Historia de las Ideas

Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Alejandra
Apellidos: 
Garcia-Quintanilla
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Investigación
Institución de estudio o trabajo: 
Universidad Autónoma de Yucatán
Época de interés: 
General
Prehispánica
Área de interés: 
Etnohistoria
Historia Cultural
Historia de las Ideas
Historia Intelectual
Proyecto personal
Título del proyecto, área de interés o motivo de suscripción: 
Historia del pensamiento maya en relación a la naturaleza
Descripción: 

 Proyectos en desarrollo:

Pasado y presente de la casa Maya

Acerca de la normatividad de los mayas yucatecos respecto de la naturaleza

La plaga de langosta en el Códice Dresde

 

 

Otra información
E-mail de contacto: 

Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Pablo
Apellidos: 
García Sánchez
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Estudiante de Posgrado
Institución de estudio o trabajo: 
Escuela Nacional de Antropología e Historia
Época de interés: 
Contemporánea
Área de interés: 
Bibliotecas y Archivos
Ciberhistoria
Didáctica y Divulgación
Etnohistoria
Historia Cultural
Historia de las Ideas
Proyecto personal
Título del proyecto, área de interés o motivo de suscripción: 
Seminario Regional del Sureste

Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Marisol
Apellidos: 
Ramírez
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Estudiante de grado
Institución de estudio o trabajo: 
UNAM
Época de interés: 
Colonial
Prehispánica
República, Imperio y Reforma
Área de interés: 
Bibliotecas y Archivos
Geografía Histórica
Historia Cultural
Historia de la Vida Cotidiana
Historia de las Ideas
Historia de las Instituciones
Historia de las Religiones
Historia Económica
Historia Intelectual
Historia Jurídica
Historia Militar
Historia Política
Historia Regional
Historia Social
Historia Universal
Historiografía
Teoría, Filosofía y Metodología de la Historia
Otra información
Imagen o foto: 

Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Maria Eugenia
Apellidos: 
Dovali Solis
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Docencia Universitaria
Época de interés: 
Contemporánea
General
Los Años Recientes
Área de interés: 
Bibliotecas y Archivos
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Didáctica y Divulgación
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Pensar la revolución. Una aproximación a la Generación de 1915

Autor: 
Pablo Yankelevich
Institución: 
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Síntesis: 
PENSAR LA REVOLUCIÓN
Una aproximación a la Generación de 1915
 
Pablo Yankelevich
Instituto Nacional de Antropología e Historia
 
Una breve aproximación al núcleo intelectual conocido como la Generación de 1915 obliga a dirigir la mirada hacia dos momentos de la historia de México en el pasado siglo. En primer lugar, los años en que la lucha revolucionaria se generalizó y los enfrentamientos faccionales alcanzaron una violencia inusitada, cuyos efectos, como nunca antes, se sintieron en la ciudad de México desde donde la situación general del país no tardó en interpretarse como de profunda crisis y peligrosa desorganización. En segundo término, las administraciones políticas inauguradas en 1920, y que a lo largo de esa década prometieron una completa reconstrucción nacional, atendiendo a un programa de acción que reivindicaba los reclamos y reivindicaciones que habían movilizado a los revolucionarios.
 
El llamado "caos de 1915" permitió tomar conciencia sobre una circunstancia hasta entonces soslayada por la intelectualidad mexicana: el pasado, el presente y el futuro de México merecía ser objeto de una moderna reflexión capaz de dar respuesta a los interrogantes abiertos por la Revolución. Fue así que, la llegada al poder de los sonorenses catapultó a varios de los miembros de esa Generación a ocupar cargos políticos, convencidos en la posibilidad de traducir en creaciones institucionales y acciones legislativas reclamos populares que "instintivamente" habían asumido los caudillos revolucionarios. En otras palabras, la vivencia de ser estudiantes universitarios durante los años más álgidos de la guerra civil mexicana, y la participación en emprendimientos político y culturales desarrollados en aquellos años formativos, hizo posible que una década más tarde, un núcleo de jóvenes profesionales tradujera aquellas experiencias en el primer esfuerzo intelectual por dotar de racionalidad a un accionar gubernativo legitimado al amparo de la Constitución de 1917.
 
Manuel Gómez Morín en su célebre ensayo titulado 1915, bautizó a esta Generación a partir de reflexionar en torno al momento histórico que permitió a un núcleo de estudiantes reconocerse como unidad, como un nosotros con la misión casi apostólica de colaborar en la edificación de un nuevo proyecto de nación:
 
Los que eran estudiantes en 1915 y los que entre el mundo militar y político de la Revolución lo sufrían todo por tener ocasión de deslizar un ideal para el movimiento, y los que, apartados, han seguido los acontecimientos tratando de entenderlos, y los más jóvenes que nacieron ya en la Revolución, y todos los que con la dura experiencia de estos años han llegado a creer o siguen creyendo en que tanto dolor no será inútil, todos forman una nueva generación mexicana, la Generación de 1915.[1]
 
