Porfirismo y Revolución Mexicana

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La Izquierda durante el sexenio de Alemán
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Cultura y poder: el papel de la prensa ilustrada en la formación de la opinión pública

Autor: 
Inés Yujnovsky
Institución: 
El Colegio de México
Síntesis: 
Cultura y poder: el papel de la prensa ilustrada en la formación de la opinión pública.[1]
Inés Yujnovsky
El Colegio de México
 
Modernity as history is intimately bound to images of modernity[2]
 
Introducción.
Este trabajo está articulado alrededor de una pregunta central ¿cuál es el papel de la prensa ilustrada en la opinión pública? Para resolver este problema es necesario articular tres temas: las imágenes, la prensa y la opinión pública. Además la modernidad y la ciudad son dos aspectos importantes en esta problemática que se discuten en forma soslayada. La reflexión parte de la propuesta teórica de Jürgen Habermas[3] y luego se realiza un estado de la cuestión acerca del papel de la prensa ilustrada en México, entre mediados del siglo XIX y mediados del XX.
 
Después de una introducción teórica al concepto de opinión pública, el trabajo analiza cómo hacia la mitad del siglo XIX, la prensa ilustrada tuvo un papel central en la creación de una identidad nacional. En el siguiente apartado se estudia la prensa de caricaturas, género que fue dominante durante la República Restaurada, en el marco de un modelo en el que la opinión pública se constituía como un campo de intervención política, partidaria y de facciones. A continuación se realiza una crítica a la historiografía de la prensa durante el porfiriato, considerando que las imágenes en este período, en especial el fotograbado y la fotografía, no eran meras ilustraciones de la información sino que tenían una intencionalidad política de alabanza al régimen encabezado por Porfirio Díaz. La siguiente sección analiza el papel económico que cumplió la folletería, la literatura promocional y la prensa ilustrada para atraer inversiones y revertir la imagen de atraso y conflictividad que México tenía en el exterior. Además se observa el papel de la prensa ilustrada en la promoción del consumo. Por último, se resume brevemente la importancia de las imágenes durante el período revolucionario para pasar a la función política del fotoperiodismo en las décadas de 1930 y 1940, en el marco de un fuerte presidencialismo y del proceso de abandono de los objetivos revolucionarios.
 
Uno de los aspectos más citados del advenimiento de la modernidad ha sido el nacimiento de la opinión pública, entendida como un espacio autónomo donde las personas privadas hacen uso público de la razón, en el que la confrontación de opiniones se establece a partir de la igualdad entre los individuos. Este proceso surgió a partir de la diferenciación de lo público y lo privado, así como del proceso de individuación. Habermas señala que en el período que va entre finales del siglo XVII y mediados del XIX, mientras la burguesía va consolidando su poder, es cuando la publicidad adquiere una función política. La ciudad es el espacio público por excelencia y allí los ciudadanos son capaces de autoorganizarse y hacer valer sus intereses a través de la comunicación pública.[4] Por lo tanto se convierte en una publicidad políticamente activa.[5]
 
Citando a B. Manin, Habermas aclara que es necesario modificar radicalmente la perspectiva común tanto a las teorías liberales como al pensamiento democrático: la fuente de legitimidad no es la voluntad predeterminada de los individuos, sino más bien el proceso de su formación, es decir, la deliberación misma (...) Una decisión legítima no representa la voluntad de todos, pero es algo que resulta de la deliberación de todos. Debemos afirmar, a riesgo de contradecir a toda una extensa tradición, que la ley legítima es el resultado de la deliberación general, y no la expresión de la voluntad general.[6] Por lo tanto, los debates que se construyen y difunden a través de la prensa ocupan un lugar central en la construcción de la legitimidad política.
 
En América Latina, F-X Guerra ha señalado que el espacio público moderno surgió durante la época de la independencia.[7] Considera que la opinión pública remite, en esta primera época, a realidades diferentes: a los sentimientos o valores compartidos por el conjunto de la sociedad; a su reacción ante determinados acontecimientos o problemas; al consenso racional al que se llega en la discusión de las elites; al estado de espíritu de la población que la pedagogía de las elites o del gobierno intentan modelar; a ese sentir común impalpable que resulta de la confrontación de opiniones diversas expresadas en una prensa pluralista.[8]
 
Para Habermas, el fin de la censura es un aspecto clave en el nacimiento de la opinión pública ya que permite el libre desarrollo de la prensa. En México, la constitución de 1824 declaró la libertad de imprenta por lo que el número de imprentas en la Ciudad de México creció en forma considerable.[9] En 1826, la introducción de la técnica de la litografía repercutió en las posibilidades de impresión, modificando los formatos materiales de libros y periódicos, mejorando su calidad y permitiendo el uso de colores. En este escenario, caracterizado por una comunidad de lectores más amplia, se fueron redefiniendo las reglas que pretendían establecer el orden de producción, circulación y crítica de los libros. Espacio que no se circunscribía solamente a México sino que participaba ampliamente en las disputas intelectuales europeas y americanas. Como señala Habermas no es posible hablar de público en singular sino más bien de lucha de facciones ya que se produce una coexistencia de publicidades en competencia.[10]
 
Todavía en el período de la independencia no existían revistas o periódicos ilustrados, sin embargo es importante analizar este período porque ha sido caracterizado como el de nacimiento de la opinión pública moderna. En América Latina, es en este momento en que la prensa, como espacio de deliberación de las opiniones racionales de los individuos, adquiere un carácter político. El análisis de la prensa ilustrada debe realizarse teniendo en cuenta estas modalidades de la prensa en general.
 
La prensa ilustrada protagonista en la invención de una imagen nacional.
Hacia la mitad del siglo XIX, como señala Tomás Pérez Vejo, la prensa ilustrada fue la protagonista en la invención de una imagen nacional, que la difundía entre las clases medias alfabetizadas, sujeto privilegiado del proceso nacional decimonónico.[11] Es importante tener en cuenta que la conformación de una idea de identidad nacional es algo más complejo de lo que puede suponerse a primera vista ya que conlleva una serie de supuestos que no son siempre evidentes. Una identidad nacional presupone dos premisas: la de unidad (es decir, la existencia de ciertos rasgos comunes que pueden reconocerse por igual en los connacionales de todos los tiempos, regiones y clases) y la de exclusividad (que tales rasgos distinguen a éstos de los miembros de las demás comunidades nacionales). Una característica adicional es que tal principio particular debería ser, sin embargo, reconocible como universalmente valioso, es decir, encarnar valores incuestionables que justifiquen por sí su existencia y su defensa ante cualquier posible amenaza interior o exterior. Este tipo de historia nacional (a la que se puede denominar genealógica) tendrá un carácter decididamente autocelebratorio.[12] Las revistas ilustradas fueron algunos de los mecanismos que las elites mexicanas utilizaron para enfatizar la unidad, la exclusividad y la autocelebración.
 
A mitad del siglo XIX, El Museo Mexicano, El Album Mexicano, La Ilustración Mexicana y Los Mexicanos pintados por sí mismos fueron algunas de las publicaciones ilustradas más importantes del período.[13] Las primeras tres fueron revistas misceláneas que incluían imágenes de tipo costumbristas como tipos y escenas moralizantes, reunidas por Ignacio Cumplido, uno de los editores más importantes del siglo XIX, en México. A semejanza de similares proyectos europeos, Los Mexicanos pintados por sí mismos (editada por primera vez en 35 entregas) realizaba descripciones literarias y litográficas de los tipos característicos de la sociedad mexicana como el arriero, el aguador, la chiera, la china, entre otros.[14] Estas publicaciones ocuparon un lugar central en la construcción y difusión de los rasgos comunes de la sociedad mexicana que creaban el supuesto de unidad y al mismo tiempo otorgaron el sentido de exclusividad. Los tipos, como por ejemplo el jarocho o la tehuana, eran descripciones abstractas para mostrar normas colectivas que distinguían a los mexicanos de españoles o franceses. Las escenas mostraban las virtudes a seguir y criticaban los vicios de la sociedad mexicana. De todos modos, es significativo señalar que en este primer período muchas de las imágenes publicadas no eran mexicanas. Europa y lo europeo eran vistos no como algo ajeno sino como un elemento más de la propia tradición histórica y cultural.[15] Asimismo, los artistas viajeros tuvieron un papel relevante en la conformación de los imaginarios nacionales. Los europeos que atravesaban las distintas regiones de México definían rasgos típicamente mexicanos, en relación con su propia identidad.
 
Por lo tanto, la imagen de la nación a partir de una historia, una cultura, un paisaje y unas costumbres nacionales, difundidas por la prensa ilustrada, fueron las que terminaron de dibujar en el imaginario social, la idea de una comunidad nacional distinta y diferenciada de las demás.[16] Siguiendo a Tomás Pérez Vejo, se puede decir que el papel de la prensa ilustrada, hacia la mitad del siglo XIX, fue el de consolidar una imagen distintiva de lo mexicano, en el proceso de invención de la nación. Y en consecuencia tuvo un rol significativo en la conformación de la identidad mexicana.
 
Por otro lado es relevante mencionar otra característica del papel de las imágenes en este período. Frances Yates ha hecho notar la importancia de las imágenes en el desarrollo del arte de la memoria.[17] Este arte fue inventado por los griegos, de allí pasó a Roma y así a la tradición europea. Cicerón, interesado en la retórica, se preocupó en gran medida por el arte de la memoria. Consideraba que los espacios y las imágenes eran recursos mnemotécnicos utilizados para recordar. Primero había que fijar en la memoria una serie de lugares (los sistemas de arquitectura eran muy utilizados pero no los únicos) cada uno de las cuales representaba un tema: el ancla temas navales, un arma cuestiones militares y así se aseguraba también el orden del discurso. Además de insistir en el orden de la memoria, Cicerón consideraba que era la vista el sentido más poderoso; ver los espacios y las imágenes ayudaba a traer a los labios las palabras de su discurso.[18]
 
Fuertemente influenciados por los autores de la antigüedad clásica, los intelectuales del siglo XIX heredaron ciertas preocupaciones del arte de recordar. Aunque transformado por la difusión de la imprenta y del libro escrito que permitía dejar de lado la centralidad del arte de la memoria, los intelectuales latinoamericanos de este período tenían un fuerte interés en la retórica y leyeron asiduamente a Cicerón. En consecuencia, se puede pensar que la prensa ilustrada también tenía el propósito de fijar en la memoria, de quienes veían las imágenes, ciertas normas, códigos morales y los rasgos típicamente mexicanos que fueron construyendo la identidad nacional.
 
