Historia Cultural

Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Pablo
Apellidos: 
García Sánchez
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Estudiante de Posgrado
Institución de estudio o trabajo: 
Escuela Nacional de Antropología e Historia
Época de interés: 
Contemporánea
Área de interés: 
Bibliotecas y Archivos
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Historia de las Ideas
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Título del proyecto, área de interés o motivo de suscripción: 
Seminario Regional del Sureste

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Datos generales
Nombre: 
Lucía
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Hernández Flores
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México
Ocupación: 
Estudiante de grado
Institución de estudio o trabajo: 
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Colonial
General
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Bibliotecas y Archivos
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Historia Cultural
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Historia de la Vida Cotidiana
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Historia Económica
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Título del proyecto, área de interés o motivo de suscripción: 
La fiesta del poder y el poder de la fiesta. La celebración de San Hipólito en el siglo XVII
Descripción: 

Busca explicar las relaciones de poder entre los distintos órganos políticos novohispanos a travésde la legislación y las expresiones festivas. La fiesta de San Hipólito conmemoraba la "noche triste" y la caída de México Tenochtitlán. Se busca dilucidar las diferentes interpretaciones que se otorgaron a un discurso festivo que evoca acontecimientos del  XVI y que, sin embargo, fue financiado por las autoridades municipales quienes vieron en esta fiesta, una vía de exaltación de la identidad local e intereses oligárquicos.

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Datos generales
Nombre: 
Miguel Angel
Apellidos: 
Urrego Ardila
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Docencia Universitaria
Época de interés: 
Los Años Recientes
Área de interés: 
Historia Cultural
Otra información
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Perfil académico

Datos generales
Nombre: 
Miguel Felipe
Apellidos: 
García
País de residencia: 
México
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Estudiante de grado
Institución de estudio o trabajo: 
Universidad de Sonora
Época de interés: 
Colonial
Área de interés: 
Historia Cultural

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Datos generales
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Marisol
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Ramírez
País de residencia: 
México
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Estudiante de grado
Institución de estudio o trabajo: 
UNAM
Época de interés: 
Colonial
Prehispánica
República, Imperio y Reforma
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Perfil académico 6600

Datos generales
Nombre: 
ROSA ELENA
Apellidos: 
ANDRADE RENDÓN
País de residencia: 
México
Ocupación: 
Otro (utilice el campo siguiente)
Otra ocupación: 
EGRESADA TITULADA, DESEMPLEADA
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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
Época de interés: 
General
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Maria Eugenia
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Cultura y poder: el papel de la prensa ilustrada en la formación de la opinión pública

Autor: 
Inés Yujnovsky
Institución: 
El Colegio de México
Síntesis: 
Cultura y poder: el papel de la prensa ilustrada en la formación de la opinión pública.[1]
Inés Yujnovsky
El Colegio de México
 
Modernity as history is intimately bound to images of modernity[2]
 
Introducción.
Este trabajo está articulado alrededor de una pregunta central ¿cuál es el papel de la prensa ilustrada en la opinión pública? Para resolver este problema es necesario articular tres temas: las imágenes, la prensa y la opinión pública. Además la modernidad y la ciudad son dos aspectos importantes en esta problemática que se discuten en forma soslayada. La reflexión parte de la propuesta teórica de Jürgen Habermas[3] y luego se realiza un estado de la cuestión acerca del papel de la prensa ilustrada en México, entre mediados del siglo XIX y mediados del XX.
 
Después de una introducción teórica al concepto de opinión pública, el trabajo analiza cómo hacia la mitad del siglo XIX, la prensa ilustrada tuvo un papel central en la creación de una identidad nacional. En el siguiente apartado se estudia la prensa de caricaturas, género que fue dominante durante la República Restaurada, en el marco de un modelo en el que la opinión pública se constituía como un campo de intervención política, partidaria y de facciones. A continuación se realiza una crítica a la historiografía de la prensa durante el porfiriato, considerando que las imágenes en este período, en especial el fotograbado y la fotografía, no eran meras ilustraciones de la información sino que tenían una intencionalidad política de alabanza al régimen encabezado por Porfirio Díaz. La siguiente sección analiza el papel económico que cumplió la folletería, la literatura promocional y la prensa ilustrada para atraer inversiones y revertir la imagen de atraso y conflictividad que México tenía en el exterior. Además se observa el papel de la prensa ilustrada en la promoción del consumo. Por último, se resume brevemente la importancia de las imágenes durante el período revolucionario para pasar a la función política del fotoperiodismo en las décadas de 1930 y 1940, en el marco de un fuerte presidencialismo y del proceso de abandono de los objetivos revolucionarios.
 
Uno de los aspectos más citados del advenimiento de la modernidad ha sido el nacimiento de la opinión pública, entendida como un espacio autónomo donde las personas privadas hacen uso público de la razón, en el que la confrontación de opiniones se establece a partir de la igualdad entre los individuos. Este proceso surgió a partir de la diferenciación de lo público y lo privado, así como del proceso de individuación. Habermas señala que en el período que va entre finales del siglo XVII y mediados del XIX, mientras la burguesía va consolidando su poder, es cuando la publicidad adquiere una función política. La ciudad es el espacio público por excelencia y allí los ciudadanos son capaces de autoorganizarse y hacer valer sus intereses a través de la comunicación pública.[4] Por lo tanto se convierte en una publicidad políticamente activa.[5]
 
Citando a B. Manin, Habermas aclara que es necesario modificar radicalmente la perspectiva común tanto a las teorías liberales como al pensamiento democrático: la fuente de legitimidad no es la voluntad predeterminada de los individuos, sino más bien el proceso de su formación, es decir, la deliberación misma (...) Una decisión legítima no representa la voluntad de todos, pero es algo que resulta de la deliberación de todos. Debemos afirmar, a riesgo de contradecir a toda una extensa tradición, que la ley legítima es el resultado de la deliberación general, y no la expresión de la voluntad general.[6] Por lo tanto, los debates que se construyen y difunden a través de la prensa ocupan un lugar central en la construcción de la legitimidad política.
 
En América Latina, F-X Guerra ha señalado que el espacio público moderno surgió durante la época de la independencia.[7] Considera que la opinión pública remite, en esta primera época, a realidades diferentes: a los sentimientos o valores compartidos por el conjunto de la sociedad; a su reacción ante determinados acontecimientos o problemas; al consenso racional al que se llega en la discusión de las elites; al estado de espíritu de la población que la pedagogía de las elites o del gobierno intentan modelar; a ese sentir común impalpable que resulta de la confrontación de opiniones diversas expresadas en una prensa pluralista.[8]
 
Para Habermas, el fin de la censura es un aspecto clave en el nacimiento de la opinión pública ya que permite el libre desarrollo de la prensa. En México, la constitución de 1824 declaró la libertad de imprenta por lo que el número de imprentas en la Ciudad de México creció en forma considerable.[9] En 1826, la introducción de la técnica de la litografía repercutió en las posibilidades de impresión, modificando los formatos materiales de libros y periódicos, mejorando su calidad y permitiendo el uso de colores. En este escenario, caracterizado por una comunidad de lectores más amplia, se fueron redefiniendo las reglas que pretendían establecer el orden de producción, circulación y crítica de los libros. Espacio que no se circunscribía solamente a México sino que participaba ampliamente en las disputas intelectuales europeas y americanas. Como señala Habermas no es posible hablar de público en singular sino más bien de lucha de facciones ya que se produce una coexistencia de publicidades en competencia.[10]
 
Todavía en el período de la independencia no existían revistas o periódicos ilustrados, sin embargo es importante analizar este período porque ha sido caracterizado como el de nacimiento de la opinión pública moderna. En América Latina, es en este momento en que la prensa, como espacio de deliberación de las opiniones racionales de los individuos, adquiere un carácter político. El análisis de la prensa ilustrada debe realizarse teniendo en cuenta estas modalidades de la prensa en general.
 
La prensa ilustrada protagonista en la invención de una imagen nacional.
Hacia la mitad del siglo XIX, como señala Tomás Pérez Vejo, la prensa ilustrada fue la protagonista en la invención de una imagen nacional, que la difundía entre las clases medias alfabetizadas, sujeto privilegiado del proceso nacional decimonónico.[11] Es importante tener en cuenta que la conformación de una idea de identidad nacional es algo más complejo de lo que puede suponerse a primera vista ya que conlleva una serie de supuestos que no son siempre evidentes. Una identidad nacional presupone dos premisas: la de unidad (es decir, la existencia de ciertos rasgos comunes que pueden reconocerse por igual en los connacionales de todos los tiempos, regiones y clases) y la de exclusividad (que tales rasgos distinguen a éstos de los miembros de las demás comunidades nacionales). Una característica adicional es que tal principio particular debería ser, sin embargo, reconocible como universalmente valioso, es decir, encarnar valores incuestionables que justifiquen por sí su existencia y su defensa ante cualquier posible amenaza interior o exterior. Este tipo de historia nacional (a la que se puede denominar genealógica) tendrá un carácter decididamente autocelebratorio.[12] Las revistas ilustradas fueron algunos de los mecanismos que las elites mexicanas utilizaron para enfatizar la unidad, la exclusividad y la autocelebración.
 
A mitad del siglo XIX, El Museo Mexicano, El Album Mexicano, La Ilustración Mexicana y Los Mexicanos pintados por sí mismos fueron algunas de las publicaciones ilustradas más importantes del período.[13] Las primeras tres fueron revistas misceláneas que incluían imágenes de tipo costumbristas como tipos y escenas moralizantes, reunidas por Ignacio Cumplido, uno de los editores más importantes del siglo XIX, en México. A semejanza de similares proyectos europeos, Los Mexicanos pintados por sí mismos (editada por primera vez en 35 entregas) realizaba descripciones literarias y litográficas de los tipos característicos de la sociedad mexicana como el arriero, el aguador, la chiera, la china, entre otros.[14] Estas publicaciones ocuparon un lugar central en la construcción y difusión de los rasgos comunes de la sociedad mexicana que creaban el supuesto de unidad y al mismo tiempo otorgaron el sentido de exclusividad. Los tipos, como por ejemplo el jarocho o la tehuana, eran descripciones abstractas para mostrar normas colectivas que distinguían a los mexicanos de españoles o franceses. Las escenas mostraban las virtudes a seguir y criticaban los vicios de la sociedad mexicana. De todos modos, es significativo señalar que en este primer período muchas de las imágenes publicadas no eran mexicanas. Europa y lo europeo eran vistos no como algo ajeno sino como un elemento más de la propia tradición histórica y cultural.[15] Asimismo, los artistas viajeros tuvieron un papel relevante en la conformación de los imaginarios nacionales. Los europeos que atravesaban las distintas regiones de México definían rasgos típicamente mexicanos, en relación con su propia identidad.
 
Por lo tanto, la imagen de la nación a partir de una historia, una cultura, un paisaje y unas costumbres nacionales, difundidas por la prensa ilustrada, fueron las que terminaron de dibujar en el imaginario social, la idea de una comunidad nacional distinta y diferenciada de las demás.[16] Siguiendo a Tomás Pérez Vejo, se puede decir que el papel de la prensa ilustrada, hacia la mitad del siglo XIX, fue el de consolidar una imagen distintiva de lo mexicano, en el proceso de invención de la nación. Y en consecuencia tuvo un rol significativo en la conformación de la identidad mexicana.
 
Por otro lado es relevante mencionar otra característica del papel de las imágenes en este período. Frances Yates ha hecho notar la importancia de las imágenes en el desarrollo del arte de la memoria.[17] Este arte fue inventado por los griegos, de allí pasó a Roma y así a la tradición europea. Cicerón, interesado en la retórica, se preocupó en gran medida por el arte de la memoria. Consideraba que los espacios y las imágenes eran recursos mnemotécnicos utilizados para recordar. Primero había que fijar en la memoria una serie de lugares (los sistemas de arquitectura eran muy utilizados pero no los únicos) cada uno de las cuales representaba un tema: el ancla temas navales, un arma cuestiones militares y así se aseguraba también el orden del discurso. Además de insistir en el orden de la memoria, Cicerón consideraba que era la vista el sentido más poderoso; ver los espacios y las imágenes ayudaba a traer a los labios las palabras de su discurso.[18]
 
Fuertemente influenciados por los autores de la antigüedad clásica, los intelectuales del siglo XIX heredaron ciertas preocupaciones del arte de recordar. Aunque transformado por la difusión de la imprenta y del libro escrito que permitía dejar de lado la centralidad del arte de la memoria, los intelectuales latinoamericanos de este período tenían un fuerte interés en la retórica y leyeron asiduamente a Cicerón. En consecuencia, se puede pensar que la prensa ilustrada también tenía el propósito de fijar en la memoria, de quienes veían las imágenes, ciertas normas, códigos morales y los rasgos típicamente mexicanos que fueron construyendo la identidad nacional.
 
La prensa y las caricaturas como arma política.
Para comprender el sentido que el concepto de opinión pública adquirió en México, Elías Palti ha propuesto un análisis a partir de dos modelos sucesivos en el tiempo. A fines del siglo XVIII, surgió lo que este autor denomina el modelo jurídico de opinión pública, concebido como un tribunal de opinión neutral que tras evaluar la evidencia disponible y contrastar los distintos argumentos en pugna, accedía idealmente a la verdad del caso.[19] Este modelo se mantuvo vigente hasta aproximadamente la mitad del siglo XIX. Durante la República Restaurada, es decir entre 1867 y 1876, llegó a su punto culminante un modelo diferente, denominado por Palti proselitista, en el que la opinión pública se constituía como un campo de intervención y espacio de interacción de argumentaciones. La prensa se empleaba como arma política y el periodismo constituía un modo de discutir y al mismo tiempo de hacer política. La prensa periódica buscaba constituir la opinión pública.[20]
 
En 1849, apareció El Tío Nonilla, un periódico de caricaturas caracterizado por ideas radicales en contra de la sociedad religiosa y opuesto a las costumbres hipócritas de la época. En las caricaturas se ridiculizaba a los frailes, se ironizaba contra los anhelos monarquistas de los conservadores y se mofaba del gabinete de Santa Anna.[21] Pero fue después de la Constitución de 1857 cuando el género de las caricaturas políticas llegó a su máximo esplendor ya que los sucesivos gobiernos tuvieron que acceder a la libre expresión mediante la libertad de prensa.[22]
 
En un libro ya clásico que compila caricaturas provenientes de diferentes diarios, Salvador Pruneda considera que “El arte de que nos ocupamos sirvió indistintamente, de desahogo de resentimientos y válvula de escape para atacar y defender determinados principios, o dar salida a las encontradas pasiones de liberales y conservadores.”[23] Numerosos periódicos surgieron en estos años haciendo hincapié en la ironía, las bromas y el sarcasmo.[24] De esta forma se oponían a sus contrincantes políticos, a las obras o inoperancias del gobierno y la opinión pública se constituía como un campo de intervención. Aunque en los inicios del gobierno de Porfirio Díaz la diversidad de opiniones fue vista como una debilidad del gobierno, este fue el período en que la lucha de facciones se produjo con mayor énfasis gracias a la coexistencia de publicidades en competencia. En México, durante este período, la ley legítima era el resultado de la deliberación general y la caricatura participaba ampliamente en el proceso de debate. Incluso, como ya lo había señalado Cosío Villegas, debido a la existencia de las caricaturas, la prensa alcanzaba a un público más popular que las publicaciones puramente doctrinarias.[25] Por lo tanto, el proceso de deliberación política incluía también a sectores más bajos de la sociedad y no sólo a los políticos e intelectuales.
 
La prensa de información y la prensa política durante el Porfiriato.
Diversos autores han señalado las transformaciones radicales que sufrió la prensa durante el porfiriato. La idea que a fines del siglo XIX las transformaciones técnicas crearon un periodismo que daba prioridad a la rapidez y ya no se preocupaba por el contenido, el debate político y el estilo literario se ha reiterado acríticamente en los diversos trabajos acerca de la prensa en este período. El motivo principal por el cual la prensa habría dejado el debate político para dedicarse a la información “a secas” era la política represiva de la dictadura porfirista sobre la oposición.[26] Lo que aquí se sugiere es que la aseveración tan tajante de considerar que al pasar a ser prensa de información deja de ser prensa política ha oscurecido los mecanismos de construcción de la legitimidad política durante el porfiriato.
 