Las cabezas visibles de esta Generación fueron Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Alfonso Caso, Teófilo Olea y Leyva, Miguel Palacios Macedo, Alberto Vázquez del Mercado, Manuel Toussaint, Narciso Bassols, Antonio Castro Leal y Daniel Cosío Villegas. Jóvenes que en 1915 tenían entre 17 y 21 años, algunos estudiantes en la Escuela Nacional Preparatoria y otros ya cursando estudios de jurisprudencia. Cuando la ciudad de México se convirtió en objetivo militar de las distintas fuerzas revolucionarias, estos jóvenes asumieron el desafío de liderar un recambio generacional en un medio político y cultural donde, por un lado, había sucumbido la vieja guardia positivista de cuño porfiriano; y por otro, los líderes del movimiento de renovación cultural inaugurado por El Ateneo de la Juventud habían partido al exilio o se hallaban involucrados en la lucha revolucionaria.
 
Huérfanos de grandes maestros, a excepción de Antonio Caso - el único miembro de El Ateneo que continuó a cargo de sus cátedras- los integrantes de la Generación de 1915 abandonaron inquietudes exclusivamente literarias y estéticas como las sostenidas por los ateneístas, incorporando preocupaciones por los problemas sociales para así, en un mundo devastado por la Primera Guerra Mundial y en un país en plena Revolución, reconocer:
 
El problema agrario, [...] surgió entonces [...] para ser el tema central de la Revolución. El problema obrero fue formalmente inscrito también en la bandera revolucionaria. Nació el propósito de reivindicar todo lo que pudiera pertenecernos: el petróleo y la canción, la nacionalidad y las ruinas. Y en un movimiento expansivo de vitalidad reconocimos la sustantiva unidad iberoamericana extendiendo hasta Magallanes el anhelo.[2]
 
En el origen del futuro accionar de esta Generación, se ubica la fundación de la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, organismo creado a instancia de un grupo de estudiantes de Derecho conocido como Los Siete Sabios (Lombardo Toledano, Gómez Morín, Caso, Olea y Leyva, Vázquez del Mercado, Castro Leal y Jesús Moreno Vaca). Estos universitarios, bajo el magisterio de Antonio Caso, se propusieron reeditar la obra ateneísta con el fin declarado de "propagar la cultura entre los estudiantes de la Universidad de México". Ciclos de conferencias sobre asuntos sociales, educativos, jurídicos y laborales, conformaron un primer y rico experiencio que permitió comenzar a foguearse en temas y problemas de México, sobre los cuales, poco después, desarrollaron sus actividades profesionales.[3]
 
Las inquietudes políticas de varios de los integrantes de esta Generación encontraron posibilidad de manifestarse a través de la militancia universitaria. De manera precursora, en 1917, Los Siete Sabios asumieron la defensa de la autonomía universitaria en un memorial que remitieron a la Cámara de Diputados. Durante algún tiempo, Gómez Morín y Lombardo Toledano fueron los responsables de la Página Universitaria del periódico El Universal, mientras que Miguel Palacios Macedo alcanzó la presidencia de la Federación de Estudiantes de México en 1919, siendo reemplazado dos años más tarde por Daniel Cosío Villegas.
 
La preocupación por las cuestiones educativas, la necesidad de ampliar y extender la enseñanza en todos sus niveles, y la aplicación de la "técnica" en tanto instrumento capaz de erradicar la constante "improvisación" en el ejercicio de la gestión pública, constituyeron los pilares sobre los que fundaron su accionar político, sobre todo a partir de 1920, cuando buena parte de esta Generación pasó a ocupar puestos en la Secretaría de Educación Pública, en la Secretaría de Hacienda y en el gobierno del Distrito Federal
 
José Vasconcelos, con su ambicioso proyecto de renovación cultural y educativa, ejerció un marcado liderazgo intelectual sobre buena parte de esta Generación. El nacionalismo de sus propuestas culturales, el antimilitarismo de sus posiciones políticas y una prédica que reivindicaba la necesidad de abrir espacios del poder político a los intelectuales, convirtió al secretario de educación pública en referencia obligada. Vasconcelos y los miembros de esta Generación comenzaron a percibirse no sólo como pilar fundamental en la edificación de un nuevo orden social, sino y sobre todo como los responsables de dirigir intelectualmente esta obra. El programa de la Revolución Mexicana requería de soportes teóricos y de una pericia "técnica" que permitieran racionalizar la experiencia, traduciendo el reclamo popular en obras y políticas concretas:
 
La Revolución fracasó porque triunfó sólo con las armas, [...] se quiso confiar el triunfo de la Revolución a políticos y militares que jamás podrán realizar la parte esencial de un movimiento social. Para que un movimiento social pueda triunfar se necesita del nacimiento de una nueva ideología, de un nuevo punto de vista [...] de una nueva generación, y esa generación somos nosotros, y por eso afirmamos que nosotros somos la Revolución.[4]
 