La prensa y las caricaturas como arma política.
Para comprender el sentido que el concepto de opinión pública adquirió en México, Elías Palti ha propuesto un análisis a partir de dos modelos sucesivos en el tiempo. A fines del siglo XVIII, surgió lo que este autor denomina el modelo jurídico de opinión pública, concebido como un tribunal de opinión neutral que tras evaluar la evidencia disponible y contrastar los distintos argumentos en pugna, accedía idealmente a la verdad del caso.[19] Este modelo se mantuvo vigente hasta aproximadamente la mitad del siglo XIX. Durante la República Restaurada, es decir entre 1867 y 1876, llegó a su punto culminante un modelo diferente, denominado por Palti proselitista, en el que la opinión pública se constituía como un campo de intervención y espacio de interacción de argumentaciones. La prensa se empleaba como arma política y el periodismo constituía un modo de discutir y al mismo tiempo de hacer política. La prensa periódica buscaba constituir la opinión pública.[20]
 
En 1849, apareció El Tío Nonilla, un periódico de caricaturas caracterizado por ideas radicales en contra de la sociedad religiosa y opuesto a las costumbres hipócritas de la época. En las caricaturas se ridiculizaba a los frailes, se ironizaba contra los anhelos monarquistas de los conservadores y se mofaba del gabinete de Santa Anna.[21] Pero fue después de la Constitución de 1857 cuando el género de las caricaturas políticas llegó a su máximo esplendor ya que los sucesivos gobiernos tuvieron que acceder a la libre expresión mediante la libertad de prensa.[22]
 
En un libro ya clásico que compila caricaturas provenientes de diferentes diarios, Salvador Pruneda considera que “El arte de que nos ocupamos sirvió indistintamente, de desahogo de resentimientos y válvula de escape para atacar y defender determinados principios, o dar salida a las encontradas pasiones de liberales y conservadores.”[23] Numerosos periódicos surgieron en estos años haciendo hincapié en la ironía, las bromas y el sarcasmo.[24] De esta forma se oponían a sus contrincantes políticos, a las obras o inoperancias del gobierno y la opinión pública se constituía como un campo de intervención. Aunque en los inicios del gobierno de Porfirio Díaz la diversidad de opiniones fue vista como una debilidad del gobierno, este fue el período en que la lucha de facciones se produjo con mayor énfasis gracias a la coexistencia de publicidades en competencia. En México, durante este período, la ley legítima era el resultado de la deliberación general y la caricatura participaba ampliamente en el proceso de debate. Incluso, como ya lo había señalado Cosío Villegas, debido a la existencia de las caricaturas, la prensa alcanzaba a un público más popular que las publicaciones puramente doctrinarias.[25] Por lo tanto, el proceso de deliberación política incluía también a sectores más bajos de la sociedad y no sólo a los políticos e intelectuales.
 
La prensa de información y la prensa política durante el Porfiriato.
Diversos autores han señalado las transformaciones radicales que sufrió la prensa durante el porfiriato. La idea que a fines del siglo XIX las transformaciones técnicas crearon un periodismo que daba prioridad a la rapidez y ya no se preocupaba por el contenido, el debate político y el estilo literario se ha reiterado acríticamente en los diversos trabajos acerca de la prensa en este período. El motivo principal por el cual la prensa habría dejado el debate político para dedicarse a la información “a secas” era la política represiva de la dictadura porfirista sobre la oposición.[26] Lo que aquí se sugiere es que la aseveración tan tajante de considerar que al pasar a ser prensa de información deja de ser prensa política ha oscurecido los mecanismos de construcción de la legitimidad política durante el porfiriato.
 
En un importante trabajo de cuantificación de los periódicos que circulaban durante el Porfiriato en todo el territorio de México, Florence Toussaint ha procurado demostrar el paso de la prensa política a la prensa industrial.[27] La autora considera que antes de 1896 la prensa política se caracterizó por su ánimo político y analítico, a partir de entonces la fórmula cambió su diseño. A través de la penuria económica fueron silenciados muchos órganos de prensa. La transformación del periodismo dio origen a la prensa industrial y con ella la tradicional decimonónica fue lentamente extinguiéndose. La industria de diarios y semanarios llevó consigo un cambio en los propósitos y contenido de los periódicos: la información y la noticia pasaron al primer plano desplazando casi totalmente al editorial, el artículo y el litigio.[28] Toussaint ha mostrado que en 1876 existían en México 434 periódicos (182 correspondían a la Ciudad de México) y que en 1910 sólo quedaban 142 (28 en la Capital). A simple vista estas cifras parecen contundentes y no se puede negar que la política represiva y de subsidios tuviera un efecto poderoso sobre la reducción de la prensa. Sin embargo, es necesario detenerse brevemente en las mismas cifras que aporta esta autora. Entre 1884 y 1900 la caída no es tan drástica como lo evidencian los años de inicio y fin elegidos por la autora. Realizando un promedio de la cantidad de periódicos que circulaban en todo México, en estos 33 años, resulta que a cada periodo (propuesto por Toussaint) corresponderían 221 periódicos y salvo los años de inicio (434) y de fin (142), ninguno se aleja tanto de ese promedio.[29] Para el caso de la Ciudad de México las cifras son un poco más oscilantes pero la tendencia es similar. El promedio en circulación sería de 63 periódicos, salvo la fecha de inicio (182), entre 1881 y 1896 la cantidad es muy cercana al promedio. A partir de 1897 circularían un 60 % del promedio, es decir unos 40 periódicos por ciclo y hacia 1909 un 44 %. Lo que cabe preguntarse entonces es la particularidad de las fechas de inicio y fin, ambos períodos críticos para el régimen.
 
Por otro lado es necesario analizar la tirada de los periódicos. Se ha estimado que en 1905 El Imparcial publicaba 75 000 ejemplares, El Mundo 30 000 y un diario como The Mexican Herald (destinado al público de habla inglesa) sacaba 10 000 ejemplares. El promedio de los periódicos de tamaño medio editaban 6 000 ejemplares, si se multiplica esta cifra por la media de 221 periódicos da un total de 1 326 000 ejemplares. Una cantidad poco despreciable para una población de 10 millones de habitantes.[30] Además hay que tener en cuenta que la lectura en aquella época no era silenciosa e individual como lo es hoy en día. Era habitual que se leyera en voz alta y los cafés, las tertulias o diversas instituciones tenían un periódico que era leído por distintas personas a lo largo de uno o varios días.
 
Por lo tanto, a partir de una revisión de los datos cuantitativos es necesario matizar las afirmaciones de la agonía de la prensa política durante el porfiriato. La política represiva tuvo un efecto importante pero la prensa de oposición logró mantener abiertos ciertos canales y tanto los periódicos que estaban en contra como aquellos que estaban a favor del régimen fueron importantes herramientas de expresión. Los diarios continuaron siendo instrumentos insoslayables para quienes aspiraban a tener alguna influencia en la vida política.
 
En un trabajo escrito en 1974 María del Carmen Ruiz Castañeda resume la política represiva del gobierno contra la prensa. En 1883, la reforma de los artículos 6to y 7to de la Constitución dispuso que los periodistas fueran juzgados por los tribunales de orden común. De este modo se realizaron diversos procedimientos represivos como sanciones pecuniarias, castigos corporales y sentencias de confiscación de prensas y útiles de trabajo. Paralelamente a esta política, el gobierno aplicó una serie de subvenciones para ayudar a aquellos periódicos cuya responsabilidad era la defensa de la administración y su política.[31] En forma implícita, el trabajo de Castañeda asume que la fuerte represión fue la mecha que encendió la participación de estos sectores en la revolución. La autora también señala que el surgimiento de El Imparcial en 1896 implicó el nacimiento de la prensa industrial pero aporta un matiz significativo. Menciona que este periódico usó el amarillismo como señuelo y se consagró a la defensa de las clases en el poder.[32]
 
En este sentido, Jacqueline Covo ha señalado que los períodos de severa represión exigen del historiador una atención especial de descifrar, bajo la expresión anodina, las siempre posibles y valientes tentativas de dar a conocer posiciones disidentes. Por ejemplo, durante la dictadura de Santa Anna, Le Trait d´Union se valía del uso del idioma francés y de la ironía para engañar a los censores y ridiculizar a “Su Alteza Serenísima”, alabándolo exageradamente. También Francisco Zarco, en el mismo periodo, aprovechaba la inocua crónica de “modas” para deslizar ataques indirectos.[33]
 
A diferencia de los trabajos mencionados, Irma Lombardo retrocede el surgimiento de la prensa de información al período de la República Restaurada.[34] Considera que ya en ese momento se adoptaron innovaciones técnicas pero sobre todo, explica, es en este período cuando comenzó a utilizarse la técnica del reportaje. Esta autora no menciona la desaparición de la prensa política ya que este período es el de mayor efervescencia partidaria pero su análisis de los reportajes no se detiene en los aspectos políticos que se esconden en este tipo de información. Señala que a fines de los años 80 del siglo XIX las páginas de la prensa mexicana se llenaron de tinta roja, robos, asesinatos, incendios, estrangulamientos, inundaciones, descarrilamientos de trenes, inauguraciones, descripciones de paseos y monumentos así como entrevistas a literatos distinguidos. La noticia se impuso y la entrevista se transformó en el mecanismo idóneo para obtener información veraz, actual y de primera mano. Dos conceptos, presentes hasta nuestros días, caracterizaron la información en este período: la imparcialidad, actualmente denominada objetividad y el sensacionalismo.[35] Sin embargo, su análisis excluye lo que Castañeda denominó señuelo. Por ejemplo, en su descripción de un reportaje sensacionalista explica los móviles y detalles del crimen, al final menciona que el texto señala las obligaciones de las autoridades de continuar cumpliendo con su deber para asegurar la tranquilidad de las familias, pues numerosos maleantes atentan en contra de la sociedad.[36] Pero no se detiene en el análisis del mensaje que implica este tipo de afirmaciones periodísticas. Lombardo no se detiene en la intencionalidad política de este tipo de información; no observa, como advierte Covo, los mensajes ocultos detrás de las noticias. Es clarísimo el carácter prescriptivo de este tipo de notas periodísticas: el criminal recibiría su castigo y el estado era el único actor que podía hacer uso legítimo de la fuerza.
 
En un trabajo de temática similar al de Lombardo pero con una propuesta más analítica acerca de los reportajes policíacos en México durante el Porfiriato, Alberto del Castillo señala que una de las funciones de las notas gráficas (todavía ilustradas con grabados) era la de “presentar un conjunto de rasgos físicos desaliñados y miradas duras y feroces que supuestamente evidenciarían el tipo de delito que habían cometido. En esta misma línea, la gráfica de El Universal inauguró una sección titulada “Galería de Rateros”, en la que se presentaban grabados con los retratos de delincuentes y criminales, acompañados de textos en los que se alertaba a la ciudadanía y se describía el tipo de delito en el que se especializaba el sujeto en cuestión.”[37]
 
El análisis de este autor acerca del periódico Gil Blas muestra que la gráfica realizada por el conocido caricaturista José Guadalupe Posada[38] pretendía realizar una crítica irónica a los distintos sectores sociales; a diferencia de las elites porfiristas, el periódico tenía cierta simpatía por los grupos populares y atacaba a las clases altas. Además la crítica al gobierno era sostenida y reforzada por las imágenes.
 
Alberto del Castillo adhiere nuevamente a la idea del surgimiento de una prensa mercantil-noticiosas reemplazando al periodismo político – doctrinal. Sin embargo, su análisis de El Imparcial concluye que “el mensaje de estos relatos tenía una dirección bien definida que reforzaba la idea de que todo crimen recibía finalmente un castigo y el Estado constituía la única instancia legítima para administrarlo.”[39] Es decir, que los supuestos relatos de un hecho criminal tenían un trasfondo político o vinculado a la legitimación del régimen como el único actor que podía usar la fuerza en forma legítima.
 