En un importante trabajo de cuantificación de los periódicos que circulaban durante el Porfiriato en todo el territorio de México, Florence Toussaint ha procurado demostrar el paso de la prensa política a la prensa industrial.[27] La autora considera que antes de 1896 la prensa política se caracterizó por su ánimo político y analítico, a partir de entonces la fórmula cambió su diseño. A través de la penuria económica fueron silenciados muchos órganos de prensa. La transformación del periodismo dio origen a la prensa industrial y con ella la tradicional decimonónica fue lentamente extinguiéndose. La industria de diarios y semanarios llevó consigo un cambio en los propósitos y contenido de los periódicos: la información y la noticia pasaron al primer plano desplazando casi totalmente al editorial, el artículo y el litigio.[28] Toussaint ha mostrado que en 1876 existían en México 434 periódicos (182 correspondían a la Ciudad de México) y que en 1910 sólo quedaban 142 (28 en la Capital). A simple vista estas cifras parecen contundentes y no se puede negar que la política represiva y de subsidios tuviera un efecto poderoso sobre la reducción de la prensa. Sin embargo, es necesario detenerse brevemente en las mismas cifras que aporta esta autora. Entre 1884 y 1900 la caída no es tan drástica como lo evidencian los años de inicio y fin elegidos por la autora. Realizando un promedio de la cantidad de periódicos que circulaban en todo México, en estos 33 años, resulta que a cada periodo (propuesto por Toussaint) corresponderían 221 periódicos y salvo los años de inicio (434) y de fin (142), ninguno se aleja tanto de ese promedio.[29] Para el caso de la Ciudad de México las cifras son un poco más oscilantes pero la tendencia es similar. El promedio en circulación sería de 63 periódicos, salvo la fecha de inicio (182), entre 1881 y 1896 la cantidad es muy cercana al promedio. A partir de 1897 circularían un 60 % del promedio, es decir unos 40 periódicos por ciclo y hacia 1909 un 44 %. Lo que cabe preguntarse entonces es la particularidad de las fechas de inicio y fin, ambos períodos críticos para el régimen.
 
Por otro lado es necesario analizar la tirada de los periódicos. Se ha estimado que en 1905 El Imparcial publicaba 75 000 ejemplares, El Mundo 30 000 y un diario como The Mexican Herald (destinado al público de habla inglesa) sacaba 10 000 ejemplares. El promedio de los periódicos de tamaño medio editaban 6 000 ejemplares, si se multiplica esta cifra por la media de 221 periódicos da un total de 1 326 000 ejemplares. Una cantidad poco despreciable para una población de 10 millones de habitantes.[30] Además hay que tener en cuenta que la lectura en aquella época no era silenciosa e individual como lo es hoy en día. Era habitual que se leyera en voz alta y los cafés, las tertulias o diversas instituciones tenían un periódico que era leído por distintas personas a lo largo de uno o varios días.
 
Por lo tanto, a partir de una revisión de los datos cuantitativos es necesario matizar las afirmaciones de la agonía de la prensa política durante el porfiriato. La política represiva tuvo un efecto importante pero la prensa de oposición logró mantener abiertos ciertos canales y tanto los periódicos que estaban en contra como aquellos que estaban a favor del régimen fueron importantes herramientas de expresión. Los diarios continuaron siendo instrumentos insoslayables para quienes aspiraban a tener alguna influencia en la vida política.
 
En un trabajo escrito en 1974 María del Carmen Ruiz Castañeda resume la política represiva del gobierno contra la prensa. En 1883, la reforma de los artículos 6to y 7to de la Constitución dispuso que los periodistas fueran juzgados por los tribunales de orden común. De este modo se realizaron diversos procedimientos represivos como sanciones pecuniarias, castigos corporales y sentencias de confiscación de prensas y útiles de trabajo. Paralelamente a esta política, el gobierno aplicó una serie de subvenciones para ayudar a aquellos periódicos cuya responsabilidad era la defensa de la administración y su política.[31] En forma implícita, el trabajo de Castañeda asume que la fuerte represión fue la mecha que encendió la participación de estos sectores en la revolución. La autora también señala que el surgimiento de El Imparcial en 1896 implicó el nacimiento de la prensa industrial pero aporta un matiz significativo. Menciona que este periódico usó el amarillismo como señuelo y se consagró a la defensa de las clases en el poder.[32]
 
En este sentido, Jacqueline Covo ha señalado que los períodos de severa represión exigen del historiador una atención especial de descifrar, bajo la expresión anodina, las siempre posibles y valientes tentativas de dar a conocer posiciones disidentes. Por ejemplo, durante la dictadura de Santa Anna, Le Trait d´Union se valía del uso del idioma francés y de la ironía para engañar a los censores y ridiculizar a “Su Alteza Serenísima”, alabándolo exageradamente. También Francisco Zarco, en el mismo periodo, aprovechaba la inocua crónica de “modas” para deslizar ataques indirectos.[33]
 
A diferencia de los trabajos mencionados, Irma Lombardo retrocede el surgimiento de la prensa de información al período de la República Restaurada.[34] Considera que ya en ese momento se adoptaron innovaciones técnicas pero sobre todo, explica, es en este período cuando comenzó a utilizarse la técnica del reportaje. Esta autora no menciona la desaparición de la prensa política ya que este período es el de mayor efervescencia partidaria pero su análisis de los reportajes no se detiene en los aspectos políticos que se esconden en este tipo de información. Señala que a fines de los años 80 del siglo XIX las páginas de la prensa mexicana se llenaron de tinta roja, robos, asesinatos, incendios, estrangulamientos, inundaciones, descarrilamientos de trenes, inauguraciones, descripciones de paseos y monumentos así como entrevistas a literatos distinguidos. La noticia se impuso y la entrevista se transformó en el mecanismo idóneo para obtener información veraz, actual y de primera mano. Dos conceptos, presentes hasta nuestros días, caracterizaron la información en este período: la imparcialidad, actualmente denominada objetividad y el sensacionalismo.[35] Sin embargo, su análisis excluye lo que Castañeda denominó señuelo. Por ejemplo, en su descripción de un reportaje sensacionalista explica los móviles y detalles del crimen, al final menciona que el texto señala las obligaciones de las autoridades de continuar cumpliendo con su deber para asegurar la tranquilidad de las familias, pues numerosos maleantes atentan en contra de la sociedad.[36] Pero no se detiene en el análisis del mensaje que implica este tipo de afirmaciones periodísticas. Lombardo no se detiene en la intencionalidad política de este tipo de información; no observa, como advierte Covo, los mensajes ocultos detrás de las noticias. Es clarísimo el carácter prescriptivo de este tipo de notas periodísticas: el criminal recibiría su castigo y el estado era el único actor que podía hacer uso legítimo de la fuerza.
 
En un trabajo de temática similar al de Lombardo pero con una propuesta más analítica acerca de los reportajes policíacos en México durante el Porfiriato, Alberto del Castillo señala que una de las funciones de las notas gráficas (todavía ilustradas con grabados) era la de “presentar un conjunto de rasgos físicos desaliñados y miradas duras y feroces que supuestamente evidenciarían el tipo de delito que habían cometido. En esta misma línea, la gráfica de El Universal inauguró una sección titulada “Galería de Rateros”, en la que se presentaban grabados con los retratos de delincuentes y criminales, acompañados de textos en los que se alertaba a la ciudadanía y se describía el tipo de delito en el que se especializaba el sujeto en cuestión.”[37]
 
El análisis de este autor acerca del periódico Gil Blas muestra que la gráfica realizada por el conocido caricaturista José Guadalupe Posada[38] pretendía realizar una crítica irónica a los distintos sectores sociales; a diferencia de las elites porfiristas, el periódico tenía cierta simpatía por los grupos populares y atacaba a las clases altas. Además la crítica al gobierno era sostenida y reforzada por las imágenes.
 
Alberto del Castillo adhiere nuevamente a la idea del surgimiento de una prensa mercantil-noticiosas reemplazando al periodismo político – doctrinal. Sin embargo, su análisis de El Imparcial concluye que “el mensaje de estos relatos tenía una dirección bien definida que reforzaba la idea de que todo crimen recibía finalmente un castigo y el Estado constituía la única instancia legítima para administrarlo.”[39] Es decir, que los supuestos relatos de un hecho criminal tenían un trasfondo político o vinculado a la legitimación del régimen como el único actor que podía usar la fuerza en forma legítima.
 
El primer trabajo en manifestar la noción del paso de la prensa política a la informativa es la Historia Moderna de México, cuya primera edición es de 1972. Allí se afirma que la efectividad de la prensa de oposición fue declinando entre 1888 y 1910 por dos razones: la falta de periodistas incisivos pero sobre todo por “el factor nuevo, y que en mayor medida explica la ineficacia creciente de la prensa oposicionista, es la aparición, por primera vez en México, de la industria editorial del periodismo, o del diario comercial, es decir concebido y tratado como un negocio mercantil.”[40] El objetivo principal de El Mundo y El Imparcial, se afirma en la Historia Moderna, era darle una decidida preeminencia a la noticia, a la información, desplazando a un plano muy secundario la doctrina o la disputa ideológica. Pero también se aclara que cuando los editores de esas dos publicaciones creían necesario manejar alguna, era siempre una opinión simpática a las miras y los procedimientos del gobierno.[41] Incluso se sostiene que “El gobierno recibe una inesperada ayuda de la prensa industrial. Por una parte, ésta va ganando día a día más lectores; por otra, la lectura que ofrece información y no doctrinaria, distrae la atención de la conducta política del régimen.”[42]
 
A diferencia de los estudios posteriores, que en muchos casos han simplificado las afirmaciones de la Historia Moderna coordinada por Cosío Villegas, esta obra analiza el surgimiento de la prensa concebida como negocio mercantil en el marco de las relaciones de poder establecidas en el Porfiriato. El objetivo del tomo en que se hace mención a la transformación de la prensa es observar cómo Porfirio Díaz fue adueñándose de los resortes del poder, cómo la oposición llegó a ser impotente y cómo la propaganda hizo de Porfirio un gobernante necesario, insustituible que poseía prendas excepcionales de político y administrador.[43]
 
Aunque surgió una nueva política informativa, el abandono del debate político, ideológico o faccioso en gran medida era utilizada como una máscara para mostrar los avances del régimen. Una parte de la información cotidiana, crónicas, relatos de “hechos” y las imágenes que acompañaban o “ilustraban” esa información tenía el propósito político de elogiar al régimen y por lo tanto ampliar la base de su legitimidad.
 
En diversas ocasiones los periódicos relataban y mostraban fotografías de las visitas o inauguraciones que Porfirio Díaz realizaba en los más recónditos paisajes de México. El aspecto simbólico del ferrocarril mostraba a un presidente a la vanguardia de la civilización, su presencia hacía que el progreso pareciera haber llegado a las ciudades del interior. Además, Porfirio era esperado por sus partidarios en las estaciones del tren enfatizando el apoyo que la gente de las provincias le daban al régimen. Las fotografías de estos viajes presidenciales eran reproducidas mostrando fragmentos congelados de aquellos momentos inolvidables de la llegada del héroe de la “paz y el progreso”. Es decir que al poner a la vista los logros del ejecutivo y el apoyo que le brindaban los ciudadanos, un simple relato de los viajes del presidente formaba parte del proceso de legitimación.
 
En relación con los viajes, Cosío Villegas ha señalado lo que aquí se propone respecto a las imágenes, Porfirio Díaz y sus amigos comenzaron a enaltecer la personalidad de Porfirio para identificarla con los intereses del país y de la Nación misma.[44] Díaz instauró el culto a su propia personalidad. “Era menester darse a conocer en todo el ámbito nacional además con estos viajes podía cerciorarse de la estimación real de que gozaban en la localidad sus adelantados, los gobernadores; recibir quejas de ellos y ofrecerse a los intereses locales como un recurso de segunda instancia en caso de no darles satisfacción la autoridad local. Los gobernadores, por su parte, querían traer a sus ínsulas al presidente, pues eso les daba ocasión de lucirse ante la autoridad suprema lo mismo que ante sus feligreses, sin descontar la posibilidad de sacarle a la Federación alguna ayuda técnica o financiera. En fin, una forma ostensible de demostrar objetiva y espectacularmente que la paz estaba arraigada y el país bien comunicado, era que el Presidente abandonara tranquilo y confiado el asiento de su gobierno para exhibirse en los lugares apartados.”[45]
 
En este sentido, las numerosas imágenes que se publicaban de homenajes, recepciones, banquetes, fiestas, diplomas y obsequios así como inauguraciones y descripciones de paseos y monumentos (que Lombardo caracterizaba como simples noticias imparciales y objetivas), tenían aquellas finalidades señaladas por Cosío Villegas: eran parte del culto a la personalidad del presidente para identificarla con los intereses de la nación, servían para confirmar la estimación local, demostrar que la paz estaba bien arraigada y que el camino hacia el progreso se encontraba consolidado. Incluso las ilustraciones servían para fijar estos aspectos en la memoria de los receptores.
 
En un trabajo acerca de la prensa en los primeros años de la revolución mexicana, Ariel Rodriguez Kuri aporta cierto giro a la reiterada afirmación del punto de quiebre (en 1896) como el momento clave de la transformación de la prensa ya que utiliza un marco conceptual poco tenido en cuenta en otros trabajos. [46] Para este autor, la aparición de El Imparcial marca la consolidación de la prensa “metropolitana” en México. Este modelo propuesto por Gunther Barth estaría caracterizado por la producción industrializada, el abaratamiento de precios y aumento de la cantidad de ejemplares, la ampliación de la denominada crónica o el relato de los hechos y la cobertura cada vez más amplia de los detalles de la vida cotidiana de la gran ciudad.[47] Aspectos que se consolidan con la aparición de El Imparcial. De todos modos, en México no se produjo, como también señala Barth, la independencia de grupos políticos gracias a la rentabilidad de los nuevos periódicos. El conjunto editorial dirigido por Rafael Reyes Espíndola estaba directamente vinculado con los científicos (el grupo político más influyente durante los últimos 20 años del Porfirato) y recibía subsidios estatales.
 
Pero el centro de atención del trabajo de Rodriguez Kuri está puesto en la percepción que tuvo El Imparcial de la Revolución y el gobierno maderista entre 1911 y 1913. Su conclusión es que, a partir de 1911, El Imparcial se dedicó a impulsar la “socialización del pánico” y adoptó una política beligerante, propositiva y contestaria. Dirigió sus baterías a atacar los puntos flacos del maderismo, a defender las tesis centrales de un antimaderismo conservador y a reordenar alrededor de sí las líneas aún dispersas de éste ultimo.[48] Es cierto, que entre 1909 y 1911 se desplegaron una serie de acontecimientos que transformaron por completo la sociedad y la política en México y ello podría explicar también el cambio en un periódico que pasó de ser oficialista a oposicionista. Sin embargo, continuando la línea de argumentación aquí propuesta, es decir que la prensa de información escondía una línea política de legitimación del gobierno, se podría entender mejor un giro menos profundo en la propuesta editorial de El Imparcial.
 
“México próspero”, los roles económicos de la prensa ilustrada durante el porfiriato
Interesado en las relaciones internacionales durante el Porfiriato, Paolo Riguzzi, considera que debido a la “imagen desastrosa” que México tenía en el exterior, los grupos dirigentes del Porfiriato debían “realizar una auténtica reevaluación de la imagen que imperaba en la opinión pública, la prensa y la comunidad económica internacional.”[49] “Se buscó acreditar una imagen positiva y progresista del país, difundiendo materiales propagandísticos, comisionando y financiando periódicos y periodistas, personalidades y asociaciones que se expresaran a favor del reconocimiento diplomático y el abandono de una política agresiva y que difundieran las grandes perspectivas económicas, que gracias al curso político, se abrían para la canalización “pacífica” de las inversiones norteamericanas.”[50]
 
En consecuencia, se puede observar que la prensa ilustrada también tuvo un papel preponderante en la conformación de una imagen nacional que mostrara la estabilidad institucional y las posibilidades que México podía ofrecer a las inversiones externas.[51] En un trabajo anterior, mi propia investigación procuró observar el papel económico de la prensa ilustrada durante el porfiriato.[52] En 1892, después de veinte años de reactivación, la prensa estaba en condiciones de poner a la vista una serie de adelantos, que debían transformar la imagen, todavía perdurable, de constantes revoluciones, inestabilidad y fuerte déficit financiero.
 