Durante el gobierno interino de Adolfo de la Huerta, Vásquez del Mercado fue designado oficial mayor del gobierno capitalino, de inmediato convocó a algunos compañeros: Palacios Macedo fue vocal primero de la Junta de Vigilancia y Cárceles del Distrito Federal, y Alfonso Caso abogado consultor. Poco más tarde, Vásquez del Mercado pasó a ser secretario general de gobierno del Distrito Federal y entonces Lombardo Toledano ocupó la Oficialía Mayor. Manuel Gómez Morín fue nombrado secretario particular del Gral. Salvador Alvarado, secretario de hacienda del presidente De la Huerta. Castro Leal ingresó al servicio exterior pasando a desempeñar comisiones en Washington primero y en Santiago de Chile después. Toussaint se trasladó a Madrid con un nombramiento oficial; Teófilo Olea y Leyva desde tiempo antes ocupaba la presidencia de la legislatura del Estado de Guerrero; y Cosío Villegas se sumó al equipo de Vasconcelos, primero en la Universidad, y más tarde en la Secretaría de Educación Pública, mientras que Narciso Bassols se limitó al ejercicio de su profesión y a la docencia en la Escuela de Jurisprudencia, para recién a partir de 1925 incorporarse a la función pública.
 
En el desempeño de distintos cargos oficiales, los integrantes de esta Generación desarrollaron una importante obra que cristalizó en políticas, instituciones y legislaciones de presencia insoslayable en el México contemporáneo. En el ámbito de la política financiera, fiscal y hacendaría destacó Gómez Morín como uno de los autores del proyecto de ley que condujo a la fundación del Banco de México. A lo largo de su gestión como Consejero de este Banco (1925-1929), fue responsable de la redacción de la Ley del Crédito Agrícola de donde derivó la creación del Banco Nacional de Crédito Agrícola; de igual manera colaboró en los proyectos de fundación del Banco Nacional Hipotecario y del Banco Nacional de Obras Públicas. Hasta comienzos de los años treinta, intervino en la redacción de buena parte del soporte legal (Ley Monetaria, Ley de Títulos y Operaciones de Crédito, Ley de Instituciones de Seguros; de Cámaras Nacionales de Comercio, etc.) que dio sustento al ambicioso programa inaugurado por el presidente Plutarco Elías Calles, programa tendiente a rehabilitar la hacienda pública y reorganizar la vida crediticia del país después de años de desorden fiscal y monetario.
 
En otro campo de actividades, Lombardo Toledano, cuando la creación de la Secretaría de Educación Pública pasó a colaborar con Vasconcelos. Fue jefe del Departamento de Bibliotecas y más tarde director de la Escuela Preparatoria Nacional. Sus inquietudes por la extensión de la enseñanza en los sectores populares pronto lo condujeron hacia las organizaciones obreras, ámbitos en donde destacó como dirigente sindical. Fue uno de los fundadores de la Confederación de Trabajadores de México y su secretario general entre 1936 y 1940.
 
En el terreno cultural y educativo buena parte de los integrantes de esta Generación destacaron en el ejercicio de sus labores docentes. En el ámbito de los estudios sobre el arte, Manuel Toussaint fue un precursor en las investigaciones sobre historia del arte mexicano. En 1935 fundó el Laboratorio de Arte en la Universidad Nacional, que poco después se convertiría en el actual Instituto de Investigaciones Estéticas. Por otra parte, en materia de estudios literarios, Castro Leal desarrolló una fecunda labor de crítica erudita y profusa difusión de las letras mexicanas, actividades que combinó con el ejercicio de distintos cargos en esferas de la política y la cultura. Entre éstos, fue rector de la Universidad Nacional entre 1928 y 1929. Otros miembros de la Generación alcanzaron este mismo cargo, fue el caso de Manuel Gómez Morín (1933-1934) y Alfonso Caso (1944-1945). Este último, alejado de su profesión de abogado, concentró sus actividades académicas en torno al pasado prehispánico de México, significándose como uno de los fundadores de la antropología y la arqueología mexicana. Caso, entre otras realizaciones, dirigió entre 1931 y 1943 el proyecto de exploración del sitio arqueológico de Monte Albán.
 
Otros miembros de esta Generación, Vásquez del Mercado y Olea y Leyva, consagraron sus actividades al estudio del derecho, llegando ser ambos ministros de la Suprema Corte de Justicia. Por su parte, Bassols desarrollo una extendida actividad pública. Hacia 1927, y materia legislativa fue uno de los redactores de la Ley Reglamentaria del Artículo 27 Constitucional, dos años más tarde fue Director de la Facultad de Derecho de la Universidad, en donde alentó la creación de la sección de economía, antecedente de la actual Facultad de Economía. Durante las presidencias de Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez fue secretario de educación pública, en 1934 ocupó la titularidad de la secretaría de gobernación, y en 1935 fue el primer secretario de hacienda en el gabinete del presidente Lázaro Cárdenas. Poco más tarde, se incorporó al servicio exterior desempeñando cargos en Londres, Madrid, París y Oslo. Durante su nombramiento en la capital francesa, fue responsable de coordinar la labor humanitaria en favor de miles de prisioneros republicanos españoles, muchos de los cuales se trasladaron México. En este operativo colaboró de manera destacada Cosío Villegas, quien poco después aprovecharía la presencia de connotados hombres de ciencia españoles, para fundar el Colegio de México y dar un renovado impulso al Fondo de Cultura Económica, dos de las creaciones mas sobresalientes del más joven de los integrantes de esta Generación.
 
