Desde una lista de correo a un grupo virtual sobre historia, 1995-2013

Autor: 
Felipe Castro Gutiérrez
Institución: 
Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México
Síntesis: 

Desde una lista de correo a un grupo virtual sobre historia, 1995-2013[1]

 

Hace cosa de treinta años ingresé al Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, como un joven entusiasta y un tanto nervioso de codearse con tantos de mis maestros. Un día, curioseando por una especie de bodega descubrí que un bulto envuelto en plástico era una computadora IBM –del modelo con pantalla monocromática, con dos drives para disketes de 51/4-al parecer obsequio de algún departamento de Ciencias. Incluía un manual que explicaba las cosas paso por paso, y algunos programas básicos. En el Instituto nadie tenía mucha idea de qué podría hacerse con ella, pero no había objeción a que yo la empleara. Me pareció excelente contar con mi propio equipo, y comencé a verter mis datos de archivo en DBase y mis artículos en un programa hoy desaparecido, Perfect Writer. Ahí comenzó mi relación continua con el mundo cibernético, que me ha dejado muchas satisfacciones –y, también, algunas frustraciones.

La siguiente etapa arribó en 1995 cuando la UNAM comenzó a instalar internet en todas sus dependencias. Desde luego, yo tenía un vago conocimiento de la existencia de la red de redes, pero por entonces el acceso no era común ni frecuente. Eran los tiempos previos a la explosión de la world wide web y su miríada de contenidos; y en cuanto al e-mail ¿para que serviría si casi no había con quien comunicarse por esa vía en México? Algunos colegas simplemente no hicieron mucho caso y sospecho que sus buzones, con los años, acumularon cientos de mensajes sin leer. Hubo por otro lado quienes mostraron algún moderado interés y unos pocos que nos convertimos en entusiastas. Según recuerdo, pasé muchas horas navegando por el ciberespacio sin más propósito que el de la exploración por sí misma; me temo que lo que ahora llamamos “productividad” sufrió bastante en ese año. Al cabo no fue tiempo perdido, porque así fue que descubrí las listas de correo (sobre todo, H-LATAM, parte de una vasta y pujante asociación internacional, H-NET), donde podía encontrar discusiones, referencias a recursos valiosos, noticias y, en general, un entorno ilustrado y cosmopolita, y en donde participaban activamente muchos historiadores que conocía y admiraba por mis lecturas.

De manera casi inmediata pasé a plantearme la posibilidad de establecer un equivalente en México, que recogiera la amplia producción historiográfica y la muy activa vida académica mexicana. Y, desde luego en español (o, más bien dicho, en espannol o espanyol, porque las peculiaridades de nuestra lengua no podían por entonces presentarse en pantalla). Descubrí que técnicamente no era muy complicado y con el apoyo de la directora del Instituto, Gisela von Wobeser (y de sus consecutivas sucesoras), y de Alejandro Pisanty, al frente por entonces de la Dirección de Cómputo (entonces DGSCA, hoy DGTIC), pude establecer en junio de 1995 la lista de correo H-MEXICO. Los criterios editoriales fueron los de de H-Net, a la que seguimos asociados hasta 2013, cuando separamos nuestros caminos. En este empeño conté con la colaboración inicialmente de Martha Loyo y a partir de 1996, de Antonio Ibarra, con quien compartí trabajos, acuerdos y desacuerdos durante largos y gozosos años, hasta que decidimos que ya era tiempo de ceder el teclado a otra generación.

El propósito inicial era crear una especie de “foro virtual” dirigido a estudiantes universitarios, profesores e investigadores (no al público en general, porque no tenía fines didácticos), con discusiones e intercambios de ideas y propuestas, y una sección secundaria de noticias varias, anuncios y novedades editoriales. También había fines que no hacíamos explícitos: permitir que la información sobre becas, concursos y recursos fuese accesible a todos por igual; y conseguir que los asuntos de interés del gremio de historiadores se discutieran públicamente. Esperaba, desde luego, que los colegas estuvieran muy interesados en difundir sus ideas y proyectos, e igualmente que verían con satisfacción la posibilidad de anunciar sus actividades de manera fácil, flexible y gratuita. La respuesta tardó un tanto en llegar, porque no había precedentes; sospecho que al principio no era claro de qué se trataba. Poco a poco llegamos a ser bien apreciados como medio de difusión, y en particular proporcionarnos un medio para que asociaciones, seminarios y grupos de trabajo dieran a conocer sus actividades sin incurrir en costos que no podían sostener. De hecho el tráfico de anuncios llegó a ser tal que renunciamos a enviarlos como mensajes individuales; comenzamos a remitir solamente un correo al día, con una compilación de todo lo disponible.