La expansión de la prensa económica fue parte de un proceso de redefinición de concepciones que establecían la autonomía del espacio económico. La información de la ‘riqueza nacional’ se fue transformando en un instrumento de conocimiento público, a partir del cual la clase política y la opinión pública podía elaborar su propia opinión y fundamentar su juicio acerca de las decisiones económicas.[53] La difusión de las fotografías y de la prensa ilustrada debe ser insertada en este contexto y aportó una serie de imágenes con características propias.
 
La difusión de las imágenes del ferrocarril y los puertos tenía el propósito de mostrar la magnitud de los nuevos tipos de emprendimientos complejos y costosos. La movilización del estado y de múltiples agentes económicos, nacionales e internacionales era necesaria para llevar a cabo la construcción de esa infraestructura. Por lo tanto, las fotografías de los puentes se convirtieron en iconos de la modernidad. Pero además, la interrelación entre ferrocarriles y puertos ponía en evidencia la existencia de una red fluida de transportes, un mercado integrado, con diversos puntos de conectividad entre puertos y ferrocarril y éstos con carros y tranvías que permitían el diario transporte de personas y mercancías. Aquella imagen predominante, durante todo el siglo XIX, de la naturaleza excepcional y privilegiada se mantuvo pero mientras que antes se insistía en su desaprovechamiento ahora se vislumbraba la posibilidad de obtener beneficios gracias a los modernos medios de transportes que permitirían la utilización de los magníficos recursos naturales de las zonas que antes se mantenían fuera de la producción capitalista.
 
Las imágenes de las industrias también resaltaban la inversión en capital fijo, mostrando la existencia ‘real’ de sus capacidades. Las industrias se estaban adaptando a las nuevas tecnologías y formas de organización empresarial, por lo que se podía concluir que eran ‘industrias que progresan’. Esta adaptación consistía, primeramente, en la utilización de electricidad, aspecto de suma importancia en México ya que el carbón, como fuerza motriz, era escaso y caro. También era relevante la cercanía de las fábricas al ferrocarril. Las obras de desagüe, saneamiento y salubridad mostraban la aplicación de las nuevas concepciones resumidas en el higienismo. Las fotografías de los trabajadores mostraba locales amplios, limpios y con mucho aire y luz, tales eran conceptos sobresalientes que debía preservar la nueva higiene. Se proponía la imagen de una fuerza laboral disponible, consistente en trabajadores no calificados, obreros calificados y, desde ya, gerentes y empresarios mexicanos. Se insinuaba que los industriales tenían la capacidad de absorber los conflictos y resolverlos conforme al marco institucional existente. Estos aspectos certificaban la seguridad de las inversiones.
 
Se promovía una imagen social positiva del empresario y las empresas ya que la expansión económica generaba un aumento en las fuentes de trabajo y de riqueza pero también porque aportaban beneficios sociales como la contribución de insumos para las obras de riego y desagüe. Se establecía la interrelación entre empresas, sociedad y gobierno para contrarrestar las posibles concepciones negativas de la maximización de beneficios.
 
La propaganda económica resaltaba las transformaciones urbanas necesarias para el apropiado desarrollo de los negocios. Los servicios que los inversores podían encontrar en ciudades como México o Chihuahua iban desde las nuevas comunicaciones como el correo y el telégrafo, la educación, el esparcimiento hasta la red bancaria. La prensa y la folletería, que incluía fotografías, tenían la ventaja de ofrecer una imagen ‘real’ de la infraestructura, el capital fijo y la capacidad de transportes, industrias y servicios urbanos.
 
Las imágenes eran producto del punto de vista de un fotógrafo, la edición en las revistas y se insertaban en un discurso mayor donde los textos complementaban las fotografías. Pero esto no quiere decir que la realidad presentada fuera falsa, tenía una intencionalidad económica y política. Desde el punto de vista económico, pretendían atraer inversores y ampliar el consumo. En lo político fueron herramientas que mostraban los logros obtenidos: la infraestructura, los transportes, la diversidad de la industria y el comercio, así como la capacidad de absorber los conflictos por la vía institucional eran algunos de los elementos que ponían en evidencia la marcha de México hacia el progreso y por ello legitimaban el régimen de Porfirio Díaz.
 
También desde el punto de vista económico pero a partir de las nuevas propuestas de la historia del consumo, algunos investigadores han comenzado a realizar estudios acerca de la publicidad y la fotografía en la primera mitad del siglo XX.[54] En este período, el consumo y el esparcimiento se multiplicaron. La ciudad creció junto a las tiendas como el Palacio de Hierro y nuevos productos inundaron las calles. Bajaron los precios de diversos productos importados. Se impuso la moda francesa: paraguas y quitasoles, bastones, cristalería, cigarreras, entre otros cientos de productos, se vendían en los grandes almacenes. La prensa ilustrada jugó un papel destacado en la promoción de los nuevos productos. Las imágenes eran de carácter persuasivo, sugerían, creaban necesidades, excitaban la fantasía y el deseo y debían convencer. Su omnipresencia y poder residían en los medios de comunicación forjadores de la cultura masiva propia de las sociedades modernas, en las que el consumo es la pieza clave para su funcionamiento y conformación. Los bienes y servicios tuvieron que buscar al consumidor y convencerlo de que valía la pena adquirirlos, surgiendo así el concepto publicitario moderno propiamente dicho.[55]
 
Las imágenes publicitarias y muchas de las imágenes que se difundieron en la prensa periódica pueden ser analizadas como vidrieras de la ciudad; permiten al lector convertirse en flaneuers de la modernidad y observar los cambios en los patrones de consumo que se dieron a fines del siglo XIX.[56]
 
La prensa ilustrada entre la revolución y la postrevolución.
Durante la revolución mexicana, la prensa ilustrada capitalina utilizó la fotografía para mostrar las amenazas que constituían los insurgentes zapatistas y los villistas.[57] Las imágenes negativas de la revolución mexicana también fueron reproducidas por los soldados y el gobierno norteamericano, que después de un primer período de alabanza a Pancho Villa se dieron cuenta que no era posible establecer una alianza con este líder, quien comenzó a ser visto como un bandido sin capacidad de establecer un gobierno nacional.[58]
 
Pero no todas las imágenes fueron negativas, aquellas de la entrada de zapatistas y villistas a la Ciudad de México también se convirtieron en iconos de la presencia del mundo rural dentro del mundo urbano en proceso de modernización. En este período las innovaciones técnicas de la prensa permitieron la reproducción masiva de las fotografías en los periódicos y se difundieron otros medios como las tarjetas postales lo que produjo un gran auge de imágenes que se detuvieron en los nuevos sujetos de la modernidad. Las fotografías del revolucionario a caballo, la soldadera, las escenas que incluían cientos de campesinos en armas, la guerra civil y la decena trágica recorrieron México y el mundo, abriendo una ventana a la nueva realidad mexicana.[59]
 
Entre 1930 y 1950, las fotografías tuvieron un gran prestigio en las revistas. Este período ha sido estudiado por las excelentes investigaciones de John Mraz quien se ha interesado en el fotoperiodismo de este período.[60] Hoy, Rotofoto, Mañana y Siempre! fueron las revistas ilustradas más importantes de este período. A partir de la presidencia de Alemán (1946-1952) el gobierno mexicano hizo un giro hacia la derecha a partir del nuevo proyecto nacional de abandono de los objetivos revolucionarios. La prensa se fue convirtiendo en un poder cada vez mayor y jugó un rol fundamental en mantener la “paz social” tan necesaria en el proyecto de industrialización de Alemán.[61] Hoy y Mañana fueron aliados incondicionales del gobierno mientras que Rotofoto demostraba una irreverencia distintiva contra el presidencialismo lo que finalmente provocó su cierre por parte del gobierno.[62] Las revistas que estuvieron a favor del presidencialismo adularon reiteradamente su figura como el gran patriarca de una cultura que todavía estaba dominada por la tradicional estructura familiar. El mensaje visual de los hombres de gobierno en traje y corbata, inaugurando obras públicas, sentados en banquetes, apareciendo en asambleas públicas o simplemente en su vida privada era claro: eran personas importantes y el camino más claro al reconocimiento público era pertenecer como miembros del PRI y encontrar su lugar en la escalera de la dominación patriarcal.[63]
 
Una de las fuentes de control más importante del gobierno fue realizada a través del uso de recursos públicos para publicidad. Cada dependencia tenía dinero para relaciones públicas y pagaban por cada mención de cualquier cosa que tuviera que ver con un funcionario particular, por ejemplo obras públicas. El gobierno fue de lejos el anunciante más grande del país, incluso proveyendo ricos subsidios para la impresión de ediciones especiales. La interferencia del régimen en los periódicos no sólo se limitaba a generar noticias favorables, también se aseguraban que ciertos hechos no llegaran a ver la luz del día.[64] Los controles de la dictadura del PRI mantuvieron una fachada de existencia de prensa independiente tan convincente que muchos creyeron que era cierta. Recién hacia la década de 1970, cuando realmente surgió una prensa independiente fue desenmascarada el servilismo de oficial de la prensa entre 1930 y 50.[65]
 
Este brevísimo recorrido por las imágenes de la revolución mexicana y el fotoperiodismo del período de abandono de los objetivos revolucionarios permite adentrarse en el siglo XX para observar algunas líneas de continuidad así como las grandes transformaciones que tuvo la prensa ilustrada entre 1850 y 1950.
 
Conclusiones.
A partir del análisis de la bibliografía existente se han podido observar las transformaciones de la función de la prensa ilustrada en las distintas épocas en México. Siguiendo las propuestas de Jürgen Habermas, la opinión pública es entendida como un espacio de deliberación donde los individuos confrontan sus ideas, a través del uso público de la razón. La ciudad ha sido el ámbito por excelencia donde se producen los debates. La prensa era desde fines del siglo XVIII y a principios del XIX, con la aplicación de la libertad de expresión, el canal principal a través del cual los individuos podían expresar libremente sus ideas. En este sentido, la prensa ilustrada jugó un papel específico participando activamente en los procesos de deliberación.
 
Hacia la mitad del siglo XIX, la prensa ilustrada en México fue la protagonista en la invención de una imagen nacional. La identificación de una historia, una cultura, un paisaje y unas costumbres nacionales fueron las que terminaron de dibujar en el imaginario social, la idea de una comunidad nacional distinta y diferenciada de las demás. Las imágenes tenían la virtud de resguardar en la memoria de un mayor número de personas las normas, códigos y rasgos de exclusividad mexicanos que fueron conformando la identidad nacional.
 
El período conocido como la República Restaurada fue el momento en que la prensa pudo desarrollarse más libremente como espacio de confrontación de las opiniones. Allí se reflejaron los debates partidarios y los periódicos colaboraron en la creación de las redes facciosas. Las caricaturas tuvieron un fuerte auge durante este período ya que a través de la broma y la ironía se podía criticar a la iglesia, a los conservadores, a la administración pública, a ciertas medidas ineficaces tomadas por el gobierno y hasta examinaron a los diversos grupos sociales. Es interesante señalar que los diarios que incluyeron caricaturas tuvieron un público más amplio que las elites intelectuales, por ello se podría afirmar que los sectores populares participaron en cierta medida en las diputas electorales. Tanto la prensa como las caricaturas fueron utilizadas como armas políticas en los debates partidarios.
 
La historiografía sobre prensa durante el Porfiriato ha señalado la importancia de la política represiva y de subsidios para acallar a los periódicos de oposición. También se ha insistido en que la aparición de El Imparcial, en 1896, marcó el surgimiento de la prensa mercantil, caracterizada por la producción industrializada, el abaratamiento de precios, el aumento de la cantidad de ejemplares y la preferencia por las noticias y la información. Esta transformación, junto a la política represiva del gobierno, aducen los diferentes autores, habrían hecho sucumbir al periodismo político, las expresiones de oposición, las formas editoriales de expresión, la doctrina y las disputas ideológicas. Sin embargo, los regímenes totalitarios deben mantener abiertos ciertos canales de la esfera pública para demostrar la existencia del apoyo y la adhesión al sistema de poder. En este trabajo se sostiene que en el caso del Porfiriato la prensa de información, subsidiada por el gobierno, sirvió para alabar al régimen y generar mayor consenso gracias a los éxitos que obtenía la administración gubernamental. Las fotografías publicadas en la prensa acerca de las inauguraciones, paseos, banquetes, recepciones o viajes que realizaba el presidente tenían el propósito de mostrar a un gobernante a la vanguardia de la civilización, identificar la personalidad de Porfirio Díaz con los intereses de la nación, confirmar la estimación local y demostrar que la paz estaba arraigada y el camino hacia el progreso en vías de consolidación. En forma similar a los períodos anteriores, las imágenes permitían que los sucesos que ellas retrataran permanecieran más fácilmente en la memoria que un texto escrito, por ello también entre sus receptores incluían a sectores más amplios de la población.
 
En términos económicos la folletería, la literatura promocional y la prensa ilustrada tuvieron tres funciones principales. En primer lugar, sirvieron para revertir la imagen negativa que se tenía de México como un país de disturbios civiles y administración ineficaz. En consecuencia, las imágenes reforzaron los logros obtenidos en el desarrollo de la infraestructura, del transporte y comunicación y en la creación de un mercado integrado. También se señalaron los avances en materia industrial, comercial y de servicios existentes en las ciudades como el sistema bancario, la educación, la salud y el esparcimiento. Asimismo se promovía una imagen positiva de los empresarios y de los diferentes grupos de trabajadores. Por lo tanto, el segundo rol de esta propaganda era de alabanza al régimen, aunque fuera presentada como simple información lo que repercutió en las lecturas de gran parte de la historiografía posterior. La tercera función económica de la prensa ilustrada fue la de estimular el consumo de los nuevos productos que inundaban las calles, las imágenes persuadían al consumidor de los efectos positivos que produciría la adquisición de un producto.
 
Durante la revolución mexicana, la prensa ilustrada capitalina utilizó la fotografía para mostrar las amenazas que constituían los insurgentes como los zapatistas o los villistas. Pero las imágenes de la entrada de estos grupos a la Ciudad de México también se convirtieron en iconos de presencia rural en el mundo urbano en proceso de modernización. En este período las innovaciones técnicas de la prensa permitieron la reproducción masiva de las fotografías en los periódicos. Además se difundieron otros medios que incluían fotografías como las tarjetas postales lo que produjo un auge de imágenes que se detuvieron en los nuevos sujetos de la modernidad. Las fotografías del revolucionario a caballo, la soldadera, las escenas que incluían cientos de campesinos en armas, la guerra civil y la decena trágica recorrieron México y el mundo, abriendo una ventana a la nueva realidad mexicana.
 
Entre 1930 y 1950 las fotografías tuvieron un gran prestigio en las revistas. A partir de la presidencia de Alemán el gobierno mexicano hizo un giro hacia la derecha con el nuevo proyecto nacional de abandono de los objetivos revolucionarios. La prensa se fue convirtiendo en un poder cada vez mayor y jugó un rol fundamental en mantener la “paz social”, tan necesario en el proyecto de industrialización de Alemán. Las revistas ilustradas rindieron culto al presidencialismo y fueron aliados incondicionales del gobierno ya que éste fue de lejos el anunciante más grande del país. Durante este período, los controles de la dictadura del PRI mantuvieron una fachada de existencia de prensa independiente tan convincente que muchos creyeron que era cierta.
 
Este recorrido por un siglo de prensa ilustrada en México ha permitido observar los diferentes roles que las imágenes cumplieron en el mantenimiento y enmascaramiento de una opinión pública que, aunque a veces estuvo fuertemente amenazada, nunca sucumbió por completo a los controles de la dictadura. Para mantener un control hegemónico, hasta los gobiernos dictatoriales tuvieron que mantener abiertos los canales de la esfera pública y gastar amplios recursos en que las imágenes estuvieran a su favor.
 