La reflexión y la práctica que otorgó sentido de pertenencia generacional a este grupo de intelectuales no perduraron más allá de la década del veinte. Un parteaguas político fue la campaña electoral de Vasconcelos en 1929, para algunos esta experiencia marcó el límite de su confianza en un régimen político que se decía heredero de la gesta revolucionaria. Así por ejemplo, durante los años treinta, Gómez Morín se fue alejando de las funciones públicas para concentrarse en el desempeño de su profesión de abogado, sobre todo como consultor de importantes grupos industriales y bancarios. En el terreno político su toma de distancia respecto al régimen posrevolucionario cristalizó en la fundación del Partido Acción Nacional en 1939. Un recorrido similar, aunque de signo político opuesto, realizó Lombardo Toledano quien después de colaborar estrechamente con el gobierno de Cárdenas, al concluir este gobierno y en abierto desacuerdo con la administración de Manuel Ávila Camacho, fundó el Partido Popular en 1947. En esta empresa fue acompañado por Narciso Bassols que ocupó la vicepresidencia del Partido Popular hasta su alejamiento en 1949. Otra ruptura significativa fue la de Vásquez del Mercado, quien en 1931, en abierta discrepancia con el gobierno de Pascual Ortiz Rubio, renunció a su magistratura en la Suprema Corte de Justicia
 
Al cabo de unos pocos años, en estos jóvenes se diluyó el optimismo que sirvió de fundamento a la creencia de que tenían la "misión" de guiar el proceso de reorganización nacional. Aquel sentimiento de pertenencia desapareció cuando se hizo evidente que en la relación entre el los políticos y los intelectuales, estos últimos debían moderar sus ambiciones de poder, ambiciones en el sentido de pretender alterar el rumbo de una marcha, que en el mejor de los casos acompañaban pero que jamás condujeron. En resumen, éste fue el primer contingente de intelectuales que, una vez cerrada la etapa armada de la Revolución, se incorporó de lleno a trabajos gubernamentales, y fue así como, al decir de Octavio Paz, "el intelectual se convirtió en el consejero secreto o público del general analfabeto, del líder campesino o sindical, del caudillo en el poder"[5]. Con sus acciones, la Generación de 1915 contribuyó poderosamente a sentar las bases del moderno Estado mexicano, al tiempo que y paradójicamente, de la misma experiencia se desprendieron los límites de la cohabitación entre intelectuales y gobernantes en el escenario político nacional.
 
 
 
 
Referencias bibliográficas
 
 
CALDERóN VEGA, Luis; Los 7 Sabios de México. México. Ed. Jus. 1961
 
CASTILLO PERAZA, Carlos; (Estudio Introductorio) de Manuel Gómez Morín, constructor de instituciones, México, FCE, 1994.
 
COSíO VILLEGAS, Daniel; Memorias, México. Ed. Joaquín Mortíz, 1976.
 
GóMEZ MORíN, Manuel; 1915, Ed. Cultura, 1927.
 
GONZáLEZ Y GONZáLEZ, Luis; “La ronda de las generaciones” en Todo es Historia, México. Ed. Cal y Arena, 1989.
 
KRAUZE, Enrique; Caudillos culturales de la Revolución Mexicana, México, Ed. Siglo XXI, 1986.
 
MONSIVAIS, Carlos, “La nación de unos cuantos y las esperanzas románticas” en Héctor Aguilar Carmín, et. al. En torno a la cultura nacional, México, SEP-INI, 1976.
 
PAZ, Octavio; El laberinto de la soledad, México, FCE, 1969.
 
 

NOTAS

[1] Manuel Gómez Morín, 1915, Ed. Cultura, 1927, p. 11.
 
[2] Ibid.
[3] Luis Calderón Vega, Los 7 Sabios de México. México. Ed. Jus. 1961, p. 32.
4 Cosío Villegas, Daniel; “La Riqueza de México”, en La Antorcha, México. 30 de mayo de 1925, p.32.