Por otro lado, las muy esperadas inteligentes y razonadas propuestas conceptuales y polémicas eruditas no llegaron, y pronto fue evidente que h-mexico sería principalmente un medio muy valioso y universalmente apreciado para estar al tanto de publicaciones, becas, convocatorias y avisos varios, con algunas consultas particulares sobre temas específicos. La excepción fueron algunos asuntos de interés gremial, como el debate en 1999 sobre el traslado del Archivo General de la Nación fuera del Distrito Federal, que contribuyó a hacer del conocimiento público lo que en otras circunstancias se habría arreglado mediante discretos acuerdos entre personalidades y funcionarios; en algo puede haber influido este intercambio de mensajes (algunos a favor, otros en contra) en la decisión final. Asimismo, hubo algunas discusiones y manifiestos posteriores sobre el mismo AGN (respecto de su presupuesto, las leyes relativas, su dirección), y los libros de texto de historia. Pero la discusión académica, que fue el propósito original, no ocurrió más que esporádicamente. 

Pronto fue evidente un patrón característico de interacción: los colegas estaban muy interesados en saber mediante h-mexico “quién se dedicaba a qué”, y luego iniciaban contactos privados con comunicaciones más sustanciales, donde podían controlar el flujo y la extensión de la información, así como asegurarse un intercambio mutuamente satisfactorio de reciprocidades. Durante un tiempo, esperé que la siguiente generación de académicos que eran “nativos digitales” cambiaría este estilo, pero los años pasaron y no sucedió así. Promovimos incluso otras opciones de comunicación, como una “Historia colectiva de México”, apoyándonos en la entusiasta colaboración de Víctor Gayol. Pero, en perspectiva, pienso que no había tenido en consideración que los variados servicios de Internet, como cualquier otro préstamo cultural o tecnológico, no podían trasladarse e implantarse literalmente. Necesariamente pasarían por un proceso de adaptación, re significación y re construcción. La tecnología es la misma, obviamente; pero su contenido y la conducta de los usuarios dependerá siempre del contexto social y cultural. Es un asunto que se presta a muchas reflexiones (que por cierto no han tenido lugar en México, aunque es un buen caso para el estudio).

El lado francamente positivo fue el acelerado y sorprendente incremento del número de subscriptores. Inicialmente habíamos pensado en un grupo que tendría algunos pocos cientos, y así fue. Pero a medida que el acceso a la red se hizo general, los usuarios llegaron a varios miles, principalmente en México y Estados Unidos, pero también en más de otros treinta países. No está mal para un medio académico que no se dedica, realmente, a la difusión del conocimiento histórico, sino a sus andamios y poleas de trasmisión. Nuestros servicios llegaron a ser particularmente apreciados por mexicanistas en el extranjero, colegas residentes fuera de las áreas metropolitanas de México, y becarios de posgrado que realizaban estudios fuera del país, que de esta manera podían estar al tanto del transcurrir cotidiano de la historiografía mexicana. Llegamos a darnos cuenta de que el nuestro ya no podía considerarse simplemente como un proyecto personal cualquiera, sino como un necesario servicio público, lo cual implicaba tanto una satisfacción como una seria responsabilidad. Por lo mismo, siempre fue nuestra política de que debíamos estar abiertos a todas las tendencias y corrientes historiográficas, y mantener el carácter neutral y profesional de los mensajes.

Dado que el grupo era moderado (los mensajes pasan por una revisión previa) el trabajo editorial era considerable. Esto fue aún más notable desde que ampliamos nuestros servicios con el establecimiento de una página web en 1999, para contar con un sitio donde la información que circulaba en la lista se presentara de forma que pudiera ser fácilmente consultable tanto por los miembros del grupo como por el público en general, además de tener un directorio de investigadores e investigaciones, listados de "vínculos" de interés, novedades editoriales; y espacios en Facebook y Twitter. Por esta razón comenzamos a referirnos ya no a una “lista de correo”, sino de un “Grupo virtual sobre historia de México”. De manera inevitable, la carga de trabajo llegó a ser excesiva. Mucho ayudó en este sentido la incorporación como editora, desde 2006 de Paola Chenillo, quien con su diligencia y entusiasmo fue fundamental para resolver el creciente problema de la administración cotidiana.

El grupo sigue siendo un proyecto particular y no es parte de la estructura formal de la UNAM (aunque, obviamente, depende de su infraestructura y soporte). Está basado en el trabajo voluntario de los editores, que realizan el equivalente de un servicio social que ocupa todos los días del año (salvo la tradicional pausa findeañera), sin mayores expectativas de reconocimiento a la hora de los omnipresentes informes, evaluaciones y promociones. En un entorno donde cada vez más la vida académica pasa por una institucionalización y burocratización, donde todo depende de instancias administrativas, presupuestos y personal contratado para distintos fines, probablemente H-MEXICO ya sea una especie de anacronismo, un superviviente de una época de hábitos y tradiciones artesanales. Pero, al cabo, los historiadores somos bastante adeptos a las formas y estilos del pasado. Y ciertamente, nos queda la satisfacción de la labor realizada a lo largo de los años y el agradecimiento de colegas y amigos.

 

Felipe Castro Gutiérrez

Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México



[1]  Este texto recoge, amplía y pone al día un texto que resultó de una entrevista sobre el mismo tema con Arno Burkholder, publicada en su blog Clionáutica, en http://clionautica.blogspot.mx/2009/01/h-mexico-acercando-los-historiadores.html

 

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