El primer trabajo en manifestar la noción del paso de la prensa política a la informativa es la Historia Moderna de México, cuya primera edición es de 1972. Allí se afirma que la efectividad de la prensa de oposición fue declinando entre 1888 y 1910 por dos razones: la falta de periodistas incisivos pero sobre todo por “el factor nuevo, y que en mayor medida explica la ineficacia creciente de la prensa oposicionista, es la aparición, por primera vez en México, de la industria editorial del periodismo, o del diario comercial, es decir concebido y tratado como un negocio mercantil.”[40] El objetivo principal de El Mundo y El Imparcial, se afirma en la Historia Moderna, era darle una decidida preeminencia a la noticia, a la información, desplazando a un plano muy secundario la doctrina o la disputa ideológica. Pero también se aclara que cuando los editores de esas dos publicaciones creían necesario manejar alguna, era siempre una opinión simpática a las miras y los procedimientos del gobierno.[41] Incluso se sostiene que “El gobierno recibe una inesperada ayuda de la prensa industrial. Por una parte, ésta va ganando día a día más lectores; por otra, la lectura que ofrece información y no doctrinaria, distrae la atención de la conducta política del régimen.”[42]
 
A diferencia de los estudios posteriores, que en muchos casos han simplificado las afirmaciones de la Historia Moderna coordinada por Cosío Villegas, esta obra analiza el surgimiento de la prensa concebida como negocio mercantil en el marco de las relaciones de poder establecidas en el Porfiriato. El objetivo del tomo en que se hace mención a la transformación de la prensa es observar cómo Porfirio Díaz fue adueñándose de los resortes del poder, cómo la oposición llegó a ser impotente y cómo la propaganda hizo de Porfirio un gobernante necesario, insustituible que poseía prendas excepcionales de político y administrador.[43]
 
Aunque surgió una nueva política informativa, el abandono del debate político, ideológico o faccioso en gran medida era utilizada como una máscara para mostrar los avances del régimen. Una parte de la información cotidiana, crónicas, relatos de “hechos” y las imágenes que acompañaban o “ilustraban” esa información tenía el propósito político de elogiar al régimen y por lo tanto ampliar la base de su legitimidad.
 
En diversas ocasiones los periódicos relataban y mostraban fotografías de las visitas o inauguraciones que Porfirio Díaz realizaba en los más recónditos paisajes de México. El aspecto simbólico del ferrocarril mostraba a un presidente a la vanguardia de la civilización, su presencia hacía que el progreso pareciera haber llegado a las ciudades del interior. Además, Porfirio era esperado por sus partidarios en las estaciones del tren enfatizando el apoyo que la gente de las provincias le daban al régimen. Las fotografías de estos viajes presidenciales eran reproducidas mostrando fragmentos congelados de aquellos momentos inolvidables de la llegada del héroe de la “paz y el progreso”. Es decir que al poner a la vista los logros del ejecutivo y el apoyo que le brindaban los ciudadanos, un simple relato de los viajes del presidente formaba parte del proceso de legitimación.
 
En relación con los viajes, Cosío Villegas ha señalado lo que aquí se propone respecto a las imágenes, Porfirio Díaz y sus amigos comenzaron a enaltecer la personalidad de Porfirio para identificarla con los intereses del país y de la Nación misma.[44] Díaz instauró el culto a su propia personalidad. “Era menester darse a conocer en todo el ámbito nacional además con estos viajes podía cerciorarse de la estimación real de que gozaban en la localidad sus adelantados, los gobernadores; recibir quejas de ellos y ofrecerse a los intereses locales como un recurso de segunda instancia en caso de no darles satisfacción la autoridad local. Los gobernadores, por su parte, querían traer a sus ínsulas al presidente, pues eso les daba ocasión de lucirse ante la autoridad suprema lo mismo que ante sus feligreses, sin descontar la posibilidad de sacarle a la Federación alguna ayuda técnica o financiera. En fin, una forma ostensible de demostrar objetiva y espectacularmente que la paz estaba arraigada y el país bien comunicado, era que el Presidente abandonara tranquilo y confiado el asiento de su gobierno para exhibirse en los lugares apartados.”[45]
 
En este sentido, las numerosas imágenes que se publicaban de homenajes, recepciones, banquetes, fiestas, diplomas y obsequios así como inauguraciones y descripciones de paseos y monumentos (que Lombardo caracterizaba como simples noticias imparciales y objetivas), tenían aquellas finalidades señaladas por Cosío Villegas: eran parte del culto a la personalidad del presidente para identificarla con los intereses de la nación, servían para confirmar la estimación local, demostrar que la paz estaba bien arraigada y que el camino hacia el progreso se encontraba consolidado. Incluso las ilustraciones servían para fijar estos aspectos en la memoria de los receptores.
 
En un trabajo acerca de la prensa en los primeros años de la revolución mexicana, Ariel Rodriguez Kuri aporta cierto giro a la reiterada afirmación del punto de quiebre (en 1896) como el momento clave de la transformación de la prensa ya que utiliza un marco conceptual poco tenido en cuenta en otros trabajos. [46] Para este autor, la aparición de El Imparcial marca la consolidación de la prensa “metropolitana” en México. Este modelo propuesto por Gunther Barth estaría caracterizado por la producción industrializada, el abaratamiento de precios y aumento de la cantidad de ejemplares, la ampliación de la denominada crónica o el relato de los hechos y la cobertura cada vez más amplia de los detalles de la vida cotidiana de la gran ciudad.[47] Aspectos que se consolidan con la aparición de El Imparcial. De todos modos, en México no se produjo, como también señala Barth, la independencia de grupos políticos gracias a la rentabilidad de los nuevos periódicos. El conjunto editorial dirigido por Rafael Reyes Espíndola estaba directamente vinculado con los científicos (el grupo político más influyente durante los últimos 20 años del Porfirato) y recibía subsidios estatales.
 
Pero el centro de atención del trabajo de Rodriguez Kuri está puesto en la percepción que tuvo El Imparcial de la Revolución y el gobierno maderista entre 1911 y 1913. Su conclusión es que, a partir de 1911, El Imparcial se dedicó a impulsar la “socialización del pánico” y adoptó una política beligerante, propositiva y contestaria. Dirigió sus baterías a atacar los puntos flacos del maderismo, a defender las tesis centrales de un antimaderismo conservador y a reordenar alrededor de sí las líneas aún dispersas de éste ultimo.[48] Es cierto, que entre 1909 y 1911 se desplegaron una serie de acontecimientos que transformaron por completo la sociedad y la política en México y ello podría explicar también el cambio en un periódico que pasó de ser oficialista a oposicionista. Sin embargo, continuando la línea de argumentación aquí propuesta, es decir que la prensa de información escondía una línea política de legitimación del gobierno, se podría entender mejor un giro menos profundo en la propuesta editorial de El Imparcial.
 
“México próspero”, los roles económicos de la prensa ilustrada durante el porfiriato
Interesado en las relaciones internacionales durante el Porfiriato, Paolo Riguzzi, considera que debido a la “imagen desastrosa” que México tenía en el exterior, los grupos dirigentes del Porfiriato debían “realizar una auténtica reevaluación de la imagen que imperaba en la opinión pública, la prensa y la comunidad económica internacional.”[49] “Se buscó acreditar una imagen positiva y progresista del país, difundiendo materiales propagandísticos, comisionando y financiando periódicos y periodistas, personalidades y asociaciones que se expresaran a favor del reconocimiento diplomático y el abandono de una política agresiva y que difundieran las grandes perspectivas económicas, que gracias al curso político, se abrían para la canalización “pacífica” de las inversiones norteamericanas.”[50]
 
En consecuencia, se puede observar que la prensa ilustrada también tuvo un papel preponderante en la conformación de una imagen nacional que mostrara la estabilidad institucional y las posibilidades que México podía ofrecer a las inversiones externas.[51] En un trabajo anterior, mi propia investigación procuró observar el papel económico de la prensa ilustrada durante el porfiriato.[52] En 1892, después de veinte años de reactivación, la prensa estaba en condiciones de poner a la vista una serie de adelantos, que debían transformar la imagen, todavía perdurable, de constantes revoluciones, inestabilidad y fuerte déficit financiero.
 
La expansión de la prensa económica fue parte de un proceso de redefinición de concepciones que establecían la autonomía del espacio económico. La información de la ‘riqueza nacional’ se fue transformando en un instrumento de conocimiento público, a partir del cual la clase política y la opinión pública podía elaborar su propia opinión y fundamentar su juicio acerca de las decisiones económicas.[53] La difusión de las fotografías y de la prensa ilustrada debe ser insertada en este contexto y aportó una serie de imágenes con características propias.
 
La difusión de las imágenes del ferrocarril y los puertos tenía el propósito de mostrar la magnitud de los nuevos tipos de emprendimientos complejos y costosos. La movilización del estado y de múltiples agentes económicos, nacionales e internacionales era necesaria para llevar a cabo la construcción de esa infraestructura. Por lo tanto, las fotografías de los puentes se convirtieron en iconos de la modernidad. Pero además, la interrelación entre ferrocarriles y puertos ponía en evidencia la existencia de una red fluida de transportes, un mercado integrado, con diversos puntos de conectividad entre puertos y ferrocarril y éstos con carros y tranvías que permitían el diario transporte de personas y mercancías. Aquella imagen predominante, durante todo el siglo XIX, de la naturaleza excepcional y privilegiada se mantuvo pero mientras que antes se insistía en su desaprovechamiento ahora se vislumbraba la posibilidad de obtener beneficios gracias a los modernos medios de transportes que permitirían la utilización de los magníficos recursos naturales de las zonas que antes se mantenían fuera de la producción capitalista.
 
Las imágenes de las industrias también resaltaban la inversión en capital fijo, mostrando la existencia ‘real’ de sus capacidades. Las industrias se estaban adaptando a las nuevas tecnologías y formas de organización empresarial, por lo que se podía concluir que eran ‘industrias que progresan’. Esta adaptación consistía, primeramente, en la utilización de electricidad, aspecto de suma importancia en México ya que el carbón, como fuerza motriz, era escaso y caro. También era relevante la cercanía de las fábricas al ferrocarril. Las obras de desagüe, saneamiento y salubridad mostraban la aplicación de las nuevas concepciones resumidas en el higienismo. Las fotografías de los trabajadores mostraba locales amplios, limpios y con mucho aire y luz, tales eran conceptos sobresalientes que debía preservar la nueva higiene. Se proponía la imagen de una fuerza laboral disponible, consistente en trabajadores no calificados, obreros calificados y, desde ya, gerentes y empresarios mexicanos. Se insinuaba que los industriales tenían la capacidad de absorber los conflictos y resolverlos conforme al marco institucional existente. Estos aspectos certificaban la seguridad de las inversiones.
 
Se promovía una imagen social positiva del empresario y las empresas ya que la expansión económica generaba un aumento en las fuentes de trabajo y de riqueza pero también porque aportaban beneficios sociales como la contribución de insumos para las obras de riego y desagüe. Se establecía la interrelación entre empresas, sociedad y gobierno para contrarrestar las posibles concepciones negativas de la maximización de beneficios.
 
La propaganda económica resaltaba las transformaciones urbanas necesarias para el apropiado desarrollo de los negocios. Los servicios que los inversores podían encontrar en ciudades como México o Chihuahua iban desde las nuevas comunicaciones como el correo y el telégrafo, la educación, el esparcimiento hasta la red bancaria. La prensa y la folletería, que incluía fotografías, tenían la ventaja de ofrecer una imagen ‘real’ de la infraestructura, el capital fijo y la capacidad de transportes, industrias y servicios urbanos.
 
Las imágenes eran producto del punto de vista de un fotógrafo, la edición en las revistas y se insertaban en un discurso mayor donde los textos complementaban las fotografías. Pero esto no quiere decir que la realidad presentada fuera falsa, tenía una intencionalidad económica y política. Desde el punto de vista económico, pretendían atraer inversores y ampliar el consumo. En lo político fueron herramientas que mostraban los logros obtenidos: la infraestructura, los transportes, la diversidad de la industria y el comercio, así como la capacidad de absorber los conflictos por la vía institucional eran algunos de los elementos que ponían en evidencia la marcha de México hacia el progreso y por ello legitimaban el régimen de Porfirio Díaz.
 