 
 
 

NOTAS


[1] Quiero agradecer a Ariel Rodríguez Kuri por haberme sugerido la pregunta central de este trabajo y por las sugerentes problemáticas que me propuso resolver, muchas de las cuales aún quedan pendientes.[]
2 “La modernidad como historia está íntimamente ligada a imágenes de la modernidad” Saurabh Dube, “Introduction: Enchantments of Modernity”, Saurabh Dube (Special Issue Editor), Enduring Enchantments, The South Atlantic Quraterly 101:4 Fall 2002, pp. 729-755, aquí p. 743.[]
3 Jürgen Habermas, Historia y Crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. (Barcelona, Ed. Gili, 2002).[]
4 Op. Cit Jürgen Habermas, Historia y Crítica de la opinión pública, p.11.[]
5 Ibídem, p. 21.[]
6 Citado por Ibídem, p. 26: B. Manin, “On Legitimacy and Political Deliberation” Political Theory, vol. 15, 1987, p. 351.[]
7 Francois Xavier Guerra, “De la política antigua a la política moderna. La revolución de la soberanía”, François-Xavier Guerra, Annick Lemperiere et al, Los espacios públicos en Iberoamérica: ambigüedades y problemas, siglos XVIII-XIX (FCE-Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, México, 1998).[]
8 Ibídem, p. 139.[]
9 Anne Staples señala que entre 1821 y 1853 se establecieron 200 nuevas imprentas en la ciudad de México Anne Staples, “La lectura y los lectores en los primeros años de vida independiente”, Seminario de la Historia de la Educación en México, Historia de la lectura en México (El Colegio de México, México, 1988), pág. 118.[]
10 Op. Cit Jürgen Habermas, Historia y Crítica de la opinión pública, p. 5.[]
11 Tomás Pérez Vejo, “La invención de una nación: la imagen de México en la prensa ilustrada de la primera mitad del siglo XIX (1830-1855)”, Laura Suárez de la Torre (Coord. Gral.) Empresa y cultura en tinta y papel: 1800-1860 (México, Instituto Mora - Instituto de Investigaciones Bibliográficas UNAM, 2001), pp. 395-408, aquí p. 396.[]
12 Estos tres aspectos los profundiza y discute Elias Palti, La nación como problema. Los historiadores y la “cuestión nacional” (Argentina, FCE, 2003), p. 132.[]
13 El Museo Mexicano fue una revista periódica ilustrada publicada entre 1843 y 1844, El Album Mexicano apareció entre 1849 y 1850 y La Ilustración Mexicana entre 1851 y 1852 y reanudada en 1854. En 1838, Cumplido abrió su propia imprenta y en 1841 comenzó la publicación del periódico El Siglo XIX, además de las revistas mencionadas. Véase Ramiro Villaseñor, Ignacio Cumplido, Impresor Tapatío (México, Gobierno de Jalisco, 1987) y María Esther Pérez Salas, “Los secretos de una empresa exitosa: la imprenta de Ignacio Cumplido”, Laura Suarez de la Torre, Constructores de un cambio cultural: impresores - editores y libreros en la Ciudad de México 1830-1855 (México, Instituto Mora, 2003), pp. 101-182.
[14] Puede verse una reedición en Juan de Dios Arias, Los mexicanos pintados por si mismos (México, Centro de Estudios de Historia de México CONDUMEX, 1989).
[15] Op. Cit. Tomás Pérez Vejo, “La invención de una nación: la imagen de México en la prensa ilustrada de la primera mitad del siglo XIX (1830-1855)”, p. 403.[]
16 Ibídem, p. 396.[]
17 Frances Yates, The Art of Memory (Chicago, Chicago University Press, 1966).[]
18 Ibídem.[]
19 Elías José Palti, “La Sociedad Filarmónica del Pito. Opera, prensa y política en la República restaurada” (México, 1867-1876), Historia Mexicana, Vol. LII, Núm. 4, (abril-junio, 2003), pp. 941-978, aquí p. 945.[]
20 Ibídem, p. 946.[]
21 Así lo señala Salvador Pruneda, La caricatura como arma política (México, INEHRM, 2003)[1958], p. 17.[]
22 Esther Acevedo considera que la caricatura política floreció en los periódicos de México a partir de 1861 con la publicación de La Orquesta. Véase Esther Acevedo, La caricatura política en México en el siglo XIX (México, Conaculta, 2000).[]
23 Op. Cit. Salvador Pruneda, La caricatura como arma política, p. 20.[]
24 Por ejemplo algunos subtítulos de diversos periódicos muestran esa faceta: San Baltasar, que apareció entre 1869 y 1870 a favor del general Porfirio Díaz decía ‘periódico chusco, amante de decir bromas y grocerías, afecto a las convivialidades, y con caricaturas’. El Padre Cobos que apareció en 1870 y tuvo una publicación intermitente hasta 1880 resurgiendo en 1910, también a favor de Porfirio Díaz en las elecciones de 1871, tenía el siguiente subtítulo, ‘periódico alegre, campechano y amante de decir indirectas... aunque sean directas’. Ambas citas tomadas de Ibídem, pp. 43-45.[]
25 Esta idea la señala refiriéndose a El Hijo del Ahuizote, Cosío Villegas, Historia Moderna de México. El Porfiriato. La vida polítca interior, parte 2 (México-Buenos Aires, Hermes, 1972), p.239.[]
26 Una de las principales autoras que ha enfatizado en diversos trabajos esta postura es María del Carmen Ruiz Castañeda pero otros autores han continuado esta línea. Por ejemplo un trabajo acerca del auge de periódicos que aparecían en los períodos de elecciones durante el porfiriato señala que “no puede ser considerada prensa de partido pues su aparición efímera y su apego a la defensa de intereses específicos así lo indican. Tampoco era una prensa de oposición, pues sus vínculos y cobijo en el poder así lo sugieren.” Romeo Rojas Rojas, “Periódicos electoreros del porfiriato”, Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, Año XXVIII: 109, julio – septiembre 1982. Como si el apoyo al régimen encabezado por Díaz no implicara la existencia de compromisos políticos y a contrapelo de toda su evidencia empírica Rojas desmerece esta prensa por responder incondicionalmente a las reelecciones de Díaz. []
27 Florence Toussaint Alcaraz, Escenario de la prensa en el Porfiriato (México, Fundación Manuel Buendía, 1984).[]
28 Ibídem, pp. 34-35.[]
29 Véase el cuadro realizado por Toussaint, Ibídem, p. 21. La autora ha dividido los períodos según los años de elecciones, además de los años mencionados que se alejan del promedio, entre 1881-1884 habían 177 periódicos y entre 1901-1904 habían 166, los demás momentos están bastante cercanos al promedio de 221 periódicos.[]
30 Toussaint utiliza las cifras de población estimadas en la Historia Moderna de México, en 1877 habían 9 389 461 de habitantes y en 1910 15 160 369, considerando que el 10% de la población consumía periódicos Ibídem p. 67.[]
31 María del Carmen Ruiz Castañeda, El periodismo en México: 450 años de historia (México, UNAM, 1980)[1974], pp. 231-232.[]
32 Ibídem, p. 243.[]
33 Jacqueline Covo, “La prensa en la historiografía mexicana: problemas y perspectivas”, Historia Mexicana, XLII: 3, 1993, pp. 689-710, aquí p. 701.[]
34 Irma Lombardo, De la opinión a la noticia. El surgimiento de los géneros informativos en México (México, Ed. Kiosco, 1992), p. 18.[]
35 Ibídem, p. 91.[]
36 “El plagio Del Sr. Cervantes. Nuestros informes” El Federalista, 5 de julio de 1872, pp. 1-3, citado por Ibídem, p. 29.[]
37 Alberto del Castillo Troncoso, “El surgimiento del reportaje policíaco en México. Los inicios de un nuevo lenguaje gráfico (188-1910). Cuicuilco 5:13, Mayo-Agosto, 1998, pp. 163-194, aquí, p. 170.[]
38 La bibliografía acerca de Posada es muy amplia, sólo para mencionar un ejemplo véase Monografía. Las obras de José Guadalupe Posada, con introducción de Diego Rivera (México, Mexican Folkways, 1991).[]
39 Op. Cit. Alberto del Castillo Troncoso, “El surgimiento del reportaje policíaco en México”, p. 184.[]
40 Aquí ya se hace referencia al año 1896 como el momento clave en la transformación de la prensa debido al surgimiento de El Imparcial, sin embargo se agrega un detalle significativo, descartado por los trabajos más recientes. Este año también fue el de la desaparición del diario El siglo XIX, que acababa de celebrar su cincuentenario, ibídem, p. 525-527.[]
41 Ibídem, p. 526.[]
42 Ibídem, p.531.[]
43 Estos objetivos se plantean al inicio del apartado denominado “El Necesariato” justamente aludiendo a la idea de Porfirio como una figura necesaria e insustituible, Cosío Villegas, Historia Moderna de México, p. 313-314.[]
44 Ibídem, p.362.[]
45 Ibídem , p. 374. []
46 Ariel Rodríguez Kuri, “El discurso del miedo: El Imparcial y Francisco I. Madero” Historia Mexicana XL:4, 1991, pp. 697-740.[]
47 Citado por Op. Cit. Ariel Rodríguez Kuri, “El discurso del miedo: El Imparcial y Francisco I. Madero”, p. 699: Gunter Barth, City People. The Rise of Modern City culture in Nineteenth-Century America (Nueva York, Oxford, Oxford University Press, 1980), p. 28-57,[]
48 Ibídem, p. 705.[]
49 Paolo Riguzzi, “México próspero: las dimensiones de la imagen nacional en el porfiriato”, Historias, 20 (abril-septiembre 1988), pp. 137-157, aquí p. 137.[]
50 Ibídem, p. 139.[]
51 Un trabajo excelente acerca de la política de propaganda que México produjo para el exterior es el libro de Manuel Tenorio Trillo, Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930. (México, FCE, 1998).
[52] Inés Yujnovsky “Industrias que progresan” El papel de la propaganda ilustrada en la reducción de los costos de transacción, México 1892-1910.” Mimeo, trabajo presentado para el seminario Historia Económica de México, 1820-1940 dictado por la Dra. Sandra Kuntz Ficker, El Colegio de México, Marzo-julio 2004.
[53] Esta es la propuesta de Marcello Carmagnani, Estado y mercado: la economía pública del liberalismo mexicano, 1850-1911. (México, Fondo de Cultura Económica, 1994), en especial capítulo I “Riqueza Nacional, derechos económicos y regulación estatal”, pp.25-55.[]
54 Por ejemplo Julieta Ortiz Gaitán, “Inicios de la fotografía en el discurso publicitario de la prensa ilustrada”, Alquimia, 7:20, enero-abril 2004.[]
55 Ibídem, p. 7-8.[]
56 En las primeras décadas del siglo XX, Walter Benjamin realizó una de las primeras y más incisivas mirada crítica a los fenómenos de expansión del consumo de la sociedad burguesa europea, analiza el mundo burgués en el que predominaba el sentido de la vista. Las vidrieras, los pasajes el panorama, la fisiognomía, la luz a gas, el humo son algunas de sus descripciones que dan prioridad a la vista en el mundo moderno. En consecuencia propone la figura del flaneur como un caminante que observa la ciudad desde el anonimato que le otorga la multitud; mirar las vidrieras era una de las actividades principales del paseante. Walter Benjamin, Iluminaciones II (España, Taurus, 1972), pp. 173-174.[]
57 Este tema es ampliamente desarrollado en la tesis doctoral de Ariel Arnal, Fotografía del zapatismo en la prensa de la ciudad de México entre 1910 y 1915 (Departamento de Historia Universidad Iberoamericana, México, 2001). Véase también su artículo Ariel Arnal, “Construyendo símbolos-fotografía política en México 1865-1911”, EIAL 9:1 (1998).[]
58 Respecto a las visiones norteamericanas reproducidas en imágenes véase, Paul Vanderwood y Frank Samponaro, Los rostros de la batalla. Furia en la frontera México-Estados Unidos, 1910-1917 (México, Conaculta-Grijalbo-Camera Lucida, 1993) y Margarita de Orellana, La mirada circular (México, Artes de México, 1999).[]
59 Un libro interesante que reproduce imágenes de las soldaderas es Elena Poniatowska, Las Soldaderas. (Ed. Era INAH, Pachuca-México, 1999).[]
60 John Mraz, “Today, Tomorrow, and Always: The golden Age of Illustrated Magazines in Mexico, 1937-1960”, Gilbert M. Joseph, Anne Rubenstein and Eric Zolov (ed.) Fragments of a golden age. The politics of Culture in Mexico since 1940. (Durham and London, Duke University Press, 2001), pp.116-157, aquí p. 116.[]
61 Ibídem, p. 121.[]
62 Ibídem, p. 118.[]
63 Ibídem, p. 126.[]
64 Ibídem, p. 123.[]
65 Ibídem, p. 151-152.

Categoría: 
Artículo
Época de interés: 
Porfirismo y Revolución Mexicana
Área de interés: 
Historia Cultural

La transición al periodismo industrial de tres periódicos mexicanos. Finales del siglo XIX y principios del XX.

Autor: 
Celia del Palacio Montiel
Institución: 
Universidad de Guadalajara
Síntesis: 
La transición al periodismo industrial de tres periódicos mexicanos. Finales del siglo XIX y principios del XX.
 
Celia del Palacio Montiel
Departamento de Estudios de la Comunicación Social
Universidad de Guadalajara
 
 
En el presente trabajo procuraremos analizar los procesos de transformación del periodismo decimonónico al periodismo industrial a principios del siglo XX en tres regiones de México: La Gaceta de Guadalajara, en Jalisco; El Correo de la Tarde en Sinaloa y El Diario Comercial, en Veracruz, procurando dar cuenta de las diferencias regionales de los procesos.
¿Por qué analizar estas regiones?
 
Después de realizar estudios en torno a los inicios de la prensa en diversos lugares del país, estoy convencida que mucho depende del carácter regional y otras determinaciones que tienen qué ver con el desarrollo material y cultural de las diversas regiones el cómo y cuándo se inicie con la tarea de imprimir libros y producir periódicos y el desarrollo que la prensa tendría posteriormente.
 
Antes que nada, resulta imperativo definir el concepto principal que se aborda aquí: región. Resulta sin embargo difícil establecer qué concepto se usará, ya que las regiones a que me refiero aquí no corresponden siempre a los “estados”: denominaciones territoriales basadas en criterios jurídicos y políticos, históricamente determinados, que actualmente conocemos.
 
No quiero aquí, sin embargo, abundar demasiado en la definición de región, que ha ocupado a diversos historiadores y teóricos[1]. Si nos ceñimos a la definición más elemental, región es la división que se hace de un territorio para su estudio, tomando en cuenta sus características o elementos que la identifiquen como tal. Así, dentro de México como país existen diversas regiones culturales, geográficas, gastronómicas que no siempre coinciden con las denominaciones territoriales jurídicamente conformadas. En el caso del presente artículo, adoptaré esta definición elemental y procuraré probar que, en efecto, existen algunas características regionales que diferencian a un lugar de otro y que estas características dan un carácter distintivo a cada una de las regiones estudiadas y las maneras que tuvo cada una de ellas de establecer primero y utilizar después la tecnología (es decir la imprenta) para producir impresos y posteriormente periódicos (el producto cultural propiamente dicho).
 
Se ha preferido el enfoque comparativo ya que creemos que éste puede proporcionar al estudioso de la historia, elementos que permitan encontrar qué hay de específico, de único en un fenómeno, en una región y dónde pueden encontrarse regularidades y patrones.[2] Así, podría llegarse a conclusiones más certeras respecto a la historia de la prensa y del periodismo en México, ya que hasta hace muy poco tiempo, estas historias pretendían homogeneizar todo el territorio del país e igualarlo a lo sucedido en la ciudad de México.
 
Por otro lado, estamos entendiendo como moderno, al periodismo que comenzó a circular a finales del siglo diecinueve en México y que a diferencia de los órganos inminentemente políticos del siglo XIX, empezó a tener algunas de las características de los periódicos que hasta hoy conocemos.
 
Como algunos otros estudiosos de la prensa,[3] pensamos que la génesis de las características de la prensa actual se manifiestan hace un siglo, precisamente en esa etapa histórica que todavía define muchos de los rasgos de la organización social presente: el Porfiriato.
 
