmente en la primera parte del libro y en el fragmento titulado “Geohistoria y determinismo”), Ed. Fondo de Cultura Económica, México, tomo I, 1953, y también en su libro Las ambiciones de la historia, Ed. Crítica, Barcelona, 2002. Igualmente puede verse el libro de Lucien Febvre, El Rhin, Editorial Siglo XXI, México, 2004. Sobre esta visión geohistórica de Fernand Braudel cfr. nuestro libro, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Fernand Braudel y las ciencias humanas, Ed. Montesinos, Barcelona, 1996 (véase también la reciente versión francesa de este mismo libro, Fernand Braudel et les sciences humaines, Ed. L’Harmattan, París, 2004, que contiene una bibliografía actualizada hasta el año 2004, y también varios anexos que profundizan en esta misma visión geohistórica braudeliana, en especial el anexo num. 4 “Fernand Braudel et l’histoire de la civilisation latinoamericaine”).[]

2 Uno de los tantísimos méritos de la interesante corriente de la microhistoria italiana consiste en haber vuelto a llamar la atención respecto de esta permanente tensión que existe entre, de un lado, las tendencias unificadoras y homogeneizantes de los distintos Estados nacionales en todo el mundo, y de otra parte, esta persistencia tenaz de las múltiples identidades que, de una manera forzada y violenta pero generalmente no demasiado exitosa o solo parcialmente lograda, continúan existiendo y manifestándose a lo largo precisamente de toda la historia del moderno capitalismo. Sobre este punto, véase por ejemplo el trabajo de Osvaldo Raggio “Visto dalla periferia. Formazioni politiche di antico regime e Stato moderno”, en la Storia d’Europa, vol. IV, Giulio Einuadi Editore, Turín, 1995, y también el muy interesante artículo de Giovanni Levi, “Regiones y religión de las clases populares”, en la revista Relaciones, num. 94, Zamora, 2003. ]

3 Sobre esta tesis de la crisis terminal del capitalismo, que estaríamos viviendo en los últimos treinta años, cfr. Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, Ed. Siglo XXI, 1996, y también “La imagen global y las posibilidades alternativas de la evolución del sistema-mundo capitalista” en la Revista Mexicana de Sociología, vol. 60, No. 2, 1999. Véase también nuestro libro, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Immanuel Wallerstein: Crítica del sistema-mundo capitalista, Ed. Era, México, 2003.

4 De la vasta bibliografía sobre este tema, citemos solamente aquí Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, Ed. Crítica, Barcelona, 1997; Benedict Anderson Comunidades imaginadas, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1993; Ranajit Guha, Dominance without hegemony. History and power in Colonial India, Ed. Harvard University Press, Cambridge, 1997; Norbert Elías, El proceso de la civilización, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1989; Bolívar Echeverría “El problema de la nación desde la crítica de la economía política”, Ed. IIHAA, Universidad de San Carlos, Guatemala, 1988 y Carlos Antonio Aguirre Rojas, Mitos y olvidos de la historia oficial de México, Ed. Quinto Sol, México, 2004.

5 Sobre este mestizaje cultural y étnico complejo, cfr. Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, Ed. Era, México, 1998 y Tzvetan Todorov, La conquista de América. El problema del otro, Ed. Siglo XXI, México, 1989. Cfr. también nuestros ensayos, Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Neé en 1492 sur le nouveau continent” en EspacesTemps, num. 59 – 61, París, 1995, y “A história da civilizaçao latino-americana” en el libro Fernand Braudel. Tempo e historia, Ed. FGV Editora, Rio de Janeiro, 2003. 

6 Además de los ensayos citados ya en la nota 1, puede verse tambien, sobre esta relevancia de la base geográfica o geohistórica de los procesos sociales humanos, nuestro ensayo, Carlos Antonio Aguirre Rojas “Entre Marx y Braudel: hacer la historia, saber la historia”, en el libro Los Annales y la historiografía francesa, Ed. Quinto Sol, México, 1966, y también “La visión geohistórica de las ciudades”, en el libro Ensayos braudelianos, Ed. Prohistoria, Rosario, 2000. Sobre la cuestión de la crítica a un posible “determinismo geográfico” y a lo que podría implicar esta postura braudeliana –crítica demasiado simplista y a todas luces errónea, cuando se conocen a fondo los sutiles argumentos braudelianos--, y sobre la defensa de Braudel de esta visión geohistórica, así como de la crítica del punto de vista de la actual geografía francesa, que “desespacializa” su propio análisis por el fetichismo equivocado de afirmar que “todo es social” y que toda geografía es sólo geografía de lo social, cfr. el libro de Fernand Braudel, Una lección de historia de Fernand Braudel, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1989 y también La identidad de Francia, tomo I, Ed. Gedisa, Barcelona, 1993.

7 Sobre esta diversidad de los tres Méxicos geohistóricos, cfr. los ensayos de Ángel Bassols Batalla “Consideraciones geográficas y económicas en la configuración de las redes de carreteras y vías férreas en México”, en Investigación económica, vol. XIX, num. 73, 1959, y Bernardo García Martínez, “Consideraciones coreográficas”, en la Historia general de México, tomo I, Ed. Colegio de México, México, 1976. Esta idea de la diversidad geohistórica de México estuvo muy difundida en la primera mitad del siglo XX, entre varios de los analistas más agudos de la historia de México, como puede verse consultando por ejemplo a Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, Ed. Era, México, 1979, Frank Tannenbaum “La revolución agraria mexicana” en Problemas agrícolas e industriales de México, vol. IV, num. 2, abril-junio de 1952 o George Mc Cutchel Mcbride, “Los sistemas de propiedad rural en México”, en Problemas agrícolas e industriales de México, vol. III, num. 3, julio-septiembre de 1951. Después, la idea pareció olvidarse, hasta que Friederich Katz la relanzó con fuerza, como una clave esencial de sus explicaciones de la historia de México, en sus trabajos “El campesinado en la Revolución Mexicana de 1910”, en El trimestre político, vol. I, num. 4, abril de 1976, La servidumbre agraria en México en la época porfiriana, Ed. Era, México, 1980, y La guerra secreta en México, Ed. Era, México, 1982. Sin embargo, y a pesar de todos estos trabajos mencionados, la historia oficial y positivista aún dominante en México, continúa ignorando esta crucial clave de comprensión de toda nuestra historia en general. Por ello, el sentido principal de este ensayo es el de llamar la atención respecto de este olvido y laguna terribles en la comprensión, explicación, interpretación y enseñanza de la historia en México.

8 Sobre los límites precisos entre Áridoamérica y Mesoamérica, así como sobre la extensión que todavía hasta los inicios del siglo XIX tenía ese “México del norte”, cfr. el Atlas histórico de México, coordinado por Enrique Florescano, Coedición SEP-Siglo XXI, México, 1983, en particular las láminas 4 (p.16-17) y 45 (p. 98-99).

9 Y resulta ridículo que, en virtud de esta frontera imaginaria oficial de lo que hoy es el sur de México, las explicaciones que se dan de esa civilización maya se limiten a los espacios que la misma ocupó dentro de lo que hoy es México, omitiendo de plano o mencionando sólo muy marginalmente, por ejemplo a la ciudad de Tikal, hoy en Guatemala, la que sin embargo fue la capital de todo el mundo maya durante prácticamente todo un siglo. Esto es cometer, una vez más, el terrible pecado del anacronismo histórico, al trasladar las fronteras nacionales del presente como si hubiesen tenido vigencia y existencia hace diecisiete o diez o seis siglos, lo que obviamente es un absurdo total. Sobre la expansión geográfica de esta civilización maya, cfr. también el Atlas histórico de México antes citado, en especial la lámina num. 9, p.26-27.

10 Sobre esta hipótesis de la saturación demográfica como motor fundamental, primero del progreso y más adelante de la decadencia de muchos pueblos en la historia, cfr. Carlos Marx, La ideología alemana, Ed. Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1973, y también Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Grundrisse 1857-58, Ed. Siglo XXI, tres volúmenes, México, 1971-1976.

11 Sobre este rol histórico singular de esta ‘macroregión’ del sur de México, y en especial sobre su papel dentro de la Revolución Mexicana, cfr. nuestro ensayo, Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Chiapas y la Revolución Mexicana de 1910-21. Una perspectiva histórica” en el libro Para comprender el mundo actual. Una gramática de larga duración, Ed. Centro Juan Marinello, La Habana, 2003.

12 Sobre esta actitud con vocación de futuro de dicha América indígena rebelde, que en los últimos lustros se ha constituido en un protagonista central de los movimientos anticapitalistas actuales, cfr. Immanuel Wallerstein, “Pueblos indígenas, coroneles populistas y globalización” y “Bolivia, Bush y América Latina”, comentarios números 33 (año 2000) y 124 (año 2003), que pueden encontrarse en el sitio del Fernand Braudel Center, en la dirección de Internet: http://fbc.binghamton.edu. También el texto de Adolfo Gilly “Historias desde abajo”, incluido como introducción en el libro colectivo Ya es otro tiempo el presente, Ed. Muela del Diablo, La Paz, 2003, y la entrevista “Ahora que lo pienso, 50 años después...: Adolfo Gilly recuerda a mineros, mitos y la revolución en Bolivia” en la revista Historias, num. 6, La Paz, 2003, así como nuestros ensayos, Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Chiapas, América Latina y el sistema-mundo capitalista” en el libro Chiapas en perspectiva histórica, Ed. El Viejo Topo, Barcelona, 2002, y “Encrucijadas actuales del neozapatismo. A diez años del 1 de enero de 1994” en la revista Contrahistorias, num. 2, 2004.

13 Sobre este complejo proceso de mestizaje cultural, y sobre las complicadas dimensiones que abarca la cultura en general, además de los ensayos citados en la nota 5, puede verse también Bolívar Echeverría, Definición de la cultura, Ed. Itaca, México, 2002, Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos, Ed. Océano, México, 1998, Historia nocturna, Ed. Muchnik, Barcelona, 1991, y Ojazos de madera, Ed. Península, Barcelona, 2000. Véase también Carlos Antonio Aguirre Rojas, “El queso y los gusanos: un modelo de historia crítica para el análisis de las culturas subalternas”, incluido como ‘Introducción’ en el libro de Carlo Ginzburg, Tentativas, Ed. Prohistoria, Rosario, 2004.

14 Fernand Braudel ha explicado muy claramente este punto en su brillante libro Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII, Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1984, (especialmente tomo I, capítulo II, “El pan de cada día”).

15 Para una interpretación más general de esta Revolución Mexicana, desde esta clave esencial y crítica de los tres Méxicos, cfr. nuestro ensayo, Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Mercado interno, guerra y revolución en México. 1870-1920” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 52, num. 2, 1990.

16 Sobre este maccartismo absurdo y peligroso, que lamentablemente parece que se prolongará por algunos años más, a partir de la reciente reelección de George Bush Jr., cfr. nuestro ensayo, Carlos Antonio Aguirre Rojas, “El maccartismo planetario. América Latina después del 11 de septiembre” en el Suplemento Masiosare del diario La Jornada, del 7 de julio de 2002, “El 11 de septiembre en perspectiva histórica” en el diario electrónico La Insignia, Sección ‘Diálogos’, del 20 de noviembre de 2001, en el sitio http://www.lainsignia.org, y también “11 de septiembre. Balance crítico un año después” en Le Monde Diplomatique, (Edición Colombia), de septiembre del año 2002.

 

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Artículo
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Teoría, Filosofía y Metodología de la Historia

La encrucijada de los tiempos premodernos, modernos y postmodernos en Latinoamérica

Autor: 
José G. Vargas-Hernandez
Institución: 
nstitute of Urban and Regional Development, University of California at Berkeley
Correo electrónico: 
Síntesis: 
La encrucijada de los tiempos premodernos, modernos y postmodernos en Latinoamérica
 
José G. Vargas-Hernandez
Institute of Urban and Regional Development, University of California at Berkeley
 
 
Resumen
En este trabajo se revisan los principales desarrollos del capitalismo en Latinoamérica caracterizados como tiempos premodernos, modernos y postmodernos que ponen en una encrucijada al desarrollo económico y social de la región. Primeramente se revisan los conceptos de modernidad como un enfoque teórico del desarrollo económico que trae consigo el desarrollo político con una convergencia hacia la democracia liberal, los mismos que dan fundamentos a las estrategias de modernización neoliberal y estructuralista. Posteriormente se revisan los conceptos de postmodernidad como una tendencia de pensamiento del desarrollo del capitalismo tardío o postindustrial aunado a los procesos de globalización, para delimitar el final de la modernidad organizada.
 
A partir del análisis de la modernidad y postmodernidad como formas de sustentabilidad social, bajo los supuestos de que los modernistas asumen que la función primaria de la organización económica es la producción, los posmodernistas asumen que la producción de cosas físicas es sobrepasada por la producción de bienes de información y servicios. Muchos de los habitantes de las regiones menos desarrolladas en Latinoamérica viven bajo condiciones que pueden ser descritas como modernidad desigual más que postmodernidad. Para contrarrestar los efectos perversos de este desarrollo del capitalismo neoliberal se organizan los nuevos movimientos sociales capaces de combatir los poderes económico-financieros, que son los primeros signos del descubrimiento colectivo de la necesidad vital del internacionalismo o, mejor aún, de la internacionalización de los modos de pensamiento y de las formas de acción
 
Finalmente se analiza la complejidad de la realidad económica y social como una encrucijada de los tiempos premodernos, modernos y postmodernos del desarrollo de Latinoamérica. Se concluye que el subdesarrollo de Latinoamérica no fue el pecado de una omisión de países en el margen de la industrialización moderna, sino activamente un proceso viejo en el cual los términos comerciales fueron arreglados en detrimento de los Estados débiles productores de bienes primarios. De hecho, los procesos contemporáneos de la globalización y la expansión del capitalismo tardío o postmoderno han agravado los más crónicos problemas del desarrollo económico y social como en el caso de la región latinoamericana.
 
Modernidad
Habermas (1992) puntualiza que el “vocablo modernización se introduce como término técnico en los años cincuenta; caracteriza un enfoque teorético que hace suyo el problema del funcionalismo sociológico. La modernidad se define como el desarrollo económico industrializado con una convergencia hacia la democracia liberal. La democracia es el espacio donde convergen la igualdad y la libertad que tienen como condición necesaria aunque no suficiente, la participación efectiva en los aspectos procedimentales para la elaboración del sistema normativo.
 
El concepto de modernización se refiere a una gavilla de procesos acumulativos que se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y el incremento de la productividad del trabajo; a la implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de los derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la secularización de los valores y normas; etc.
 
Los conceptos de democracia relacionada con la noción de capitalismo, coinciden con la definición de modernidad, con implicaciones que datan de la Ilustración y que todavía no alcanzan su máximo potencial de desarrollo. La democracia es el espacio donde convergen la igualdad y la libertad que tienen como condición necesaria aunque no suficiente, la participación efectiva en los aspectos procedimentales para la elaboración del sistema normativo. El proceso político se desarrolla en las etapas de diseño de normas y de desarrollo del juego político Existen varias culturas democráticas que pueden ser delimitadas a partir de los elementos de la cultura política. La cultura política toma forma específica en cada nación como un producto a largo plazo de la historia. La cultura así llamada conforma un conjunto de modos de vida de las naciones.
 
Los inicios de la modernidad están marcados por una racionalidad que tuvo como fundamento ideas religiosas, la revelación, la opinión y la autoridad que mezcladas con intereses políticos y cánones en el siglo XVI da lugar a un modelo antropológico que en el Siglo XVII deriva en el calculo con base en las matemáticas y la geometría. La deficiencia de la racionalidad tiene precedentes en el trabajo teológico del Siglo XVI y en el empirismo de Bacon a principios del siglo XVII que anuncia su fe en el progreso. Una pugna cultural se ha descollado entre las tradiciones filosóficas europeas y las actitudes científicas y tecnológicas que se gestan en la potencia económica estadounidense. El racionalismo ateo de la Ilustración no tocó las sectas de Nueva Inglaterra por lo que su cultura se mantuvo cerca de las brujas de Salem.
 
La Ilustración fue una tendencia que acompañó a la modernidad en un trayecto. La filosofía de la ilustración sirvió de base para la creación de las culturas e ideologías europeas modernas que influyo en la formación de los primeros centros del desarrollo capitalista, ya fueran católicos (Francia) o protestantes (Inglaterra y Holanda), sino también en Alemania y Rusia y cuyo impacto alcanza hasta nuestra época.
 
El romanticismo alemán exaltó al nacionalismo y lo opuso al cosmopolitismo que sujeta a los Estados al derecho internacional cosmopolítico (Kant) que postula que todos los pueblos están originariamente en comunidad del suelo sin la posesión jurídica, concepto que choca con el de soberanía que postula a la nación como propietaria de un territorio determinado y al Estado como su representante. Para Kant, la nación es una persona moral cuyo origen es un contrato social, una comunidad que vinculada por la fraternidad, busca alcanzar el bien común y la paz. En el Contrato Social de Rousseau se afirma la necesidad de hallar una forma de asociación por la que cada cual, uniéndose a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo.
 