También desde el punto de vista económico pero a partir de las nuevas propuestas de la historia del consumo, algunos investigadores han comenzado a realizar estudios acerca de la publicidad y la fotografía en la primera mitad del siglo XX.[54] En este período, el consumo y el esparcimiento se multiplicaron. La ciudad creció junto a las tiendas como el Palacio de Hierro y nuevos productos inundaron las calles. Bajaron los precios de diversos productos importados. Se impuso la moda francesa: paraguas y quitasoles, bastones, cristalería, cigarreras, entre otros cientos de productos, se vendían en los grandes almacenes. La prensa ilustrada jugó un papel destacado en la promoción de los nuevos productos. Las imágenes eran de carácter persuasivo, sugerían, creaban necesidades, excitaban la fantasía y el deseo y debían convencer. Su omnipresencia y poder residían en los medios de comunicación forjadores de la cultura masiva propia de las sociedades modernas, en las que el consumo es la pieza clave para su funcionamiento y conformación. Los bienes y servicios tuvieron que buscar al consumidor y convencerlo de que valía la pena adquirirlos, surgiendo así el concepto publicitario moderno propiamente dicho.[55]
 
Las imágenes publicitarias y muchas de las imágenes que se difundieron en la prensa periódica pueden ser analizadas como vidrieras de la ciudad; permiten al lector convertirse en flaneuers de la modernidad y observar los cambios en los patrones de consumo que se dieron a fines del siglo XIX.[56]
 
La prensa ilustrada entre la revolución y la postrevolución.
Durante la revolución mexicana, la prensa ilustrada capitalina utilizó la fotografía para mostrar las amenazas que constituían los insurgentes zapatistas y los villistas.[57] Las imágenes negativas de la revolución mexicana también fueron reproducidas por los soldados y el gobierno norteamericano, que después de un primer período de alabanza a Pancho Villa se dieron cuenta que no era posible establecer una alianza con este líder, quien comenzó a ser visto como un bandido sin capacidad de establecer un gobierno nacional.[58]
 
Pero no todas las imágenes fueron negativas, aquellas de la entrada de zapatistas y villistas a la Ciudad de México también se convirtieron en iconos de la presencia del mundo rural dentro del mundo urbano en proceso de modernización. En este período las innovaciones técnicas de la prensa permitieron la reproducción masiva de las fotografías en los periódicos y se difundieron otros medios como las tarjetas postales lo que produjo un gran auge de imágenes que se detuvieron en los nuevos sujetos de la modernidad. Las fotografías del revolucionario a caballo, la soldadera, las escenas que incluían cientos de campesinos en armas, la guerra civil y la decena trágica recorrieron México y el mundo, abriendo una ventana a la nueva realidad mexicana.[59]
 
Entre 1930 y 1950, las fotografías tuvieron un gran prestigio en las revistas. Este período ha sido estudiado por las excelentes investigaciones de John Mraz quien se ha interesado en el fotoperiodismo de este período.[60] Hoy, Rotofoto, Mañana y Siempre! fueron las revistas ilustradas más importantes de este período. A partir de la presidencia de Alemán (1946-1952) el gobierno mexicano hizo un giro hacia la derecha a partir del nuevo proyecto nacional de abandono de los objetivos revolucionarios. La prensa se fue convirtiendo en un poder cada vez mayor y jugó un rol fundamental en mantener la “paz social” tan necesaria en el proyecto de industrialización de Alemán.[61] Hoy y Mañana fueron aliados incondicionales del gobierno mientras que Rotofoto demostraba una irreverencia distintiva contra el presidencialismo lo que finalmente provocó su cierre por parte del gobierno.[62] Las revistas que estuvieron a favor del presidencialismo adularon reiteradamente su figura como el gran patriarca de una cultura que todavía estaba dominada por la tradicional estructura familiar. El mensaje visual de los hombres de gobierno en traje y corbata, inaugurando obras públicas, sentados en banquetes, apareciendo en asambleas públicas o simplemente en su vida privada era claro: eran personas importantes y el camino más claro al reconocimiento público era pertenecer como miembros del PRI y encontrar su lugar en la escalera de la dominación patriarcal.[63]
 
Una de las fuentes de control más importante del gobierno fue realizada a través del uso de recursos públicos para publicidad. Cada dependencia tenía dinero para relaciones públicas y pagaban por cada mención de cualquier cosa que tuviera que ver con un funcionario particular, por ejemplo obras públicas. El gobierno fue de lejos el anunciante más grande del país, incluso proveyendo ricos subsidios para la impresión de ediciones especiales. La interferencia del régimen en los periódicos no sólo se limitaba a generar noticias favorables, también se aseguraban que ciertos hechos no llegaran a ver la luz del día.[64] Los controles de la dictadura del PRI mantuvieron una fachada de existencia de prensa independiente tan convincente que muchos creyeron que era cierta. Recién hacia la década de 1970, cuando realmente surgió una prensa independiente fue desenmascarada el servilismo de oficial de la prensa entre 1930 y 50.[65]
 
Este brevísimo recorrido por las imágenes de la revolución mexicana y el fotoperiodismo del período de abandono de los objetivos revolucionarios permite adentrarse en el siglo XX para observar algunas líneas de continuidad así como las grandes transformaciones que tuvo la prensa ilustrada entre 1850 y 1950.
 
Conclusiones.
A partir del análisis de la bibliografía existente se han podido observar las transformaciones de la función de la prensa ilustrada en las distintas épocas en México. Siguiendo las propuestas de Jürgen Habermas, la opinión pública es entendida como un espacio de deliberación donde los individuos confrontan sus ideas, a través del uso público de la razón. La ciudad ha sido el ámbito por excelencia donde se producen los debates. La prensa era desde fines del siglo XVIII y a principios del XIX, con la aplicación de la libertad de expresión, el canal principal a través del cual los individuos podían expresar libremente sus ideas. En este sentido, la prensa ilustrada jugó un papel específico participando activamente en los procesos de deliberación.
 
Hacia la mitad del siglo XIX, la prensa ilustrada en México fue la protagonista en la invención de una imagen nacional. La identificación de una historia, una cultura, un paisaje y unas costumbres nacionales fueron las que terminaron de dibujar en el imaginario social, la idea de una comunidad nacional distinta y diferenciada de las demás. Las imágenes tenían la virtud de resguardar en la memoria de un mayor número de personas las normas, códigos y rasgos de exclusividad mexicanos que fueron conformando la identidad nacional.
 
El período conocido como la República Restaurada fue el momento en que la prensa pudo desarrollarse más libremente como espacio de confrontación de las opiniones. Allí se reflejaron los debates partidarios y los periódicos colaboraron en la creación de las redes facciosas. Las caricaturas tuvieron un fuerte auge durante este período ya que a través de la broma y la ironía se podía criticar a la iglesia, a los conservadores, a la administración pública, a ciertas medidas ineficaces tomadas por el gobierno y hasta examinaron a los diversos grupos sociales. Es interesante señalar que los diarios que incluyeron caricaturas tuvieron un público más amplio que las elites intelectuales, por ello se podría afirmar que los sectores populares participaron en cierta medida en las diputas electorales. Tanto la prensa como las caricaturas fueron utilizadas como armas políticas en los debates partidarios.
 
La historiografía sobre prensa durante el Porfiriato ha señalado la importancia de la política represiva y de subsidios para acallar a los periódicos de oposición. También se ha insistido en que la aparición de El Imparcial, en 1896, marcó el surgimiento de la prensa mercantil, caracterizada por la producción industrializada, el abaratamiento de precios, el aumento de la cantidad de ejemplares y la preferencia por las noticias y la información. Esta transformación, junto a la política represiva del gobierno, aducen los diferentes autores, habrían hecho sucumbir al periodismo político, las expresiones de oposición, las formas editoriales de expresión, la doctrina y las disputas ideológicas. Sin embargo, los regímenes totalitarios deben mantener abiertos ciertos canales de la esfera pública para demostrar la existencia del apoyo y la adhesión al sistema de poder. En este trabajo se sostiene que en el caso del Porfiriato la prensa de información, subsidiada por el gobierno, sirvió para alabar al régimen y generar mayor consenso gracias a los éxitos que obtenía la administración gubernamental. Las fotografías publicadas en la prensa acerca de las inauguraciones, paseos, banquetes, recepciones o viajes que realizaba el presidente tenían el propósito de mostrar a un gobernante a la vanguardia de la civilización, identificar la personalidad de Porfirio Díaz con los intereses de la nación, confirmar la estimación local y demostrar que la paz estaba arraigada y el camino hacia el progreso en vías de consolidación. En forma similar a los períodos anteriores, las imágenes permitían que los sucesos que ellas retrataran permanecieran más fácilmente en la memoria que un texto escrito, por ello también entre sus receptores incluían a sectores más amplios de la población.
 
En términos económicos la folletería, la literatura promocional y la prensa ilustrada tuvieron tres funciones principales. En primer lugar, sirvieron para revertir la imagen negativa que se tenía de México como un país de disturbios civiles y administración ineficaz. En consecuencia, las imágenes reforzaron los logros obtenidos en el desarrollo de la infraestructura, del transporte y comunicación y en la creación de un mercado integrado. También se señalaron los avances en materia industrial, comercial y de servicios existentes en las ciudades como el sistema bancario, la educación, la salud y el esparcimiento. Asimismo se promovía una imagen positiva de los empresarios y de los diferentes grupos de trabajadores. Por lo tanto, el segundo rol de esta propaganda era de alabanza al régimen, aunque fuera presentada como simple información lo que repercutió en las lecturas de gran parte de la historiografía posterior. La tercera función económica de la prensa ilustrada fue la de estimular el consumo de los nuevos productos que inundaban las calles, las imágenes persuadían al consumidor de los efectos positivos que produciría la adquisición de un producto.
 
Durante la revolución mexicana, la prensa ilustrada capitalina utilizó la fotografía para mostrar las amenazas que constituían los insurgentes como los zapatistas o los villistas. Pero las imágenes de la entrada de estos grupos a la Ciudad de México también se convirtieron en iconos de presencia rural en el mundo urbano en proceso de modernización. En este período las innovaciones técnicas de la prensa permitieron la reproducción masiva de las fotografías en los periódicos. Además se difundieron otros medios que incluían fotografías como las tarjetas postales lo que produjo un auge de imágenes que se detuvieron en los nuevos sujetos de la modernidad. Las fotografías del revolucionario a caballo, la soldadera, las escenas que incluían cientos de campesinos en armas, la guerra civil y la decena trágica recorrieron México y el mundo, abriendo una ventana a la nueva realidad mexicana.
 
Entre 1930 y 1950 las fotografías tuvieron un gran prestigio en las revistas. A partir de la presidencia de Alemán el gobierno mexicano hizo un giro hacia la derecha con el nuevo proyecto nacional de abandono de los objetivos revolucionarios. La prensa se fue convirtiendo en un poder cada vez mayor y jugó un rol fundamental en mantener la “paz social”, tan necesario en el proyecto de industrialización de Alemán. Las revistas ilustradas rindieron culto al presidencialismo y fueron aliados incondicionales del gobierno ya que éste fue de lejos el anunciante más grande del país. Durante este período, los controles de la dictadura del PRI mantuvieron una fachada de existencia de prensa independiente tan convincente que muchos creyeron que era cierta.
 
Este recorrido por un siglo de prensa ilustrada en México ha permitido observar los diferentes roles que las imágenes cumplieron en el mantenimiento y enmascaramiento de una opinión pública que, aunque a veces estuvo fuertemente amenazada, nunca sucumbió por completo a los controles de la dictadura. Para mantener un control hegemónico, hasta los gobiernos dictatoriales tuvieron que mantener abiertos los canales de la esfera pública y gastar amplios recursos en que las imágenes estuvieran a su favor.
 