Fue a partir de 1880 que la prensa tuvo un fuerte empuje. El periodismo de combate tuvo una libertad casi absoluta durante la primera etapa gubernamental, pero Díaz fomentó las subvenciones a los periódicos oficiosos y dio empleos y prebendas a los periódicos adictos, al mismo tiempo que procuraba hacer el vacío oficial respecto a los disidentes. Se dio luego una segunda fase de la lucha contra la prensa de oposición que fue práctica: consistió en reformar las legislaciones de imprenta, por lo que los periodistas quedaron en manos de los jueces, expuestos a toda clase de represiones.
 
Durante estos años, se operó un cambio decisivo que culminaría más adelante en la prensa de masas. De momento, se inició una nueva concepción de la empresa periodística.
 
Esta nueva situación se vio reforzada con la aparición en 1888 de El Universal (julio) fundado por Rafael Reyes Spíndola. En él se suprimieron todas las firmas editoriales y los demás artículos que eran característicos de la prensa hasta entonces. Spíndola fracasó económicamente, pero había iniciado una nueva forma de concebir la empresa periodística.
 
El Universal pasó a manos de Ramón Prida, convirtiéndose en el órgano oficial del Partido Científico, periódico tristemente célebre por haber llegado a consagrar el fraude político. Otros periódicos que pueden ser considerados precursores de la modernidad periodística en México fueron El Federalista que desde 1872 comenzó a desarrollar en México los géneros periodísticos de la noticia y el reportaje. Otro periódico importante fue El Noticioso, de Manuel Caballero, que ha sido llamado “el primer repórter de México”; este salió a la luz en 1880.[4]
 
Por otro lado, también fue en el Porfiriato, y con la paz conseguida, que se estabilizaron las tendencias literarias de la época y se produjo el lento deslizamiento hacia el modernismo.
 
En 1894 surgió la Revista Azul, que fundaría en México la idea del suplemento cultural encartado los domingos en el periódico. Se le ha llamado la primera publicación moderna donde se propone la construcción de un gusto cultural y un canon literario.[5] En este mismo sentido, en 1898, surgió la Revista Moderna (1898-1911).
 
Los distintos adelantos tecnológicos aparecidos en el transcurso del siglo XIX, como la litografía, introducida a México en 1826 y que se volvió de uso cotidiano en los periódicos desde 1876; o la prensa rotativa de Hoe que empezaría a usarse en México en la última década del siglo, resultaron especialmente significativos. Otros adelantos aplicados a la prensa fueron el telégrafo (1844), el teléfono (1876), así como la máquina de escribir; aunque sería sin duda el linotipo el más importante de ellos. Éste llegó a México en 1885 y dio un vuelco a los talleres tipográficos de la época aumentando la velocidad de tiro hasta en 1,700 y 3,500 ejemplares por hora.[6]
 
El desarrollo económico trajo consecuentemente un avance importante en las técnicas de impresión, lo cual permitió la aparición de múltiples diarios. Este mismo crecimiento impulsó actividades especializadas y sus respectivas ediciones periodísticas. Por tanto, el espectro temático, formal, ideológico de la prensa en el periodo era enorme y difícil de abarcar.
 
Todos estos adelantos transformaron la manera de concebir al periodismo, la prensa periódica en general y los contenidos de la prensa; esto permitió que en 1896 naciera el periodismo moderno con la aparición de El Imparcial, de Reyes Spíndola.
 
Entendemos por periodismo moderno a los inicios de la prensa industrial, en la que en el mismo lugar se desarrollan todas las fases de la producción, hay una relativa especialización de los trabajadores (director, redactor en jefe, redactores, reporteros y gacetilleros) y cuyo fin fundamental es la comercialización y la masificación del producto comunicativo gracias a una tecnología que así lo permite.[7]
 
El Imparcial, a diferencia de sus antecesores El Monitor Republicano y El Siglo XIX, comenzó a utilizar esta nuevas técnicas y se valía de otros ardides para su venta, que estaban muy cercanos a los del periodismo amarillo norteamericano de la época: publicación de temas de interés para el gran público, reducción de los precios de venta (el primero de los famosos periódicos de un centavo) y aumento de la publicidad en todas sus páginas.
 
Con este periódico se inició pues, la etapa del periodismo industrializado en México bajo la protección oficial.[8]
 
Esta situación de protección por una parte y de éxito debido al amarillismo y al abaratamiento del precio, por otra, contribuyó a que la prensa independiente se viera obligada al cierre, como le sucedió precisamente a El Monitor Republicano, que desapareció ese año.
 
La táctica de las persecuciones políticas no sólo no iba a disminuir a principios del siglo XX, sino que solía aumentar a medida que se aproximaban las nuevas elecciones. En 1908 tuvieron eco importante los movimientos sociales registrados en Coahuila y Chihuahua, a lo que se sumó el incremento de la actividad política suscitada por las declaraciones de Díaz al periodista norteamericano James Creelman, en cuanto a que su gobierno había sido una dictadura provisional para educar al pueblo mexicano para la democracia, en la que él mismo creía, y aseguró que se retiraría al terminar el periodo constitucional, pues el pueblo estaba listo para la vida democrática.
 
La última reacción violenta del gobierno, desencadenando la represión hacia la prensa independiente, fue a partir de septiembre de 1908, permitiendo que el aparato judicial aplastara a los periódicos de la oposición que se vieron obligados a desaparecer, entre ellos, el famoso Diario del Hogar.
 
Así como El Imparcial inició la era del periodismo moderno en la ciudad de México, en otros estados de la república la modernidad periodística no se hizo esperar mucho tiempo: La Gaceta de Guadalajara, de 1902, fue la que emuló al periódico de Reyes Spíndola, ayudada por la llegada del linotipo a la ciudad de Guadalajara en 1904. En el estado de Veracruz, el periodismo moderno comenzó a desarrollarse desde 1880 con El Diario Comercial y de manera definitiva, con El Pueblo, de 1915, aunque el linotipo llegó al puerto en 1909, para ser utilizado por el hasta hoy decano de la prensa nacional: El Dictamen[9]. Mientras que en Sinaloa, tocó el privilegio de inaugurar el periodismo moderno a El Correo de la Tarde, que comenzó a presentar signos de modernidad desde su nacimiento en 1885.
 
Guadalajara.-
La instalación de la imprenta en Jalisco (Nueva Galicia en ese momento) tuvo lugar a fines de 1792 con Mariano Valdés Téllez Girón. Debido a la enorme centralización que siempre ha operado en el estado, hablar de los inicios de la prensa en Jalisco es, en verdad, hablar de los inicios de la prensa en Guadalajara.
 
Nunca se albergó ninguna duda respecto al lugar donde la imprenta debía establecerse: Guadalajara era el centro de la actividad comercial y social del occidente, ninguna otra población de la zona llegaría a tener una importancia relevante desde el punto de vista de publicaciones, hasta casi finales del siglo XIX. Existía San Juan de los Lagos con su enorme feria comercial, sin embargo la actividad de la población se reducía a unas pocas semanas al año. Por otro lado, Lagos de Moreno, cuna de cierta actividad intelectual, a pesar de ser un punto importante de los circuitos comerciales del Caminio real de Tierra Adentro, no desarrollaría ninguna actividad periodística sino hasta entrado el siglo XIX.
 
El segundo taller de imprenta de Guadalajara fue el de Mariano Rodríguez, que empezó a funcionar con parte de la maquinaria de la imprenta de Fructo Romero en 1821. En esta imprenta salieron a la luz más de 89 impresos entre 1821 y 1824. Este taller siguió funcionando con distintos nombres hasta 1936.
 
En el mismo año de 1821 se fundó el tercer taller de imprenta, bajo la mano de Urbano San Román, quien lo puso a disposición del Gobierno de Jalisco. De esas prensas saldría la mayor parte de la producción de periódicos y opúsculos federalistas.[10]
 
En Guadalajara, el proceso de transición hacia la prensa industrial fue lento y la ruptura con la época dorada del periodismo decimonónico no se da con la misma virulencia que en Veracruz o en la ciudad de México; los cambios en las publicaciones periódicas fueron graduales y no se puede hablar, sino hasta entrado el siglo XX, de periodismo moderno. A pesar de que algunas empresas editoriales de fin de siglo modifican sus técnicas de impresión y aumentan el tiraje, los formatos y contenidos no cambian fundamentalmente sino hasta años después. De hecho, el primer periódico que puede considerarse “moderno” es La Gaceta de Guadalajara, que empezó a aparecer en 1902 y que sin embargo no incorporó el linotipo ni las estrategias comerciales a su elaboración y venta, sino hasta 1904.
 
Precisamente en ese periodo es cuando se consolida la ya inminente emigración hacia la ciudad de México de intelectuales pertenecientes a la burguesía ilustrada; esto, aunado a la represión ejercida contra los periodistas y escritores, da como con resultado una prensa que no refleja las inquietudes políticas ni literarias de los tapatíos.
 
Al acercarse las elecciones de 1909, los periódicos toman partido, los grandes diarios reducen considerablemente el espacio dedicado a otros temas y se convierten en instrumento de propaganda política. Es importante pues recalcar que además de aquellos periódicos llamados “electoreros”, todos los grandes periódicos se convertían en instrumento de promoción del dictador.
 
Entre las publicaciones más importantes y longevas de la época, encontramos al bisemanario La Libertad (1898-1909), que se presenta como “bisemanario netamente independiente dedicado a la defensa de los derechos sociales”, bajo la dirección de Francisco L. Navarro. En sus 1,095 números encontramos artículos de fondo, literatura y crónicas citadinas.
 
El Correo de Jalisco, diario de la tarde, dirigido por Victoriano Salado Álvarez y Manuel M. González, nace en 1895; en 1896 pasa a manos de José Ignacio Cañedo y adquiere, a través de su jefe de redacción Antonio Ortiz Gordoa, “el carácter de radical con ribetes de jacobino”.[11] En 1897 publica una edición matutina llamada El Correo, de 1899 a 1901 una edición ilustrada llamada El Domingo, y en 1905 una literaria de gran importancia: El Correo Literario, bajo la dirección del poeta modernista Manuel Puga y Acal. En ella colaboraron famosos literatos como Victoriano Salado Álvarez, Jesús María Flores, Joaquín Gutiérrez Hermosillo e Higinio Vázquez de Santa Ana. En julio de 1909, el periódico pasa a ser el órgano vocero del Club Reeleccionista Ramón Corral, que apoya la candidatura de este político a la vicepresidencia de la república. Los editores son enviados a prisión y “apaleados por los esbirros” del gobernados Curiel.
 
El tercer gran periódico de la época es La Gaceta de Guadalajara, que aparece en 1902, y que tendría una larga vida, hasta la entrada de las tropas obregonistas a Guadalajara el 8 de julio de 1914. Primero bajo la dirección de Luis Manuel Rojas (luego fundador de Revista de Revistas en la ciudad de México), pasó luego a ser propiedad del político colimense Trinidad Alamillo, bajo cuya dirección el órgano se convirtió en un periódico “moderno”, con linotipos y estrategias comerciales de venta, que lo hicieron el más importante de su tiempo. La Gaceta de Guadalajara tuvo desde 1902 su propio taller de imprenta, funciones especializadas para sus trabajadores, y a partir de 1904, funcionó con el flamante linotipo y sus máquinas eran movidas por su propia planta eléctrica. Ya antes de 1910, el periódico tenía su propia “marcha”, su propio noticiero en los cines locales y concursos de diferentes materias que auspiciaba. Los sorteos donde se rifaban objetos a los suscriptores eran muy frecuentes y llegaron a asegurar tener un tiraje de casi quince mil ejemplares en sólo su edición matutina (ya que tenía una vespertina y una dominical) antes de 1914.
 
La Gaceta de Guadalajara, en su formato y contenidos puede decirse que tenía un patrón casi actual y sin duda fue la empresa periodística más grande e influyente de su tiempo hasta la entrada de las tropas obregonistas a Guadalajara en 1914.
 
Veracruz.-
La llegada de la imprenta al primer puerto del país, Veracruz, data de la última década del siglo XVIII. El primer impreso que se reconoce como veracruzano, son unas Alabanzas a San José, impresas en 1794 por Manuel López Bueno. El periodismo en el estado de Veracruz se inició en 1795 con la Gaceta del Real Tribunal del Consulado, editada por el mismo López Bueno, aunque el primer periódico en toda forma que se conserva es El Jornal Económico Mercantil de 1806.
 
Este estado, a diferencia de otros de la república conserva desde principios del siglo XIX una diversidad de órganos de prensa distribuidos según sus diferentes regiones en varias ciudades. A lo largo del siglo XIX encontramos periódicos de alguna importancia en por lo menos cinco ciudades (Veracruz, Xalapa, Orizaba, Córdoba y Tlacotalpan), mientras que se publicaban algunos periódicos en otros trece lugares.
 
Este desarrollo de la imprenta se debe a la tendencia de regionalización particular de Veracruz, la cual obedece a la peculiar geografía de aquel estado, a la cual hay que aunarle la dificultad en los transportes y escasez de carreteras que comunicaran a todo el territorio; el estado sufrió una fragmentación importante, lo cual dio lugar a regiones autónomas con necesidades económicas propias, manifestaciones culturales particulares y también periodísticas.
 
Desde los inicios del periodismo en Veracruz se pueden apreciar algunos rasgos de modernidad y de adelanto en relación con el de otras partes de la república, sin embargo sería también en las últimas décadas del siglo XIX que se percibirían las mismas características del periodismo moderno señaladas más arriba.
 
También en Veracruz, como en el resto de la república, vemos que coexistieron en esa época los diarios políticos sobrevivientes de la Reforma como los ya mencionados Siglo XIX y Monitor Republicano (en el caso de Veracruz, fue El Conciliador el que ocupó ese papel), aunque también los periódicos políticos o propiamente “electoreros”[12] con los nuevos periódicos escritos bajo otros principios: privilegio de la ligereza informativa por encima de la polémica y la inclusión de políticas comerciales del periodismo amarillo norteamericano. Aunque el periodismo en el estado surgió ejerciendo el diarismo, luego sufrió la tendencia contraria: alrededor de 1840 aparecerían más semanarios, hecho que se prolongó hasta fines del siglo diecinueve.[13]
 
1878 fue el año de mayor producción periodística en todo el país. De los 238 órganos de prensa nacional, a Veracruz corresponden 31. La mayor parte de estos órganos de prensa son efímeros, muchos de ellos sólo alcanzaron a vivir unos meses, sobre todo aquellos con finalidades electorales o de coyuntura política, que una vez pasado el acontecimiento, dejaban de publicarse. Hay un crecido número de periódicos en 1879-1880 y 1883, años que coinciden con las luchas electorales en el estado. No se puede averiguar mucho acerca de los tirajes y suponemos que deben haber sido bajos.
 
En este periodo ya existían muchas imprentas en las ciudades que hemos mencionado. En el puerto de Veracruz localizamos 13, en Córdoba cinco, en Orizaba doce y en Xalapa cinco Existían por supuesto dificultades para la circulación y ésta se efectuaba a grandes distancias a pesar de todo. Los lectores de periódicos seguían siendo las élites: los mismos periodistas, políticos, administradores, comerciantes, industriales, maestros y algunos estudiantes adinerados. Sin embargo, no se pueden dejar de lado algunas otras posibilidades no convencionales de lectura, como la colectiva. De hecho, este último acercamiento al periódico es mucho más común de lo que se piensa, es decir, a través de una persona que lee para el grupo o bien por medio de los comentarios que se hacen en torno a las noticias en ciertos centros de reunión.[14]
 
En ese momento el contenido de las publicaciones era político. La ausencia de partidos que auspiciaran la participación pública o su reducción a reducidos sectores, hizo de la prensa un buen sustituto para la organización política. Era considerado como deber del periodista criticar al gobierno desde la prensa. Éste, a su vez, utilizó a la prensa para justificarse y darle sustento a sus decisiones.
 
La estructura de tales periódicos privilegiaba al editorial, el artículo de opinión y la crítica. Costaban de cuatro páginas, generalmente ocupando la primera y la segunda con textos largos. En los periódicos de Veracruz de esa época no aparecen grabados o ilustraciones. Las noticias eran de poca importancia y aparecían en la tercera y cuarta página bajo el nombre de “generala”. La mayor parte de ellas eran locales o nacionales siendo muy pocas las internacionales. Sin embargo, incluso en la sección informativa hay una clara intención política.
 