En el Siglo XVII las Provincias Unidas de Holanda promovían el libre comercio de su producción en los países europeos pero protegían ciertos mercados en los que eran débiles. Los británicos sostuvieron tres guerras contra los holandeses para disputarse el mercado mundial. Al decir del Británico George Downing en 1663, la política comercial holandesa es un mar abierto (mare liberum) en las aguas británicas pero un mar cerrado (mare clausum) en la costa de África y las Indias Occidentales.
 
En el Siglo XVIII aparece una orientación objetiva del hombre para considerarlo moralmente como valor supremo. Algunas de las ciencias sociales positivizan al hombre convirtiéndolo en objeto, mientras que las filosofías subjetivas imponen la noción que el hombre se hace a sí mismo. La cultura occidental tiene como característica principal el humanismo que tiende a ser un espejismo cuando se comunica con los valores humanistas de otras culturas. Así, la fe se ha ajustado para cumplir con los requisitos de los valores de la modernidad, el laicismo y la democracia.
 
El desarrollo de Inglaterra se sustentó en las tesis del liberalismo económico y la economía política clásica elaborada por los ingleses Adam Smith, Thomas R. Malthus, David Ricardo y el francés Jean Baptiste Say basada el ahorro, el trabajo y el libre comercio. Por otro lado, los trabajos de David Ricardo sobre las ventajas comparativas y su interpretación moderna en el modelo Heckscher-Ohlin de comercio internacional, establece que las diferencias en las ventajas comparativas de las naciones en la producción de diferentes mercancías se deben a las diferentes dotaciones de factores. En el capitalismo, la producción adquiere más importancia que la distribución y el consumo porque implica la propiedad de los recursos económicos, principal fuente del poder económico, no obstante que el comercio internacional contribuye a crear la plusvalía.
 
Pero la aplicación de estas tesis son contradictorias e incompatibles con “el empleo sistemático del poder político, militar y económico del país en una praxis de colonialismo, proteccionismo y explotación de los pueblos bárbaros” (Dietererich, 2002). Friedrich List, formador del capitalismo del Estado Alemán a finales del siglo XVIII y principios del XIX, critica esta doble moral inglesa, la cual se sintetiza en el análisis de Dietererich (2002) porque desde “la constitución del moderno estado inglés en la dictadura desarrollista de Oliver Cromwell tal como se había manifestado en el Acta de Navegación (1651) y el monopolio de la East India Company hasta los días del encantador Tony Blair, la única política real de crecimiento económico ha sido el capitalismo proteccionista de Estado”.
 
El surgimiento del capitalismo concurrente con el fenómeno de la modernidad separa lo político de lo económico. Leviatán es el paradigma moderno de la política instituida en la regulación y resolución de conflictos bajo principios de un orden establecido en un marco normativo. Hobbes mantiene la idea de que la política ligada a un orden natural es contingente, particular, finita y por lo tanto, incapaz de evadir el retorno al estado de conflicto. La solución hobbesiana justifica al Dictador que exigirá el resultado que maximiza el bienestar colectivo.
 
La institucionalización del Estado fue consecuencia de la regulación de las relaciones, establecimiento de los deberes y obligaciones, así como la resolución de conflictos de los individuos en la sociedad. El desarrollo supera el enfoque de provisión de bienes y competencias individuales y se orienta a los procesos de institucionalización que garanticen el ejercicio de la conducta de elección de elementos que van más allá de la simple búsqueda y satisfacción del bienestar.
 
No obstante, la modernidad es la ideología del sistema capitalista que se declara a sí misma como la defensora de los derechos individuales por sobre los derechos de la sociedad. La exaltación del individualismo es una característica de los procesos de modernización capitalista que tiene implicaciones en las propuestas de las instituciones democráticas, la familia, etc.
 
Frente a la concepción socialista moderna que ve un problema en la propiedad privada y prefiere una propiedad colectiva, Aristóteles consideraba, en efecto, que solamente lo que el individuo tenía como propio es aquello de que me se ocupa con más esmero. Aristóteles pensaría que estaba en la esencia humana el ocuparse más de lo propio que de lo común. Aristóteles no solo se preocupa por la defensa de la propiedad privada, sino la promoción, al mismo tiempo, de un uso en común. En esto difiere Aristóteles radicalmente de lo que se advierte en el capitalismo de mercado, con su mano oculta que todo lo arregla y sus sociedades anónimas. Pues lo que sucede en la sociedad moderna capitalista es que cada uno se ocupa de lo suyo también en el uso y se desentiende del prójimo.
 
Esta sociedad moderna se organiza en torno al Estado-nación asentado en un territorio en donde se realizan las diferentes interacciones, entre las décadas de los 30 y los 70 del siglo pasado Las sociedades modernas tienen como características la diferenciación social, la secularización de la cultura política y un sistema político. El concepto hegeliano de una sociedad civil burguesa adquiere vigor y se involucra en el espacio público en forma de opinión pública en las sociedades modernas. La opinión pública es la característica que diferencia la sociedad civil del Estado y que representa la voz de la sociedad civil en la esfera política. La sociedad civil es una red asociativa que comprende todos los intereses sociales y facilita la participación de los ciudadanos que forman parte de un sistema político. Esta modernidad se declara a favor de los derechos del individuo en franca oposición a los derechos sociales, lo que afirma más la tendencia autoritaria del capitalismo. El pensamiento social burgués separa los dominios económico y político de la vida social (Amín, 2001) mediante la adopción de diferentes principios específicos.
 
La convergencia de la modernización económica definida como desarrollo económico industrializado y la democracia liberal, requieren de nuevas instituciones, actores y agentes e involucran limitadamente las capacidades del Estado. Por otro lado, si la dictadura del trabajo domina, la democracia tampoco puede florecer. Al respecto Birchfield (1999) nos recuerda que la relación del salario capitalista necesita la separación conceptual de la economía y la política respectivamente en esferas privadas y públicas de actividad, la que a su vez constituye un elemento definitorio del Estado liberal. La estrategia de modernización económica seguida por la mayor parte de los países del mundo, sólo reporta beneficios derivados del manejo de grandes capitales y de los avances tecnológicos, para las grandes transnacionales. La tradición ideológica de las elites viejas como estrategia de los grupos de nivel socioeconómico alto, se orienta a limitar la modernización económica al mismo tiempo que fortalece los valores tradicionales de socialización centrada en la familia y en la escuela (Germani, 1966).
 
Sin embargo, no existe necesariamente una relación lineal entre la modernización económica y el establecimiento de instituciones democráticas. Además, el logro de crecimiento económico no es garantía de un desarrollo democrático. Investigaciones sobre la cultura política concluyen que la crisis política tiene poca relación con la crisis de confianza en las instituciones democráticas cuyo nivel de aceptación sigue siendo elevado. Así, un elevado desarrollo económico puede coexistir con un debilitamiento de las relaciones de confianza y cooperación cívica (Grootaert, 1998). Consolidar la democracia liberal requiere de instituciones, actores y agentes que acepten las reglas del juego y los principios del liberalismo político y económico.
 
El territorio es un elemento de la modernidad política que es analizado como un constructo social formado por personas, fenómenos y relaciones determinadas en un área geográfica que se afectan e influyen mediante intenciones individuales y grupales. Dentro de esta concepción amplia del territorio aparecen las instituciones que se vinculan y relacionan de formas distintas en el espacio. Brosius (1997), afirma que no es fácil conceptualizar las formas concretas en que se presenta el tráfico en dos sentidos entre lo local y lo global y argumenta que “Incluso el componente local de los movimientos sociales en contra de las naturalezas del capital y de la modernidad está de alguna manera globalizado, por ejemplo en la medida en que dichos movimientos sociales toman prestados discursos metropolitanos sobre la identidad y el entorno".
 
Teoría de la modernidad
La teoría de la modernización plantea como hipótesis que el desarrollo económico traerá consigo el desarrollo político. La homogeneidad y estandarización de todas las formas de civilización humana bajo un mismo sistema económico puede tener consecuencias fatales para el desarrollo de la humanidad. El sistema económico capitalista se encuentra atrapado funcionalmente en una lógica de crecimiento económico insostenible. La hipótesis central de la teoría del desarrollo centrado en la modernidad plantea que el desarrollo económico traerá consigo el desarrollo político. Las teorías del desarrollo son la basada en monoeconomía y la de beneficios mutuos. Las principales teorías sobre el desarrollo socioeconómico son la teoría de la modernización, la dependencia, la globalización y los sistemas mundiales.
 
Los vínculos que explican las diferentes relaciones económicas, sociales, políticas, etc., existentes entre las localidades, regiones, países y globalidad se han analizado desde dos enfoques teóricos, el dependencista y el desarrollista. La teoría de la dependencia de la división internacional del trabajo Cardozo y Faletto 1969) considera que las diferentes regiones y países tienen intercambios desiguales en un sistema que concentra los recursos tecnológicos, la manufactura, la educación y la riqueza, mientras que otras regiones y países periféricos solo son proveedores de mano de obra y materia prima barata. Por su parte, la teoría del desarrollo (Lerner 1958, Rostow 1960, Germani 1971) de la división internacional del trabajo considera la importancia de que las denominadas “sociedades parciales” se modernicen con tecnología y valores tradicionales.
 
La teoría de la dependencia centra el desarrollo en los mercados domésticos, el papel del sector industrial nacional, generación de demanda agregada mediante incrementos salariales que aumentan los niveles de vida. Las teorías anteriores centran su objeto de estudio en el estado nación, a diferencia de las dos siguientes cuyo objeto de estudio toma otras perspectivas. Los procesos de globalización tal como se están dando hasta ahora, contribuyen a la devaluación de la autoestima de los pueblos ya de por sí subdesarrollados y a crear un sentido de dependencia. La debilitada cultura de la dependencia del pobre es sustituida por el impresionante proyecto hegemónico de expansión del capitalismo alentada por los grandes intereses económicos de los grupos corporativos. La escuela de la dependencia falla predecir dos importantes tendencias que contradijeron sus expectativas originales: primero, el errático desempeño de los modelos de desarrollo basados en la sustitución de importaciones que intentaron contraatacar la penetración capitalista externa con la intervención vigorosa del Estado y la promoción de industrialización autónoma y segundo, la experiencia exitosa de algunos de los más dependientes (Portes, 1997).
 
La teoría de la modernización sostiene que el desarrollo es un proceso sistemático, evolutivo, progresivo, transformador, homogeneizador y de “americanización” inminente. La teoría de la modernización sostiene que el desarrollo social y político de los pueblos ocurre en el cambio de racionalidad de una sociedad basada en los afectos a una sociedad basada en los logros individuales. Esta teoría identificó etapas evolutivas de desarrollo de los pueblos. El eslabón perdido entre los ámbitos micro y macro del desarrollo social, sostiene (Lechner, 2000), es “una desventaja a la hora de analizar conjuntamente las relaciones de confianza generalizada y de asociatividad y, por otra parte, las normas de reciprocidad y de compromiso cívico vigentes en la sociedad.” Las relaciones de confianza entre los individuos y el compromiso cívico dependen de las oportunidades y las restricciones que ofrece el contexto histórico-social.
 
La modernización parte de la premisa de que el desarrollo es un proceso evolutivo inevitable que incrementa la diferenciación social la cual crea sus instituciones económicas, políticas y sociales que siguen el patrón de desarrollo occidental. El desarrollo es un proceso de cambios dinámicos inducidos mediante políticas y estrategias impulsadas por diferentes agentes económicos y actores políticos. Las investigaciones de las acciones estratégicas, preferencias y actitudes de los actores de la transición política se centran más en la elección racional que en una dimensión más subjetiva. Las teorías del derrame ya desacreditadas en la economía desarrollista se mantuvieron como la respuesta al dilema de la distribución y la teoría de la modernización fue resucitada para pronosticar la última convergencia de los sistemas económicos y políticos a través del globo.
 
Esta diferenciación social y una creciente disociación de la vida social son producto de los procesos de modernización, los cuales traen inestabilidad. Los procesos de modernización generan aprendizajes rápidos y traen consigo un incremento en las demandas de bienes y servicios e inflación de las expectativas para satisfacer las necesidades y deseos, lo cual no siempre desarrolla la infraestructura y capacidad para lograrlo. La modernización era vista como un proceso de diferenciación estructural e integración funcional donde tenían lugar las categorías de clasificación del mundo, pero para Giddens (1984, 1990), la teoría de la modernización es vista como un proceso de distanciamiento espacio temporal, en el cual el tiempo y el espacio se desarraigan de un espacio y un tiempo concretos, proceso que es más bien posmoderno.
 
Estrategias de modernización neoliberal y estructuralista
 
El neoliberalismo es una versión nueva del liberalismo económico el cual además tienen aplicación en la economía internacional y no solamente dentro de las fronteras nacionales. La diferencia entre socialdemocracia y neoliberalismo es que éste quiere la menor intervención política posible (dejando a la regulación del mercado la tarea de poner orden) y la socialdemocracia tiende a regular la mayor cantidad posible de aspectos de la vida humana. En este tira y afloja estamos entre unos regímenes y otros y entre unos períodos históricos y otros.
 
La estrategia de modernización neoliberal se ha absolutizado bajo un dogma ortodoxo que no distingue diferencias de desarrollo entre los Estados nacionales. La modernización neoliberal diferencia las esferas económica, política y social, demanda el ejercicio de nuevas reglas de operación y regulación de los comportamientos sociales, los cuales se acompañan de una creciente inestabilidad en los procesos de cambio. La modernización neoliberal separa a la subjetividad, la considera un proceso autónomo e inconexo que genera tensiones cuando de acuerdo con Lechner (2000), ambos fenómenos son complementarios y es necesario relacionarlos, ya sea en forma espontánea conforme a la apuesta del liberalismo decimonónico o a lo establecido por el Estado conforme al modelo socialdemócrata.
 
La estrategia de modernización neoliberal se ha absolutizado bajo un dogma ortodoxo que no distingue diferencias de desarrollo entre los Estados nacionales. Los ámbitos de la modernización del Estado implican cambios en las tareas tradicionales, el funcionamiento de las instituciones políticas, la productividad del sector privado y la formulación e implementación de políticas públicas en las diferentes áreas.
 
La modernización era vista como un proceso de diferenciación estructural e integración funcional donde tenían lugar las categorías de clasificación del mundo. El enfoque estructuralista de la modernización acepta los costos sociales como exigencias de la implementación del modelo y apuestan a la gobermabilidad que acota la subjetividad.
 
El estructuralismo incorpora las relaciones e interacciones entre el centro y la periferia, las condiciones y características estructurales económicas, sociales y políticas del sistema capitalista que determinan el desarrollo y el subdesarrollo de los pueblos. Para servir a las elites capitalistas transnacionales, las elites capitalistas locales requieren de Estados recolonizados fuertes para salvaguardar los objetivos imperialistas y con capacidad para imponer y garantizar la ejecución de las reformas estructurales y de estabilización económica, a pesar de las movilizaciones populares oponentes.
 
Ni la teoría de las relaciones internacionales, ni tampoco la teoría de la democracia alcanza a establecer un marco de referencia que sustente la conceptualización como la práctica del desarrollo democrático de los pueblos y sus relaciones con el capitalismo moderno o neocapitalismo, bajo un contexto global, a pesar de su potencial latente de autoritarismo. No obstante, algunos principios del capitalismo no necesariamente promueven la democracia, tales como aquellos que son “concebidos como la expresión de demandas de la razón” (Amín, 2001), entre otros, la propiedad privada, la competencia de los mercados, principios de emprendedores, etc. Las manifestaciones de este avance del capitalismo emergente se enmarcan en la paradoja consistente en que mientras se centra en función de los mecanismos autorreguladores del mercado, por otro lado desencadena reacciones en contrario para contrarrestar y compensar los efectos de los mecanismos perversos del mercado.
 
El “movimiento de derecho y desarrollo” que se desarrolló en los setenta, analizó desde un etnocentrismo, la vinculación de los sistemas de derecho al proceso de desarrollo económico para lograr metas de desarrollo socioeconómico a través de instrumentos jurídicos, especialmente de derecho público, de funcionamiento del mercado. El etnocentrismo institucional desconoce la endogeneidad del desarrollo institucional considerando los riesgos de las adaptaciones institucionales. Desgraciadamente faltó sistematización teórica para fundamentar el papel del derecho en el desarrollo económico, ya que solamente se fundamentaba en los trabajos de Weber sobre los análisis de modernización y en la jurisprudencia sociológica.
 
El término desarrollo puede conceptualizarse como los procesos de transición de los pueblos hacia economías industriales, capitalistas y modernas, así como la obtención de mejores niveles de calidad de vida humana y bienestar material, considerado como la satisfacción de un conjunto de necesidades, deseos y temores. La transición de una economía basada en materiales. Cualquier transición de modelo económico para que sea exitosa requiere de la intervención estatal para establecer las reglas del juego mediante procesos de institucionalización. La teoría de transiciones encuentra barreras institucionales para consolidar la democracia que no se corresponde necesariamente con una política moderna, ni tampoco con una mejor distribución de la riqueza. La sociología política y el institucionalismo de la ciencia política fundamentaron conceptualmente la noción del buen gobierno empujando la instauración de procesos de gobernabilidad democrática y el análisis de los procesos de informalización de la política. Los procesos de institucionalización efectuados durante los últimos años del siglo pasado, desestructuraron y fueron disfuncionales en las relaciones entre la economía y la política, causando graves crisis.
 
