Enrique Florescano

Autor: 
Alfredo Ávila
Síntesis: 
Enrique Florescano (Coscomatepec, Ver. 1937-Ciudad de México, 2023)
 
Alfredo Ávila
 
Murió Enrique Florescano. Tenía 85 años y desde hace un lustro padecía numerosos achaques, del cuerpo y del alma. Aun así, la noticia de su muerte me resulta inesperada y me ha ocasionado una enorme tristeza. Puede parecer ridículo: aunque tengamos la certeza de la muerte, no podemos imaginar que personas como él dejen de existir. Justo ahora que escribo esto un amigo me envía un mensaje telefónico para decirme que Enrique era un promotor imparable. Lo cierto es que ya no lo es. Se ha detenido, y cuesta trabajo aceptarlo.
 
Promotor es un buen término para referirse a Florescano, pero no el único. Fue, por supuesto, historiador, prolífico, polémico y entusiasta. Fue funcionario de cultura, activo e imaginativo. Fue editor en instituciones públicas y privadas. Fue también buen amigo, maestro y, para las suyas, esposo, padre y abuelo.
 
Se formó en instituciones públicas. Egresó de la licenciatura en la Universidad Veracruzana, cursó la maestría en historia en El Colegio de México y el doctorado en la École Pratique des Hautes Études de París.
 
Su tesis doctoral fue una verdadera revolución para la historiografía mexicana. La historia de los precios del maíz en Nueva España en el siglo XVIII dio inicio a una fructífera carrera que se diversificó en temas y periodos. Dedicó varias publicaciones al estudio de la historia del maíz, de los problemas agrarios mexicanos, del impacto de la productividad agrícola en la economía, sociedad y política.
 
La memoria, los relatos del pasado y los usos de la historia fueron otras de sus preocupaciones. Estos problemas los abordó en trabajos dedicados a las imágenes, la bandera, las memorias indígenas, las memorias de la nación, y también a la responsabilidad social de quienes hacemos investigación profesional sobre el pasado, de la importancia de la enseñanza de la historia.
 
En muchos de estos trabajos se nota una tremenda insatisfacción, tanto por la manera como se ha venido construyendo la academia mexicana como por algunas interpretaciones muy concretas. Creo que sus libros sobre el poder y los mitos en el periodo antiguo de México responden, precisamente, a ese descontento con las versiones académicas. Claro que esto ocasionó polémicas y críticas. Se puede o no estar de acuerdo con las interpretaciones de Florescano, pero no pasarlas por alto ni dejar de admitir que la discusión nos hacía falta.
 
Él formó parte de una generación que no rehuía a las actividades que tuvieran impacto social, al tiempo que realizaba labores académicas rigurosas. Estuvo al frente de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, del que luego fue director general. Más tarde, fue coordinador de proyectos históricos en el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Dirigió y asesoró varias colecciones editoriales, empezando por SepSetentas.
 
No me detendré en los numerosos reconocimientos que obtuvo a lo largo de su vida ni en otros aspectos que son propios de un currículum vitae y no de una semblanza. Quiero poner atención en aspectos más vitales, como su entusiasmo e imaginación. 
 
Quiero recordar al Florescano que constantemente tenía ocurrencias, las convertía en proyectos, y después en obras extraordinarias. Quiero recordarlo en su casa en Contadero o en la de Zirahuén, junto al lago donde remaba en las mañanas. Quiero recordar al historiador inteligente que reunía a distintos grupos de colegas para discutir y charlar, mientras él tomaba notas y participaba más bien poco, aunque siempre de manera acertada. Quiero recordar al viejo amigo que disfrutaba de comidas, bebidas, lecturas, conversaciones; el historiador que laboraba de una forma tan diligente y entusiasta que contagiaba a quienes nos involucramos en sus proyectos, para hacernos trabajar con gusto. Quiero recordar al hombre generoso que siempre fue conmigo y con muchas personas más. Lo voy a echar de menos.
Categoría: 
Obituario