También circulaban periódicos que se han confundido con obreros, pero estos últimos aparecerían hasta años más tarde en el estado.
 
En la década de 1880, abundaban aún los semanarios y comienzan a surgir con mayor fuerza las revistas especializadas, en especial las culturales y literarias. La prensa científica y literaria forma un brillante capítulo de ese periodo, gracias a la reorganización de las escuelas primarias y preparatorias, así como a la creación de las sociedades literarias al calor del renacimiento literario de los años setenta. Por otro lado, la reforma en la enseñanza primaria iniciada por Carlos A. Carrillo, Enrique Laubscher y Enrique Rébsamen, trae una serie de trabajos que se reflejan en la publicación de periódicos educativos.
 
Podemos afirmar que fue a fines de los años noventa cuando comenzó a desarrollarse el periodismo moderno en Veracruz. En la escena periodística, como en toda transición, coexistía en la última década del siglo, el periódico “moderno”, que recibía protección de Porfirio Díaz y a su vez defendía a las clases en el poder, junto con otros periódicos artesanales de poco tiraje y largos editoriales y artículos políticos que por no poder defender su independencia, fueron muriendo poco a poco.
 
En Veracruz, en 1898, el gobierno estaba en manos de Teodoro Dehesa, quien se distinguió por el impulso que le dio a esta entidad en todos los ramos administrativos y por su odio implacable a los científicos.[15] Sobre todo se destaca por haberle dado un gran impulso a la instrucción pública. Se respiraba un aire de paz y prosperidad en el puerto de Veracruz: a la vuelta del siglo, el patriciado porteño estaba de plácemes, no sólo por el agitado movimiento comercial que vivía la plaza, sino porque a lo largo del Porfiriato, nunca hubo conflictos importantes. Las clases subalternas sufrieron en Veracruz mucho menos que en otras regiones el monopolio de la violencia que el Porfiriato impuso sobre sus opositores.[16]
 
El auge material e intelectual del Porfiriato se reflejó en la prensa: al igual que en la ciudad de México y Guadalajara, Veracruz comenzó a presentar los adelantos técnicos que definieron esta transición de taller artesanal a manufactura. Serían de vital importancia la utilización del linotipo y el uso de la electricidad en la maquinaria; asimismo, la integración de país por el sistema de ferrocarriles constituiría un factor importante para la mayor distribución y alcance de la prensa. Este surgimiento de una estructura manufacturera de relativa importancia, que también tuvo su representación en los talleres donde se elaboraba el periódico, estaba localizado sobre todo en las principales ciudades como México, Guadalajara y Puebla, o en sitios que se volvieron estratégicos por el tendido de líneas férreas, y en caso de Veracruz, en Orizaba.[17] No es pues nada extraño que después de Veracruz Puerto, la ciudad donde más publicaciones periódicas encontramos, es en Orizaba.
 
Decíamos más arriba que el proceso de modernización de los periódicos no se dio del mismo modo en Veracruz que en otras partes del país, ya que en general el periodismo veracruzano conservó una tendencia mucho más progresista, dando gran importancia a las noticias, procurando una mayor circulación y cierta importancia a la publicidad. Sin embargo los mayores tirajes y el menor precio de venta se registraron hasta los últimos años del siglo XIX.
 
Entre estos periódicos modernos o en vías de serlo, se encuentra El Diario Comercial. Este periódico comenzó a publicarse en 1880 y sobreviviría hasta 1907. Defendería “los intereses morales, mercantiles y materiales de la localidad”; en sus contenidos encontramos sobre todo publicidad, hermoseada con grabados que anunciaban ya los productores extranjeros de enorme popularidad como la Emulsión de Scott y diversos elíxires para curar todo mal. Este periódico fue un caso interesante por su longevidad, ya que a través de él podemos ver cómo se iban operando las transformaciones en la prensa: del periódico poco atractivo y tedioso del siglo XIX, a aquél que atendía primordialmente a los intereses comerciales del siglo XX. Un artículo publicado en él resaltaba los intereses del periódico “moderno”: mejor elemento tipográfico, más esmerada factura, la introducción y profusión de fotograbados. En cuanto a contenidos, se aprecia la variedad de noticias nacionales e internacionales, sin embargo, esta modernidad del periódico era lamentable si se considera que se leía por sus artículos amarillistas, mientras que las materias más serias apenas tenían cabida, por el nulo interés de los lectores.[18]
 
Afirmaban tener corresponsales para publicidad de toda Europa en la casa M.M: Mayence y Cie. En París. Otros elementos que aseguraban su modernidad ya en 1906 eran las reseñas sociales en primera plana (“Lazo de rosas” crónica de una boda) o bien, la nota roja, espectacular y enorme, con titulares de mayor tamaño, fotografías o gráficas (“Crímenes espectaculares: 5 niños degollados”) entre otros muchos.
 
Es precisamente este tipo de elementos, al decir de los mismos articulistas del periódico, lo que aseguraría su lectura y la evolución del periódico “de información y reportazgo” hacia la modernidad, mientras que la prensa especializada apenas había hecho algún progreso. Haciendo una reflexión sobre la permanencia de dichos contenidos, aquel autor asegura que son los lectores los que los piden, por ello “eso es lo que tiene que servir el periódico que desee ampliar su circulación”.[19]
 
Otro elemento, eran los artículos de mejoramiento social, que se enfocaban a combatir los vicios, el juego, el alcoholismo y la estulticia en todas sus formas.[20] Este tipo de artículos, presentes en los nuevos periódicos de todo el país, provenía de la herencia de instructor que tenía el periódico y que le fue inculcada desde los inicios del periodismo en México y que, sin embargo, había quedado adormecida por las discusiones políticas a todo lo largo del siglo.
 
El Dictamen es un caso muy interesante para analizar la modernización de la prensa veracruzana. Comenzó a publicarse en 1898, como semanario, bajo el nombre de El Dictamen Público, que seguía muchos de los parámetros del periodismo decimonónico, aunque ya movido por una prensa de vapor. No fue sino hasta 1904 que el periódico sufriría los cambios más radicales: ya se publicaba en forma cotidiana y en este año, comenzó a circular, además, una versión matutina del mismo, con mayor espacio dedicado a las noticias y una “sección popular” donde los lectores podrían enviar sus comentarios. Durante 1905, el periódico llegó a publicar tres ediciones diarias, sostenidas únicamente por las suscripciones y la publicidad. En 1909, El Dictamen se convirtió en el primer periódico veracruzano que utilizó el linotipo, logrando tirar “hasta ocho mil ejemplares por hora”.[21] De esta manera, los contenidos del periódico se vieron también modificados, ocupando a partir de entonces las noticias, los reportazgos y la nota roja, el mayor espacio dentro del cotidiano. Es importante recalcar además, que la publicidad llegó a ocupar en este periodo, el 75% de la superficie del periódico.
 
Concluyendo el ciclo de modernización de los periódicos en Veracruz, está El Pueblo, de 1915, que contaba ya con un servicio telegráfico directo para conseguir las noticias de la revolución. Sus diferentes departamentos como empresa periodística estaban ya perfectamente diferenciados (se mencionaba incluso un departamento de publicidad), tenía secciones definidas, columnas específicas, grabados y fotos, lo cual constituyó un adelanto considerable respecto a los periódicos anteriores. Su tiraje manifiesto es de 19,000 ejemplares, de los cuales destinan a la venta local 5, 400, a los agentes foráneos 11,875 y al extranjero y varios (donación a bibliotecas, por ejemplo) 1,725. Su precio, cinco centavos. Anuncian, además, que son “el único periódico de la localidad que tienen noticias directas del extranjero”. Se había ya llegado en Veracruz a la modernidad periodística en toda forma.
 
Sinaloa.-
Las gestiones iniciales para llevar una imprenta a Sinaloa comenzaron con el gobierno de Guadalupe Victoria, en octubre de 1824. El presidente adquirió una pequeña imprenta con valor de 4,500 pesos al presbítero Joaquín Furlong. El vicegobernador Francisco de Iriarte y Conde, hombre culto educado en Guadalajara, fue el encargado de gestionar la compra y el traslado, vía Zihuatanejo, de la imprenta destinada a la provincia de Sinaloa. Fue también él quien contrató los servicios del impresor José Felipe Gómez, tipógrafo descendiente de Ignacio Gómez, primer impresor de Michoacán. Don José Felipe había servido a los hermanos Rayón e incluso a José María Morelos y Pavón.
 
No se tiene noticia exacta de la fecha en que salió la imprenta de la ciudad de México, pero parece ser que la tardanza de los trámites oficiales, la contrata de los impresores, el empaque y traslado a lomo de mula del taller de imprenta hasta el puerto guerrerense, retardó la llegada de la imprenta a la Provincia de Sinaloa hasta octubre de 1825.
 
El primer impreso de Sinaloa fue la Convocatoria para las elecciones y las Bases Generales para la integración del Congreso, ley publicada y sancionada el 8 de noviembre de 1825.
 
La imprenta funcionó en la ciudad de El Fuerte, desde el día 8 de noviembre de 1825 hasta el 28 de agosto de 1826, en que se hizo el cierre de sesiones del primer periodo del Congreso Constitucional de Occidente.
 
Después el taller estuvo inactivo ya que fueron trasladados los poderes al Real de Minas de Cosalá, Provincia de Sinaloa, por el levantamiento armado de los indios yaquis y mayos instigados por el cura párroco de Cocorit.
 
El señor Gómez reinstaló la imprenta en la población de Cosalá con alguna tardanza motivada por la desintegración del Congreso, pero volvió a trabajar de nuevo el día 27 de diciembre de 1826, permaneciendo hasta el 30 de noviembre de 1827.
 
El Congreso de Occidente, en Cosalá, señaló capital y residencia de los poderes del estado al Mineral de Álamos, con fecha de 26 de octubre de 1827, pero debido a las discordias entre los legisladores, anduvo la Asamblea errante por la ciudad Asilo del Rosario, hasta establecerse en el Real de la Purísima Concepción de los Álamos el 18 de enero de 1828, lugar donde volvió a funcionar el taller de imprenta y permaneció en este sitio hasta que se hizo la división de Estado de Occidente en dos entidades federativas: Sinaloa y Sonora, el 13 de marzo de 1831.
 
Los materiales publicados en estos primeros años de la imprenta sinaloense, son decretos, contrataciones, circulares, estado de las rentas del estado, memorias de tesorería, informes de la administración pública, aranceles, dictámenes diversos y leyes.
 
El primer libro impreso en Sinaloa fue la Colección de decretos expedidos por el Honorable Congreso de Occidente, editada en 1826 bajo la dirección de José Felipe Gómez.
 
La cuna del periodismo en Sinaloa fue el Real de Minas de Cosalá, donde se publicó el primer periódico titulado El Espectador Imparcial en febrero de 1827. En la población de El Fuerte, el primer periódico fue Celajes, que todavía se publicaba en 1829. En Culiacán, capital del Estado después de la separación de las dos provincias, se publicó Los Gracos, en agosto de 1832.[22]
 
El Correo de la Tarde apareció en Mazatlán en 1885, fundado por Miguel Retes e impreso en el taller de este mismo. Pocos meses después de su aparición, la Cámara de Comercio de Mazatlán lo toma como su órgano oficial. “El periódico se convierte desde entonces hasta 1905 en vocero de ese grupo.”[23] Precisamente ese año, Miguel Retes vendió su empresa periodística a Francisco Valadés y Andrés Avendaño, comerciantes del puerto. Figuró como decano de la prensa nacional, ya que circuló hasta fines de los años setenta del siglo XX.
 
Es sin duda, uno de los periódicos más importantes de fuera de la ciudad de México por diversas razones. La imprenta en la que nació, se consideraba ya en 1898 como digna competidora de las mejores de Estados Unidos. Desde 1892, tuvo una caldera de vapor de dos caballos para mover las prensas y el mayor capital de la ciudad y en 1898, tenía máquinas de rayar, de grabados, estereotipos, así como un sinfín de aparatos modernos. Las prensas eran de cilindro y de pedal y la maquinaria, como ya se ha dicho, se movía por vapor. Desde 1900, el taller se convierte en la “Imprenta, papelería y librería de Miguel Retes y Compañía”.[24] El Correo de la Tarde está considerado como el más moderno de la región noroeste de México
 
Por las características de su proceso técnico de impresión, formato, organización de su espacio, sistemas informativos que posibilitan su interconexión con otros periódicos, la presencia de repórters, corresponsales y fotógrafos para la caza de noticias, su sistema de abonados y su diversidad tipográfica, entre otros.[25]
 
Algunas de estas características se presentaron en el periódico desde su nacimiento, pero otras fueron presentándose con el tiempo, y por lo tanto, la modernidad del diario puede considerarse como gradual y sin embargo precursora en la región de noroeste. Fue significativo que este periódico no saliera a la luz en Culiacán, la capital, sino en Mazatlán, puerto importante para el comercio, donde llegaban las mercaderías y las noticias a través de los barcos y las diligencias, así como del correo y posteriormente del telégrafo. El Correo de la Tarde contó con este servicio desde 1886 y con teléfono desde 1898. La presencia en Mazatlán del señor Antonio Verdinez, agente de periódicos de diversos lugares de México y del extranjero fue crucial para el periódico, que se enriqueció con esta información y pudo aumentar su circulación mucho más allá de las fronteras del Estado y del país.
 
Todo esto repercutió naturalmente en los formatos y contenidos del periódico. Desde 1896 se encuentran ilustraciones (grabados y fotografías) en la primera página y gran cantidad de publicidad, no sólo local, sino nacional e internacional.
 
Sin embargo una característica que hace especial y diferente a este órgano periodístico, es la posición crítica que guarda el periódico respecto a los gobernantes en general, a excepción de Porfirio Díaz. Los mismos gobernantes porfiristas se quejaron muchas veces de la posición crítica del periódico.
 
Conclusiones.-
Después de este recorrido a vuelo de pájaro por tres distintas regiones de México y ver el desarrollo de su periodismo y la manera en que las publicaciones periódicas se fueron modernizando a finales del siglo XIX, podemos concluir que si bien no son tan importantes las diferencias regionales, ya que los periódicos presentan más o menos las mismas características de modernidad, los mismos contenidos y los mismos formatos, el punto que parecería tener mayor importancia, es que la modernidad periodística no empezó con El Imparcial en 1896, como se ha repetido durante años en las historias del periodismo en México.
 
Vemos que desde 1885 en Mazatlán El Correo de la Tarde contaba con una serie de ventajas materiales para la realización de un periódico en vías de ser moderno, así como algo parecido ocurría en Veracruz desde 1880 con El Diario Comercial. Parecería en este sentido que la población más rezagada fue paradójicamente, Guadalajara, segunda en importancia en la República Mexicana, cuya modernidad periodística se inició en 1904, con la utilización del linotipo por parte de La Gaceta de Guadalajara, sin embargo, el carácter propiamente industrial de la prensa no se llegaría a consolidar hasta después de 1917 (año de la fundación de El Informador, periódico más longevo de la entidad y uno de los más importantes hasta la fecha).
 
La posición geográfica privilegiada de los dos puertos, uno del Pacífico y el otro del Golfo de México, ayudó a hacer posible la modernidad periodística.
 
Vayan estas reflexiones, todavía muy preliminares, como el intento de hacer otra historia, alternativa, del periodismo en México, contándola desde las regiones.
 
 
Bibliografía.-
 
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ROJAS, Romeo (1982), “Los periódicos electoreros del Porfiriato”, en Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, N.-109, julio-septiembre, México, UNAM.
 