La nueva relación social que se globaliza es la que articula la propiedad privada de los medios de la producción como la regla que da certeza al funcionamiento del mecanismo del mercado. La “macro dictadura total” del neoliberalismo, como sostiene el obispo de Sao Felix do Araguaia, Brasil, que se impone como pensamiento único con sus “teólogos del diablo” y su posmodernidad narcisista (Fazio, 2000) El mercado es una construcción social que operacionaliza relaciones sociales. No obstante, el poder social del programa neoliberal emerge de los intereses que mantienen quienes detentan el poder económico que da forma al poder político.
 
Hacia dentro del Estado-nación se presenta la lucha de clase para lograr el aseguramiento del acceso a los recursos mediante la conquista del poder. La implementación de las políticas de ajuste estructural en los países del tercer mundo ha producido consecuencias inesperadas algunas contrarias a las metas de desarrollo original La difusión de los valores y el proyecto económico dejaron poco espacio a la reconceptualización del desarrollo en términos de éxito en el mercado. El desarrollo fue una cuestión de instalar la correcta orientación de valores y normas en las culturas del mundo no occidental así como permitir a su gente entrar en la riqueza moderna creando las instituciones económicas y políticas del mundo occidental avanzado.
 
La implantación se realiza a través de las denominadas reformas administrativas orientadas a la modernización de las estructuras del aparato burocrático, la más reciente de las cuales se ha denominado la revolución gerencial que intenta redefinir el sistema burocrático sin alcanzar los beneficios esperados. La modernización de la gestión pública propuesta bajo nuevos supuestos explicitados en el paradigma de la Nueva Administración Pública, la cual se instrumenta en la reforma administrativa, ha tenido resultados en lo que se refiere a la prestación de servicios públicos que no han sido del todo positivos (Ramírez Alujas, 2002). Las reformas pretenden el funcionamiento eficiente del mercado mediante la reducción de los costos de transacción, procesos de descentralización y modernización de la administración pública. El cambio institucional de los servicios públicos con una orientación hacia la acción social centrado en los valores de la cultura cívica y en los valores del capital social es muy complejo, debido a la racionalidad instrumental del enfoque de la eficiencia económica.
 
Las funciones públicas contingentes toman en consideración aquellas actividades que pueden ser subcontratadas (outsourcing) o privatizadas y que desestructura las principales funciones del Estado moderno a las que Dror (1995: 222) denominó como “las funciones de orden superior” del Estado. El cuestionado sistema de méritos en la función pública constituye una forma moderna de la institucionalización orientada por una economía de libre mercado, se fundamenta en los bienes económicos, bienes jurídicos y funciones sociales. Por otra parte estamos viendo desaparecer la regulación colectiva de muchas funciones que hasta no hace mucho considerábamos comunes: las compañías telefónicas, el correo, los ferrocarrilles, etc. Faguet (1999) sugiere que la descentralización es un nexo entre las decisiones de inversión pública con las necesidades locales, de tal forma que los procesos de descentralización fiscal se identifican como procesos de descentralización administrativa que permite a los gobiernos locales definir sus propias políticas de ingreso y gasto mediante la innovación. Los gobiernos locales tienen que jugar un papel protagónico como agente del desarrollo económico.
 
La lógica de la descentralización es la territorialiación de la política pública en espacios delimitados en localidades y regiones, en las cuales se formulan e implementan las políticas públicas o policies. La estrategia de crecimiento se orienta hacia el desarrollo local basado en los proyectos municipales impulsados por los actores locales. El gobierno local requiere de una sociedad civil asentada en un territorio con un conjunto de valores y normas que sustentan la identidad con un sistema político que le proporciona el poder capaz suficiente para la transformación de procesos de generación de bienestar y riqueza.
 
Las corrientes neoliberales y neoestructuralistas alcanzaron un cierto nivel de consenso en sus propuestas sobre las funciones del mercado y del Estado en la década de los noventa del siglo pasado, sobre la base de un reconocimiento de que son elementos complementarios más que antagónicos, capaces de desarrollar una relación armónica facilitadora de procesos de desarrollo. Estado y mercado existen para representar loas intereses de lo público y lo privado de una misma realidad social. De acuerdo al análisis de Dowbor (2001), segmentos sustanciales de la sociedad han empezado a pensar en términos de un “pequeño y eficiente Estado”, para justificar los procesos caóticos de privatización, posponiendo el problema esencial de a quien y cómo debe servir el Estado. El principal punto en la acción no es cortar partes del gobierno sino hacerlas trabajar mejor y con otros fines.
 
Los procesos de modernización del Estado no necesariamente significa debilitamiento ya que deben comprender sus funciones tradicionales de seguridad, impartición de justicia, defensa, relaciones exteriores, etc., responsabilidades del funcionamiento de las instituciones políticas, creación de un ambiente propiciador de una actividad productiva del sector privado para el crecimiento y el desarrollo, formulación e implementación de una política social y políticas públicas apoyadas por decisiones políticas. Esto debe proveer el marco de referencia en el que las estrategias prosectivas, las instituciones representativas y los proyectos que hacen a la política social el sustento del desarrollo. De acuerdo a Morales-Gómez y Torres (2000) la agenda de una política social para el desarrollo debe asignar prioridad a los siguientes aspectos:
 
El Estado debe tener las atribuciones necesarias para establecer las reglas de funcionamiento de los mercados mediante procesos de democracia participativa. En una sociedad más desarrollada se fortalecen el Estado, el marcado y la sociedad civil, como instrumentos del desarrollo mismo. En el contexto institucional se establecen las relaciones entre los actores y la dinámica histórica de los tipos sociales en la dialéctica de la racionalidad e irracionalidad de sus comportamientos relacionados con las estructuras, interacciones y funciones de las instituciones en el contexto social.
 
Postmodernidad
La noción Kantiana de arqueología designa la historia de lo que vuelve necesaria una cierta forma de pensamiento La etapa de la cientificidad adoptó las formas de la ciencia natural y exacta corresponde al estructuralismo. La arqueología mantuvo la creencia en las ciencias sociales alternativas que estudian sistemas, estructuras y formas. A partir de los años setenta se opera el periodo genealógico con la influencia del perspectivismo y Nietzsche en una actitud militante en contra de la represión, una desconfianza hacia el discurso académico que se expresa en el postestructuralismo, identificado con el postmodernismo irracionalista y nihilista que rechaza el método científico, al pensamiento racional y abuso de la ciencia como metáfora. La transición entre la arqueología y la genealogía esta marcado por las reflexiones discursivas como expresión del poder.
 
La "tendencia postmoderna de pensamiento" apareció recientemente como expresión o aprehensión de una realidad social específica que hace referencia al pensamiento emergente de la modernidad tardía o de era postindustrial manifiesto en las condiciones de vida especificas de los grandes centros urbanos de los países desarrollados, o bien como una cultura conformada por un conjunto de modos de vida en las regiones hiperindustrialzadas. Giddens (1993) opone a la idea de postmodernidad la de modernidad radicalizada y hace la crítica del movimiento postestructuiralista de donde se deriva y que debe superarse porque considera que hay insuficiencias en los análisis de la modernidad de los siglos XIX y XX. .
 
Se reprocha que el postmodernismo puso el último clavo en el ataúd de la Ilustración y la izquierda enterró los ideales de justicia y progreso. La esencia de la Ilustración es el ejercicio racional de la crítica y se perfecciona enfrentando sus propios defectos de raciocinio.
 
Una nueva época quedó delimitada a partir de 1989 con la implosión de del sistema socialista soviético y el auge de una nueva concepción más centrada en la mera subjetividad de la vida y del mundo denominada posmodernidad. El capital social tiene carácter instrumental y expresivo, fortalece la subjetividad frente a la modernización y es también una relación “puramente expresiva y gratuita” como fin en si misma y que además crece en la medida en que la modernización avanza (Lechner, 2000). Newton (1997) examina la subjetividad del capital social compuesto de valores y actitudes que afectan las formas de relación entre las personas. Pero también, la subjetividad es refugio o resistencia contra el modelo de pensamiento único hegemónico (Bourdieu, 1998).
 
La globalización es consecuencia ineludible de la modernidad capitalista que deriva en la postmodernidad, y por lo tanto, en un preconizado relativismo que socava la crítica social, para el cual la objetividad es una mera convención social. Un inmovilismo discursivo está invadiendo a la sociedad posmoderna. La globalización exalta al individualismo de las personas, las convierte en meros instrumentos homogéneos de producción y consumo y las reduce a simples mercancías que se compran y venden sin que las diferenciaciones culturales sean obstáculo. A mayor globalización, más avance tiene el individualismo, lo que afirma la tendencia hacia el autoritarismo del sistema capitalista. Se vive en un mundo en el que la adquisición y el consumo son considerados como las marcas de éxito personal y no lograrlo es una marca de fracaso.
 
Si la modernidad capitalista fue la creadora del Estado-nación y sus principales creaciones, como una sociedad y mercado nacionales, fronteras, ejércitos, etc., cuando el capitalismo entra en crisis, aunque muy discutible, entonces necesariamente entran en crisis todas estas instituciones, ya en transición hacia la posmodernidad. La globalización puede ser vista como una continuidad del voluntarismo para establecer el ideal de una sociedad justa y afluente mediante la creación del Estado de Bienestar y de las tesis desarrollistas, pero con adaptaciones a la cultura de la postmodernidad. La postmodernidad cuestiona la legitimidad del desarrollo alcanzado por la modernidad y la universalidad de sus valores y procesos, el reduccionismo economicista, su enfoque etnocénrtrico y la unidimensionalidad de su interpretación.
 
La postmodernidad cuestiona las variables sociales, culturales, del medio ambiente, políticas y éticas de la ecuación del desarrollo y su proyecto modernizador. La inclinación del posdesarrollo sobre "el lugar", la ecología política y la geografía posmoderna al estudiar la globalización, permite reconocer los modos de conocimiento y modelos de naturaleza basados en lo local (Escobar, 2000.:172). El desarrollo en la globalización ha sido en general capitalocéntrica porque sitúa al capitalismo “en el centro de las narrativas de desarrollo, tendiendo en consecuencia, a devaluar o marginar cualquier posibilidad de desarrollo no capitalista". “... la naturalidad de la identidad capitalista como plantilla de toda identidad económica puede ser puesta en cuestión" (Graham y Gibson 1996:146) por diversas opciones de desarrollo económico propias del mismo posdesarrollo que valoran los modelos locales no necesariamente complementarios, ni opuestos ni subordinados al capitalismo. Estos modelos locales desafían "lo inevitable" de la penetración capitalista con los procesos de globalización y que por lo tanto, se puede decir que todo lo que surge de la globalización encaje en el guión capitalista. Muchos de los habitantes de las regiones menos desarrolladas viven bajo condiciones que pueden ser descritas como modernidad desigual más que postmodernidad.
 
Las orientaciones posmodernas que son condicionantes de los principales agentes de los procesos de globalización, las corporaciones transnacionales y multinacionales, al decir de Santos (1993) son la unicidad de la tecnología, del tiempo y de la plusvalía como motor del desarrollo. El tiempo tiene poco significado y el espacio se comprime como resultado del avance tecnológico.
 
La ciencia posmoderna proporciona las bases metodológicas y de contenido para un proyecto económico-político. Este proyecto concibe “la trasgresión de las fronteras, el derrumbamiento de las barreras, la democratización radical de todos los aspectos de la vida social, económica y política” (Sokal y Bricmont, 1999). La democratización se refiere a las reformas políticas que introducen mecanismos esenciales para una mayor competencia electoral, modernización de partidos políticos y creación de nuevas instancias de representación ciudadana y una participación más abierta de la sociedad civil, así como una distribución más equitativa de la riqueza y un mejor equilibrio del ejercicio del poder en la comunidad.
 
En el posmodernismo no existen fronteras ni alternativas para el futuro, sino una reiteración de lo mismo a través del empleo de las tecnologías. En el periodo avanzado del posmodernismo se forman elaboraciones que desarrollan las tesis de las “técnicas de sí” En estas etapas sucesivas, por ejemplo, Foucault intenta transplantar las ciencias naturales y exactas a otros campos al mismo tiempo que es escéptico del método racional y critica al humanismo.
 
Las tendencias derechistas del posmodernismo se expresan con planteamientos tecnocientíficos conservadores de filósofos del stablishment que limitan las alternativas de acción política para superar la etapa de desarrollo de la humanidad, como en el fin de la historia de Fukuyama. El posmodernismo radical que rechaza toda manifestación de la racionalidad es considerado como un relativismo cognitivo y es cuestionado por considerarlo un cientifismo dogmático frente al prestigio de la ciencia basada en el modelo racionalista.
 
Si la característica fundamental de la modernidad es la densidad de los cambios, la característica principal de la postmodernidad es la aceleración de estos cambios caracterizados por su complejidad e incertidumbre, por una fenomenología caótica (teoría del caos) que modifica constantemente los procesos económicos, políticos, sociales, culturales, etc. En la posmodernidad prevalece la idea de que la realidad es compleja y multicausal, en cambio continuo, que acepta diferentes racionalidades con relación a las variables a optimizar y que nada está garantizado o predeterminado.
 
Una mayor velocidad es la característica de todos los aspectos de las funciones de las organizaciones, desde las comunicaciones internas al desarrollo de productos para el intercambio competitivo. La velocidad tiene efectos en el decrecimiento de las imperfecciones del mercado, el incremento de la volatilidad a que deben responder las organizaciones y el decremento de los tiempos de estímulo respuesta involucrados en actividades organizacionales prosaicas. Existe un hueco entre el desarrollo rápido de nuevas formas organizacionales en práctica y la capacidad de las perspectivas existentes en la teoría.
 
Los conceptos de organización postburocrática, postmoderna, la organización postemprendedora y la firma flexible se refieren a nuevos principios organizacionales y expresan los nuevos paradigmas en las formas organizacionales. Otros aspectos específicos de estos paradigmas incluyen el federalismo, la corporación virtual, la corporación reingenierada, la compañía creadora de conocimiento, la organización “ambidexterus”, de alto desempeño o sistemas de trabajo de alto compromiso, la organización híbrida y la “solución transnacional”, etc. La solución transnacional es una visión de una red integrada en la cual el centro corporativo guía los procesos de coordinación y cooperación entre las unidades subsidiarias en un clima de toma de decisiones compartidas, mezcla la jerarquía con la red y retiene la creación del valor en una corporación (Bartlett and Ghoshal, 1998). Cambios en las metas de las organizaciones para responder a la incertidumbre, el enfoque estratégico en el diseño de procesos y estructuras, un énfasis en lo social e interpersonal y una reemergencia de la legitimidad.
 
La lógica cultural del capitalismo tardío es el posmodernismo donde el espacio se interpreta como un símbolo y una realidad privilegiada. El concepto de espacio evolucionó de una concepción territorial física a una concepción más dinámica y multilineal. Arellanes Jiménez caracteriza este nuevo concepto de espacio como un “concepto dinámico, abierto, cambiante, flexible y multilineal e histórico que se va aplicando a diversas circunstancias, coyunturas, cambios, actores, sujetos y relaciones.”.
 
La desterritorialización del Estado-nación está dando lugar a nuevas formas espaciales geopolíticas y geoeconómicas. El surgimiento del Estado postnacional evoluciona el concepto de nación como el invento moderno que legitima el dominio de un pueblo politizado sobre un territorio determinado. Esta tendencia hacia el sí mismo multilocal es ya una característica de esta modernidad capitalista avanzada, del mismo modo que la tendencia hacia el espacio poli étnico o “desnacional” (Sloterdijk, 1999).
 
La ciudad global es multinodal y policéntrica, guiada y coordinada por un punto de una red flexible que se interrelaciona en forma complementaria con otros niveles regionales, dando lugar a una sociedad red de la era de la información. Al mismo tiempo que la cultura se vuelve más homogénea en las ciudades globales, también ocurren procesos de diferenciación cultural, dando lugar a procesos de desterritorialización de culturas con el florecimiento de culturas locales. Las ciudades globales son lugares de creación de nuevas identidades culturales y políticas para sus habitantes que comparten una cultura masiva global sofisticada, como parte de un proceso de McDonalización del mundo paralelo a la polarización socioeconómica.
 
Pero la exclusión y segregación humana tiene serias consecuencias, que se expresan en comportamientos antisociales, tal como Bauman (1998) precisa: Una parte integral del proceso de globalización es la progresiva segregación espacial, la separación y la exclusión.
Las tendencias neotribales y fundamentalistas, que reflejan y articulan la experiencia de la gente al recibir los coletazos de la globalización como la extensamente celebrada “hibridización de la top culture: la cultura en la cima globalizada”. La cultura está siendo globalizada igualmente que el comercio, cuya tendencia es a la destrucción de las culturas locales, a la homogeneización y estandarización que destruye la diversidad y vitalidad cultural y social.
 
Los impactos transculturales de los procesos de globalización se manifiestan en la estandarización universal de comportamientos y valores que se reproducen y adaptan localmente con los identificados con los patrones de la cultura occidental: cosmopolita, capitalista, urbana, moderna, empleo del idioma Inglés como lenguaje universal, etc. La globalización universaliza los valores de la cultura Anglosajona. Aunque en términos generales se puede sostener que el aparato institucional cultural está en crisis. La imposición de los valores y la cosmovisión de la cultura occidental a los pueblos colonizados, ha dado como resultado grandes disfuncionalidades.
 