 
 
 

NOTAS


[1] Quiero agradecer a Ariel Rodríguez Kuri por haberme sugerido la pregunta central de este trabajo y por las sugerentes problemáticas que me propuso resolver, muchas de las cuales aún quedan pendientes.[]
2 “La modernidad como historia está íntimamente ligada a imágenes de la modernidad” Saurabh Dube, “Introduction: Enchantments of Modernity”, Saurabh Dube (Special Issue Editor), Enduring Enchantments, The South Atlantic Quraterly 101:4 Fall 2002, pp. 729-755, aquí p. 743.[]
3 Jürgen Habermas, Historia y Crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. (Barcelona, Ed. Gili, 2002).[]
4 Op. Cit Jürgen Habermas, Historia y Crítica de la opinión pública, p.11.[]
5 Ibídem, p. 21.[]
6 Citado por Ibídem, p. 26: B. Manin, “On Legitimacy and Political Deliberation” Political Theory, vol. 15, 1987, p. 351.[]
7 Francois Xavier Guerra, “De la política antigua a la política moderna. La revolución de la soberanía”, François-Xavier Guerra, Annick Lemperiere et al, Los espacios públicos en Iberoamérica: ambigüedades y problemas, siglos XVIII-XIX (FCE-Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, México, 1998).[]
8 Ibídem, p. 139.[]
9 Anne Staples señala que entre 1821 y 1853 se establecieron 200 nuevas imprentas en la ciudad de México Anne Staples, “La lectura y los lectores en los primeros años de vida independiente”, Seminario de la Historia de la Educación en México, Historia de la lectura en México (El Colegio de México, México, 1988), pág. 118.[]
10 Op. Cit Jürgen Habermas, Historia y Crítica de la opinión pública, p. 5.[]
11 Tomás Pérez Vejo, “La invención de una nación: la imagen de México en la prensa ilustrada de la primera mitad del siglo XIX (1830-1855)”, Laura Suárez de la Torre (Coord. Gral.) Empresa y cultura en tinta y papel: 1800-1860 (México, Instituto Mora - Instituto de Investigaciones Bibliográficas UNAM, 2001), pp. 395-408, aquí p. 396.[]
12 Estos tres aspectos los profundiza y discute Elias Palti, La nación como problema. Los historiadores y la “cuestión nacional” (Argentina, FCE, 2003), p. 132.[]
13 El Museo Mexicano fue una revista periódica ilustrada publicada entre 1843 y 1844, El Album Mexicano apareció entre 1849 y 1850 y La Ilustración Mexicana entre 1851 y 1852 y reanudada en 1854. En 1838, Cumplido abrió su propia imprenta y en 1841 comenzó la publicación del periódico El Siglo XIX, además de las revistas mencionadas. Véase Ramiro Villaseñor, Ignacio Cumplido, Impresor Tapatío (México, Gobierno de Jalisco, 1987) y María Esther Pérez Salas, “Los secretos de una empresa exitosa: la imprenta de Ignacio Cumplido”, Laura Suarez de la Torre, Constructores de un cambio cultural: impresores - editores y libreros en la Ciudad de México 1830-1855 (México, Instituto Mora, 2003), pp. 101-182.
[14] Puede verse una reedición en Juan de Dios Arias, Los mexicanos pintados por si mismos (México, Centro de Estudios de Historia de México CONDUMEX, 1989).
[15] Op. Cit. Tomás Pérez Vejo, “La invención de una nación: la imagen de México en la prensa ilustrada de la primera mitad del siglo XIX (1830-1855)”, p. 403.[]
16 Ibídem, p. 396.[]
17 Frances Yates, The Art of Memory (Chicago, Chicago University Press, 1966).[]
18 Ibídem.[]
19 Elías José Palti, “La Sociedad Filarmónica del Pito. Opera, prensa y política en la República restaurada” (México, 1867-1876), Historia Mexicana, Vol. LII, Núm. 4, (abril-junio, 2003), pp. 941-978, aquí p. 945.[]
20 Ibídem, p. 946.[]
21 Así lo señala Salvador Pruneda, La caricatura como arma política (México, INEHRM, 2003)[1958], p. 17.[]
22 Esther Acevedo considera que la caricatura política floreció en los periódicos de México a partir de 1861 con la publicación de La Orquesta. Véase Esther Acevedo, La caricatura política en México en el siglo XIX (México, Conaculta, 2000).[]
23 Op. Cit. Salvador Pruneda, La caricatura como arma política, p. 20.[]
24 Por ejemplo algunos subtítulos de diversos periódicos muestran esa faceta: San Baltasar, que apareció entre 1869 y 1870 a favor del general Porfirio Díaz decía ‘periódico chusco, amante de decir bromas y grocerías, afecto a las convivialidades, y con caricaturas’. El Padre Cobos que apareció en 1870 y tuvo una publicación intermitente hasta 1880 resurgiendo en 1910, también a favor de Porfirio Díaz en las elecciones de 1871, tenía el siguiente subtítulo, ‘periódico alegre, campechano y amante de decir indirectas... aunque sean directas’. Ambas citas tomadas de Ibídem, pp. 43-45.[]
25 Esta idea la señala refiriéndose a El Hijo del Ahuizote, Cosío Villegas, Historia Moderna de México. El Porfiriato. La vida polítca interior, parte 2 (México-Buenos Aires, Hermes, 1972), p.239.[]
26 Una de las principales autoras que ha enfatizado en diversos trabajos esta postura es María del Carmen Ruiz Castañeda pero otros autores han continuado esta línea. Por ejemplo un trabajo acerca del auge de periódicos que aparecían en los períodos de elecciones durante el porfiriato señala que “no puede ser considerada prensa de partido pues su aparición efímera y su apego a la defensa de intereses específicos así lo indican. Tampoco era una prensa de oposición, pues sus vínculos y cobijo en el poder así lo sugieren.” Romeo Rojas Rojas, “Periódicos electoreros del porfiriato”, Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, Año XXVIII: 109, julio – septiembre 1982. Como si el apoyo al régimen encabezado por Díaz no implicara la existencia de compromisos políticos y a contrapelo de toda su evidencia empírica Rojas desmerece esta prensa por responder incondicionalmente a las reelecciones de Díaz. []
27 Florence Toussaint Alcaraz, Escenario de la prensa en el Porfiriato (México, Fundación Manuel Buendía, 1984).[]
28 Ibídem, pp. 34-35.[]
29 Véase el cuadro realizado por Toussaint, Ibídem, p. 21. La autora ha dividido los períodos según los años de elecciones, además de los años mencionados que se alejan del promedio, entre 1881-1884 habían 177 periódicos y entre 1901-1904 habían 166, los demás momentos están bastante cercanos al promedio de 221 periódicos.[]
30 Toussaint utiliza las cifras de población estimadas en la Historia Moderna de México, en 1877 habían 9 389 461 de habitantes y en 1910 15 160 369, considerando que el 10% de la población consumía periódicos Ibídem p. 67.[]
31 María del Carmen Ruiz Castañeda, El periodismo en México: 450 años de historia (México, UNAM, 1980)[1974], pp. 231-232.[]
32 Ibídem, p. 243.[]
33 Jacqueline Covo, “La prensa en la historiografía mexicana: problemas y perspectivas”, Historia Mexicana, XLII: 3, 1993, pp. 689-710, aquí p. 701.[]
34 Irma Lombardo, De la opinión a la noticia. El surgimiento de los géneros informativos en México (México, Ed. Kiosco, 1992), p. 18.[]
35 Ibídem, p. 91.[]
36 “El plagio Del Sr. Cervantes. Nuestros informes” El Federalista, 5 de julio de 1872, pp. 1-3, citado por Ibídem, p. 29.[]
37 Alberto del Castillo Troncoso, “El surgimiento del reportaje policíaco en México. Los inicios de un nuevo lenguaje gráfico (188-1910). Cuicuilco 5:13, Mayo-Agosto, 1998, pp. 163-194, aquí, p. 170.[]
38 La bibliografía acerca de Posada es muy amplia, sólo para mencionar un ejemplo véase Monografía. Las obras de José Guadalupe Posada, con introducción de Diego Rivera (México, Mexican Folkways, 1991).[]
39 Op. Cit. Alberto del Castillo Troncoso, “El surgimiento del reportaje policíaco en México”, p. 184.[]
40 Aquí ya se hace referencia al año 1896 como el momento clave en la transformación de la prensa debido al surgimiento de El Imparcial, sin embargo se agrega un detalle significativo, descartado por los trabajos más recientes. Este año también fue el de la desaparición del diario El siglo XIX, que acababa de celebrar su cincuentenario, ibídem, p. 525-527.[]
41 Ibídem, p. 526.[]
42 Ibídem, p.531.[]
43 Estos objetivos se plantean al inicio del apartado denominado “El Necesariato” justamente aludiendo a la idea de Porfirio como una figura necesaria e insustituible, Cosío Villegas, Historia Moderna de México, p. 313-314.[]
44 Ibídem, p.362.[]
45 Ibídem , p. 374. []
46 Ariel Rodríguez Kuri, “El discurso del miedo: El Imparcial y Francisco I. Madero” Historia Mexicana XL:4, 1991, pp. 697-740.[]
47 Citado por Op. Cit. Ariel Rodríguez Kuri, “El discurso del miedo: El Imparcial y Francisco I. Madero”, p. 699: Gunter Barth, City People. The Rise of Modern City culture in Nineteenth-Century America (Nueva York, Oxford, Oxford University Press, 1980), p. 28-57,[]
48 Ibídem, p. 705.[]
49 Paolo Riguzzi, “México próspero: las dimensiones de la imagen nacional en el porfiriato”, Historias, 20 (abril-septiembre 1988), pp. 137-157, aquí p. 137.[]
50 Ibídem, p. 139.[]
51 Un trabajo excelente acerca de la política de propaganda que México produjo para el exterior es el libro de Manuel Tenorio Trillo, Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930. (México, FCE, 1998).
[52] Inés Yujnovsky “Industrias que progresan” El papel de la propaganda ilustrada en la reducción de los costos de transacción, México 1892-1910.” Mimeo, trabajo presentado para el seminario Historia Económica de México, 1820-1940 dictado por la Dra. Sandra Kuntz Ficker, El Colegio de México, Marzo-julio 2004.
[53] Esta es la propuesta de Marcello Carmagnani, Estado y mercado: la economía pública del liberalismo mexicano, 1850-1911. (México, Fondo de Cultura Económica, 1994), en especial capítulo I “Riqueza Nacional, derechos económicos y regulación estatal”, pp.25-55.[]
54 Por ejemplo Julieta Ortiz Gaitán, “Inicios de la fotografía en el discurso publicitario de la prensa ilustrada”, Alquimia, 7:20, enero-abril 2004.[]
55 Ibídem, p. 7-8.[]
56 En las primeras décadas del siglo XX, Walter Benjamin realizó una de las primeras y más incisivas mirada crítica a los fenómenos de expansión del consumo de la sociedad burguesa europea, analiza el mundo burgués en el que predominaba el sentido de la vista. Las vidrieras, los pasajes el panorama, la fisiognomía, la luz a gas, el humo son algunas de sus descripciones que dan prioridad a la vista en el mundo moderno. En consecuencia propone la figura del flaneur como un caminante que observa la ciudad desde el anonimato que le otorga la multitud; mirar las vidrieras era una de las actividades principales del paseante. Walter Benjamin, Iluminaciones II (España, Taurus, 1972), pp. 173-174.[]
57 Este tema es ampliamente desarrollado en la tesis doctoral de Ariel Arnal, Fotografía del zapatismo en la prensa de la ciudad de México entre 1910 y 1915 (Departamento de Historia Universidad Iberoamericana, México, 2001). Véase también su artículo Ariel Arnal, “Construyendo símbolos-fotografía política en México 1865-1911”, EIAL 9:1 (1998).[]
58 Respecto a las visiones norteamericanas reproducidas en imágenes véase, Paul Vanderwood y Frank Samponaro, Los rostros de la batalla. Furia en la frontera México-Estados Unidos, 1910-1917 (México, Conaculta-Grijalbo-Camera Lucida, 1993) y Margarita de Orellana, La mirada circular (México, Artes de México, 1999).[]
59 Un libro interesante que reproduce imágenes de las soldaderas es Elena Poniatowska, Las Soldaderas. (Ed. Era INAH, Pachuca-México, 1999).[]
60 John Mraz, “Today, Tomorrow, and Always: The golden Age of Illustrated Magazines in Mexico, 1937-1960”, Gilbert M. Joseph, Anne Rubenstein and Eric Zolov (ed.) Fragments of a golden age. The politics of Culture in Mexico since 1940. (Durham and London, Duke University Press, 2001), pp.116-157, aquí p. 116.[]
61 Ibídem, p. 121.[]
62 Ibídem, p. 118.[]
63 Ibídem, p. 126.[]
64 Ibídem, p. 123.[]
65 Ibídem, p. 151-152.