5

Octavio Paz; El laberinto de la soledad, México, FCE, 1969. p. 140

Categoría: 
Artículo
Época de interés: 
Porfirismo y Revolución Mexicana
Área de interés: 
Historia de las Ideas

sobre Pani, "Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas"

Autor: 
Eduardo Flores Clair
Institución: 
DEH - INAH
Síntesis: 

Erika Pani, Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas, México, El Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José Maria Luis Mora, 2001, 444 pp.

 
reseñado para H-MEXICO por
Eduardo Flores Clair
DEH-Instituto Nacional de Antropología e Historia
 
UN TRONO PARA MÉXICO
 
 
¿Cómo fue posible que Maximiliano de Habsburgo se convirtiera en el II emperador de México? Erika Pani sugiere mirar al segundo Imperio sin ira, sin vergüenza, sin las heridas del invasor y sin las balas en el cerro de "Las Campanas". Es una invitación a reconocer la historia de México con sus cosas buenas y malas; con la intención de reconciliarnos con una etapa de nuestra historia que muchos han querido enterrar en el panteón del olvido. Sin exaltar la forma de gobierno monárquica, reinventa la tradición, insinúa ver a la monarquía con otros ojos, sugiere reescribir la historia alejada del glamour de los bailes del palacio, el dispendio en los banquetes y el chismorreo de la corte. Una historia que revele la manera en que "fueron fraguándose, dentro del ideario de la clase política mexicana, una serie de proyectos de Estado que promovieron, o por lo menos aceptaron el establecimiento de un régimen monárquico".
Esta investigación se basa en una amplia gama de fuentes; sin embargo, la autora privilegia de manera especial la revisión de diversos periódicos de la época, los cuales eran los órganos de propaganda de las distintas facciones. A partir de esta fuente histórica, estudia las relaciones entre medios de comunicación e instancias de poder. En este escenario, de manera cotidiana, la clase política mexicana libraba una guerra. Cada uno de los bandos, armado con la letra escrita, disparaba sus ideas e intentaba cazar a sus enemigos. Los informes de la guerra -editoriales, crónicas, opiniones y noticias- permiten conocer las posiciones políticas, las alianzas (como todas ellas efímeras), el debate en torno a los temas substanciales como: la libertad, la forma de gobierno, la soberanía, la religión, la legalidad, los derechos ciudadanos, la propiedad, la política económica, entre otros temas. Se apoya en periódicos de todas las tendencias, por ejemplo: El Siglo XIX, El Monitor Republicano, El Omnibus, El Diario del Imperio y El Pájaro Verde. En algunos capítulos, los redactores o "publicistas" –como bien les llama Pani- toman la iniciativa, hacen lucir su pluma y avasallan a la autora, le impiden exponer sus ideas, le roban la palabra y los lectores, por medio de 1,288 citas, varios miles de puntos suspensivos, entrecomillados, guiones y corchetes, intentaran mantener la atención sobre los asuntos principales de esta historia. Fue tanta la influencia de estos escritores, que Pani termina utilizando un lenguaje coloquial, a semejanza del que nos tiene tan acostumbrados el maestro Luis González y González.
¿Quienes eran los imperialistas? La autora intenta reconstruir la biografía colectiva de cien mexicanos (según el listado del apéndice 2). Ellos fueron los colaboradores más cercanos del emperador; para algunos políticos e historiadores solo fueron "los traidores, los necios o los imbéciles". Teniendo en cuenta el análisis prosopográfico, la autora avanza en el perfil sociológico de este grupo de políticos que poseía características muy particulares. Por ejemplo, era "un grupo de hombres experimentados y cultos, pero también elitistas, racistas y bastante condescendientes hacia los compatriotas que pretendían gobernar [Mas adelante escribirá] Los hemos visto aquí, retratados de cuerpo entero, como buenos burgueses mas o menos liberales, no excesivamente demócratas, cazadores de un orden que los eludía siempre, dirigentes de un pueblo que a casi todos horripilaba".
Mas allá de los meritos intelectuales de cada uno, la opinión negativa sobre los imperialistas era compartida en distintos bandos. El príncipe Carl de Kheveñuller-Metsch, auxiliar de Maximiliano, escribió en sus memorias lo que pensaba sobre el grupo de mexicanos que apoyaban a la monarquía. Decía que eran "generales sin ejército, abogados arruinados, ministros que habían servido ya bajo todos los presidentes: en conjunto gente que había vendido sus convicciones políticas al mejor postor. ¡Con estos hombres quería Maximiliano fundar su imperio! Estas eran las columnas que debían sostener el edificio de sus esperanzas y prestarle sus fuerzas para la gigantesca obra de fundar una monarquía."
Cabe señalar que la autora construyó una radiografía colectiva o prosopografía de los colaboradores del imperio teniendo en cuenta el estatus social, el nivel educativo, el ejercicio profesional y en algunos casos, de manera somera, el futuro que les deparó el destino en los tiempos del triunfo liberal, aquellos que fueron caricaturizados con gran ingenio por Constantino Escalante en el periódico La Orquesta. No obstante, este enfoque queda incompleto respecto a la red clientelar de los personajes, quienes tenían vínculos estrechos a través de lazos de parentesco, amistad y negocios. Pensamos que este elemento es vital para explicar las estrategias políticas utilizadas por cada una de las camarillas en los combates por el poder.