El mayor daño que el postmodernismo causa a los países en desarrollo es una guerra de culturas para convertirse en consumidores acríticos de culturas foráneas si se considera como el reflejo múltiple de la cultura de la posmodernidad donde el trabajo de la Ilustración no ha concluido y en donde se identifican el irracionalismo postmoderno con las mentalidades irracionales que no acaba de realizar la civilización. La postmodernidad alienta la revisión de las culturas y a replantear sus relaciones con la visión de los valores occidentales. Hay escasas evidencias de que la región latinoamericana consiste de “sociedades postmodernas” o que se está moviendo a una era postmoderna.
 
Lechner (2000), señala que en la posmodernidad inciden como tendencias, el desmoronamiento de la fe en el progreso y una creciente sensibilidad acerca de los riesgos fabricados por la modernización; el auge del mercado y el consiguiente debilitamiento de la política como instancia reguladora y el cuestionamiento de la noción misma de sociedad como sujeto colectivo capaz de moldear su ordenamiento. La posmodernidad de la cultura política se caracteriza por una fragmentación de valores compartidos por las colectividades y el distanciamiento de los ciudadanos a las instituciones, marcado por una creciente desconfianza que provoca crisis de las democracias institucionalizadas.
 
En este tipo de democracia, el ciudadano se adapta con una participación limitada por los entramados de las redes del poder para formular y exigir el cumplimiento de las demandas. Los mecanismos de coordinación y comunicación horizontal con la ciudadanía permiten la creación de un sistema complejo de redes que facilita la participación democrática para la toma de decisiones y para la implementación de las políticas públicas. La toma de decisiones debe realizarse al más cercano nivel de la población involucrada. Según Prats (2001), la democracia debe satisfacer como estándares la participación efectiva, la igualdad del voto, un entendimiento informado y el control sobre la agenda
 
De acuerdo con estos autores, las fuentes de un posmodernismo que se mueve hacia la izquierda política son: el descontento con la izquierda ortodoxa, su desorientación y la ciencia como un blanco fácil. La izquierda ha asimilado y repetido hasta la saciedad la retórica de la doctrina del libre mercado y a denunciar el desmantelamiento de las funciones del libre mercado.
 
Sin embargo, entre sus efectos negativos se mencionan la pérdida de tiempo en las ciencias humanas, una confusión cultural oscurantista y el debilitamiento de la izquierda política.
 
Las críticas al desarrollo de la posmodernidad se interesan por los paradigmas alternativos que enfatizan el establecimiento de metas desde una tradición y cultura, participación en la toma de decisiones y en la acción de contenidos de desarrollo (Goulet, 1999). El modelo clásico racional de toma de decisiones que marca etapas sucesivas claramente distinguibles en la época moderna, es diferente que el modelo de interacción estratégica de la posmodernidad. Las etapas del proceso de decisión racional de la modernidad son la preparación, determinación, ejecución, evaluación y ajuste de la política, los cuales requieren de procedimientos burocráticos administrativos racionales y una administración fuerte de sujetos obedientes quienes bajo las reglas del juego establecidas se orientan por el bien común. En ocasiones, desde la perspectiva de posmodernidad, los actores que se desvían de las reglas del juego son apreciados positivamente por las posibles contribuciones que realizan.
 
Modernidad y procesos de globalización
La globalización constituye una etapa superior del desarrollo mundial del capitalismo que surge a partir de cambios radicales y profundos en la economía política y la política económica fundamentadas en el neoliberalismo que pretende transnacionalizar su impacto. Las dimensiones del cambio económico, político y social mundial son determinadas por la reestructuración del capitalismo globalizador.
 
También puede entenderse los actuales procesos de globalización como resultado de una tendencia continuada, por lo menos en los últimos cinco siglos, del desarrollo del capitalismo, hasta llegar a la fase actual denominada neocapitalismo o capitalismo tardío, mediante el análisis más detallado de sus rasgos característicos que muestran diferentes manifestaciones y formas de expresión. La división internacional del trabajo, la economía mundial capitalista, el sistema de Estados-nación y el orden militar mundial son las dimensiones de esta globalización. En los procesos de globalización, el capital se globaliza mientras que el trabajo se localiza.
 
Giddens (1990) señala que la modernidad extendida da origen a la globalización entendida como “la intensificación a escala mundial de las relaciones sociales que enlazan localidades muy distantes, de tal modo que lo que ocurre en una está determinado por acontecimientos sucedidos a muchas millas de distancia y viceversa”. En la relación entre lugar y cultura, los lugares son creaciones históricas que se deben explicar, no asumir, y en esas explicaciones se describen las formas en que la circulación global de capital, conocimiento y medios de comunicación configuran la experiencia de la localidad.
 
La economía encuentra límites para explicar, describir y predecir los cambios que los procesos de globalización están motivando. Para analizar los diferentes niveles tales como por ejemplo, el individuo, la sociedad, el Estado, el mercado, la región, lo internacional, etc., debe considerarse toda la complejidad estructural y holística del sistema global. Las instituciones locales, nacionales, regionales y mundiales ponen en marcha complejos sistemas regulatorios de políticas y procesos de toma de decisiones.
 
Por otro lado, la teorización holística de la economía política internacional es una forma contestataria de la creciente globalización neoliberal y a la correlativa representación democrática. La multi dimensionalidad de la globalización está estrechamente vinculada con la idea de conectividad compleja como una condición del mundo moderno (Tomlinson, 1999) Por conectividad compleja el autor entiende que la globalización se refiere a la red de interconexiones e interdependencias que rápida y densamente se desarrollan y que caracterizan la vida social moderna. McGrew (1990) sostiene que la globalización constituye una multiplicidad de ligamientos y conexiones que trascienden a los Estados-nación, y por implicación a las sociedades, lo cual forma el sistema mundo moderno. Define el proceso a través del cual los eventos, decisiones y actividades en una parte del mundo pueden tener una consecuencia significativa para los individuos y las comunidades en partes bastante distantes del mundo. Una de las características de la globalización es que más que desarrollarse un nuevo proceso, se han intensificado e interconectado viejos procesos. Lo que hay es una profundización de los procesos, más que un cambio cualitativo en la estructura global de la economía.
 
Así, la globalización es el triunfo de la teoría de la modernización que homogeneiza y estandariza valores en los principios del capitalismo y la democracia, estimula el crecimiento económico y promueve los valores de la democracia, aunque incrementa las condiciones de inestabilidad e incertidumbre. Sin embargo, lo que queda claro es que el crecimiento económico no es causa de la democracia. La acción gubernamental tiene bajo su protección la producción de este crecimiento económico y es una de sus principales preocupaciones. Esta aseveración es bastante discutible, si en realidad es la globalización un proceso inevitable y que además escapa al control de los agentes económicos, y actores sociales y políticos. Las redes de actores individuales y colectivos “representan un nexo sobresaliente en la relación entre las personas y los sistemas funcionales” (Lechner, 2000).
 
No obstante, El estado considerado como un importante actor social sigue jugando un papel importante en la promoción del crecimiento económico y el desarrollo equitativo y equilibrado entre las diferentes regiones y localidades. .Aziz Chaudry (1993) sugiere que las viejas cuestiones para reconciliar los objetivos de crecimiento y equidad fueron reemplazadas por las certezas de los economistas monetaristas.
 
El final de la modernidad organizada
La modernidad erige al estado-nación como una forma de gobernabilidad para garantizar un espacio a la nación que necesita ejercitar su vocación histórica. “En cualquier sistema económico, los poderes públicos deben responsabilizarse de la existencia de un orden económico, en el que el ejercicio de los derechos y libertades económicas de los individuos y de los grupos sociales no perjudiquen a las terceras personas, ni atenten contra el interés general” (Asenjo, 1984). Los sistemas económicos están en constante transformación, al igual que los sistemas políticos basados en los Estado-nación se están disolviendo aceleradamente, y en muchos de los casos, están generando al interior de la sociedad, conflictos, caos y contradicciones con serias rupturas intra nacionales e internacionales.
 
El capitalismo globalizador o neocapitalismo genera tensiones que se reflejan en las crisis económicas, políticas, sociales, culturales, educativas, en el medio ambiente, etc. Los agentes económicos y los actores políticos se encuentran en una carrera absurda de competencia por alcanzar una modernidad que termina en una crisis económica, social, ecológica y moral. Al respecto, Wallerstein (1997) sentencia: “Mi propia lectura de los pasados 500 años me lleva a dudar que nuestro propio sistema mundo moderno sea una instancia de progreso moral sustancial, y a creer que es más probablemente una instancia de regresión moral.” Este sistema mundo no ha sobrevivido de la crisis moral que marca el final del milenio. El sistema mundo capitalista funciona y evoluciona en función de los factores económicos. Esta tendencia y otras son las causantes de lo que Wagner (1997) denomina el final de la modernidad organizada.
 
La modernidad implica el desarrollo democrático y por lo tanto, es “la adopción del principio de que los seres humanos individual y colectivamente (esto es, como sociedades) son responsables de su historia” (Amín, 2001). El final de la historia y continuidad del sistema económico ha sido declarado por los agoreros del desarrollo capitalista, el que pesar de las crisis sobrevive como la última utopía erigida en el modelo único y por tanto hegemónico
 
La transnacionalización del Estado presupone la transnacionalización del capital y de la sociedad civil no sin provocar conflictos en el centramiento del Estado nación o en la dualidad nacional- global. Existen muchas lógicas en la moderna sociedad que compiten y son inconsistentes, pero la presencia y extensión de los conflictos permanece para ser evaluados empíricamente. Son las empresas transnacionales y multinacionales las que configuran el actual poder que tienen los Estados imperialistas, las cuales derivan a sus comparsas, las instituciones financieras internacionales a efecto de controlar los flujos de la economía internacional y mundial, dotadas con suficiente poder para evaluar sancionar el comportamiento económico de los Estados nacionales mediante premios a ganadores y castigos a perdedores, los que finalmente afectan los niveles de vida de los ciudadanos.
 
La globalización económica que impone áreas de integración regional e instituciones supranacionales tiene un impacto evidente en la formación de nuevas naciones y en las funciones del Estado a partir del avance de los procesos de descolonización y separación, de una evidente erosión de los sistemas de seguridad nacionales que inciden en sentimientos de identidad nacional, regional o local. La propuesta de la dependencia institucional sostiene que estas son preferidas por ser aquellas que están más cercanas a la mayoría original o al diseño de negociación más posible. Los gobiernos locales tienen un papel importante como agentes del desarrollo económico
 
Los procesos de globalización aunados al crecimiento incontrolable de megalópolis en algunos países menos desarrollados crean nuevas formas de organización y desorganización que someten a la población a una brutal competencia de tal forma que establecen similitudes y diferencias en donde se mezclan rasgos de la modernidad y la posmodernidad marcadas con la realidad de las sociedades desarrolladas. El vínculo social es un recurso del capital social para el desarrollo económico, el cual se presenta en forma neutral para ser aprovechado mediante diferentes estrategias. De acuerdo a Bourdieu (1992) capital social es la totalidad de los recursos actuales y potenciales asociados con la posesión de una red perdurable de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento común. Así, en esta perspectiva, el capital social pertenece al individuo y de alguna manera explica como personas con igual capital cultural y económico obtienen diferentes logros. El capital social es un recurso acumulable que crece si se hace uso o se devalúa si no es renovado. Esta modernidad exacerba los derechos individuales por sobre los derechos sociales.
 
Las manifestaciones multiculturales en estas sociedades hasta cierto punto configuran estos rasgos que por un lado desintegran la identidad individual y las referencias comunitarias, destruyen las estructuras familiares y sociales, así como las manifestaciones religiosas, culturales e intelectuales. Estas reacciones consideradas como irracionales frente a los excesos racionalistas de la organización, se encuentran estrechamente vinculada con el ambiente económico, social y político.
 
De hecho, los defensores de la modernidad occidental pregonan el progreso científico y tecnológico de la humanidad mediante el establecimiento de los principios de libertad, igualdad y justicia para todos. La libertad e igualdad de acceso a las oportunidades de desarrollo inducida por la globalización se reduce y supedita a los intereses de los vínculos comerciales y los movimientos de capitales que dan por resultado la mundialización de la pobreza que se sostiene en una desigualdad acumulativa y no autocorrectiva que dificulta mantener un equilibrio.
 
No hay que perder de vista que mientras el capitalismo se recupera, la inmensa mayoría de los trabajadores ven disminuidos sus ingresos salariales y prestaciones sociales además de incrementos inusitados de desempleo. La modernización institucional y política y el crecimiento económico centrado en el desarrollo tecnológico no necesariamente crean empleos. El futuro de los trabajadores es muy incierto. Los países que cuentan con más mano de obra, deben especializarse en la producción y exportación de productos y servicios que empleen mano de obra. La movilidad de la mano de obra no se ha liberalizado, a pesar de los posibles beneficios disciplinarios que traerían al dominio del libre mercado. Esta estrategia de la globalización está dando por resultado una profundización de los niveles de pobreza mundial. .
 
La globalización se perpetúa en los contenidos de la información y la comunicación excluyendo a más individuos que quedan fuera de los beneficios de la nueva cultura e identidad global. Las ventajas comparativas de las naciones se expresan como las habilidades para adquirir, organizar, almacenar y diseminar la información mediante procesos de tecnología de información y la comunicación. La creciente diferenciación entre los que tienen y no tienen es el reflejo en parte de quienes tienen y no tienen acceso a las tecnologías de la información y la comunicación. Por lo tanto, el intercambio de la información es un componente para el desarrollo sustentable que mejora la calidad de vida y les da mayor control a las personas.
 
Como conclusión, los procesos de la globalización benefician a los países con economías abiertas. Debe quedar abierta la posibilidad en el debate de que la obtención más rápida del incremento de la riqueza no es necesariamente el fin que la economía global debe perseguir.
 
Modernidad y posmodernidad como formas de sustentabilidad social
Los modernistas asumen que la función primaria de la organización económica es la producción. Los postmodernistas asumen que la producción de cosas físicas es sobrepasada por la producción de bienes de información y servicios. Muchos de los habitantes de las regiones menos desarrolladas viven bajo condiciones que pueden ser descritas como modernidad desigual más que postmodernidad.
 
La orientación empresarial del Estado que busca la rentabilidad y la calidad total en todos los servicios que ofrece a un mercado de consumidores más que a ciudadanos, asume el bienestar como una función del poder adquisitivo de quien cuenta con los recursos para comprarla. En vez de sostener el crecimiento económico y una mayor igualdad social, la modernización de las sociedades del tercer mundo produjo varias consecuencias negativas no esperadas tales como el prematuro incremento de los estándares de consumo con muy poca relación a los niveles locales de productividad; la bifurcación estandarizada entre las elites capaces de participar en el consumo moderno y masas concientes de ello pero excluidas, presiones migratorias en tanto que los individuos y sus familias buscan ganar acceso a la modernidad moviéndose directamente a los países de donde proviene la modernidad (Portes, 1997).
 
Los procesos de globalización neoliberal incrementa las desigualdades sociales que debilitan al sistema democrático, agudiza sus contradicciones y lo hace incompatible con el capitalismo La mano visible del capital transnacional asumen funciones liberadoras de recursos en condiciones altamente especulativas en un mercado globalizado competitivo respondiendo a los intereses financieros de quienes lo controlan sin que necesariamente asuman supuestos para ampliar las capacidades económicas, sociales, políticas y culturales de los pueblos con menor desarrollo humano.
 
Los procesos de globalización sin el desarrollo informacional son excluyentes, selectivos y solo benefician a una minoría. Los adelantos tecnológicos permiten un mayor acceso a los procesos de modernización política que implican la participación de la sociedad civil para la construcción propia de la estructura e infraestructura del propio desarrollo, más centrado en redes de cooperación y con procesos interactivos en un mismo nivel horizontal. No obstante, la revolución tecnológica parece propiciar un mayor desorden económico, político y social.
 
Desde la perspectiva de la modernidad, la corrupción es un fenómeno que se manifiesta en sociedades con regímenes políticos no evolucionados.La corrupción se define como el mal uso que se hace de la oficina pública para la ganancia personal. El principal objetivo de la corrupción es incrementar la ganancia privada. La corrupción está estrechamente relacionada con la perdida de confianza de formas de cooperación y distribución de costos y beneficios que se sustituyen por formas de competencia y de imposición de influencias. Desde la perspectiva de la moralidad, se establece la relación entre coacción y corrupción por ser moralmente reprochables. La corrupción de una sociedad está referida al sistema normativo que delimita los deberes institucionales y establecen los papeles que desempeñan los decisores. La legitimación de un sistema normativo se realiza por otro superior, cuyo máximo nivel es la moral crítica o ética. Los deberes institucionales o posicionales se adquieren a través de actos voluntarios por quienes asumen los papeles (Garzón Valdés, (1995). La democracia representativa institucionalizada en el estado social del Derecho cumple con los requerimientos de la ética que convierte en inexcusable la lealtad de los decisores.
 