Categoría: 
Artículo
Época de interés: 
Porfirismo y Revolución Mexicana
Área de interés: 
Historia Cultural

Pensar la revolución. Una aproximación a la Generación de 1915

Autor: 
Pablo Yankelevich
Institución: 
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Síntesis: 
PENSAR LA REVOLUCIÓN
Una aproximación a la Generación de 1915
 
Pablo Yankelevich
Instituto Nacional de Antropología e Historia
 
Una breve aproximación al núcleo intelectual conocido como la Generación de 1915 obliga a dirigir la mirada hacia dos momentos de la historia de México en el pasado siglo. En primer lugar, los años en que la lucha revolucionaria se generalizó y los enfrentamientos faccionales alcanzaron una violencia inusitada, cuyos efectos, como nunca antes, se sintieron en la ciudad de México desde donde la situación general del país no tardó en interpretarse como de profunda crisis y peligrosa desorganización. En segundo término, las administraciones políticas inauguradas en 1920, y que a lo largo de esa década prometieron una completa reconstrucción nacional, atendiendo a un programa de acción que reivindicaba los reclamos y reivindicaciones que habían movilizado a los revolucionarios.
 
El llamado "caos de 1915" permitió tomar conciencia sobre una circunstancia hasta entonces soslayada por la intelectualidad mexicana: el pasado, el presente y el futuro de México merecía ser objeto de una moderna reflexión capaz de dar respuesta a los interrogantes abiertos por la Revolución. Fue así que, la llegada al poder de los sonorenses catapultó a varios de los miembros de esa Generación a ocupar cargos políticos, convencidos en la posibilidad de traducir en creaciones institucionales y acciones legislativas reclamos populares que "instintivamente" habían asumido los caudillos revolucionarios. En otras palabras, la vivencia de ser estudiantes universitarios durante los años más álgidos de la guerra civil mexicana, y la participación en emprendimientos político y culturales desarrollados en aquellos años formativos, hizo posible que una década más tarde, un núcleo de jóvenes profesionales tradujera aquellas experiencias en el primer esfuerzo intelectual por dotar de racionalidad a un accionar gubernativo legitimado al amparo de la Constitución de 1917.
 
Manuel Gómez Morín en su célebre ensayo titulado 1915, bautizó a esta Generación a partir de reflexionar en torno al momento histórico que permitió a un núcleo de estudiantes reconocerse como unidad, como un nosotros con la misión casi apostólica de colaborar en la edificación de un nuevo proyecto de nación:
 
Los que eran estudiantes en 1915 y los que entre el mundo militar y político de la Revolución lo sufrían todo por tener ocasión de deslizar un ideal para el movimiento, y los que, apartados, han seguido los acontecimientos tratando de entenderlos, y los más jóvenes que nacieron ya en la Revolución, y todos los que con la dura experiencia de estos años han llegado a creer o siguen creyendo en que tanto dolor no será inútil, todos forman una nueva generación mexicana, la Generación de 1915.[1]
 
Las cabezas visibles de esta Generación fueron Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Alfonso Caso, Teófilo Olea y Leyva, Miguel Palacios Macedo, Alberto Vázquez del Mercado, Manuel Toussaint, Narciso Bassols, Antonio Castro Leal y Daniel Cosío Villegas. Jóvenes que en 1915 tenían entre 17 y 21 años, algunos estudiantes en la Escuela Nacional Preparatoria y otros ya cursando estudios de jurisprudencia. Cuando la ciudad de México se convirtió en objetivo militar de las distintas fuerzas revolucionarias, estos jóvenes asumieron el desafío de liderar un recambio generacional en un medio político y cultural donde, por un lado, había sucumbido la vieja guardia positivista de cuño porfiriano; y por otro, los líderes del movimiento de renovación cultural inaugurado por El Ateneo de la Juventud habían partido al exilio o se hallaban involucrados en la lucha revolucionaria.
 
Huérfanos de grandes maestros, a excepción de Antonio Caso - el único miembro de El Ateneo que continuó a cargo de sus cátedras- los integrantes de la Generación de 1915 abandonaron inquietudes exclusivamente literarias y estéticas como las sostenidas por los ateneístas, incorporando preocupaciones por los problemas sociales para así, en un mundo devastado por la Primera Guerra Mundial y en un país en plena Revolución, reconocer:
 
El problema agrario, [...] surgió entonces [...] para ser el tema central de la Revolución. El problema obrero fue formalmente inscrito también en la bandera revolucionaria. Nació el propósito de reivindicar todo lo que pudiera pertenecernos: el petróleo y la canción, la nacionalidad y las ruinas. Y en un movimiento expansivo de vitalidad reconocimos la sustantiva unidad iberoamericana extendiendo hasta Magallanes el anhelo.[2]
 
En el origen del futuro accionar de esta Generación, se ubica la fundación de la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, organismo creado a instancia de un grupo de estudiantes de Derecho conocido como Los Siete Sabios (Lombardo Toledano, Gómez Morín, Caso, Olea y Leyva, Vázquez del Mercado, Castro Leal y Jesús Moreno Vaca). Estos universitarios, bajo el magisterio de Antonio Caso, se propusieron reeditar la obra ateneísta con el fin declarado de "propagar la cultura entre los estudiantes de la Universidad de México". Ciclos de conferencias sobre asuntos sociales, educativos, jurídicos y laborales, conformaron un primer y rico experiencio que permitió comenzar a foguearse en temas y problemas de México, sobre los cuales, poco después, desarrollaron sus actividades profesionales.[3]
 
Las inquietudes políticas de varios de los integrantes de esta Generación encontraron posibilidad de manifestarse a través de la militancia universitaria. De manera precursora, en 1917, Los Siete Sabios asumieron la defensa de la autonomía universitaria en un memorial que remitieron a la Cámara de Diputados. Durante algún tiempo, Gómez Morín y Lombardo Toledano fueron los responsables de la Página Universitaria del periódico El Universal, mientras que Miguel Palacios Macedo alcanzó la presidencia de la Federación de Estudiantes de México en 1919, siendo reemplazado dos años más tarde por Daniel Cosío Villegas.
 
La preocupación por las cuestiones educativas, la necesidad de ampliar y extender la enseñanza en todos sus niveles, y la aplicación de la "técnica" en tanto instrumento capaz de erradicar la constante "improvisación" en el ejercicio de la gestión pública, constituyeron los pilares sobre los que fundaron su accionar político, sobre todo a partir de 1920, cuando buena parte de esta Generación pasó a ocupar puestos en la Secretaría de Educación Pública, en la Secretaría de Hacienda y en el gobierno del Distrito Federal
 
José Vasconcelos, con su ambicioso proyecto de renovación cultural y educativa, ejerció un marcado liderazgo intelectual sobre buena parte de esta Generación. El nacionalismo de sus propuestas culturales, el antimilitarismo de sus posiciones políticas y una prédica que reivindicaba la necesidad de abrir espacios del poder político a los intelectuales, convirtió al secretario de educación pública en referencia obligada. Vasconcelos y los miembros de esta Generación comenzaron a percibirse no sólo como pilar fundamental en la edificación de un nuevo orden social, sino y sobre todo como los responsables de dirigir intelectualmente esta obra. El programa de la Revolución Mexicana requería de soportes teóricos y de una pericia "técnica" que permitieran racionalizar la experiencia, traduciendo el reclamo popular en obras y políticas concretas:
 
La Revolución fracasó porque triunfó sólo con las armas, [...] se quiso confiar el triunfo de la Revolución a políticos y militares que jamás podrán realizar la parte esencial de un movimiento social. Para que un movimiento social pueda triunfar se necesita del nacimiento de una nueva ideología, de un nuevo punto de vista [...] de una nueva generación, y esa generación somos nosotros, y por eso afirmamos que nosotros somos la Revolución.[4]
 
Durante el gobierno interino de Adolfo de la Huerta, Vásquez del Mercado fue designado oficial mayor del gobierno capitalino, de inmediato convocó a algunos compañeros: Palacios Macedo fue vocal primero de la Junta de Vigilancia y Cárceles del Distrito Federal, y Alfonso Caso abogado consultor. Poco más tarde, Vásquez del Mercado pasó a ser secretario general de gobierno del Distrito Federal y entonces Lombardo Toledano ocupó la Oficialía Mayor. Manuel Gómez Morín fue nombrado secretario particular del Gral. Salvador Alvarado, secretario de hacienda del presidente De la Huerta. Castro Leal ingresó al servicio exterior pasando a desempeñar comisiones en Washington primero y en Santiago de Chile después. Toussaint se trasladó a Madrid con un nombramiento oficial; Teófilo Olea y Leyva desde tiempo antes ocupaba la presidencia de la legislatura del Estado de Guerrero; y Cosío Villegas se sumó al equipo de Vasconcelos, primero en la Universidad, y más tarde en la Secretaría de Educación Pública, mientras que Narciso Bassols se limitó al ejercicio de su profesión y a la docencia en la Escuela de Jurisprudencia, para recién a partir de 1925 incorporarse a la función pública.
 
En el desempeño de distintos cargos oficiales, los integrantes de esta Generación desarrollaron una importante obra que cristalizó en políticas, instituciones y legislaciones de presencia insoslayable en el México contemporáneo. En el ámbito de la política financiera, fiscal y hacendaría destacó Gómez Morín como uno de los autores del proyecto de ley que condujo a la fundación del Banco de México. A lo largo de su gestión como Consejero de este Banco (1925-1929), fue responsable de la redacción de la Ley del Crédito Agrícola de donde derivó la creación del Banco Nacional de Crédito Agrícola; de igual manera colaboró en los proyectos de fundación del Banco Nacional Hipotecario y del Banco Nacional de Obras Públicas. Hasta comienzos de los años treinta, intervino en la redacción de buena parte del soporte legal (Ley Monetaria, Ley de Títulos y Operaciones de Crédito, Ley de Instituciones de Seguros; de Cámaras Nacionales de Comercio, etc.) que dio sustento al ambicioso programa inaugurado por el presidente Plutarco Elías Calles, programa tendiente a rehabilitar la hacienda pública y reorganizar la vida crediticia del país después de años de desorden fiscal y monetario.
 
En otro campo de actividades, Lombardo Toledano, cuando la creación de la Secretaría de Educación Pública pasó a colaborar con Vasconcelos. Fue jefe del Departamento de Bibliotecas y más tarde director de la Escuela Preparatoria Nacional. Sus inquietudes por la extensión de la enseñanza en los sectores populares pronto lo condujeron hacia las organizaciones obreras, ámbitos en donde destacó como dirigente sindical. Fue uno de los fundadores de la Confederación de Trabajadores de México y su secretario general entre 1936 y 1940.
 