 
 
NOTAS

[1] Para el caso de México, resulta útil consultar la recopilación que hizo Pedro Pérez Herrero, a manera de “manual” para el estudio de la región, donde incluye artículos de los autores más representativos en la corriente de la historia regional: Luis González y González, Carol Smith, Eric Van Young, Guillermo de la Peña, P.E. Ogden, Robert Sack y Marcello Carmagnani, para diferentes factores que determinan la regionalidad: los demográficos, económicos y políticos entre otros. Otra colección de artículos que puede resultar muy útil, es la hecha en la Revista Relaciones del Colegio de Michoacán en otoño de 1997.[]
2 Burke, 1997. p.34[]
3 Florence Toussaint, 1989. Esta autora fue la primera en recalcar la importancia de estudiar los órganos de prensa de este periodo histórico para encontrar las bases fundacionales de la prensa contemporánea. []
4 Se han estudiado últimamente con mayor profundidad estos antecedentes de El Imparcial, cuya modernidad hasta hace poco parecía surgir de la nada. Ver Bonilla, 2002 y Lombardo, 1992.[]
5 Esta revista fue elaborada por Carlos Díaz Dufoo y Manuel Gutiérrez Nájera, siendo su editor Apolinar Castillo, ex gobernador de Veracruz y editor también del periódico capitalino El Partido Liberal. Fue, de hecho, a sugerencia suya que surgió esa idea. Rafael Pérez Gay, “Literatura y política nacional” Sección Palomar, Nexos, Núm 215, noviembre de 1995, pp. 88-90[]
6 Ver. Toussaint, 1989. p.61[]
7 Del Palacio, 1995.[]
8 Aguilar Plata, 1982[]
9 Miguel López Domínguez. La Caricatura política en El Dictamen. Tesis, Universidad Veracruzana. En proceso.[]
10 Cfr. del Palacio, 2001.[]
11 Juan B. Iguíniz. 1955.[]
12 Llamamos “electoreros” a los órganos de prensa que sólo surgían para apoyar una campaña política, fuera ésta la del presidente de la República en tiempo de elecciones (o reelecciones), o las de los gobernadores de los estados, siempre fieles a Díaz. Ver Romeo Rojas, 1982[]
13 Ver. Del Palacio, 1999[]
14 Sobre la cuestión de los posibles lectores de un periódico, véase Guerra, 1992; otros tipos de lectura, Chartier, 1991 y un mayor acercamiento a los lectores de periódico en el siglo XIX en Guadalajara, Del Palacio, 2001.[]
15 Ver. Trens, T.IV, p.335[]
16 Más sobre el ambiente del Puerto en estos años en García Díaz, 1992[]
17 Ver Gracida, 1994[]
18 Diario Comercial. N.-169, 26 de julio de 1906.[]
19 Idem[]
20 Para muestra, varios botones: “Atendiendo al provenir: la niñez en las cantinas y billares”, “En pro de la niñez, lo que saca del Barrio Latino. Los bailes en los patios”. “Estulticia y mala fe, defensa sesuda”, “Consecuencias del alcoholismo. Los niños recogidos en las cantinas”, “Cartilla popular antialcohólica”, “El ahorro y la civilización” Del Diario Comercial, 1906[]
21 Miguel López Domínguez, op. Cit.[]
22 Cfr. Olea, 1995.[]
23 Briones, 1999.[]
24 La información referente al Correo de la Tarde, proviene de Briones, 1999 y 2003.[]

25 Briones, 2003. p.208

Categoría: 
Artículo
Área de interés: 
Historia Cultural

Banderas de la Independencia con imágenes marianas: las de San Miguel el Grande, Guanajuato, de 1810.

Autor: 
Martha Terhán
Institución: 
Dirección de Estudios Históricos, INAH
Síntesis: 


Banderas de la Independencia con imágenes marianas: las de San Miguel el Grande, Guanajuato, de 1810.

Marta Terán

Dirección de Estudios Históricos

Instituto Nacional de Antropología e Historia

 

(Las banderas de los Dragones de la Reina que comandaba el capitán Ignacio Allende son nuestras primeras banderas militares y propiamente mexicanas. Poner fin a su búsqueda y confirmar su autenticidad en España ocurrió gracias a la red H-México, por cuyos diez años felicito a sus creadores).

 

 
Hechas para la guerra

El concepto Independencia mexicana inmediatamente evoca a la Virgen de Guadalupe en la descubierta de los contingentes que se levantaron en armas la mañana del 16 de septiembre de 1810. El lienzo al óleo de la virgen de Guadalupe que se tiene considerado como la bandera de guerra de Miguel Hidalgo, junto con un estandarte religioso guadalupano que también acompañó a sus tropas, hoy se encuentran en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec. En una sala donde se reúnen, a la vez, con las pocas y famosas banderas de la Independencia que se conservan y son posteriores a este primer movimiento: la conocida como “El doliente de Hidalgo”, la muy celebrada bandera de José María Morelos que porta un águila, y la Trigarante; esta última con la que Agustín de Iturbide declaró la independencia una década después de que comenzara la guerra. Se exhiben, en vitrinas, al pie del gran mural de Juan O’Gorman, quien pinceló a todas en una obra sumamente representativa de la interpretación liberal de la Independencia y de la pintura de historia mexicana de mediados del siglo veinte, donde parece congelarse el tiempo de la sala.


El óleo de la Virgen de Guadalupe comienza la secuencia de las banderas. Se tomó al paso de la parroquia de Atotonilco el 16 de septiembre, al medio día, viniendo de la congregación de Dolores rumbo a la villa de San Miguel el Grande. Encontró un lugar central entre los colaboradores más próximos del cura Miguel Hidalgo aunque fue capturado demasiado pronto por los realistas en las cercanías de la ciudad de México. Por haber sido la imagen que incorporaron con gritos y ovaciones los rancheros, al perderse, su sitio se fue cubriendo con otros lienzos y estandartes de entre aquellos que llevaba la gente al sumarse o que se recogieron al paso. En este primer movimiento caracterizado por la concentración de enormes multitudes alrededor de los jefes rebeldes, se defendieron para bien o con saldo de sangre muchas y vistosas imágenes guadalupanas (para tener en cuenta las no capturadas y descontar las estampitas) pues en los tempranos enfrentamientos de Las Cruces y Arroyo Zarco los realistas dieron noticia de las primeras que arrebataron a los rebeldes. Los partes militares registraron la captura, además, de al menos otros dos lienzos guadalupanos (uno, el de Atotonilco) en la clásica batalla de encuentro en Aculco que libraron sin desearlo ninguna de las partes. Al año siguiente en el Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, tras una ruidosa victoria el general Félix María Calleja obtuvo cinco banderas y dos estandartes. De los siete, cuatro portaban a la Virgen de Guadalupe. En el libro: Banderas, estandartes y trofeos del Museo del Ejército, Luis Sorando Muzás detalla:


Del Regimiento de Dragones de España, los dragones José Terán y José Ordaz, cogieron cada uno una bandera, “trayendo prisionero el primero al que la llevaba y matando el segundo al conductor de la otra”. Eusebio Balcázar, de los Dragones de México, “se apoderó de una bandera con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, dando muerte al que con obstinación la defendía”. Mariano Becerra, cabo del Regimiento Querétaro, “tomó una bandera que habían abandonado los enemigos en un cañón”. El cabo José Eleuterio Negrete y los soldados Florentino Valero y Victoriano Salazar, todos del Regimiento de San Luis, “cogieron dos estandartes” y el dragón de San Carlos, Sixto Zabala mató al capitán Sánchez, de los insurgentes, mientras que el granadero Albino Hernández, del Regimiento Querétaro, “se apoderó de una bandera azul con la imagen de Nuestra señora de Guadalupe que aquel traía”.


Si hablamos de los estandartes, cuya muestra tenemos en el que se exhibe en la sala de banderas del Castillo de Chapultepec, así como de las imágenes guadalupanas capturadas que se han mencionado, estaríamos hablando de artefactos religiosos que se resignificaron como utensilios de guerra ante la pasión de los hombres de entonces por marchar detrás de sus imágenes, emblemas y divisas. Así, del parte militar de Calleja surgió mi curiosidad por las banderas guadalupanas que se contabilizaron tras la batalla de Calderón ¿Objetos religiosos reutilizados como divisas? ¿Imágenes de Guadalupe elaboradas especialmente para la guerra? Guiándome por una referencia decimonónica publicada dos veces en el siglo veinte, comprendí que unas gemelas y que marcharon siempre juntas (las que capturaron José Terán y José Ordaz) se dieron a conocer por primera vez el mismo 16 de septiembre día del Grito, pero en la noche y en la villa de San Miguel el Grande. Quien las ideó y quizás patrocinó fue el capitán de la Primera Compañía de Granaderos, don Ignacio Allende, para enarbolar a sus Dragones de la Reina, los primeros militares que se declararon contra el gobierno Español. Por la defensa de una patria que juraron salvar con las armas, creyendo en riesgo, junto con un puñado de religiosos, rancheros y notables de Guanajuato, inmediatamente secundados por gente de todos los grupos que componían la sociedad colonial.


Con ellas, Allende y el cura don Miguel Hidalgo “levantaron el grito de la insurrección” (diría después el general Calleja) al llegar a San Miguel provenientes de Dolores, donde se les esperaba con festejos para culminar un día triunfal. Como en toda situación de guerra (todo el imperio estaba en guerra contra los franceses) en el primero se había depositado el mando militar y en el otro el mando político del levantamiento. Estas banderas de San Miguel de dos caras que, para nuestra sorpresa, portaban en la faz del reverso al águila emblemática mexicana, orientaron cuatro meses la marcha de Allende adelante de las columnas de su Primera Compañía. Es decir, entre el 16 de septiembre de 1810 y el fatal 17 de enero de 1811, en el que sobrevino la batalla más importante y definitiva entre ejércitos regulares: los desafectos al rey dirigidos por Allende y los leales al rey por Calleja, en el Puente de Calderón. Y no se duda que ondearon cuatro meses y allí fueron capturadas ya que sus características responden a las señas dictadas por el vencedor, en la única descripción que se conoce y conserva en el Archivo General de la Nación, la "Nota de las alhajas y muebles que el virrey de Nueva España remite al Excelentísimo Ministro de la Guerra para que se sirva tenerlo a disposición de S.A. la Regencia del Reino”, (Correspondencia de los virreyes, (Calleja) 1814, tomo 268-A, no. 32, foja 107):


Dos banderas sobre tafetán celeste, con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y al reverso el Arcángel San Miguel con el Aguila Imperial y varios trofeos y jeroglíficos, las primeras con las que los rebeldes levantaron el grito de la insurrección en la Villa de San Miguel el Grande y que se tomaron en la acción de Calderón del 17 de enero de 1811.


En ese campo de futuras batallas se enfrentaron los soldados realistas y la mayor concentración que los insurgentes lograron reunir, unas cien mil personas y casi cien cañones. Entonces “las insignias con que alzaron los pueblos al principio de la insurrección” (dirá después el general Calleja) cayeron en manos de sus cinco mil y tantos efectivos. Si puso un interés especial en esas dos banderas de San Miguel, que no tuvo para la imagen guadalupana de Atotonilco, ni para las otras guadalupanas que le reportaron en Calderón y otras batallas, ni por los capturados trajes militares de Hidalgo que se los envió al virrey Venegas (anteriores al de Generalísimo que éste llevaba puesto y no perdió); es porque leyó el mensaje repetido y comprendió que habían sido especialmente elaboradas para propiciar una guerra en primera instancia en contra suya. Tres años después el virrey Calleja escribía al ministro de la guerra español lo siguiente:


Entre los miserables despojos cogidos a los Insurgentes de este Reino en las diferentes acciones ganadas por S.M., he hecho separar el retrato del apóstata cura Morelos, la Gran Cruz con la que se condecoraba, las insignias con que alzaron los pueblos al principio de la insurrección y los demás muebles que expresa la adjunta; y habiéndolo todo reducido a un cajón rotulado a V.E. lo remito con esta fecha al Gobernador de Veracruz para que lo dirija en primera ocasión a esa península a disposición de V. E., con el objeto de si los creyere dignos de presentarlos a S.A. se sirva verificarlo con la expresión más sincera de la lealtad y entusiasmo con que las tropas de este Reino están dispuestas a sacrificarse en la defensa de los justos derechos de Nuestro adorado Soberano el Sr. D. Fernando 7º y de los sagrados intereses de la heroica nación a que pertenecen.

 


Las banderas de San Miguel el Grande se fueron a España en un conjunto de reliquias en 1814, cuyo cajón envió Calleja con dificultades ante las mayores que tenía, entre Puebla y Veracruz, en sus esfuerzos por evitar que se volvieran a concentrar las multitudes alrededor de sus caudillos. El valor fetichista del tesoro es singular: son las piezas que eligió atesorar entre las muchas que ganó en combate, comenzando la enorme colección precisamente con las banderas de Ignacio Allende. Vestiduras de los miembros de la Junta de Zitácuaro, los primeros escudos y sellos y hasta el retrato más famoso de Morelos (hoy en el Castillo de Chapultepec) recordaban a Calleja sus victorias: el fin de los primeros rebeldes en el Puente de Calderón, la expulsión de la Junta de Zitácuaro de su primera sede en 1812, y la dispersión de los insurgentes en Texas en 1813 (con una gran medalla de plata para usarse en el pecho que representaba la alianza de los rebeldes con los angloamericanos). Varios objetos personales habían pertenecido a José María Morelos y a Mariano Matamoros. Trasladarlos a Madrid tiene que ver con que todo se preparaba para la recepción de Fernando VII, vencido Napoleón Bonaparte y restaurada la monarquía de Borbón. El rey premió por sus acciones al general y virrey Calleja, vuelto a España, con el título de Conde de Calderón.


Entre que los trofeos emitidos por Calleja fueron recibidos en el Ministerio de la Guerra español y la fecha de apertura del Museo de Artillería, antecedente del actual Museo del Ejército, se extraviaron algunos. Se sustrajo el collar de más de ochenta topacios con el que aparece Morelos en su retrato, del que pendía una cruz y una medalla de oro con la virgen de Guadalupe en forma de relicario adornado de perlas (sin la información de Calleja nunca lo hubiéramos sospechado porque en dicho cuadro la mano de Morelos que empuña el bastón tapa el relicario). Se perdieron las referencias del cajón rotulado de Calleja que llegaría en 1815; fatalmente se atribuyó a Morelos por la fecha y el retrato. Hubo quien hacia finales del siglo diecinueve dejó testimonio de haber rendido su saludo militar a una de las banderas de San Miguel, la que permaneció por muchísimo tiempo colgada en la pared de una de las salas del Museo madrileño. En 1910, en el Centenario de la Independencia mexicana otro rey, Alfonso XIII, devolvió a México la mayoría de las reliquias que se conservaban en España, entre los trofeos tomados por Calleja y otros militares españoles. Las vemos hoy en el Castillo de Chapultepec. Sin embargo, el rey no envió las banderas de San Miguel. Probablemente se detuvo ante las aspas o Cruces de Borgoña que aparecen en la composición del reverso de cada una y adelante comentaremos. Tan importantes insignias habían sido llevadas a España por Felipe el Hermoso y las usaron los ejércitos españoles desde el siglo XVI hasta 1843. Refuerza esta idea que tampoco devolvió el rey Alfonso una curiosa Cruz de Borgoña procedente de México e interpretada en azul (y no en el reglamentario color carmesí) colocada al pie de una vitrina del Museo madrileño. Aunque varias cosas que no retornaron, ya que desde entonces formaban parte de la colección permanente del Museo, han vuelto en préstamo: algunas se solicitaron, por ejemplo, para la exposición titulada México. Su tiempo de nacer (Ciudad de México, Fomento Cultural Banamex, 1997).


En el Museo del Ejército, cuya sede es el Palacio del Buen Retiro de Madrid, todavía permanecen como piezas semejantes y de dos vistas nuestras discretas banderas de San Miguel, formando parte de los “Trofeos tomados al enemigo” (clasificadas con los números 40.165 y 40.166). Se las tuvo como unas banderas de infantería de 1815, capturadas en el encuentro que en Temalaca propició la detención de Morelos, hasta que en 1999 fueron confrontadas con su única descripción, la de la "Nota de las alhajas y muebles...” depositada en el AGN. Las enseñas de San Miguel pudieron ser identificadas por don Luis Sorando Muzás, quien reside en Zaragoza y es el mayor conocedor de las banderas militares españolas que ondearon entre 1700 y 1843. Por entonces éste elaboraba el Catálogo razonado del Museo del Ejército, cuya referencia bibliográfica se puede consultar en la sugerencia de lectura que acompaña este texto, de donde proceden las ilustraciones del anverso y del reverso de cada una.