La modernización puede lograr la sustentabilidad social si se acerca a los fundamentos culturales de la sociedad. Los procesos de modernización implican el cálculo y control de los procesos sociales y naturales que corresponden al desarrollo de la racionalidad instrumental, la cual se contrapone al concepto de racionalidad normativa que se corresponde con la modernidad orientada a la autonomía moral y a la autodeterminación política. Esta perspectiva sociológica predijo correctamente la difusión de las orientaciones occidentales modernas y las formas institucionales para las tierras menos desarrolladas. La escuela sociológica completa vino a enfocarse más tarde en esta difusión global de las formas institucionales del centro avanzado a la periferia del sistema internacional.
 
Sin embargo, actualmente las funciones del Estado en la economía internacional son esenciales. Un liberalismo absoluto en el que el Estado solamente se ocupe del ejército y la policía no es hoy ya sostenible. A pesar de las tendencias neoliberales que limitan las funciones y actividades del Estado, su participación sigue siendo fuerte para regular los procesos económicos. En las sociedades fuertes administra la mitad del producto social, racionalizando sus actividades como la manera más efectiva apara elevar la productividad social.
 
Nuevos movimientos sociales y acción colectiva
Los movimientos sociales internacionales recientes capaces de combatir los poderes económico-financieros, son los primeros signos del descubrimiento colectivo de la necesidad vital del internacionalismo o, mejor aún, de la internacionalización de los modos de pensamiento y de las formas de acción. La evolución de la organización política de la sociedad en comunidades organizadas para lograr sus fines mediante la práctica de una democracia participativa que apoya al Estado para administrar el interés público, es contrario a los fines de la modernidad capitalista.
 
La globalización está afectando el “efecto de calor de hogar político-cultural” protegido por el Estado nacional moderno, por lo que “toda comunidad política real tendrá que dar una respuesta al doble imperativo de la determinación por el espacio y la determinación por el sí mismo” como punto de convergencia para una identidad regional. La identidad se expresa en una comunidad de intereses a través de medios espaciales territoriales nacionales e internacionales. La política exige por lo menos un uso comunitario sometido a reglas que se regulan por leyes, desde el impuesto obligatorio a las reglas de tráfico, pasando por la reglamentación de la construcción, el comercio etc De acuerdo a Putnam (1993: 183), “la comunidad cívica tiene profundas raíces históricas. Ello es una observación deprimente para quienes ven la reforma institucional como una estrategia de cambio político”.
 
De hecho, los procesos de globalización y modernización no eliminan la capacidad de acción colectiva para oponerse al poder, reivindicar derechos humanos, políticos, cívicos, sociales, etc., por lo que las condiciones de inestabilidad e incertidumbre se incrementan. En los países en vías de desarrollo, la acción colectiva plantea toda una problemática para lograr avances institucionales y organizacionales. Las estrategias de competitividad sistémica que requieren los procesos de la globalización entre las personas involucradas, están determinadas por los beneficios que reciben de la acción colectiva los participantes, quienes en ocasiones en un comportamiento del clásico “gorrón” causan más problemas cuando se aprovechan para sacar ventajas de su poca o nula contribución al esfuerzo sin los pagos correspondientes de la cooperación. Sin embargo, en problemas de acción colectiva con elementos distribucionales es difícil ponerse de acuerdo en los objetivos y no queda en claro que resultado colectivo es el deseable. Las soluciones políticas implican mecanismos para encontrar acuerdos y para exigir su cumplimiento.
 
El dilema de la acción colectiva característicamente emerge en un nivel transaccional cuando los agentes son independientes, están conscientes de su interdependencia y no existen agencias que puedan coordinar las acciones de los agentes involucrados. Al aumentar el tamaño de la agencia en las estructuras burocráticas, con controles jerárquicos, la autoridad se distorsiona. Las formas burocráticas familiares incluyen el control jerárquico y las relaciones de autoridad, fronteras relativamente fijas y autoridad de arriba hacia abajo.
 
La participación ciudadana en el juego político es la base de todo sistema democrático. Los mecanismos de participación ciudadana dan fundamento al ejercicio democrático de las estructuras institucionales de gobernabilidad que facilitan las interacciones entre la sociedad y los ciudadanos. Los mecanismos de participación política en las comunidades políticas democráticas adquieren nuevas dimensiones cuando se busca la representatividad de los ciudadanos. Sin embargo, la utilización de estos mecanismos puede prestarse a la manipulación de la sociedad. En general, los ciudadanos participan poco o son indiferentes en los asuntos políticos, no se identifican con el juego de la política ni con políticos o partidos políticos a los que desdeñan y en ocasiones desprecian. La estructuración flexible del Estado-red en el concepto de Castells (1998) se combinan los principios de subsidiariedad, flexibilidad, coordinación, participación ciudadana, transparencia administrativa, modernización tecnológica, transformación de los agentes y retroalimentación en la gestión.
 
La encrucijada de los tiempos premodernos, modernos y postmodernos en Latinoamérica
La complejidad de la realidad social de Latino América contemporánea es quizás pensada como una complejidad híbrida de ideologías, prácticas y condiciones de la premodernidad, modernidad y postmodernidad. Se ha generalizado un creciente cuestionamiento a los valores de la modernidad, sus supuestos de progreso lineal y la tendencia a identificarse con valores eurocéntricos (Tucker 1992).
 
Desde este punto de vista alternativo, la modernización fue el venero ideológico del capitalismo occidental cuyas incursiones en el resto del mundo lo mantuvo en un permanente retrazo. Como un mecanismo económico, el capitalismo puede ser adoptado como un instrumento democratizador que posibilita legitimar un gobierno. Los límites de la legalidad no son los mimos de lo legítimo. El subdesarrollo de Latinoamérica no fue el pecado de una omisión de países en el margen de la industrialización moderna, sino activamente un proceso viejo en el cual los términos comerciales fueron arreglado en detrimento de los Estados débiles productores de bienes primarios (Portes, 1997). Como un mecanismo económico, el capitalismo puede ser adoptado como un instrumento democratizador que posibilita legitimar un gobierno. Los límites de la legalidad no son los mismos que los de lo legítimo.
 
De hecho, los problemas contemporáneos de la globalización, la expansión del capitalismo tardío o postmoderno han agravado los más crónicos problemas como en el caso de la región latinoamericana. En las últimas dos décadas, casi cada aspecto mayor de la vida económica, política y social en Latinoamérica estuvo influida por la integración acelerada de la región en el sistema capitalista global. La economía global fragmenta las estructuras económicas, políticas y sociales centradas en el Estado-nación porque limitan y entorpecen sus procesos de generación y acumulación de capital para orientarlas al espacio supranacional.
 
El capitalismo corporativo, también denominado neocapitalismo o capitalismo tardío, se basa en un régimen de propiedad privada difusa propio de las grandes corporaciones que conjuntan recursos de muchos accionistas. El corporativismo financiero pertenece a este neocapitalismo. De hecho, los problemas contemporáneos de la globalización, la expansión del capitalismo tardío o postmoderno han agravado los más crónicos problemas como en el caso de la región latinoamericana. Ahora la existencia de las estructuras de los Estados nacionales son rehenes de los agentes del capitalismo global, porque sirve a sus intereses transnacionales.
 
En la lógica de los procesos de globalización, los Estados latinoamericanos compiten por recibir los beneficios de la apertura comercial, la atracción de inversiones extranjeras y la transferencia de la propiedad mediante privatizaciones de las empresas públicas a las elites capitalistas locales que se convierten en intermediarios de las grandes corporaciones transnacionales. La ideología neoliberal se ha usado para justificar la estrategia de las políticas de reestructuración y ajuste económico seguidas en la mayor parte de los países latinoamericanos desde los ochenta. Las consecuencias de estas políticas tienen relación con los efectos de la recesión de las economías de los ochentas y noventas. Las crueles medidas de austeridad han sido adoptadas por la mayor parte de los gobiernos de la región a fin de reducir sus gastos en educación, salud y otros servicios sociales de tal forma que pueden servir a la combinación de deudas de los sectores privados y públicos de los diferentes países.
 
La crisis de los Estados Latinoamericanos se agudiza en la década de los noventa con la ruptura de las alianzas con los sectores populares para incorporarse a los procesos económicos y socioculturales articulados con la globalización, a costa de la desarticulación de las economías locales, dando como resultado la profundización de las características de una sociedad dualista: sectores socioeconómicos incrustados en la modernidad y los procesos de globalización, y sectores desarticulados con bajos niveles de competitividad y sin posibilidades de mejorar su desarrollo, condenados a una dependencia tecnológica, financiera, etc. A pesar de todo, como resultado de la implementación de programas de liberalización económica, la sociedad se polariza reflejando las contradicciones del capitalismo industrial, a tal punto que se convierte en una sociedad dual en la que unos tienen acceso a los beneficios de la era de la información, mientras otros son totalmente excluidos.
 
No menos importante entre estas predicciones fue la expectativa que los factores demográficos responderían a la modernización y que en articular, las tasas de fertilidad declinarían. Los resultados recientes han invalidado estas expectativas. Las teorías de la modernización no predijeron bien otras consecuencias de estos procesos de difusión. La reacción a los errores predictivos al acercamiento de la modernización no surgió primero de la sociología Norteamericana sino de su contraparte Latinoamericana fuertemente influenciada por la economía política marxista. El marxismo es un acercamiento dialéctico al desarrollo de la humanidad y un enfoque desde el materialismo histórico para señalar la lucha de clases que evoluciona del desarrollo capitalista a una sociedad socialista integrada por un sistema de producción, distribución y consumo formado por individuos iguales en un Estado democrático. Con estas raíces teóricas firmemente plantadas en la economía política marxista, los trabajos sobre la dependencia dejaron de lado todas las consideraciones de valores e ideas y culpó de la pobreza del Tercer Mundo a las corporaciones multinacionales y sus gobiernos protectores.
 
Los procesos de integración están acentuando las diferencias entre los espacios rurales y los urbanos y por lo mismo se reconfiguran las grandes urbes en megasuburbios que coexisten con “ciudades perdidas” o cinturones humanos de miseria en "asentamientos que escapan a las normas modernas de construcción urbana" (Galeano, 1971), en donde más de una cuarta parte de la población marginal latinoamericana habita. Los cambios en la geografía social rural entra en procesos de extinción en el siglo pasado que se manifiesta en el éxodo de una mayor parte de campesinos que abandonan el campo y su cosmovisión de la vida rural, quedando menos de un tres por ciento en las sociedades más avanzadas, para integrarse a las redes de la vida urbana posmoderna y postindustrial.
 
La distancia que separa a los agricultores entre el lugar de cultivo y el mercado es la que determina su marginalidad, y por lo tanto, el granero de la producción agropecuaria global se encuentra cerca de los grandes centros comerciales e industriales. Queda claro actualmente que el comercio internacional es más cuestión de poder político que de desarrollo, en donde los grandes intereses definen negociaciones y acuerdos. Las redes de poder atrapan a los ciudadanos y los somete a la lógica de una esfera de influencias y competencias con altos costos para quienes optan por alternativas diferentes que implican la negación de las telarañas de poder. Maximizar los beneficios y minimizar el impacto de los eventos negativos se ha convertido en un asunto colectivo. Los beneficios son mayores entre los países de altos ingresos, como los de la OCDE que entre los países pobres.
 
El territorio representa un conjunto de relaciones sociales, lugar donde la cultura y otros rasgos locales no transferibles se han sedimentado, donde los hombres y las empresas actúan y establecen relaciones, donde las instituciones públicas y privadas mediante su accionar intervienen para regular la sociedad (Camagni, 1991). Sin embargo, en la actualidad las relaciones sociales se están dislocando y descontextualizando de los procesos de interacción social. Boisier (2002) plantea la existencia de un conjunto de factores intangibles presentes y latentes en todo el territorio, que agrupadas en categorías homogéneas constituyen un capital intangible. De acuerdo con lo anterior, Dalton (2002) argumenta que “en América Latina ha existido siempre una excesiva instrumentalización política de los marcos jurídicos de forma tal que no existe siempre una clara diferenciación y en la realidad lo que se presentaba era un subordinación a las luchas y estrategias políticas.
 
Una economía moderna en América Latina sólo es viable si se forma lo que Dietererich (2002) denomina el Bloque Regional de Poder, cuya diferencia cualitativa a los demás bloques de poder es que debe “integrar desde su inicio elementos claves de la Democracia Participativa o sea, del Socialismo del Siglo XXI”, con una “política mercantilista y con sustento en cuatro polos de crecimiento:1) las pequeñas y medianas empresas (PYMES); 2) las corporaciones transnacionales nacionales (CTN); 3) las cooperativas y, 4) las empresas e instituciones estratégicas del Estado. Esta verdad debería constituir, por lo tanto, el punto de partida de toda teoría y planificación económica en América Latina”.
 
Referencias
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Categoría: 
Artículo
Época de interés: 
General
Área de interés: 
Historia Económica

sobre Oscar Flores Torres, "Monterrey Industrial 1890-2000"

Autor: 
Eduardo Flores Clair
Institución: 
DEH - INAH
Síntesis: 
Oscar Flores Torres, Monterrey Industrial 1890-2000, Ciudad Victoria, Tamaulipas, Universidad de Monterrey-CONACYT, 2000, 253 pp.
 
Reseñado por
Eduardo Flores Clair,
DEH-INAH
 
LA SULTANA DEL PARQUE
Este libro comprende más de un siglo de historia industrial donde se muestran las múltiples relaciones entre los empresarios (grupos familiares) y los gobiernos en turno. El humo lanzado por las largas chimeneas de la Fundidora de Monterrey se convirtió en el símbolo de la ciudad y trazó el camino de un constante crecimiento. Hoy en día, la región concentra a los grupos industriales más importantes de México. En los últimos años, los "regiomontanos", en diversos ámbitos, han aumentado su presencia en forma considerable, pues no sólo son líderes de la industria de la transformación, sino que también tienen una participación significativa en las comunicaciones, así como en la educación superior de paga y hasta han alcanzado un éxito rotundo incursionando en el rap y hit hop en español.
En cuatro grandes apartados, Oscar Flores nos presenta un panorama general de los indicadores económicos que han tenido mayor repercusión en las estructuras de la ciudad industrial. El enfoque se distingue por contextualizar el proceso manufacturero en la larga duración, marcando sus ciclos, ritmos y prosperidad económica. Los lectores encontrarán una historia de fábricas y patrones que tiene como escenario una ciudad localizada estratégicamente y que, a pesar de estar asentada en tierras áridas y rodeadas de montañas, la expansión del sector industrial le ha permitido concentrar y acaparar los recursos humanos y naturales. En forma clara, amena y documentada, se explican las estrategias utilizadas por varias generaciones de empresarios para mantener un negocio redituable.
Para Oscar Flores, el desarrollo de las empresas y de los grupos industriales de Monterrey se llevó a cabo en tres grandes periodos: "una etapa de fundación que va de 1890 a 1910, la segunda que se ubica entre los años de revolución y reconstrucción nacional (1911 a 1940), y finalmente una última etapa de expansión que va de 1940 a la actualidad". Cabe decir que el autor tiene un mayor interés en los acontecimientos de las últimas décadas. Por esta razón divide el tercer periodo en tres apartados, que comprenden el de la "estabilidad" que va de 1940 a 1970, el "expansivo" que va de 1970 a 1981 y finalmente el de las "crisis recurrentes" y "reestructuración organizativa y tecnológica". Partiendo del novedoso enfoque sobre la economía política de la urbanización, el autor analiza las condiciones generales de la producción, a través de los medios de circulación, medios de producción socializados, medios de consumo colectivo y legislación. Estas categorías le permiten rastrear el terreno que circunda la política y la sociedad en el ámbito del desarrollo industrial, así como las mutuas transferencias de valor de un sector a otro. Es evidente que en la atmósfera de acumulación, solidez y expansión del capital industrial, la política estatal jugó un papel preponderante, porque a través de una amplia gama de apoyos, prebendas, marco jurídico y movimientos políticos coyunturales ayudó al fortalecimiento de los grupos empresariales de Monterrey. Éstos, en una primera etapa, se organizaron siguiendo las reglas de la vieja usanza colonial, a través de familias, pero las nuevas condiciones de rentabilidad y competencia, los obligaron a emprender alianzas estratégicas, con el fin de soportar las embestidas de las fluctuaciones económicas y responder a los nuevos retos de la globalización.
En el "despegue de Monterrey" encontramos tres elementos claves que se convertirán en los motores de la industrialización. Por una parte, las relaciones comerciales con los Estados Unidos, las cuales han estimulado en forma considerable el intercambio de mercancías y han propiciado el crecimiento de los mercados a ambos lados de la frontera. A lo largo de los años, dicho comercio se ha llevado en forma lícita e ilícita siguiendo las coyunturas políticas y fluctuaciones económicas. En segundo término, las relaciones con los gobiernos en turno, quienes desde su inicio propiciaron una política de fomento a través de las exenciones de impuestos, formación de fondos refaccionarios y una amplia gama de subvenciones de diversa índole. Por último, la organización empresarial se mantuvo inmune en un organismo local (entre 1883 y 1940) e impuso una disciplina férrea entre sus agremiados y, como afirma Oscar Flores, aglutinó "a todos los patrones sin importar el sector de producción del que procedieran, ni su participación en otras organizaciones o cámaras, les facilitó proyectar nacionalmente a través de la COPARMEX, una conciencia de clase empresarial diferente a todos los demás grupos sociales existentes en el país".
Uno de los apartados más sugerentes del libro es el relativo al estudio de ocho grandes grupos económicos. De manera apresurada, el autor relata pequeñas historias de empresas que a lo largo del tiempo se mezclan, comparten protagonistas, mantienen características semejantes y conservan sus diferencias particulares. Para dar una idea somera, el conjunto de estos grupos controla a varios cientos de industrias que elaboran miles de productos muy diversos, desde partes de autos, botellas y colchones, pasando por embutidos. Los grupos analizados son: CEMEX, VITRO, AXA, CYDSA, PROTEXA, IMSA, ALFA Y FEMSA. Entre todos acaparan la mayor parte de la industria de Nuevo León, pero todavía quedaron algunos excluidos. Cada uno de estos grupos tiene su origen en una "empresa madre", la cual estaba dedicada a un solo producto, como el cemento, la cerveza, el vidrio, las telas, etc. Pero atendiendo a sus tácticas de crecimiento, se fueron diversificando en un sinnúmero de negocios. Como por ejemplo, el grupo PROTEXA era un modesto negocio de impermeabilizantes y hoy en día su esfuerzo se concentra en la construcción de gasoductos, plantas de refinamiento de hidrocarburos, plataformas marinas, exploraciones de mantos petrolíferos entre otras. En general, la mayoría de estos grupos se caracteriza por sus fuertes vínculos con el mercado externo a través de sus productos, inversiones y alianzas de capital en distintas partes del mundo.
Entre sus principales socios se encuentran las familias Zambrano, Garza, Sada, González, Lobo, Clarión, Sepúlveda, Zamora y unos cuantos más. Sorprende que los resultados de estos corporativos empresariales, a pesar de los graves problemas económicos que ha sufrido nuestro país en fechas recientes, hayan sido tan positivos. Por la información que se nos proporcionan 35 cuadros estadísticos, sabemos que después de cada periodo de crisis, las compañías salen más fortalecidas, logran una mayor concentración de capital, reorganizan sus sistemas administrativos, consiguen mayores recursos financieros y emprenden nuevos proyectos de expansión.
A pesar de las evidencias que el autor proporciona, nos parece que existen muchas preguntas que no se resuelven acerca del enriquecimiento de estos empresarios. Sólo para dar un ejemplo recordamos que el 10 de mayo de 1986, las chimeneas de la Fundidora dejaron de arrojar humo, se decretó la quiebra por el enorme déficit que padecía. En realidad, la crisis económica se venía arrastrando desde muchos años atrás; esta prolongada agonía acumuló una deuda inimaginable que ascendió a 190 mil millones de viejos pesos. En ese día, los trabajadores sindicalizados y de confianza, más de siete mil, fueron despedidos. Desde el principio de la década de los setenta, el gobierno se hizo socio solidario a través de la compra de acciones; más adelante refaccionó con fuertes sumas a la empresa y cuando el capital privado se retiró, no le quedó más remedio y se hizo cargo de la administración.
De esta forma se cerró un capítulo en la historia industrial del país. Sin embargo, para la ciudad industrial se abrió una nueva era. Los empresarios pusieron en marcha un colosal proyecto para sacarle provecho al gigantesco espacio que ocupaba la vieja Fundidora en el corazón de la ciudad y propiedad de la federación. El proyecto Parque Fundidora abarca veintisiete atracciones, hay de todo y para todas las edades, espectáculos de elite y populares. La inversión es considerable y las expectativas de ganancia son aún mayores. Entre otros negocios existen un Hotel "Holiday Inn", parque de Béisbol, Plaza Sésamo, Arena, Sala de Exposiciones, Auditorio Fundidora /Coca-Cola, Autódromo y centros culturales como Archivo Histórico, Centro de las Artes, Pinacoteca y Auditorio Carlos Prieto. En muchos de estos negocios, participan los herederos de las familias de los viejos fundadores.
 