¿Cuáles fueron las acciones políticas de los imperialistas? De manera notable, Pani busco el momento en que la semilla de la monarquía fue depositada en el seno del estado para su germinación. En tres escenarios posibles, la autora sigue la concentración de la voluntad de un puñado de hombres, quienes pensaron que la solución posible a todos los problemas políticos que aquejaban a nuestro país era la monárquica. A lo largo de más de una década, examina las acciones en que cada grupo (desde los liberales más radicales hasta los ultra conservadores) abonaron la idea y prepararon la tierra para instaurar un imperio, pues ya habían probado una amplia cantidad de formas de gobierno de tendencias muy diversas que habían fracasado. A este respecto Fernando del Paso, en su conocida novela Noticias del Imperio, nos había adelantado hace algunos años una idea muy similar. Escribió que "México no funcionaba como república, lo demostraba esa guerra civil que con escasas treguas había durado cuarenta años. Que los mexicanos, como los franceses y la mayor parte de los pueblos amaban el boato real, lo probaban trescientos años de virreinato y lo probaba también el éxito de su Alteza Serenísima, el General Antonio López de Santa Anna."
Pani realiza una profunda reflexión sobre la clase política decimonónica y rompe los moldes de la historiografía tradicional que había reducido la historia política a una batalla incomprensible entre conservadores y liberales, ese periodo histórico que hasta hace muy poco tiempo, por no encontrar un nombre mejor, se le conocía como el de la "anarquía". Pone en tela de juicio esta idea "maniquea" y da cuenta de la gran complejidad de la vida política de la sociedad mexicana. Pero la tarea no es sencilla, la autora señala en repetidas ocasiones la enorme dificultad que existe para identificar a cada uno de los grupos participantes en las contiendas políticas. Los reacomodos eran constantes; sólo para dar una idea breve citamos un apartado donde escribió que: "santanistas, dictatoriales y demócratas republicanos en 1853. Centralistas y federalistas, elitistas y populistas, campeones del Poder Legislativo y presidencialistas en 1856 meses después. Constitucionalistas, anticonstitucionalistas poco convencidos, conservadores intransigentes y conservadores resignados en 1861. A estos calificativos se suman los de "liberales", "católico", "puro", "moderado", "conservador" y "reaccionario". Los grupos y los ideales que estos promovían se traslapaban y se superponían."
Cabe agregar que Esther Acevedo ha contribuido al estudio de los imperialistas a través de su "imagen publicitaria". Haciendo una revisión de las distintas manifestaciones artísticas, reconstruyo los elementos que los publicistas introdujeron en el imaginario colectivo a fin de consolidar su posición política. La sociedad mexicana recibió un bombardeo de fotografías, pinturas, grabados, esculturas, obras públicas donde se mostraban los nuevos hábitos culturales, las nuevas relaciones sociales y sobre todo una nueva estética. A este esfuerzo se le une la magna exposición que el Museo Nacional de Arte montó entre 1995 y 1996 con el titulo de "Testimonios artísticos de un episodio fugaz", donde se mostraron los diversos rostros de los imperialistas. Asimismo, en la lista de los agradecimientos se puede apreciar que lejos de desaparecer con el triunfo liberal, los descendientes de los imperialistas siguen entre nosotros.
El imaginario político de los imperialistas era un arsenal de lucha, estaba muy alejado de ser solo un panfleto y en realidad constituía un conjunto de políticas que fueron instrumentadas por los gobiernos en turno. En el terreno ideológico, Pani intenta explicar el laberinto que recorrió el pensamiento imperial, contrasta la visión de los pensadores y valora las opiniones e influencias sobre ciertos hechos políticos, tales como la "revolución republicana de 1848" francesa, el "imperio de Napoleón III" o el "parlamentarismo moderado-conservador" español. De manera contundente comprueba que la clase política mexicana asumía los modelos europeos. No obstante, en este apartado, se nota la ausencia del mundo anglosajón. Como es bien sabido, la corona británica era un ejemplo de monarquía estable, casi inamovible hasta nuestros días. Desde 1660, cuando limitó sus poderes, jamás se enfrentó a una guerra civil, a un golpe de estado y mucho menos se dio el caso de que algún partido político impugnara el régimen de gobierno.
Por otra parte, la autora realiza un cuidadoso estudio sobre el proyecto económico imperial y pone un mayor énfasis en ciertas áreas internas como "las políticas fiscal, de fomento y agraria". En este renglón, analiza la política fiscal a la luz del conflicto de intereses entre la clase propietaria y el sistema tributario; los contribuyentes tenían la voluntad de modernizar las rentas públicas, pero se negaban a pagar impuestos.
Respecto al presupuesto del gobierno sorprende el dato de que "Maximiliano gastaba en un mes el doble de lo que se le asignaría para todo el año de 1868 a la oficina del presidente Juárez". Sobre los asuntos económicos, me parece un exceso por parte de la autora de considerar a la política social del Imperio como "populista". Asimismo coincido con Carlos Marichal (nota 298, p. 307), respecto a que los empresarios franceses tenían interés por acaparar el mercado de la plata mexicana, pues desde los primeros años del México independiente las casas comerciales galas intervenían en dicho mercado. Pero este problema queda abierto para futuras investigaciones.
Mas allá del problema de la consolidación del estado-nación, el cual ha sido una preocupación constante en la historiografía decimonónica. Pani contribuye de manera notable al estudio del sistema político mexicano, descubre las lógicas internas y la distancia que existía entre el pensamiento y la practica política. Sin duda, construye una imagen muy distinta de los imperialistas. Fue mucho el avance que se logró en este libro, pero aun faltan muchas preguntas que responder sobre esta época. Según la autora "queda sacarlo del campo del imaginario y "normalizar" el periodo del segundo imperio, para ver como opero en las diferentes regiones [y] como interactuó con los distintos actores políticos".
 