 

 

Nuestras primeras banderas de la Independencia y primeras militares ya se han restaurado, aunque aún se indica en el Catálogo que fueron “tomadas al cura Hidalgo en el Puente de Calderón”; a este primer movimiento así se le conoce. Tienen por recinto futuro el Alcázar de Toledo porque hace unos años el palacio del Buen Retiro se asignó al Museo del Prado. Con mejor suerte en España que en México continúan casi desconocidas por nosotros; sería deseable que las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia gestionaran su visita en México, rumbo al Bicentenario del inicio de la guerra, o al menos unas copias. Cada bandera mide un metro veinticuatro centímetros por uno treinta y siete. De sus dos vistas pintadas sobre tafetán, las del anverso son grandes cuadros blancos con centro en la Virgen de Guadalupe, en posición perpendicular al asta. Una se conservó mejor que la otra pues estuvo colgada en una pared desde mediados del siglo diecinueve hasta pasada la mitad del siglo veinte. La segunda bandera permaneció en una vitrina y por los dobleces perdió una parte. El rostro de la Virgen se preservó y se le ve coronada como patrona jurada de la Nueva España.


El reverso de las banderas son también cuadros de un azul celeste intenso sobre tafetán, que hacen un escudo central. Con el valle de México de fondo, águila y serpiente se encuentran sobre el nopal. El escudo aparece orlado por trofeos que apenas se distinguen: lanzas, alabardas, dos tubos de cañón, un arco con sus flechas, un tambor. El escudo del águila está timbrado por el arcángel San Miguel y todo se presenta perpendicular al asta. A los extremos del águila se despliegan las insignias que entonces ostentaba el ejército borbónico. Me refiero a los dos estandartes o guiones, terminados en picos, uno blanco y otro rojo o carmesí. Están colocados bajo dos banderas con cruces de Borgoña, una roja en fondo blanco y la otra blanca en rojo. Si se compara la pintura, se puede deducir la prisa con la que fueron hechas. Al contemplar juntas las dos faces del reverso, por ejemplo, veríamos que en una los troncos que forman el aspa hacen una equis, mientras que en la otra están dispuestos en cruz. Allende, Aldama, Abasolo y Jiménez pertenecían a los Dragones de la Reina, un tipo de regimiento español que combinaba caballería e infantería y poseía tambores: Los Dragones de forma reglamentaria debían usar, a los lados de su columna, los guiones terminados en farpas o picos tal como aparecen en las banderas de San Miguel. Por la forma y la medida, las banderas sanmiguelenses se parecen a las reglamentarias de infantería. Es decir, a las Cruces de Borgoña en blanco y en carmesí que aparecen sobre los guiones en el reverso de las de San Miguel. Todos los cuerpos militares de la Nueva España las poseían. Con dicha información se puede inferir que las banderas, aunque se estrenaron la noche del 16 de septiembre, se diseñaron del tamaño de las de infantería para iniciar un levantamiento militar originalmente planeado para el día de la fiesta del patrono de la villa, San Miguel arcángel, el 29 de septiembre de 1810.


 

El conjunto mayor


En el Museo del Ejército de España también se encuentran las famosas enseñas militares de la Independencia que portan las imágenes de la Virgen del Pilar de Zaragoza y la Virgen de la Encina de Asturias (piezas en catálogo con número 21.250 y 23.528 respectivamente). Por Luis Sorando sabemos que se enarbolaron contra los franceses en la península, entre 1808 y 1811. Las banderas con una pequeña Virgen del Pilar en el anverso son dos, pero solamente en el reverso de la primera se puede ver el escudo de Aragón. Las diferencias ciertamente responden a que pertenecieron a cuerpos distintos, al Primer Tercio de Voluntarios aragoneses y al Primero de Voluntarios de Zaragoza. Por su parte, la bandera mencionada que porta a la Virgen de la Encina es muy antigua: fue Pendón de la Compañía de Lanzas de caballería ligera del siglo XVI y del Regimiento de Infantería de Cangas de Onís. Lo sobresaliente es que, ante la invasión francesa, fue retomada y vuelta a tomar por los Voluntarios de Asturias, entre 1808 y 1811.


Estas son todas las banderas de la Independencia con imágenes marianas dentro del Museo del Ejército, es decir, las composiciones excepcionales que llevaron a la guerra algunos cuerpos de voluntarios, sin tratarse de una regla. Llama la atención que hay más banderas de voluntarios sin identificar en dicho Museo aunque con distintas características. Lo interesante es que las banderas de San Miguel, interpretadas en tiempos en que ondeaban las españolas con imágenes marianas, son las únicas americanas que se les asemejan, aunque más en la idea que en la ejecución. Debe subrayarse que hay también en el Museo del Ejército banderas rebeldes de otros virreinatos americanos entre los “trofeos tomados al enemigo”, pero ninguna con imágenes marianas. Si las españolas, en consecuencia, sirvieron para enfrentar a los franceses durante su guerra por la Independencia y fueron visibles entre 1808 y 1811, las mexicanas fueron utilizadas para enfrentar a los españoles y demás europeos (incluyendo a los franceses) entre 1810 y 1811.


Diseñadas como banderas militares, en ellas los criollos de San Miguel plasmaron las causas más amplias con las que dio principio la guerra por la independencia. Digamos que explican tanto el surgimiento como la derrota del primer movimiento, caracterizado por la concentración de enormes multitudes volcadas a la separación de su patria de España. Esta compleja composición simboliza los sentimientos religiosos, de lealtad y patrióticos compartidos por gente de todos los grupos de la sociedad y centrales en las consignas del levantamiento, en las vivas a la Virgen de Guadalupe (por su imagen), al cautivo de Napoleón, rey Fernando (por sus armas) y a México (por su antiguo escudo fundacional). Condensan lo ocurrido entre la primera declaración de guerra española a los revolucionarios franceses en 1793 y la pérdida de la esperanza en el triunfo español, a dos años en Madrid del reinado de José Bonaparte. La Virgen de Guadalupe tenía para entonces más de una década de ser invocada por la iglesia para salvar del Anticristo francés a las dos Españas, la Nueva y la Vieja. El temor al saberse que caían, una tras otra, las ciudades españolas y sus más fuertes defensas armaron la causa de la patria hacia el mes de mayo de 1810, al hacerse común pensar que, perdida la guerra, los franceses desearían tomar estos dominios. Y el gobierno y los españoles peninsulares, que dos años antes habían depuesto al virrey Iturrigaray para evitar cualquier fractura del vínculo colonial, eran los únicos que podían entregar la Nueva España.


Estas reacciones defensivas frente a Europa se manifestaron en una violencia popular extraordinaria contra los españoles peninsulares. El costo de “aislar la patria de cualquier desenlace europeo” fue enorme. Además de la fuerte mortandad de los rebeldes, entre los regimientos que “se fueron formando tumultuariamente” y “los pelotones de la plebe que se les reunió”, de septiembre de 1810 a enero de 1811 murieron degollados y no en batalla más de mil europeos, entre hombres y mujeres: ¡Mueran los gachupines! ¡Muera el mal gobierno! Al tomar las ciudades la gente les gritaba ¡traidores, herejes, judas! Hay estudios de las razones hondas y poderosas que explican desde ángulos económicos y sociales esa violencia contra los españoles. Pero semejante actitud, permitida y hasta alentada por Miguel Hidalgo y sus contingentes más cercanos, no fue compartida sino repudiada por los militares criollos. Es conocida la disputa entre Hidalgo y Allende por no condescender el segundo con los excesos de la plebe y por oponerse a la concentración del mando militar en Hidalgo, proclamado Generalísimo desde Guadalajara. Para cuando Allende dirigió la batalla de Calderón había pasado la oportunidad de formarse un ejército medianamente armado y disciplinado.


El reverso de Guadalupe

Ignacio Allende incorporó en la descubierta de los insurgentes dos águilas imperiales, como les dijo el general Calleja, o el “Timbre del imperio mexicano” según lo llamaban los criollos cultos del siglo XVIII. Ya cautivo, en su declaración final Miguel Hidalgo señaló entre las “Armas” de sus ejércitos, a la Virgen de Guadalupe, al rey Fernando VII, y “algunos también la Aguila de México”; ahora sabemos que fueron las águilas de los Dragones de San Miguel. Dijo Hidalgo:


Que realmente no hubo orden alguna asignando Armas ningunas: Que no hubo más que saliendo el declarante el diez y seis de septiembre referido con dirección a San Miguel el Grande, al paso por Atotonilco tomó una imagen de Guadalupe que puso en manos de uno para que la llevase delante de la gente que le acompañaba, y de allí vino que los regimientos pasados y los que se fueron después formando tumultuariamente, igual que los pelotones de la plebe que se les reunió, fueron tomando la misma imagen de Guadalupe por Armas, a que al principio generalmente agregaban la del Sr. Don Fernando Séptimo, y algunos también la Aguila de México” (Hernández y Dávalos, CDHGI, I, p. 13).


Por las banderas de San Miguel habló una sociedad acostumbrada a las imágenes y a descifrar los mensajes que emitían las composiciones. Que gozó los juegos sugerentes nacidos de sus dos vistas y de alternar tremolando los emblemas de la religión y de la patria: la Virgen de Guadalupe y el águila mexicana. El misterio de la simbiosis de ambos símbolos venía de la tradición religiosa y patriótica iniciada en el siglo XVII (1648) con el primer impreso guadalupano del padre Miguel Sánchez. Una interpretación apocalíptica de la aparición de la Madre de Dios en el Tepeyac, de la que podía derivarse, como profecía, que México tenía que ser una nación soberana. Esa es la secuencia de iconografía a la que pertenecen las banderas de San Miguel, la de las composiciones que asociaron ambos símbolos en la tradición del patriotismo criollo.


Sin embargo, que San Miguel presida esta composición no es una redundancia: el primer general de Dios timbra un águila que, a su vez, está franqueada con las armas del rey y dispone de artefactos para la guerra. Probablemente en estas banderas se entrecruzaron no una, sino dos profecías. El autor de la segunda fue el jesuita Francisco Javier Carranza, quien, exactos cien años después del padre Miguel Sánchez, en un sermón por excéntrico conocido (1748) hizo saber a la Nueva España que el Asiento de San Pedro pasaría a la cabeza de la cristiandad en América, a la ciudad de México, de perseverar las guerras europeas. Entonces, si San Miguel timbra la composición del reverso de las banderas no se trata de señalar que el águila (ya) prestó sus alas a la Virgen para descender en el sitio predestinado después de haber sido derrotado el mal por el primer general en la lucha contra Satanás. Aquello que infirió Miguel Sánchez al argumentar teológicamente la aparición de la Madre de Dios en México. Esta vez, el águila tenía que prestar sus alas a la iglesia para que pudiera salvarse del Anticristo poniendo un océano de por medio, según el padre Carranza. Todo parece sugerir, entonces, una tercera tarea mítica del águila imperial mexicana: hacer la guerra santa y salvar a la iglesia universal en tiempos de la invasión napoleónica, si la segunda fue prestar sus alas a la Madre de Dios para que descendiera en este suelo y su tarea primigenia consistió en fundar México.


Habría que reconocer que todo fue más complejo en comparación con lo que se nos enseña en los libros de texto y los museos. Ignacio Allende fue quien incorporó las primeras águilas a la insurgencia y no Morelos. Pero los insurgentes no se abanderaron únicamente con muchas imágenes de la Virgen de Guadalupe, o con las águilas heráldicas mexicanas los primeros cuatro meses. O con el rey Fernando, como indicó Hidalgo, un fenómeno que parece más bien de las ciudades y villas donde las estampas del rey se vendían desde 1808. Queda por resaltar que del mismo modo y con suma gravedad se vieron desfilar los guiones militares y las aspas de Borgoña en los flancos insurgentes, semejantes a los que están pintados en las banderas de San Miguel y poseían por duplicado los regimientos, también los que dieron la espalda al gobierno español junto con los Dragones: los regimientos provinciales de Valladolid (hoy Morelia), los Dragones de Pátzcuaro, los batallones de Celaya y Guanajuato, de Querétaro, en fin. Para la cita en el Puente de Calderón los militares rebeldes ya habían perdido varias insignias del rey en batalla. En Aculco, los realistas se ganaron dos del regimiento de Celaya y una del de Valladolid. Otra bandera con un Aspa de Borgoña fue capturada cuando apresaron a Hidalgo en Acatita de Baján, en 1811. Pero el mayor lote de banderas insurgentes fue arrebatado una semana después al sobrino del cura Hidalgo, Tomás Ortiz. El 2 de enero de 1812 Calleja también tomó en Zitácuaro un nuevo lienzo con la Cruz de Borgoña y varios meses adelante se recogieron otras. Una, a las tropas de José María Morelos en la acción del Cerro del Calvario, parte del sitio de Cuautla de 1812. La mencionada Cruz de Borgoña azul que existe en el Museo del Ejército español y procede de México pudiera ser alguna de ellas. En campaña, las aspas de Borgoña y los guiones reglamentarios de los regimientos ondearon en las dos formaciones militares opuestas por la guerra, hasta casi la restauración del rey en 1814. Si el ejército había comenzado a perfeccionarse para la defensa continental desde la década de 1790, al dividirse en 1810, como diría el profesor Christon Archer, una parte logró casi sofocar la rebelión que la otra hizo encender. Después de la restauración de Fernando Séptimo los insurgentes abandonaron la causa del rey pero no las de la religión y de la independencia. Las Tres Garantías de 1821 fueron la Unión, la Religión y la Independencia.


Sugerencia de lectura. Sobre los debates de dos siglos acerca de las imágenes guadalupanas atribuidas a Hidalgo, es muy ameno el libro de Jacinto Barrera Bassols, Pesquisa sobre dos estandartes. Historia de una pieza de museo (México, Ediciones Sinfiltro, 1995). Para comprender lo que son y lo que significan las imágenes juradas en la Nueva España es imprescindible leer, de Jaime Cuadriello, “Visiones en Patmos-Tenochtitlan. La Mujer Aguila” (en Artes de México. Visiones de Guadalupe, México, Revista libro bimestral no. 29, 1995). Una lectura obligada para acercarse a las tradiciones que confluyeron en la actual bandera mexicana es el libro de Enrique Florescano, La bandera mexicana. Breve historia de su fundación y simbolismo (México, FCE, 1998. En Taurus hay ediciones nuevas desde 2000). Sobre la formación de los ejércitos opositores y la guerra, ver de Christon I. Archer, El ejército en el México borbónico, 1760-1810 (México, FCE, 1983). De Estéban Sánchez de Tagle hay que consultar: Por un regimiento el régimen. Política y sociedad: la formación del Regimiento de Dragones de la Reina de San Miguel el Grande (México, INAH, 1982). El conjunto mayor de las banderas hispanas quien mejor lo tiene comprendido es Luis Sorando Muzás. Suyo es el libro: Banderas, estandartes y trofeos del Museo del Ejército, 1700-1843. Catálogo razonado (Madrid, Ministerio de Defensa, 2000). En México, las banderas se han publicado en los ensayos de Marta Terán, “La virgen de Guadalupe contra Napoleón Bonaparte. La defensa de la religión en el Obispado de Michoacán entre 1793 y 1814” (Estudios de Historia Novohispana, 19, Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, 1999); y “Las primeras banderas del movimiento por la Independencia. El patrimonio histórico de México en el Museo del Ejército español” (En el libro de Eduardo Mijangos: Movimientos sociales en Michoacán. Siglos XIX y XX, Morelia, Universidad Michoacana, 1999). En los tomos de la Colección de documentos para la historia de la Independencia de México, de 1808 a 1821, CDHIM, editada por J. M. Hernández y Dávalos (México, José María Sandoval impresor; existen muchas ediciones), el interesado puede leer los más importantes partes militares que se mencionaron junto con la voz de Hidalgo. La paleografía de la “Nota sobre las alhajas...” de Calleja, se publicó sin su referencia del AGN, en el Boletín del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía (Cuarta época, Tomo I, México, Talleres Gráficos del Museo Nacional, 1922, p. 63). Ernesto Lemoine citó la descripción escueta de las banderas aunque ya con su remisión a la Correspondencia de los virreyes, en su Morelos y la revolución de 1810 (Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán, 1978, p.234).

 

Categoría: 
Artículo
Época de interés: 
Revolución e Independencia
Área de interés: 
Historia Cultural
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