sobre María de los Ángeles Romero Frizzi, "El sol y la cruz. Los pueblos indios de Oaxaca colonial"

Autor: 
Pierre Ragon
Institución: 
Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
Correo electrónico: 
Síntesis: 

María de los Ángeles Romero Frizzi, El sol y la cruz. Los pueblos indios de Oaxaca colonial, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social - Instituto Nacional Indigenista, 1996. (Colección de historia de los pueblos indígenas de México.)


Reseñado para H-MEXICO por Pierre Ragon <pierre_ragon@infosel.net.mx>


La colección que dirigen Teresa Rojas Rabiela y Mario Humberto Ruz es actualmente bien conocida por el público lector. Aunque esta labor ha ido a desembocar hacia enfoques geográficos y cronológicos diversos, todos los autores del grupo comparten una misma tónica. El presente volumen, enfocado a la historia colonial de los pueblos indígenas de Oaxaca reúne perfectamente las características que el conjunto ya publicado exige: encontramos un esbozo histórico en el que los pueblos autóctonos, en un mundo donde siempre aparecen como dominados, serán esta vez colocados en el centro del tema en tanto que sujetos de la historia.

Como el plan escogido por María de los Ángeles Romero Frizzi es claro, se presta bien a una presentación general de su visión. Esta autora logra una pintura viva y concreta de la historia de los pueblos indígenas de Oaxaca al utilizar un ramillete de ejemplos juiciosos, claramente ilustrados con fuentes documentales que ella bien domina. Cada vez que esto es posible, utiliza textos indígenas, principalmente traducidos del zapoteco, de los fondos Tierras e Indios del AGN, con lo que logra desarrollar perspectivas originales. Los dos primeros capítulos se refieren al contexto geográfico y étnico. Un tercer capitulo presenta el periodo de la conquista y de la implantación de la dominación española, desde el punto de vista de los indígenas. Viene después una presentación de las transformaciones políticas inducidas por la dominación española, y otras dos secuencias se consagran a las transformaciones socioeconómicas de las comunidades indígenas. Un corto capítulo trata la rebelión de Tehuantepec (1660-1661), y al final, la autora acaba por evocar las mutaciones de la sociedad indígena en el siglo XVIII.

Trataré de resumir lo esencial de esta obra en unas pocas palabras. María de los Ángeles Romero Frizzi comienza por describir la enorme diversidad de Oaxaca. Geográficamente, este estado, cuyas fronteras calcan grosso modo salvo el norte las del antiguo obispado de Antequera, no tiene uniformidad: todos los paisajes de México, desde el bosque tropical húmedo hasta las estepas semiáridas, pasando por los bosques de coníferas, se encuentran ahí representados. El relieve, la variedad de las orientaciones y climas generan, en esta región, una abundancia de nichos ecológicos; el resultado es un gran número de ecosistemas de gran contraste entre ellos. Probablemente la agricultura apareció en la zona de los valles centrales hacia 8000 a.C.; en ese entonces, la zona habría gozado de una humedad más acentuada que la de hoy día. Aunque tradicionalmente para Oaxaca se distinguen unos 16 grupos étnicos, ya presentes en tiempos de la conquista, la autora hace hincapié en el carácter arbitrario de esta clasificación basada sobre las diferencias indígenas -lógica ciertamente para los antropólogos- ya que los indígenas, siempre según la autora, conforman sus propios grupos y distinciones principalmente según criterios de ciertos linajes.

Antes de la llegada de los españoles, la historia de la zona no es fácil de reconstituir: no aparecen transcripciones coloniales en la escritura alfabética de documentos prehispánicos como lo son el Chilam Balam, Popol Vuh o la Historia tolteca-chichimeca. Para el caso que nos ocupa, el historiador y el antropólogo deben contentarse con los códices, con los títulos de tierras, con los textos de las Relaciones geográficas, con los trabajos de los arqueólogos y con los relatos orales contemporáneos. Peor aun, esas fuentes vierten una luz confusa, desigual, sobre el antiguo paisaje oaxaqueño, además de que el desequilibrio en el avance de los estudios contemporáneos acentúa esas desigualdades. Por ejemplo, se conoce mejor a los mixtecos, seguidos por los zapotecos o los cuicatecos, y se conoce menos a los otros grupos: chinantecos, mazatecos, triquis, huaves... de los que casi se ignora su pasado por completo.