Eduardo Flores Clair
efloresc@sni.conacyt.mx
DEH- Instituto Nacional de Antropología e Historia
 

 
Categoría: 
Reseña
Época de interés: 
República, Imperio y Reforma
Área de interés: 
Historia de las Ideas

sobre Chust, "Manuel Chust, La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz (1810-1814)"

Autor: 
Verónica Zárate Toscano
Institución: 
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Síntesis: 
Manuel Chust, La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz (1810-1814), Valencia, Centro Francisco Tomas y Valiente UNED Alzira-Valencia, Fundación Instituto Historia Social, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1999, 326 pp. (Biblioteca historia social, 2)
 
Reseñado para H-México por
Verónica Zárate Toscano
Instituto Mora
 
El 31 de mayo de 1813, Juan López Cancelada reprodujo en su periódico Telégrafo Mexicano, publicado en Cádiz, una carta que había recibido de México en la que se decía:
Cuando nos parecía que el horizonte se iba despejando y daba esperanza de que esto pudiese sosegarse algún día, se recibió la correspondencia de España que estaba detenida en Veracruz, y con ella se formó un nublado en un instante.
Acompañando esta correspondencia, había llegado la Constitución de Cádiz, la cual fue jurada en México el 30 de septiembre de 1812. Su aplicación en el virreinato provocó múltiples reacciones, a favor y en contra, entre los diversos grupos sociales y entre las facciones que, desde 1810, se encontraban enfrascadas en una sangrienta lucha. Para algunos era la panacea que resolvería todos los males, la rama del olivo que llevaba la paloma de la paz. Para otros era precisamente la causante de los males. Estas opiniones eran compartidas por los habitantes del imperio español a ambos lados de la mar océano y manifestadas en publico y en privado.
Años después, entre 1828 y 1829, el propio Cancelada publicó su versión de la historia de la Independencia novohispana en el periódico El Comercio de Ambos Mundos, el cual también vio la luz en Cádiz. En el número correspondiente al 25 de julio de 1828, con un dejo de amargura, Cancelada se preguntaba como
la Constitución política de la monarquía española puede acomodarse como buen suceso a los que no son españoles ni lo quieren ser; ni como puede convenir la libertad de imprenta en un pueblo dividido en bandos, y en que el de un partido ha declarado al otro de mil maneras el odio implacable que le tiene. A dos mil leguas de distancia es imposible acertar en todo, porque no puede preverse el estado en que estarán las cosas cuando se reciban las providencias que se dan, mayormente en un tiempo en que de un día a otro muda todo de aspecto.
La Constitución, redactada entre diciembre de 1810 y marzo de 1812, contenía una serie de reformas que no respondieron necesariamente a las propuestas de los diputados americanos y, en todo caso, en la primera aplicación del cuerpo legal en dominios españoles no hubo suficiente tiempo para probar su eficacia. Lo que sí se logró fue despertar y politizar a una población que se había mantenido ajena o indiferente a la practica política. Una vez promulgada la Constitución en Cádiz, el 19 de marzo de 1812, muchos diputados regresaron a sus respectivas provincias, fuera porque el primer periodo de sesiones estaba por expirar, por llevar consigo el resultado de las Cortes, o por simple decepción. Los debates habían sido muy intensos y los resultados no habían logrado cubrir las expectativas de aquellos que confiaban en que el nuevo régimen podría introducir los cambios favorables para mejorar la situación de miles y miles de vasallos españoles diseminados en toda la extensión del imperio. El libro que ahora nos ocupa se ocupa de estos y otros temas. Su principal interés, mas que hacer un estudio especifico sobre el grupo parlamentario americano, es indagar los orígenes del parlamentarismo español y sobre todo centrar su atención en los debates que origino la cuestión colonial americana.
Manuel Chust, valenciano, profesor de la Universidad de Jaume I en Castellón, España, se ha interesado desde sus primeros trabajos de investigación en el proceso revolucionario burgués español. En su primera investigación que presentó como tesis de licenciatura se ocupó de las milicias nacionales en el ámbito del país valenciano. Posteriormente, atrajo su atención la problemática americanista, ambos aspectos que contribuyen a la explicación de la revolución burguesa española del siglo XIX.