En el terreno cultural y educativo buena parte de los integrantes de esta Generación destacaron en el ejercicio de sus labores docentes. En el ámbito de los estudios sobre el arte, Manuel Toussaint fue un precursor en las investigaciones sobre historia del arte mexicano. En 1935 fundó el Laboratorio de Arte en la Universidad Nacional, que poco después se convertiría en el actual Instituto de Investigaciones Estéticas. Por otra parte, en materia de estudios literarios, Castro Leal desarrolló una fecunda labor de crítica erudita y profusa difusión de las letras mexicanas, actividades que combinó con el ejercicio de distintos cargos en esferas de la política y la cultura. Entre éstos, fue rector de la Universidad Nacional entre 1928 y 1929. Otros miembros de la Generación alcanzaron este mismo cargo, fue el caso de Manuel Gómez Morín (1933-1934) y Alfonso Caso (1944-1945). Este último, alejado de su profesión de abogado, concentró sus actividades académicas en torno al pasado prehispánico de México, significándose como uno de los fundadores de la antropología y la arqueología mexicana. Caso, entre otras realizaciones, dirigió entre 1931 y 1943 el proyecto de exploración del sitio arqueológico de Monte Albán.
 
Otros miembros de esta Generación, Vásquez del Mercado y Olea y Leyva, consagraron sus actividades al estudio del derecho, llegando ser ambos ministros de la Suprema Corte de Justicia. Por su parte, Bassols desarrollo una extendida actividad pública. Hacia 1927, y materia legislativa fue uno de los redactores de la Ley Reglamentaria del Artículo 27 Constitucional, dos años más tarde fue Director de la Facultad de Derecho de la Universidad, en donde alentó la creación de la sección de economía, antecedente de la actual Facultad de Economía. Durante las presidencias de Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez fue secretario de educación pública, en 1934 ocupó la titularidad de la secretaría de gobernación, y en 1935 fue el primer secretario de hacienda en el gabinete del presidente Lázaro Cárdenas. Poco más tarde, se incorporó al servicio exterior desempeñando cargos en Londres, Madrid, París y Oslo. Durante su nombramiento en la capital francesa, fue responsable de coordinar la labor humanitaria en favor de miles de prisioneros republicanos españoles, muchos de los cuales se trasladaron México. En este operativo colaboró de manera destacada Cosío Villegas, quien poco después aprovecharía la presencia de connotados hombres de ciencia españoles, para fundar el Colegio de México y dar un renovado impulso al Fondo de Cultura Económica, dos de las creaciones mas sobresalientes del más joven de los integrantes de esta Generación.
 
La reflexión y la práctica que otorgó sentido de pertenencia generacional a este grupo de intelectuales no perduraron más allá de la década del veinte. Un parteaguas político fue la campaña electoral de Vasconcelos en 1929, para algunos esta experiencia marcó el límite de su confianza en un régimen político que se decía heredero de la gesta revolucionaria. Así por ejemplo, durante los años treinta, Gómez Morín se fue alejando de las funciones públicas para concentrarse en el desempeño de su profesión de abogado, sobre todo como consultor de importantes grupos industriales y bancarios. En el terreno político su toma de distancia respecto al régimen posrevolucionario cristalizó en la fundación del Partido Acción Nacional en 1939. Un recorrido similar, aunque de signo político opuesto, realizó Lombardo Toledano quien después de colaborar estrechamente con el gobierno de Cárdenas, al concluir este gobierno y en abierto desacuerdo con la administración de Manuel Ávila Camacho, fundó el Partido Popular en 1947. En esta empresa fue acompañado por Narciso Bassols que ocupó la vicepresidencia del Partido Popular hasta su alejamiento en 1949. Otra ruptura significativa fue la de Vásquez del Mercado, quien en 1931, en abierta discrepancia con el gobierno de Pascual Ortiz Rubio, renunció a su magistratura en la Suprema Corte de Justicia
 
Al cabo de unos pocos años, en estos jóvenes se diluyó el optimismo que sirvió de fundamento a la creencia de que tenían la "misión" de guiar el proceso de reorganización nacional. Aquel sentimiento de pertenencia desapareció cuando se hizo evidente que en la relación entre el los políticos y los intelectuales, estos últimos debían moderar sus ambiciones de poder, ambiciones en el sentido de pretender alterar el rumbo de una marcha, que en el mejor de los casos acompañaban pero que jamás condujeron. En resumen, éste fue el primer contingente de intelectuales que, una vez cerrada la etapa armada de la Revolución, se incorporó de lleno a trabajos gubernamentales, y fue así como, al decir de Octavio Paz, "el intelectual se convirtió en el consejero secreto o público del general analfabeto, del líder campesino o sindical, del caudillo en el poder"[5]. Con sus acciones, la Generación de 1915 contribuyó poderosamente a sentar las bases del moderno Estado mexicano, al tiempo que y paradójicamente, de la misma experiencia se desprendieron los límites de la cohabitación entre intelectuales y gobernantes en el escenario político nacional.
 
 
 
 
Referencias bibliográficas
 
 
CALDERóN VEGA, Luis; Los 7 Sabios de México. México. Ed. Jus. 1961
 
CASTILLO PERAZA, Carlos; (Estudio Introductorio) de Manuel Gómez Morín, constructor de instituciones, México, FCE, 1994.
 
COSíO VILLEGAS, Daniel; Memorias, México. Ed. Joaquín Mortíz, 1976.
 
GóMEZ MORíN, Manuel; 1915, Ed. Cultura, 1927.
 
GONZáLEZ Y GONZáLEZ, Luis; “La ronda de las generaciones” en Todo es Historia, México. Ed. Cal y Arena, 1989.
 
KRAUZE, Enrique; Caudillos culturales de la Revolución Mexicana, México, Ed. Siglo XXI, 1986.
 
MONSIVAIS, Carlos, “La nación de unos cuantos y las esperanzas románticas” en Héctor Aguilar Carmín, et. al. En torno a la cultura nacional, México, SEP-INI, 1976.
 
PAZ, Octavio; El laberinto de la soledad, México, FCE, 1969.
 
 

NOTAS

[1] Manuel Gómez Morín, 1915, Ed. Cultura, 1927, p. 11.
 
[2] Ibid.
[3] Luis Calderón Vega, Los 7 Sabios de México. México. Ed. Jus. 1961, p. 32.
4 Cosío Villegas, Daniel; “La Riqueza de México”, en La Antorcha, México. 30 de mayo de 1925, p.32.

5

Octavio Paz; El laberinto de la soledad, México, FCE, 1969. p. 140

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Porfirismo y Revolución Mexicana
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Historia de las Ideas

sobre Salazar Mendoza, "La junta patriótica de la capital potosina: un espacio político de los liberales (1873-1882)"

Autor: 
Verónica Zárate Toscano
Institución: 
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Síntesis: 
Flor de María Salazar Mendoza, La junta patriótica de la capital potosina: un espacio político de los liberales (1873-1882), Editorial Ponciano Arriaga, Gobierno del Estado de San Luis Potosí, 1999.
 