Es claro que la conquista española no implica la desaparición de las autoridades indígenas y de las culturas autóctonas. Símbolo de la complejidad de los nuevos conflictos, la escritura colonial de los antiguos códices, siempre según nos relata la autora, está menos motivada por la preservación de los intereses indígenas frente a las autoridades coloniales y más por la reglamentación de conflictos internos de los propios pueblos indios. Cuanto más jerarquizadas están las sociedades, más fácilmente sus elites políticas pactan de forma voluntaria con las autoridades extranjeras, pues desean afirmar su preeminencia local dentro del nuevo orden: juego este peligroso que provoca el proceso de occidentalización de las sociedades prehispánicas, del que al final los españoles salen beneficiados. La autora sugiere que esta actuación de las elites, amenazadas por la aparición de las nuevas instituciones, junto con la captación de tributos realizada por los nuevos señores, favorecen la imposición de un nuevo orden colonial, pero agrandan la tensión entre caciques y macehuales.

Además, Romero Frizzi descubre fenómenos de alcance universal que involucran a las sociedades en su conjunto. Nos dice que los modos de vida sufren profundas transformaciones con la introducción de nuevas técnicas y de nuevos cultivos. Durante todo el siglo XVI, el dinamismo de las sociedades indígenas contrasta con su hundimiento demográfico y con el desvío de la fuerza de trabajo provocado por las órdenes religiosas ávidas de mano de obra para la construcción de sus conventos. La renovación de los cultivos alimenticios y la introducción de la ganadería constituyen las transformaciones más comunes, mientras que otras metas más ambiciosas, la cría del gusano de seda (en el XVI), o la de la grana (en todo su apogeo en el XVIII), propician un buen medio de intercambio para las sociedades. Sin embargo, a largo plazo, los tres siglos de historia colonial aparecen hondamente marcados por el debilitamiento de las sociedades tradicionales (fenómeno que la autora califica de "empobrecimiento"). En una población diezmada, el alcoholismo causa estragos. Las economías campesinas sufren la escasez de utensilios metálicos y de la rareza de circulación monetaria; mientras tanto, son víctimas de un intercambio desigual y de la confiscación de los circuitos comerciales más remuneradores, acaparados por los comerciantes españoles. Cuando la curva demográfica vuelve a ascender, las luchas por la tierra se agudizan; se produce un desmembramiento de las comunidades indígenas y los nuevos pueblos se enfrentan más entre sí mismos que contra el orden colonial. Sólo en el contexto de las practicas religiosas la resistencia habría sido más eficaz..

La obra, como todas las de esta colección, presenta una rica iconografía, pero en este caso, la importancia y la densidad del texto escrito por la autora ha dejado poco espacio para el apéndice documentario. Pese a las débiles fuentes de origen indígena, Romero Frizzi, logra casi en todos los casos escribir la historia vivida por las poblaciones autóctonas, según la visión de ellas mismas. La autora nos pinta la conquista, desde el punto de vista de los vencidos, como el nacimiento de un nuevo sol, y el inicio de las luchas de 1660, el Domingo de Ramos, como la corrección de un desequilibrio introducido en el orden cósmico por las exacciones de los alcaldes mayores que desviaban una parte de las ofrendas destinadas a la Iglesia. Únicamente la dimensión militar de la conquista es tratada en la obra de forma más tradicional: prácticamente descrita, por supuesto, sólo por testimonios de origen español. Al contrario, la evocación de la evangelización constituye la oportunidad para que la autora presente un bello estudio regional de la zona de Yanhuitlán y de Teposcolula; para este caso, el uso del Códice de Yanhuitlán es de lo más airoso.

Una tesis recorre todo el libro: la aparente sumisión de los pueblos indígenas a la cultura dominante, durante el periodo colonial, no sería más que un efecto de óptica producto de la valorización excesiva de las habilidades del aparato administrativo español, que muestran los diferentes trabajos enfocados a este aparato. Además, en el siglo XVIII, las culturas indígenas habrían conocido un cierto renacimiento. A partir de esta doble aclaración, la autora explica el vigor de las luchas actuales de los indígenas de Oaxaca.

Este enfoque es interesante, pero habría que confirmarlo. Si bien es perfectamente válido el interés de los autores de esta colección por esa otra visión del pasado, no debemos olvidar que la historia vivida por los indígenas también es a su vez sólo un aspecto de la realidad. Redibujar la historia vivida por los pueblos autóctonos, al lado de la historia "oficial" ya escrita, es indispensable, pero seria ideal ver escrita una historia global que nos narrase el conjunto de los conflictos vividos por los diferentes actores de la sociedad colonial y que restableciese el equilibrio entre la conciencia de los hechos culturales y la de las realidades socioeconómicas. Los retos de la colección "Historia de los pueblos indígenas de México" nos acercan algo a este objetivo.

 Pierre Ragon

pierre_ragon@infosel.net.mx

Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos

 

Categoría: 
Reseña
Época de interés: 
Colonial
Área de interés: 
Etnohistoria