En el libro queda expuesto con mucha claridad que la discusión sobre los aspectos relacionados con la cuestión americana era vista como una pérdida de tiempo por los diputados que exigían que la atención se centrara en los problemas que enfrentaba la península española invadida por los franceses, con los reyes imposibilitados de ejercer su función y sobre todo experimentando con una nueva forma de gobierno. Una de las aportaciones de esta investigación es precisamente el poder constatar que, a pesar de que peninsulares y americanos tenían valores, lenguajes e imaginarios parecidos, discrepaban en lo relacionado con la igualdad, los derechos, la representación, la distribución de los bienes, las formas prácticas de gobierno, la libertad, etcétera.
Chust reitera a lo largo del texto que las Cortes fueron una praxis parlamentaria de mucha utilidad para los americanos, quienes de vuelta en sus regiones, conformarían los cuerpos legislativos de las naciones independientes. La experiencia adquirida en el recinto gaditano quedaría manifestada con el paso del tiempo. Los debates cumplieron dos funciones. Por un lado, eran la manifestación de las ideas y posiciones de sus expositores dispuestos a defender sus propuestas frente a los embates de los opositores, es decir, de la confrontación de modelos políticos distintos. Y por el otro, servían como una escuela de oratoria para aquellos que no habían tenido anteriormente la posibilidad de expresarse en términos políticos.
En la amplia historiografía que existe sobre el asunto gaditano, se distinguen trabajos enfocados hacia distintos niveles. En primer lugar, podrían mencionarse los estudios generales como el de Federico Suárez, el de María Teresa Berruezo sobre los diputados americanos, y en el ámbito local el de Manuel Ferrer sobre la aplicación de la constitución en Nueva España. Asimismo, existen estudios sobre las elecciones como los de François Xavier Guerra, Marie-Danielle Demelas, Virginia Guedea y Antonio Annino o sobre determinados diputados, ya sea por el papel que desempeñaron en el debate o por ser los hijos pródigos de algunas regiones, futuras naciones independientes.
Sin embargo, aun no hay demasiada claridad en cuanto a la homogeneidad que pudieran mantener los diputados adscritos a una tendencia u otra. Mediante el análisis, principalmente, de los Diarios y las Actas de Cortes, Chust se encarga de enfatizar que no existía una línea divisoria muy clara en cuanto a las posturas de los legisladores. Tanto entre los peninsulares como entre los americanos había diputados de tendencias liberales y serviles o conservadores. De esta manera, podría haber españoles que enarbolaran la bandera de las reivindicaciones americanas mientras que algunos originarios del nuevo continente se mostraran mas conservadores en sus propuestas.
Pero también hay que enfatizar que la cuestión americana no sólo se discutía en el seno de las Cortes sino que trascendía el recinto para plasmarse en los diversos periódicos y se comentaba en las tertulias, en las calles, en las plazas. De esta forma, existían modos diversos de influir en las opiniones de los diputados, y también podría ejercerse una fuerte presión sobre ellos a fin de que defendieran o modificaran sus posturas. Estas formas de sociabilidad modernas irían ganando fuerza con el paso del tiempo.
Asimismo, en el libro se enfatizan las dificultades a las que se enfrentaron los legisladores al querer imponer una política homogénea para todo el imperio español. Durante tres siglos se dictaron normas globales sin tomar en cuenta su diversidad geográfica, étnica, social, económica y cultural, o como bien enfatizó Cancelada en el texto citado al inicio de esta reseña, sin el conocimiento de las realidades americanas y con el agravante de la lejanía. En esa época, América se veía como un todo pero esta visión global, que no deja de tener su justificación, impedía el conocimiento de las características particulares que, cada vez mas, se ponían en evidencia a los ojos de las autoridades.
En el libro se han encontrado algunos errores, por ejemplo en la equivocación de los nombres de los actores políticos del momento, o en atribuirle funciones de diputado a quien expresaba sus opiniones en la prensa del momento. Sin embargo, resulta trascendente que su autor, Manuel Chust, sea un peninsular interesado por desentrañar los misterios que encerraba la realidad americana en una época tan convulsa e intensa y que busque difundir la manera en que los oriundos del nuevo continente se enfrentaron a novedades de tal envergadura como la implantación de un nuevo régimen. Entonces se descubrió, no sin cierto dolor, que todas estas novedades despedazaban a la monarquía y que esta todavía tenia la fuerza necesaria para sostenerse, al menos por un tiempo, sin innovar en su forma de gobierno. Y también se hizo evidente que esas -y otras- actitudes, contribuyeron a que España perdiera a la América para siempre.
 
Verónica Zárate Toscano
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