Reseñado por
Eduardo Flores Clair,
zarate@sni.conacyt.mx
DEH-INAH
 

Categoría: 
Reseña
Época de interés: 
General
Área de interés: 
Historia Económica

Habla Melesio. Reseña de varias obras

Autor: 
Verónica Zárate Toscano
Institución: 
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Síntesis: 
Melesio Morales (1838-1908). Labor periodística, Selección, introducción,
notas y hemerografía de Áurea Maya, México, Centro Nacional de
Investigación, Documentación e Información Musical CENIDIM, 1994, 220 pp.
 
Melesio Morales, Mi libro verde de apuntes e impresiones, Introducción de
Karl Bellinghausen, México, CONACULTA, 1999, (Memorias Mexicanas), XLIX-232 pp.
 
Karl Bellinghausen, Melesio Morales, Catalogo de música, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez, CENIDIM, 1999, 100 pp.
 
Reseñados para H-MEXICO por
Verónica Zárate Toscano
Instituto Mora
 
La importancia de la ópera para la sociedad de la capital mexicana del siglo XIX es un fenómeno que llama poderosamente la atención. Si revisamos las crónicas periodísticas de la época, podemos constatar que la interpretación de este tipo de obras musicales, era esperada con ansia y un público relativamente amplio la disfrutaba. Además, de la lectura de las crónicas escritos se desprende que los melómanos decimonónicos estaban más actualizados de lo que pudiéramos imaginar. Las exitosas óperas, sobre todo de la escuela italiana, llegaban a nuestras tierras en un abrir y cerrar de ojos. Escasos años separaban el estreno en las salas europeas del mexicano. Y por supuesto que siempre había algunas obras que eran las favoritas del público y que constantemente se representaban para satisfacer sus exigencias.
En este contexto musical del siglo XIX, se inserta Melesio Morales, el primer compositor mexicano en estrenar una opera en Europa. En efecto, ILDEGONDA se estrenó el 6 de enero de 1869 en el Real Teatro de Pagliano Florencia. Este hecho, le valió a Morales un amplio reconocimiento entre sus contemporáneos. Poco después de la puesta en escena de dicha opera en la ciudad de México, su amigo, el literato y periodista Lorenzo Elizaga publico en El Pájaro Verde del 7 de febrero de 1866 una poesía de la que extraemos lo siguiente:
Y CUANDO EN CLIMAS REMOTOS
NUEVOS LAURELES CONQUISTES,
RECUERDA QUE TUS DEVOTOS
POR DONDE QUIERA QUE EXISTES
TE ACOMPAÑAN CON SUS VOTOS;
QUE ES DE MEXICO TU GLORIA,
QUE TU GENIO AQUI NACIO,
QUE CONSERVA TU MEMORIA
Y SIGUE ATENTO TU HISTORIA
QUE PREZ Y ORGULLO TE DIO.
 
Pero el éxito obtenido no pareció asegurarle un lugar en la posteridad. En 1938, cuando su hijo, el también compositor Julio Morales, se percató de que el centenario del nacimiento de su padre había pasado desapercibido para las autoridades, en el jardín de su casa, quemó las obras que conservaba de Melesio y algunas que él mismo había compuesto. Sin embargo, no todo se perdió y desde 1956, María Morales donó al Conservatorio Nacional lo que quedaba del archivo de su padre y su abuelo. De unos años a esta parte, ha resurgido el interés por la obra y la persona de Melesio. En primer lugar cabe destacar que se han representado algunas de sus composiciones, entre las que destaca precisamente ILDEGONDA, la ópera que le dio fama mundial, la cual se montó, ejecutó y grabó en noviembre de 1994 para la inauguración del Centro Nacional de las Artes. Asimismo, se han dado a conocer tres libros que nos permiten conocer a Maestro Morales, de los cuales nos ocupamos en estas líneas.
El equipo responsable del rescate de Melesio Morales tiene una composición variada, encabezado por Karl Bellinghausen. Junto con Áurea Maya y Eugenio Delgado, ha rescatado los escritos y las partituras del músico. El propio Bellinghausen y los alumnos del Conservatorio, el director de orquesta Fernando Lozano, las sopranos Violeta Dávalos, Silvia Rizo y Constanza del Mar, así como los tenores Raúl Hernández, Rogelio Marín y Leonardo Villeda, entre otros, acompañados de los coros de la Escuela Nacional de Música y de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, junto con su orquesta, así como la Sinfónica Carlos Chávez, han interpretado tanto ILDEGONDA, como ANITA, la ópera póstuma del compositor. Rodrigo Treviño ha ejecutado su PRELUDIO Y FUGA al órgano, Silvia Navarrete ha grabado la paráfrasis que hizo de EL GUARANY, obra del brasileño Carlos Gomes. Y la lista parece aumentar día a día, con la inclusión de mi buen amigo Ignacio Hernández, quien se ha sumergido en cuanto repositorio ha sido necesario para ayudarme a localizar información sobre Melesio. Cada cual a su manera, esta contribuyendo al rescate de la memoria del músico.
Melesio Morales era un hombre versátil y prolijo, según podemos constatar en los tres libros a que nos referimos aquí. Su obra periodística llega al centenar de artículos publicados entre 1863 y 1905, sus composiciones alcanzan la cifra de 130 y sus memorias abarcan de 1866 a 1876. Además, escribió algunos libros como el A B C Teoría musical, que eran utilizados como métodos de enseñanza. Otra de sus labores fundamentales fue que educó en el arte musical a centenares de alumnos, tanto en sus clases particulares como en las que impartió en el Conservatorio. Toda esta producción, nos proporciona tres vías de conocerlo: sus artículos periodísticos, sus memorias, apuntes e impresiones, y sus composiciones recientemente catalogadas. ¿Y qué se desprende de la revisión de estos materiales? Que el Maestro tenia un altísimo concepto de sí mismo. Cuando se ocupaba de critica musical, lo hacia con una agudeza tal que provocaba fuertes reacciones tanto entre los afectados como entre los lectores, porque finalmente su docta opinión, según su criterio, era la que debía prevalecer. Las polémicas en las que se enfrascó fueron resultado de la animadversión manifiesta que le provocaban personajes, hechos y obras. En Labor periodística se incluye una vasta bibliografía y hemerografía sobre Melesio. Acudiendo a los textos ahí citados, se pueden conocer las opiniones y reacciones que generaba el compositor. Pero por otro lado, se revela la antipatía que le provocaba Ángela Peralta, de quien se expresaba en términos peyorativos en sus escritos privados, pero en público prefería mantener un prudente silencio, ya que el "Ruiseñor Mexicano" interpretaría personajes centrales en dos de sus óperas. Finalmente, el hecho mismo de escribir sus memorias sabiendo que algún día serian leídas y comentadas, es una muestra mas de la conciencia que tenia de su peculiaridad, del papel que podría atribuírsele en el desarrollo musical de México. Pero también sus escritos adquieren un tono quejumbroso que lo hacen aparecer como el eterno incomprendido que tuvo que luchar a brazo partido para lograr dar a conocer sus composiciones.
Otro elemento peculiar y relevante en la obra de Morales es el carácter nacionalista que adquieren algunas de sus composiciones, manifestado en sus títulos y contenidos. No es gratuito que la que se reconoce como su primera obra sea El Republicano. Si repasamos el catalogo de sus trabajos musicales, encontraremos por ejemplo la Sinfonía Dios Salve a la Patria, Dulce Patria, Marcha Juárez, La Messicana, Lejos de la Patria y otras más compuestas no sólo como producto de la nostalgia durante su estancia en Europa sino con una intención de contribuir a la construcción y consolidación de la idea de nación. Aunque se ha resaltado que el nacionalismo en la música es posterior y que ha encontrado sus mejores exponentes en Moncayo y Revueltas, ya desde Morales y sus contemporáneos encontramos los antecedentes de esta tendencia.
Las criticas que se han hecho a su obra musical se relacionan con el carácter europeizante e incluso italianista que reflejan. Pero precisamente esas corrientes eran las que estaban en boga en el mundo, e incluso en México durante las décadas intermedias del siglo XIX, eran el modelo a seguir, a imitar y superar. El problema de Melesio es que su gusto se ancló en esas tendencias, se rehusó a aceptar y asimilar nuevas escuelas musicales y a modernizarse, y precisamente su anquilosamiento provocó agrias críticas y provocó que se le hiciera un poco de lado, según sus propias quejas.
Hay un último aspecto que vale la pena resaltar y es la relación de Morales con las autoridades mexicanas. Tanto en los escritos publicados como en documentos custodiados en los archivos, sabemos que se afanó en buscar, y a veces consiguió, el apoyo de las instancias de gobierno para la representación de sus obras. Pero tal vez logró mas gracias a que se insertó en la elite mexicana, ya que algunos de sus más prominentes miembros fungieron como "mecenas" del músico, financiaron su viaje a Europa, lo acogieron en el seno de sus familias y pusieron la educación musical de sus hijos en sus manos, etcétera. Melesio no estaba sólo, tenia el respaldo de personajes importantes y no dudó en manifestarlo en diversas formas. Gracias a los escritos públicos y privados que se han publicado, y al catalogo, podemos constatar esas relaciones y el agradecimiento que no dudó en manifestarles, llegando a dedicarles algunas de sus composiciones. Ha sido en esas tres dimensiones, en las que lo hemos conocido. Por eso, podemos decir que "habla Melesio" y que parece que cada vez hay más personas que lo escuchan. Su sonido proviene del pasado, nos proporciona una forma mas de acercarnos al conocimiento y entendimiento de aquellos seres que nos antecedieron y que dejaron un ambiente musical para deleite de nuestros oídos.
 
Verónica Zárate Toscano
zarate@sni.conacyt.mx
Instituto Mora
 

Categoría: 
Reseña
Época de interés: 
General
Área de interés: 
Historia Cultural

sobre Zárate Toscano, Los nobles ante la muerte en México. Actitudes, ceremonias y memoria (1750-1850),

Autor: 
Oscar Iván Calvo Isaza
Institución: 
Posgrado en Historia y Etnohistoria ENAH
Síntesis: 

sobre Verónica Zárate Toscano, Los nobles ante la muerte en México. Actitudes, ceremonias y memoria (1750-1850), México, El Colegio de México, Instituto Mora, 2000.

 

Por Oscar Iván Calvo Isaza,

Posgrado en Historia y Etnohistoria ENAH

<enchinchados@aol.com>

 

LA MUERTE EN FUGA, LA MUERTE PRESENTE

 

Preliminar

 

Este breve ensayo recoge algunas anotaciones que he realizado a partir de la lectura del libro Los nobles ante la muerte en México. Aquí he preferido explorar de forma libre y no repetir el contenido de la investigación de Verónica Zárate, con la intención de enriquecer y sugerir alternativas para su lectura, sin adelantar una reseña en un sentido formal; así, muchas veces, presento análisis o desarrollos sobre la problemática que son de mi propia responsabilidad y que no aparecen explícitamente en su texto. Trato de señalar un problema relevante para la tanatología histórica en México (que aquí voy a denominar “nacionalización de la muerte”) como una opción interpretativa, en un contexto preciso, de los planteamientos del libro Los nobles ante la muerte. El objetivo de este escrito será indagar, proponiendo algunas hipótesis muy generales, cómo se produjo una mayor diferenciación de en las maneras de aprehender la muerte a partir del siglo XVIII, con referencia al “movimiento” en la sociedad y la cultura novohispana de la época.

 

La nacionalización de la muerte

El interés sobre la muerte en Europa se relaciona con los cambios geopolíticos que se precipitaron en la segunda posguerra, especialmente tras la descolonización de Asia y África, cuyas implicaciones fueron visibles en planteamientos sobre la otredad con un claro enfoque antropológico. Roto el nexo colonial de viejo cuño, el interés de los investigadores se desplazó de las sociedades no occidentales hacia los países industriales para descubrir, esta vez, lo otro, lo exótico y lo anacrónico que habían sido acallados por el progreso capitalista. Los muertos, reprimidos del pensamiento, esterilizados en los hospitales, arrojados a los extramuros o pulverizados en las cámaras crematorias, tuvieron entonces algo que decir sobre cómo se había gestado la modernidad. Y así, desde la década de los setenta, historiadores franceses como Chaunu, Vovelle y Ariés, propusieron metodologías y modelos interpretativos que sugerían, justamente, la necesidad de estudiar las transformaciones de las actitudes ante la muerte, comprendidas a la manera de estructuras de larga duración.

 

Hace veinte años, en 1981, Juan Pedro Viqueira afirmaba que " [...] nadie ha hecho una reconstrucción histórica de las actitudes ante la muerte en México, basándose en fuentes primarias [...]." y que esta carencia presuponía observar la originalidad del trato mexicano con la muerte a la manera de un hecho atemporal y común a todos grupos sociales. Ya aquí Viqueira señalaba, aunque sin comprenderlo plenamente, el problema teórico fundamental para la apropiación de la tanatología histórica en la mayor parte de América Latina y, por supuesto, en México: para nuestros países, en oposición a los de Europa occidental, la muerte no es sólo un asunto del pasado, de pura historia o sui generis; se trata, en cambio, de un evento que todavía articula las prácticas sociales de millones de personas y cuyo influjo trasciende, incluso, en formulaciones modernas de nacionalidad.