Reseñado para H-MEXICO por
Verónica Zárate Toscano,
 
Instituto de Investigaciones José María Luis Mora
 
El texto que ahora nos ocupa, La junta patriótica de la capital potosina. Un espacio político de los liberales (1873-1882), fue distinguido con el premio Francisco Peña de Historia, otorgado por el gobierno del Estado de San Luis Potosí. Originalmente fue presentado como tesis para obtener el grado de maestría en historia y ahora se da a conocer a un público más amplio.
El estudio de las Juntas Patrióticas de San Luis Potosí, le permite a Flor de María Salazar Mendoza realizar una exhaustiva reconstrucción de los actores políticos de este estado durante la República Restaurada y la primera etapa del Porfiriato. Y a través del estudio de este caso concreto, contribuye significativamente al entendimiento de la estructura política que imperaba en todo el país a fines del siglo XIX.
Para esta investigación, la autora ha aprovechado la rica documentación que se custodia en el Archivo Histórico de San Luis Potosí. Asimismo, ha tenido acceso a dos archivos particulares cuyos fondos han resultado muy importantes e igualmente ha trabajado en diversas bibliotecas, tanto de San Luis Potosí como de la Ciudad de México, de donde ha obtenido manuscritos e impresos fundamentales para el tratamiento de su objeto de estudio.
Mediante una cuidadosa estructura, el libro nos lleva a través de la historia de las juntas patrióticas, desde sus orígenes, su organización y estructura, sus protagonistas y sus reglamentos para terminar con su suspensión. Asimismo, se ocupa de exponer la importancia que revistió el erigir un monumento a Miguel Hidalgo, padre de la patria, como concreción de la política liberal. Pero vayamos por partes.
Sabemos que entre los primeros pasos dados para organizar las festividades cívicas, estaba el nombramiento de aquellos connotados ciudadanos que debían formar parte de la Junta Patriótica. Ésta se encargaba de reunir y manejar los fondos, formar el programa de actividades, nombrar a los oradores, etc. Sin embargo, no debemos creer que los nombramientos estaban exentos de conflictos. Podría darse el caso de que alguno de los elegidos, por diversas razones, se negara a pertenecer a dicha asociación. Pero también podría generarse una cierta competencia entre diversas personas que se consideraran a sí mismas como las indicadas para organizar las festividades y que no siempre eran incluidas entre los responsables. Las Juntas Patrióticas se establecían en las poblaciones principales de todas las entidades del país, y procuraban involucrar a los vecinos de toda la región en donde se celebrarían las fiestas patrias. De esta forma, extendían su radio de acción así como sus intenciones de conformar una Memoria Histórica Nacional.
Para el caso de San Luis Potosí, sobre todo al final del periodo estudiado por Salazar, se generó una competencia entre dos instancias cuyas funciones se contraponían. A partir de 1879, la autora vislumbra los motivos que llevaron a la desaparición de la Junta Patriótica, argumentando que el Ayuntamiento de la capital potosina había comenzado a intervenir en la organización de los festejos desplazando a la Junta Patriótica. Afirma que, finalmente, en enero de 1882 se instaló una nueva Junta, compuesta por los miembros de la generación porfirista, tal vez con "la finalidad de fraguar su desaparición". Efectivamente, el 11 de noviembre de ese mismo año, mediante un decreto del gobernador, se ratificaba que las comisiones del Ayuntamiento serían las encargadas de organizar "las funciones cívicas", con lo cual las Juntas resultarían obsoletas.
Aunque todo lo anterior resulta por demás explicable, desde el 16 de enero de 1877, Porfirio Díaz ordenó que cesaran en sus funciones, "considerando que las Juntas Patrióticas han caído en descrédito, porque en manera alguna han correspondido al objeto de su institución y teniendo presente, además, que por la naturaleza de sus funciones, los ayuntamientos son los que deben tener a su cargo la dirección de las festividades establecidas en conmemoración de los hechos más notables de nuestra historia".
Lo que nos llama la atención es el retraso con que se cumplían las órdenes federales ya que podría decirse que, durante esos cinco años que transcurrieron entre el decreto de Díaz y el del gobernador potosino Pedro Díez Gutiérrez, se había vivido, para este caso particular, en un estado de desobediencia a la autoridad central. Podríamos especular que ese era el tiempo que había tomado a las autoridades locales el analizar la pertinencia de aplicar el decreto en el estado.
Pero lo que también resulta indiscutible, es que, como bien dice la autora, se empezaban a hacer evidentes las diferencias entre las maneras de actuar de dos generaciones de políticos: la de los liberales que habían restaurado la república, y la de los afines a Porfirio Díaz que trataban de introducir nuevas modalidades. Los primeros abrían sus canales de comunicación y sus medios de acción para permitir la participación de corporaciones compuestas de ciudadanos reconocidos quienes aprovecharon la pertenencia a las Juntas como una plataforma política. Los segundos, en cambio, se apoyaron plenamente en las instituciones establecidas sin permitir la intromisión de elementos que resultaran ajenos a los intereses gubernamentales.
Una de las tantas contribuciones de este libro es que reúne los principales datos biográficos de los personajes que pertenecieron a la Junta Patriótica o que participaron en la organización de las fiestas cívicas entre 1873 y 1882. Podríamos decir que la información, incluida en el Apéndice I, sigue el modelo de estudio prosopográfico que François Xavier Guerra realizó para su libro Del Antiguo Régimen a la Revolución. Analizando la información de manera sistemática, la autora ha podido establecer las relaciones entre los miembros de la elite potosina, su filiación política, su profesión. Todo ello queda explicitado en dos cuadros que cierran el segundo capítulo. En otras palabras, con estos datos nos proporciona una galería de los notables potosinos del último tercio del siglo XIX.
Un aspecto que se ha dejado de lado en el libro, es el análisis del financiamiento de las fiestas, con el cual se obtendrían muchas pistas para entender las redes y relaciones establecidas entre los miembros de las juntas y las instancias de poder que contribuían a la realización de las festividades cívicas, pero también con los miembros de la elite económica, política y social del estado, interés que la autora manifiesta a lo largo de su texto. El financiamiento de las ceremonias y su repercusión en las finanzas es una muestra más de las relaciones de poder entre las autoridades federales, las del gobierno del Estado y las de los ayuntamientos. Ante la insuficiencia de dinero proveniente de las instancias gubernamentales, los organizadores se vieron en la necesidad de apelar a los bolsillos de particulares y de las corporaciones a fin de cubrir todos los gastos. Este hecho tuvo como resultado una política de vinculación entre el gobierno y la sociedad civil. Desde el momento en que se solicitaba su participación, se les concedía un papel fundamental en el fomento de la política festiva. Desafortunadamente, en el libro sólo se menciona una lista de contribuyentes pero sin ahondar en el análisis un documento al cual podría sacársele mayor provecho.
Pero, ¿en qué consistía la festividad? Salazar afirma que entre 1873 y 1882 "se repitió un esquema similar" y nos remite al apéndice 3 en el que incluye casi todos los programas de los años 1874 a 1879. En el cuerpo del texto sólo se detiene un poco más en el programa de las festividades de 1876, las últimas organizadas por los miembros de la generación de la República Restaurada, para demostrar ciertos cambios introducidos en las actividades. Si comparáramos dichos programas entre sí y también con los de otras localidades, encontramos que seguían patrones similares. Los cambios podrían ser en cuanto al orden de ejecución de cada una de las actividades del programa, pero ocasionalmente también había espacio para la improvisación.
Ahora bien, Flor Salazar reconoce que, durante el periodo de 1873 a 1876, la Junta Patriótica "fue aprovechada por el grupo político [...] para transmitir sus ideas a través de discursos y poemas". En este sentido, adquiere relevancia el uso de la palabra de aquellos que explícitamente habían sido convocados para participar en la celebración y que con sus discursos, oraciones cívicas, poesías, arengas, himnos, etcétera, contribuyeron a la formación y consolidación de las imágenes sobre la nación. Y como los miembros de las juntas eran hombres con preparación intelectual, fueron ellos los encargados de escribir los discursos cívicos. Con una muy cuidadosa utilización del lenguaje, los oradores de las festividades de cada lugar se insertaban en la celebración nacional imprimiéndole a la vez rasgos propios de cada una de las zonas estudiadas y de cada uno de los momentos. Es evidente el papel que desempeñaron los oradores de las fiestas cívicas para difundir el mito fundacional. Como una muestra, pueden revisarse los discursos y poesías pronunciadas en la inauguración de la estatua de Hidalgo, que se incluyen en el apéndice 2. Y también, para ampliar el tema, es altamente recomendable la lectura del texto de Sergio Cañedo Gamboa "El discurso político en la fiesta de la independencia en San Luis Potosí (1824-1847)", quien se ocupa de los discursos festivos de la primera mitad del siglo.
Otro aspecto relevante del libro es el seguimiento que se hace sobre la construcción de un monumento a Miguel Hidalgo, padre de la patria y modelo de exaltación por parte de los liberales. Un hecho muy significativo en nuestra historia "patria" es que, aunque el cura Hidalgo fue, casi incuestionablemente, considerado el padre de la patria desde los inicios del México independiente, prácticamente no se hicieran monumentos que honraran su memoria durante buena parte del siglo XIX. De hecho, en la ciudad de México se proyectó durante largos años el levantamiento de una estatua y para fines del siglo, apenas existía un busto de Hidalgo. En cuanto a las iniciativas monumentales de otras regiones del país, sabemos que el presidente Benito Juárez había decretado en 1863 que se levantara uno en la villa de Dolores Hidalgo pero en ese momento, no fue posible realizarlo por la invasión francesa. Posteriormente, en 1885, se pidió la cooperación de las municipalidades del país para poder hacerlo. Finalmente, el monumento se inauguró en 1887 y sigue en pie.
Por estos motivos resulta tan relevante el hecho de que en San Luis Potosí si se haya llegado a levantar la estatua en un momento histórico tan significativo. Sabemos que el estado de Chihuahua solicitó la cooperación de otras entidades para construir el monumento y que esta iniciativa fue retomada por San Luis Potosí. Llama la atención que el sitio escogido para el emplazamiento de la escultura en la capital potosina fuera precisamente el que ocupara un obelisco que conmemoraba la rendición, en 1825, del castillo de San Juan de Ulúa, último reducto español. El simbolismo que está tras esta decisión es por demás elocuente: conmemorar el principio de la gesta revolucionaria, personificado en Hidalgo, desplazando así el recuerdo del final de la dominación española. Durante la primera mitad del siglo, se debatió en torno a la pertinencia de conmemorar el 16 de septiembre, inicio de la lucha, o el 27 de septiembre, consumación de la independencia. Y los gobiernos liberales apostaron por el héroe del comienzo y no por el consumador, razón por la cual Agustín de Iturbide y el 27 de septiembre permanecen fuera del calendario festivo oficial. Pero esa es otra historia.
En resumen, podría decir que el libro de Flor de María es una contribución muy importante para entender los mecanismos utilizados por los miembros de las generaciones de la República Restaurada y el Porfiriato, los notables de San Luis Potosí, para organizar las fiestas cívicas en una década tan convulsa como 1873-1882. En el texto se hacen patentes los cambios y permanencias de la elite potosina la cual, en sus distintas generaciones, creó un espacio político en las Juntas Patrióticas, encaminado a buscar y establecer los mecanismos necesarios para la fijación del proyecto de nación en la memoria histórica de los mexicanos. Esta obra sobre La junta patriótica de la capital potosina ocupará un lugar relevante en la historiografía mexicana.
 
Verónica Zárate Toscano
Instituto de Investigaciones José María Luis Mora
zarate@sni.conacyt.mx
 

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Porfirismo y Revolución Mexicana
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sobre Purnell, "Popular Movements and State Formation in Revolutionary Mexico: The Agraristas and Cristeros of Michoacán"

Autor: 
Andrew G. Wood
Institución: 
University of California, Institute for Mexico and the United States
Correo electrónico: 
Síntesis: 

Jennie Purnell, Popular Movements and State Formation in Revolutionary Mexico: The Agraristas and Cristeros of Michoacán,. Durham: Duke University Press, 1999. 271 pp. Tables, maps, notes, bibliography and index. $17.95 (paper) ISBN 0-8223-2314-1 $49.95 (cloth) 0-8223-2282-x

 Reviewed for H-Mexico by Andrew G. Wood <agwood@ucrac1.ucr.edu>

University of California, Institute for Mexico and the United States (UC - MEXUS), Riverside, CA.

 Jennie Purnell's comparative study of two rival social movements in Michoacán during the 1920s is well researched and theoretically balanced. Coming in the wake of Joseph and Nugent's 1994 Everyday Forms of State Formation, Purnell offers a post-revisionist approach that takes seriously the role of popular groups in the formation of post-revolutionary society. Purnell adeptly synthesizes the efforts of earlier historians (i.e. Luis González, Jean Meyer, David Bailey and Paul Friedrich among others) and then adds her own data gathered in Mexican archives to explain whom, where and why certain peasants became cristeros or agraristas. The most important variables in each of her cases relate directly to local history and culture.

Purnell writes "we need to take a closer look at what different peasants had to say" about political issues rather than sorting them into unspecific sociological categories. So called counter-revolutionary groups such as the cristeros are significant for Purnell because they "advanced popular goals" that ran counter to the designs of both revolutionary and reactionary elites. Instead, what explains the emergence of popular political identity (i.e. cristero, agrarista) and corresponding character of state formation according to Purnell -writing as a political scientist- is "different local historical experiences." Instead of deploying pre-made social movement theories to explain her individual cases, the author argues that "partisanship in the cristero rebellion, as in the revolution before it, was very much a local affair, rooted in specific histories and cultures that do not correspond well to class categories, ethnicity, or degrees of religiosity" (p. 10).

Having set an approach centered on local conditions, Purnell provides important background to postrevolutionary collective action in Michoacán by first considering the influence of nineteenth century liberalism on property and community politics. Here, she charges that liberal discourse is important because it "established a strong ideological link between the regulation of property rights, the secularization of society, and the consolidation of a sovereign state that was drawn upon and reelaborated by revolutionary state makers and popular groups alike in the course of conflicts over agrarianism and anticlericalism in the 1920s" (p. 21). Borrowing from different interpretations of nineteenth century liberalism, agraristas emphasized the central role of the state in shaping society while Catholics challenged growing state intervention by stressing individual rights and local autonomy. This tension soon became apparent in Michoacán after the revolution when the administrations of Francisco Múgica (1920-22) and Lázaro Cárdenas (1928-32) initiated state reforms. Their efforts gave rise to strong opposition from elite and popular groups including those who participated in the cristiada of 1926-29.

Purnell's explanation as to why the cristiada took shape in central west region of Mexico and not elsewhere stresses not so much class, ethnicity or the institutional strength of the Church but rather "the survival of large numbers of communities and their constituent institutions related to land, religious practice, and political authority, as well as concrete threats to these institutions in the form of revolutionary state formation" as essential factors which gave rise to rebellion (p. 22). According to the author, the highland areas near the city of Uruapan illustrate this trajectory as well as various smallholding ranchero groups settled to the northwest (chapters 6 and 7). Conversely, Purnell argues that in areas where communities did see a loss of autonomy and decline in shared religious practice (such as in the largely Indian Zacapu region) postrevolutionary state-sponsored agrarianism was more likely to take hold (chapter 5). Given the material offered in support of her claim combined with comparative glances to other regions gleaned through secondary sources, Purnell's argument certainly appears well grounded.

While Popular Movements and State Formation presents a clear argument and plenty of information on local communities, I sometimes found the narrative almost too detailed at times. With only two maps to help illustrate the book, the publishers also could have helped make the author's presentation a bit more visually appealing by including an occasional photo. Minor complaints aside, Jennie Purnell has made a solid contribution to a growing new generation of historical literature focused on postrevolutionary popular movements in Mexico.

 
Andrew G. Wood <agwood@ucrac1.ucr.edu>

Postdoctoral Historian

University of California

Institute for Mexico and the U.S.

Universitywide Headquarters

Riverside, CA 92521-0147

phone: (909) 787-3566

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