 

Con esto no quiero decir que la muerte sea un fenómeno común o invariable entre todos los latinoamericanos y, para saldar dudas, voy a adelantar una definición sintética. La muerte es un acontecimiento que sólo adquiere vida por medio de la actividad humana y cuyo significado únicamente es comprensible en sociedad. La suspensión completa e irreversible de las funciones orgánicas es inherente a la vida de la especie humana, es un hecho biológico, pero no en todas las épocas ni aún en todas las sociedades se ha entendido o entiende idénticamente el fin de la existencia. Nadie sabe cuando nace que la muerte le espera: el óbito, al igual que la vida de los hombres y las mujeres, toma forma por medio del aprendizaje y en esa medida también es un lugar privilegiado para observar en distintos niveles la cohesión y la diferenciación social o cultural.

 

Siguiendo esta definición puedo arriesgar una hipótesis, a saber, que en la mayor parte de Latinoamérica (con sus límites entre los Andes centrales y Mesoamérica) las actitudes ante la muerte están ampliamente diversificadas histórica, social y culturalmente, o en otras palabras, constituyen un palimpsesto con capas que se sobreponen tanto en el tiempo como en el espacio. Para nosotros la muerte no es un asunto pretérito, pues en nuestros países aún conviven el trabajo ritual con los muertos y al tratamiento aséptico de los cadáveres, atravesados por múltiples estrategias de hibridación cultural, sin que ninguno pueda ser considerado periférico, anacrónico o exótico. A grandes rasgos esto podría ser lo común, pero todavía queda corroborarlo a la luz de los matices que pueda ofrecer cada país o región desde una perspectiva comparada, tarea que sin duda sería uno de los desarrollos deseables y necesarios para enriquecer nuestros conocimientos acerca de la muerte, sin perder de vista su conceptualización problemática como un aspecto particular de los estudios sobre la sociedad y la cultura.

 

Por lo pronto es posible destacar la singularidad de México, que es el país relacionado directamente con el objeto del presente ensayo. Ésta no se debe, como se cree usualmente, a una mayor cercanía de los mexicanos con su destino trágico, debido a la presencia antigua y la persistencia histórica de las sociedades mesoamericanas. Aunque de hecho tal familiaridad ancestral con los muertos es indiscutible, en otras regiones del continente (v.g. Bolivia) se podría corroborar, con todos los matices, una situación similar. El problema definitivo en el México contemporáneo es más bien la nacionalización de la muerte, como una tradición inventada en los términos propuestos por Eric Hobsbawm porque, precisamente, "nada parece más antiguo, y ligado a un pasado inmemorial" en este país que el culto a los muertos. Me refiero a un proceso por el cual la historia nacional reestructuró las imágenes del pasado, alquimia que le permitió convertir al trabajo con los muertos en una fiesta patria: "La adaptación tomó el lugar de los usos viejos en condiciones nuevas y por el uso de modelos antiguos para propósitos nuevos."

 

¿Cómo y cuándo se desplegó esta tradición inventada? ¿Será hija del nacionalismo revolucionario y su "México Mestizo"? Si este es el caso, la inversión de significados que genera esta nacionalización, concepto moderno, en una época en la cual la muerte aparece desvalorizada, muestra muy bien la síntesis histórica y cultural mexicana, original y universal a la vez; mientras en otros países se enmarcan las prácticas funerarias de grupos sociales dominados o excluidos como frutos folclóricos, exóticos o de la superstición, en México los muertos hacen parte de los bienes inalienables de la Nación. Pero como en todas las composiciones de esta especie, la voz que llena el espacio sagrado de la patria puede silenciar la presencia de múltiples rumores y, al armonizar tal polifonía, la nacionalización de la muerte hace parecer que ni en el presente ni en el pasado los mexicanos percibiesen la muerte de maneras disonantes.

 

Hasta aquí no he mencionado en ningún lugar el trabajo de Verónica Zárate Toscano y con premeditación dejé para el final de este apartado mi primer comentario. Además de la impresionante documentación y la versatilidad del texto, cosa que abordaré en el final del siguiente apartado; el mérito más sobresaliente del texto es emprender con gran valor un viaje al pasado, sin caer en la tentación de lo que aquí he denominado la nacionalización de la muerte. No deja de producir sospechas que la historia y la antropología hayan descuidado en nuestro medio investigar las cultura de los grupos dominantes. Situado pues en un contexto historiográfico, como el que intentamos esbozar en las líneas anteriores, se puede comprender la profundidad histórica de un libro que se ha volcado a decir cómo eran las actitudes, ceremonias y la memoria entre un grupo que incorporaba las principales actividades productivas de su época y concentraba buena parte de la riqueza, en qué forma se comportaban, en fin, Los Nobles ante la muerte en México.

 

Muertos en movimiento, muertes diferentes

Es en el siglo XVIII cuando se verifica el inicio de un largo proceso de separación entre los muertos y los vivos, que sólo puede ser corroborado en la larga duración. La clave que introdujo la Ilustración, a través del pensamiento racional, fue el funcionamiento mecánico del universo; para los contemporáneos dios, el único relojero, no jugaba a los dados, y por eso resultaba posible descubrir la ley fundamental del movimiento. Entonces se consideró al cuerpo humano como una máquina y la ciudad como un organismo viviente, en un continuo más o menos definido entre mecanismo y medio ambiente. Prevalecía, sin embargo, una concepción humoral de la enfermedad, correspondiente a los cuatro elementos que constituían el mundo: agua, fuego, tierra y aire. La inmovilidad del aire, al cual se le adjudicaba una composición orgánica, fue así comprendida a la manera de un peligro inminente para la salud humana; la desorganización de la materia, el incontenible paso de la muerte sobre la tierra, arrojaba a la atmósfera partículas olorosas o miasmas, invisibles pero letales para el equilibrio humoral del cuerpo humano: entonces, la lucha contra enfermedades epidémicas fue asociada al movimiento, único estado que podía purificar el aire y liberarlo de su carga putrefacta.

 

A través de la razón se pobló todo el universo de fuerzas y agentes dañosos o, incluso se previó la necesidad de purificar la ciudad limpiándola de la pobreza. Higienizar las ciudades requirió hacer que los fluidos circularan libremente y remover la materia orgánica en descomposición, esto es, todo aquello que secretaba la urbe, y esto implicó por primera vez considerar a los cadáveres como desechos orgánicos infectos. Desprovistos de movimiento aparente, difuntos en fin, su enterramiento y exhumación constante en las iglesias producía exhalaciones telúricas, cuya percepción queda clara en la siguiente sentencia de 1793:

 

Con Dardos aún más activos

Que allá en la Troyana Guerra

Desde el centro de la tierra

Los muertos matan los vivos.

 

Era preciso moverlos hacia afuera, aislarlos, para librar las ciudades de la enfermedad y, en ese sentido, la formación de cementerios fue par de la apertura de avenidas, la disposición de basureros en extramuros y la construcción de atarjeas, como estrategia de evacuación general de los peligros que acechaban la vida social.

 

Aunque el carácter insalubre asignado a los cementerios era un lugar común desde el siglo XVI, sería el pensamiento ilustrado el que articularía una nueva actitud ante la muerte, forjada inicialmente en la Francia ilustrada. Después de varias medidas locales en este sentido, finalmente Luis XVI dictó en 1776 una providencia para prohibir, con notables excepciones, el entierro de cadáveres en las iglesias. Con alguna dilación, el imperio español ordenó también en 1778 -Real Cédula del 3 de abril- la construcción de cementerios comunes en un lugar ventilado fuera de las ciudades, y reiteró las prescripciones anteriores con respecto a las personas que podían ser enterrados en las iglesias (aquellas por cuya muerte se siguieran procesos eclesiásticos de virtudes y milagros). Es de notar que esta Cédula Real sería, por lo menos en Nueva Granada, Venezuela y México, la base de la legislación en materia funeraria de las nuevas repúblicas en el siglo XIX. La presencia del cólera después de 1830 (primera manifestación transnacional de esa enfermedad), aunada a la persistencia del tifus, entre otras enfermedades epidémicas, puso de presente tal sincronía. Por lo pronto, esta leve comparación nos permite entrever que durante las últimas décadas del régimen colonial y las primeras del republicano, la medida en cuestión fue adoptada como recurso de contingencia frente a las epidemias y no produjo necesariamente la edificación de cementerios fuera de la ciudad, aunque sí la disposición de camposantos especiales para los cadáveres infectos.

 

En cada ocasión que se presentaba una crisis de mortalidad abundaban los panfletos, las rimas y los llamados oficiales, a la vez que se aprestaban nuevos terrenos destinados a fosas comunes "bien aireadas"; terminada la epidemia o la hambruna, tal agitación desaparecía y los fondos asignados para edificar cementerios se esfumaban, hasta que aparecían nuevos signos de contagio, infección o escasez. En general, la persistencia del enterramiento elitista ad ecclesia y la definición del cementerio como fosa común estuvo dominada por una inversión de la norma: las "licencias" de inhumación en las iglesias debían precaver el dinero para la edificación del cementerio extramuros. Aunque el conocimiento actual sobre la etiología de las enfermedades epidémicas (derivado de la revolución microbiológica pasteuriana) no concuerda en nada con las definiciones de la época, se puede indicar que la continuidad cíclica del régimen demográfico del "antiguo régimen" coincide en términos generales con los periodos sucesivos en los cuales se difundieron y aprendieron nuevas maneras de vivir la muerte. Si desde finales del siglo XVIII la ciencia ilustrada empezó a trastocar las conductas humanas ante la muerte e introdujo la idea de que ésta podía ser combatida con medidas de higiene, las crisis periódicas de mortalidad -que anulaba total o parcialmente el crecimiento natural de la población-, sirvieron a la manera de umbrales para su significación social.

 

En la Nueva España la política de "reconquista" borbónica, introducida a cuentagotas en el transcurso del último tercio del XVIII, intentó acomodarse al ciclo de crecimiento mundial entre la segunda y la octava década de 1700: si en ese periodo la minería representó la actividad más dinámica de la Nueva España, encadenando sectores como la agricultura, la producción textil y el comercio, en la misma proporción, los comerciantes urbanos fueron el grupo de empresarios que jalonaron la integración de los mercados regionales en la economía novohispana, y de ésta con el comercio oceánico. Esta época de "prosperidad" y expansión de los mercados estuvo respaldada por una mayor disponibilidad de mano de obra, pero el notable crecimiento demográfico de los dos primeros tercios del siglo XVIII se había detenido ya casi por completo hacia 1770 debido, por una parte, a los episodios de hambre y enfermedad que sufrió la colonia en las décadas siguientes y, por otra, acaso más significativa, a una transformación de las relaciones de la población con los recursos totales disponibles y de la población con los medios producción. La tendencia al alza en los precios y la baja elasticidad de la oferta de alimentos se debió al rezago tecnológico de la agricultura, que impidió un incremento de su productividad y bloqueó una expansión que pudiera tomarle el paso al crecimiento de la mano de obra. A su vez, la continua importancia de la "economía de subsistencia" como estrategia para mitigar las oscilaciones de la economía de mercado, acrecentó los problemas de abastecimiento en las ciudades y llevó la producción de cereales a manos de grandes productores, quienes pudieron especular a su antojo en tiempos difíciles. Este contexto, la persistencia de los precios elevados y las hambrunas en las últimas décadas de la colonia, permite calificar el periodo posterior el "año del hambre" como "una larga crisis de subsistencia de 25 años de duración, puntuada por disminuciones de corto plazo."

 

El inicio de este periodo crítico coincide a grandes rasgos con la introducción de las nuevas prédicas higiénicas en México, lo que indica una notable contradicción, porque mientras se quería poner a la muerte en fuga, quizá muy pocas veces estuvo tan presente para quienes eran más susceptibles al hambre y la enfermedad. Pero la expansión de la economía ya había dejado una huella definitiva: ¡los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres! Esto significó que la mayoría de la población se aferrara a sus muertos para intentar combatir a su lado los avatares de un presente incierto, mientras que para las élites una nueva actitud ante la muerte no sólo reportaba la transferencia o imitación de los valores ilustrados europeos, sino su apropiación compleja como elementos de distinción y prestigio en una trama social ampliamente diferenciada. Por eso sería conflictivo comprender la prédica ilustrada sólo con referencia a la enfermedad, pues, en realidad, la racionalización del pensamiento religioso jugó también un importante papel en las políticas que propendían por la exclusión de los cadáveres de las ciudades y la represión del pensamiento de la muerte. En 1766 la Real Audiencia prohibió la asistencia a los cementerios y reforzó la prohibición de ingerir bebidas embriagantes después de la nueve de la noche; en la década siguiente, el administrador del Hospital Real de Naturales cerró el camposanto anexo y prohibió cualquier ingreso. Este hospital, donde se trataban los indígenas enfermos de la ciudad y de los pueblos vecinos, albergaba los cadáveres de aquellas personas que habían fallecido allí, incluso durante las epidemias. Al reiterar tal decisión el virrey argumentó, en 1779, que el culto se convertía en una fiesta, en la cual se comía y bebía en relación directa con los sepulcros. Medidas como éstas para erradicar el trabajo con los muertos de la ciudad, ponen de relieve el repudio de las élites ilustradas a las prácticas funerarias de los indígenas (comprendidas también cómo una oportunidad de trasgresión social) y la nueva versión de la fe que pretendían imponer.

 

Cabe resaltar que la iglesia católica compartía la racionalización de las prácticas mortuorias como parte de una religión más personal y más íntima, opuesta a la exuberancia barroca. Pero otra idea tenían en mente los gobernantes ilustrados para quienes la muerte confería un poder extraordinario al clero. No se puede perder de vista, por un lado, que muchos conventos y parroquias obtenían la mayor parte de sus ingresos a través de los pagos por el derecho de inhumación y, por el otro, que los legados testamentarios (el más común en forma de capellanías) permitieron al clero amasar grandes capitales y controlar el crédito en la Nueva España. Al invertir los términos en que las ha estudiado la economía histórica, podríamos comprender de una manera alternativa estas instituciones basadas en el dominio del más allá: si la prohibición en 1770 de los legados adjudicados in articulo mortis expresa ya la tensión que podía generar la economía de la salvación, la consolidación de vales reales y la redención de capitales en manos muertas (1804) fue una fórmula radical de enajenación de las oraciones para los difuntos por parte de un poder terrenal.

 

Todo esto lo podemos comprender mejor con el libro de Verónica Zárate, quien, a través de un cuerpo documental muy sólido, analiza la manera cómo un grupo social determinado, la nobleza, pensaba, actuaba, sentía, imaginaba y moría en México entre 1750 y 1850. La huella que articula su investigación es el testamento (el punto de vista del testador), pues a partir de él se construye un tejido de relaciones complejas con diversos materiales (otros puntos de vista) y se crea una fuente original de análisis cuantitativo: la base de datos Nobleza Mexicana. La autora comprende y explica con claridad los alcances y limitaciones de los testamentos (actores, tipos, estructura y contenido), por y para quiénes, cuándo y cómo fueron producidos estos documentos. La parca está allí, pero los documentos no sólo refieren a ella. Al considerar "[...] que las actitudes ante la muerte reflejan características de un grupo social determinado.", se remite al estudio de la nobleza (origen, actividades, sustento, titulación, prestigio y honor), para descubrir que los estereotipos dominantes después de la independencia (ociosidad y parasitismo) pueden ser cuestionados o, por lo menos matizados, acudiendo a la información disponible. Incluye también en su trabajo a la familia (cónyuges, descendencia, allegados y criados), en cuanto ésta representa un medio social de aprendizaje clave para estudiar las tradiciones y la memoria que promueven o desestiman ciertas actitudes y conductas entre la nobleza; además, ofrece datos valiosos sobre la concepción patrimonial del parentesco y el dominio patriarcal del clan de élite.

 

Por medio de los testamentos, cómo no, Verónica Zárate nos guía por las encrucijadas del alma entre algunos nobles (mundo divino, santos, intercesores celestes y terrestres), para describir la manera en qué el "más allá" obra milagros en el "más acá" construyendo templos y legando un dinero obligado para varias misiones; erigiendo, asimismo, cuantiosas capellanías para que los párrocos rezaran millones de padrenuestros y oficiaran miles de misas por el eterno descanso de su alma. La autora relata con pormenores del transe fatal (enfermedad, agonía, confesión, comunión, extremaunción, expiración, comunicación de la muerte y el duelo) y los rituales funerarios solemnes (procesión, formas y lugares de enterramiento, misas, honras, piras y epitafios).

 

Un aspecto que vale notar acerca de este libro es la acertada inclusión de un balance historiográfico de las investigaciones sobre las actitudes ante la muerte entre la nobleza francesa española y americana, definiendo desde una óptica comparada su problema de investigación. En el siglo de Las Luces esto tenía un significado especial porque las imágenes cortesanas metropolitanas eran el punto de referencia obligada para la aristocracia titulada en América. El aparato bibliográfico trabajado por la autora le permite, además de notar las comunidades con la nobleza ultramarina, destacar cuando es preciso las diferencias y la especificidad del caso novohispano.

 

En Los nobles ante la muerte la constitución de una aristocracia titulada corresponde a un proceso tardío en América, particularmente marcado en el siglo XVIII. Los nobles refrendaron su posición en la sociedad a través del honor, el prestigio y el parentesco, exteriorizados en el boato y la distinción que están presentes en todos los actos de su vida; la muerte, justamente, representa un acontecimiento en el cual se pueden observar los nexos entre lo terrenal y lo celeste, lo privado y lo público, lo colectivo y lo individual, como requerimientos específicos de cohesión de este grupo social, aprendidos y memorizados eficazmente. Al testar los nobles precavían los asuntos terrenos, pero también debían ocuparse de sus almas, así “pueden distinguirse -afirma Zárate- al menos tres distintos momentos en torno a la muerte. El primero, de naturaleza más intima, tenía características tan específicas como la familia en cuyo seno se producía el deceso. El segundo rompía el ámbito de lo familiar y permitía la intervención de elementos externos que sancionaban la muerte desde el punto de vista religioso, político, médico, jurídico, social. Finalmente, el difunto ingresaba totalmente al dominio público y se hacía acreedor a todo tipo de demostraciones hacia su persona y sus sobrevivientes.”

 

Verónica Zárate plantea que las observaciones de Vovelle sobre la descristianización de las actitudes ante la muerte no se reprodujeron en México en el periodo de su estudio (1750-1850), pero admite que sí se generaron nuevas conductas ante la muerte, correlativas a una fe liberada de sus ataduras mundanas: “la piedad se fue manifestando paulatinamente en una forma más íntima, menos apegada a los detalles materiales”. Hacia el final del siglo XVIII se hizo perceptible un interés cada vez mayor por ser enterrado sin el fausto que caracterizó las celebraciones barrocas, prefiriendo un cierto anonimato (que no deja de ser ostentoso) y las misas por sus almas.

 

Una sugestiva propuesta, no desarrollada en Los nobles ante la muerte, se deriva de la cesación de títulos nobiliarios en 1826 y el cambio del estatus jurídico de los nobles en la república. Aunque los aristócratas participaron en ambos bandos durante la lucha de independencia, algunos se asimilaron rápidamente al nuevo régimen. Aún más, unos valores sacros hasta entonces no reconocidos se perfilan ahora en epitafios de los antiguos nobles: "distinguido y virtuoso ciudadano" o "firmó el acta de independencia de México". Lo anterior indica la importancia que adquiere la madre patria, como significante de la muerte, y ella misma en tanto portadora de los valores sagrados de la patria. Una imagen especial, ya no de un noble blanco sino de un mestizo mexicano, encajada en un cementerio del centro de la ciudad de México, revela este proceso con claridad: es una piedad, pero no ya la cristiana sino la piedad de la patria, sobre cuyos brazos descansa el benemérito Benito Juárez.

 

Conclusión

Cuando investigamos sobre la muerte nos arriesgamos a excavar fragmentos de nuestra vida y siempre encontramos señales de nuestra propia muerte, acaso por la impronta trágica de la historia. Y es que la muerte es un problema capicúa para el saber sobre el pasado, porque los muertos sólo existen en la memoria de los vivos y, la historia, al estructurar una memoria dispersa y otorgarle sentido para el futuro y el presente, vitaliza las reliquias de los seres humanos que nos precedieron. ¿No es una paradoja que la muerte se constituya en una de sus preocupaciones? ¿Toda las historias son tanatológicas? Si como afirmamos en principio la representación de la muerte como algo "muy mexicano" es histórica y está inextricablemente unida el proceso de la construcción de la nación, se deducen algunas preguntas posibles y necesarias para la historiografía. Pero el vacío encontrado por Viqueira en 1981, veinte años después se ha transformado en un nuevo espectro de interpretaciones sobre la muerte, enriquecidas por la demografía, la antropología y la historia de la ciencia. Su continuidad, no obstante, más allá del actual auge del tema en nuestro medio, depende de la capacidad de plantear problemas universales desde una perspectiva nacional y latinoamericana, sin participar a ojo cerrado en las tentativas para homogeneizar (o en el extremo opuesto, para hacer completamente irreconciliables) las maneras como se ha comprendido y comprende la muerte, aquella que esta en fuga, la de los otros, la nuestra, la presente.

 

 

Referencias Bibliográficas

 

(Anónimo), “Honras fúnebres a una perra”: Boletín del Archivo General de la Nación, Tomo XV, No. 3, México D.F, julio-agosto-septiembre 1944, pp. 534-535.

 

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Oscar Iván Calvo Isaza,

Etnohistoria ENAH,

enchinchados@aol.com

 

Categoría: 
Reseña
Época de interés: 
General
Área de interés: 
Historia Cultural

Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Marina
Apellidos: 
Altamirano
País de residencia: 
Argentina
Ocupación: 
Estudiante de grado
Institución de estudio o trabajo: 
ISP Dr. Joaquín V. González
Época de interés: 
Colonial
Contemporánea
General
Los Años Recientes
Porfirismo y Revolución Mexicana
Prehispánica
República, Imperio y Reforma
Revolución e Independencia
Área de interés: 
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Teoría, Filosofía y Metodología de la Historia

sobre Rodríguez-Shadow y Shadow. "El pueblo del Señor: las fiestas y peregrinaciones de Chalma"

Autor: 
Anna Fernández Poncela
Institución: 
Departamento de Política y Cultura de la UAM
Síntesis: 

Rodríguez-Shadow, María J. y Robert D. Shadow. El pueblo del Señor: las fiestas y peregrinaciones de Chalma, México, Universidad Autónoma del Estado de México, 2002.

 1-EL SEÑOR DE CHALMA


Glorioso Señor de Chalma

padre de mi corazón

adoro con toda el alma

tu dichosa aparición

En las cosmovisiones socioculturales de los pueblos, la religión juega un importante papel: la concepción del universo, las fuerzas divinas, los ritos y prácticas cotidianas o festivas, desde lo personal hasta lo colectivo, las identidades y las subjetividades. La religión constituye básicamente un sistema de creencias y prácticas relacionadas con lo sagrado, como ya señaló Durkheim.

Y dentro de la religión, la religiosidad popular es un campo enorme y fascinante, y seguramente en auge en los últimos tiempos, según se observa cotidianamente e nuestro alrededor. Sobre religiosidad popular y en torno a la imagen del Señor de Chalma gira el libro de María J. Rodríguez-Shadow y Robert D. Shadow. Un viaje histórico y actual en torno al Santuario, el Señor y los diversos sujetos sociales, relaciones y procesos que tienen lugar en su honor o a su alrededor, en el pasado y especialmente en nuestros días. Un trabajo descriptivo y minucioso que narra peregrinaciones, danzas, fiestas, así como el contexto histórico, geográfico y social. Se sumerge en fuentes bibliográficas y registra trabajo de campo en el lugar. Abarca así de una forma compleja y completa, diversos acercamientos que completan un buen trabajo antropológico.

Leyendo este libro recordamos nuestras visitas al santuario, reelaboramos lo que habíamos visto de forma superficial, comprendemos sintiendo y nos explicamos analizando, ese microcosmos que es reflejo de un universo social, cultural y religioso que nos envuelve. Nos vemos entre los comerciantes, los peregrinos, los danzantes, junto a las cruces, frente al atrio, y ante la talla del Cristo ofreciendo veladoras, cuyo humo se lleva y le comunica nuestros sueños y nuestros más íntimos deseos. Así, miles de gentes encuentran consuelo y protección, un cachito de esperanza en sus vidas, como otros lo hallan ante un psicólogo o una amiga; además de fiesta y diversión, convivencia, recreación y espiritualidad.

El santuario de Chalma al sureste del Estado de México (municipio de Malinalco) se encuentra en una zona pobre y aislada. Hoy cuenta con 12,000 habitantes, que se dedican a actividades mercantiles, especialmente al comercio -fijo o ambulante-, y en menor medida agrícolas. Allí llegaron los agustinos en la época colonial, y como en varios rincones del continente americano, encontraron una conversión formal más que real por parte de la población indígena de la región, por lo que se hizo necesario -según ellos- suplantar a los dioses indígenas por el "verdadero". La fundación del pueblo de Chalma surge en función del convento, con las personas que le servían o trabajaban para él.

Sobre la aparición o hallazgo de la imagen del Señor, hay varias fuentes y relatos que circulan. Lo que se cree es que ya el lugar era un centro de peregrinación prehispánico -con la supuesta adoración a Ostoc Téotl-. Alrededor de 1539 en una cueva tuvo lugar un suceso entre indígenas idolátricos y frailes, que dio lugar a la presencia del santo Cristo que hoy se adora, o a la talla original del mismo -ya que fue destruida parcialmente en un incendio en el siglo XVIII-, con posterioridad trasladada al santuario.

"Esta imagen es verdaderamente impresionante; es la viva representación del sufrimiento, con la que sin duda se identifican muchos de los fieles que le rezan con fe" (pg. 41). Por supuesto, lo importante no es la historia o la autenticidad de los hechos, la relación de los fieles con la imagen es básicamente emocional, como señalan María J. Rodríguez-Shadow y Robert D. Shadow.

Varios son los milagros narrados con que cuenta en su haber el Señor de Chalma. Y como en todo santuario peregrino que se precie se encuentra la presencia de pintura votiva y exvotos, a modo de testimonio de los beneficios recibidos por el Señor.

"El culto local al santo patrono se halla habitualmente en manos de los pobladores, organizados en grupos corporados denominados mayordomías, organizaciones religiosas de gestión laica que muchas veces actúan al margen de la tutela de las autoridades eclesiásticas, en ocasiones contra ella y en otras, a pesar de ellas" (pg. 94). También hay un "segundo tipo de visitas al santuario es el de las peregrinaciones puramente circunstanciales, es decir, que no están estructuradas por una mayordomía. En este caso los devotos pueden llegar en camión o incluso caminando en grupos de familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo, y los singulariza su carácter masificado, inorgánico y extremadamente fluido" (pg. 94-5).

El ciclo de fiestas y peregrinaciones religiosas es rico y variado, como indican los autores en una descripción pormenorizada de las mismas. Está la Feria de Reyes (del 4 al 7 de enero); Feria del Primer Viernes de Cuaresma (del 9 al 17 de febrero, fecha variable); Feria de Semana Santa (del 24 al 31 de marzo, fecha variable; Feria de Pascua de Pentecostés (12 al 19 de mayo, fecha variable); Fiesta del Primero de julio; Feria de Navidad (21 al 26 de diciembre).

Algunas fiestas son acontecimientos más festivos, otras, se centran en cuestiones de carácter penitencial ligado a mandas y promesas, peticiones y pagos de favores ya recibidos. El paseo por las cruces situadas en los cerros aledaños, levantadas por los fieles producto de una promesa por un favor recibido, es una tradición. Como lo es la peregrinación que llega a las puertas del santuario ante la imagen del Señor.

Las danzas de diversa índole son ritos centrales. "Los grupos de danzantes están organizados según el patrón de los cargos tradicionales, en torno a una imagen que puede coincidir (o no) con el patrono del pueblo. En algunos casos el grupo constituye una verdadera hermandad socio religiosa en cuyo ámbito los danzantes se desenvuelven en casi todos los aspectos de su vida" (pg. 167). La danza Gitana, la de Los cañeros, la de Los doce pares de Francia, entre otras, son luchas entre moros y cristianos u otro tipo de representaciones dancísticas colectivas. Alegres y coloridas, gustan al visitante.

Las mayordomías y la organización de las festividades y el culto comunitario están bien asentados alrededor de las peregrinaciones y ferias. El sistema de cargos, originalmente impuesto por los conquistadores a los pueblos indígenas para su control, ahora se utiliza "Para llevar adelante los festejos religiosos de cada barrio, en los que rendían culto a un santo que les representaba, se nombraba un mayordomo. Éste podía solventar económicamente los gastos de la fiesta o solicitar el apoyo de los vecinos" (pg. 170). "Las mayordomías de los pueblos que organizaron a los grupos que asistieron de manera corporada al santuario de Chalma colaboraron de diversas maneras en el lucimiento de las ferias a las que asistieron, ya sea con sus danzas, con las "portadas" que colocaron, con la música de mariachis o de banda que aportaron, con los "regalos" que les llevaron, ya fueran florales, de ceras o pecuniarios" (pg. 172).

Eso sí, basura y contaminación, reina en el lugar, ante la indiferencia de los agustinos o las autoridades. Estos frailes utilizan un lenguaje abstracto ininteligible para sus fieles, los cuales parecen escuchar distraídos e ensimismados. Pero eso no importa, lo que es de verdad central es su relación directa con el Señor de Chalma, sus peticiones personales y familiares, su viaje en colectivo, su recreación cultural y espiritual. Otra cuestión importante es la constatación de la devoción entre los sectores populares menos favorecidos, por decirlo de alguna manera, por el aspecto que tienen, los relatos en las entrevistas sobre sus ocupaciones, etc.

Los autores concluyen que "Existen posibilidades de que las celebraciones, fiestas, sistemas de cargos y peregrinaciones que conforman el eje de la religión popular continúen siendo un mecanismo privilegiado de la vida social y la organización económica, política e ideológica de los pueblos y las comunidades indígenas de Mesoamérica. Y en virtud de que estas estructuras no permanecerán estáticas, los sistemas rituales y religiosos populares se modificarán, adoptarán nuevas y creativas modalidades, en suma, se transformarán en formas inéditas" (pg. 175). Y es que ante la crisis -intrínseca al sistema- la religiosidad popular goza de buena salud, y los centros de peregrinaje religioso, cada vez parecen más solicitados por turistas, viajantes, creyentes y personas con problemas que piden y agradece, vuelven a solicitar y vuelven a dar las gracias, en una espiral de necesidad y fe.

Lo que se busca en este caso, como en otras expresiones o manifestaciones de la religiosidad popular, "en su acercamiento al ser divino no es la salvación de su alma, sino una ayuda de tipo práctico: protección contra enfermedades y accidentes, tanto para ellos como para sus seres queridos y sus animales, recibir las lluvias a tiempo, alejar el granizo de sus cultivos y otros favores y beneficios de carácter personal. Por ello, la imagen divina aparece como un personaje que prodiga sus dádivas entre este estrato subordinado de la sociedad. Dar y recibir a través del personaje sagrado representa el punto de partida del evento religioso popular: todo se organiza en torno a ello: las danzas, la peregrinación, los cuetones, la música, las aspersiones, la misa, las flores, la comida, las bendiciones, el establecimiento del parentesco ritual y las procesiones" (pg. 177).

Y es que "en términos generales puede decirse que los santuarios constituyen lugares privilegiados para el estudio de estas expresiones de religiosidad popular, ya que el santuario se considera un centro sagrado en donde reside la imagen venerada, lugar que debe ser visitado para implorar y buscar seguridad y protección. Estos lugares que pueden ser, como en este caso, cuevas, grutas o fuentes constituyen, al mismo tiempo, puntos de contacto con el cielo, así como el inframundo. Estos sitios son sumamente especiales porque son espacios favorables para la súplica y la propiciación de las fuerzas sobrenaturales, por el tipo de circulación de energía que se establece. La imagen sirve para transmitir la energía humana de amor, adoración, compromiso y ofrenda y devuelven la energía divina en forma de consuelo, gracia y milagro" (pg. 177).

Por su parte, como se menciona en la obra, las peregrinaciones son un drama cultural, variable y ambiguo, un "ritual de agradecimiento por el favor obtenido o el gesto de la súplica en el momento de la angustia. Para otros puede tener un sentido de reto: "(Apuesto) ¡A que sí llego caminando hasta Chalma!" Para otros más puede tener un sentido lúdico, como de "salir de vacaciones", "ir de pachanga", con el sentido de realizar una actividad para romper la cotidianidad. O de la reactualización de un compromiso" (pg. 179).

Otra cuestión que subrayan los autores es el carácter laico de la gestión ceremonial. Las marchas rituales que constituyen las peregrinaciones van del espacio no-sagrado al sagrado que es el santuario, lugar de condensación de esto último. "La motivación de esta marcha es la posibilidad de establecer un contacto con lo divino, bien para beneficiarse de su poder mediante el establecimiento de un pacto de reciprocidad sellado con la realización de ritos propiciatorios: ofrendas, sacrificios y plegarias, o bien, para reproducir acontecimientos ya realizados en otro tiempo y en otro lugar; esa marcha debe tener además un claro sentido ascético y penitencial" (pg. 180). Todo este ritual de ofrendas, sacrificios, plegarias y limosnas tienen la función de sellar el pacto de ayuda entre los seres humanos y las fuerzas sobrenaturales.

Y es que hay momentos en la vida de las personas o la de los pueblos, que se hace necesario elevar la mirada a los cielos, buscar ayuda en el más allá, confiar en seres divinos, porque la dureza de la vida cotidiana es tal, que destruye cualquier esperanza, ahoga soluciones, asesina sueños, despierta fantasmas. Y sólo las imágenes y rituales religiosos despiertan ya a confianza. Eso, sin olvidar o perder de vista el carácter compensatorio de recreo, convivencia y fiesta que una peregrinación al santuario también significa. Porque no todo es llanto en esta vida, como y tampoco, todo es risa y alegría.

Adiós Cristo milagroso

adiós brillante lucero

adiós santuario dichoso

hasta el año venidero

 

Anna Fernández Poncela

Investigadora y docente del Departamento de Política y Cultura de la UAM

 

Categoría: 
Reseña
Época de interés: 
General
Área de interés: 
Historia de las Religiones

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Zulema
Apellidos: 
Bujanda Alvarez
Ocupación: 
Investigación
Institución de estudio o trabajo: 
Centro INAH, Sonora
Época de interés: 
General
Área de interés: 
Historia Social
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