Alfredo López Austin (1936-2021)

Autor: 
Guilhem Olivier
Institución: 
UNAM, IIH
Síntesis: 

“¡Coscomate!, se llama ‘coscomate’ Guillermo, del náhuatl cuezcomatl”; Alfredo López Austin alzó un poco la voz, para repetir —por tercera vez, pero siempre con una sonrisa—, el nombre de la troje que estaba frente a nosotros, mexicanismo que no lograba grabar en mi mente. Respuesta paciente de un gran maestro en cuya memoria extraordinaria cabían hasta los nombres de todos y cada uno de sus alumnos… ¡y fueron muchísimos! Yo tenía pocos meses de haber llegado a México, todo era nuevo para mi, y gozaba del privilegio de visitar la zona arqueológica de Chalcatzingo con Alfredo, Martha y Leonardo. Por cierto, no había sido fácil convencer a Alfredo de que nos acompañara —“Tengo mucho trabajo”— y durante todo el viaje estuvo en la parte trasera del coche, leyendo. 33 años después, al disculparme por llamarle por teléfono —ambos estábamos preparando un dossier para Estudios de Cultura Náhuatl—, Alfredo me contestaría: “Guillermo, tú y yo siempre estamos ocupados, así que háblame cuando quieras”. Y de hecho, hasta el último día de su vida, este fatídico viernes 15 de octubre de 2021, Alfredo estuvo “ocupado”, dictando a su nieta las últimas líneas de un escrito…

Ye íxquich, “Ya es todo”, Alfredo solía terminar sus libros con esta frase. Al día de hoy, este “todo” consiste en una obra monumental —incontables libros, artículos, capítulos de libro, reseñas, etc.— cuya riqueza y originalidad rebasan por mucho las pocas líneas que les puedo dedicar aquí.

Primeramente, la lengua náhuatl: herramienta indispensable para adentrarse en las concepciones de los antiguos nahuas, con numerosas y cuidadosas traducciones, desde su primer artículo —“Caminos de los muertos”, publicado en 1960 en Estudios de Cultura Náhuatl—, hasta la traducción del famoso mito del nacimiento de Huitzilopochtli en un número de Arqueología Mexicana (2010), pasando por tres volúmenes dedicados a la edición crítica y traducción de amplios fragmentos del Códice Florentino —Juegos rituales aztecas (1967), Augurios y abusiones (1969) y Educación mexica (1985)—, y mucho más. 

Así, el segundo volumen de su obra maestra, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas(1980), incluye una gran cantidad de traducciones, tanto de términos relativos a las partes del cuerpo humano, como de fragmentos diversos relacionados con el tema del libro; pero lejos de ser sólamente partes de anexos relegados al final de un volumen, estos términos y textos constituyeron la base sobre la cual Alfredo construyó un estudio sumamente novedoso de las concepciones del cuerpo humano entre los antiguos nahuas, según sus propias categorías y en el marco de una compleja cosmovisión. De hecho, este libro seminal inspiró a numerosos historiadores y antropológos en sus investigaciones tanto en México como en otros paises.

Junto con la importancia de las lenguas indígenas, Alfredo nos enseñó el papel fundamental de los estudios antropológicos para estudiar el “pasado indígena” de Mesoamérica, y a la vez la necesidad de conocer la historia para entender el presente de los pueblos indígenas. Este vaivén entre pasado y presente lo encontramos desde su libro Hombre-dios. Religión y política en el mundo náhuatl (1973) —en el cual escudriñó la figura compleja de Topiltzin Quetzalcóatl— hasta sus reiteradas pesquisas sobre los mitos mesoamericanos antiguos y actuales (Los mitos del tlacuache (1990), Las razones del mito (2015), Los mitos y sus tiempos (con Luis Millones, 2015). Además de rastrear filiaciones entre los mitos recopilados por los etnólogos desde principios del siglo XX y los que están consignados en las fuentes del siglo XVI, Alfredo analizó las distintas funciones de estos relatos, sus lógicas intrínsecas y sus múltiples significados como expresión de los nexos entre el hombre, su entorno, sus dioses y el cosmos. 

Esta función esencial de los materiales etnográficos se manifestó también de manera contundente en Tamoanchan y Tlalocan (1994), para poder reconstruir la historia y las funciones de este espacio primigenio de la cosmovisión mesoamericana. Asimismo, en Monte sagrado-Templo Mayor (2009) —escrito en colaboración con Leonardo López Luján—, en vez de adoptar un estricto orden cronológico, ambos autores eligieron dedicar su primera parte a los datos etnográficos —“El Monte”—, para después elaborar “El paradigma”, y finalmente aplicar este paradigma a las fuentes históricas y a los materiales arqueológicos del Templo Mayor de Tenochtitlan. Aunado a la enorme cantitad de datos analizados, y como botón de muestra, quisiera destacar el análisis del “conjunto iconográfico [del Templo Mayor] en el cual se dan simultáneamente varios programas que conforman variantes de la distribución espacial de los símbolos y cada una de las variantes constituye una clase específica de la interpretación”. Este modelo dinámico de interpretación —fundamentado en los conceptos de “cosmovisión” (1996) y de “núcleo duro” (2001), desarrollados de manera magistral por Alfredo— permite superar las asociaciones unívocas y dar cuenta de muchos matices de la cosmovisión mexica plasmada en el Templo Mayor. En el mismo sentido convendría llevar a cabo un balance crítico de las aportaciones metodológicas de Alfredo sobre diversas disciplinas —como son la filología, la historia, la arqueología, la historia del arte y la antropología—, disciplinas todas a las cuales, en algún momento, dedicó algún artículo o parte de un capítulo, en ocasiones en el marco de apasionantes debates con destacados colegas.

Paralelamente a su labor como investigador, Alfredo fue un gran divulgador: mencionaré, por ejemplo, El pasado indígena (1996), escrito al alimón con Leonardo, que respondió a la necesidad de ofrecer a un público amplio una versión sólida y actualizada de la historia de Mesoamérica, así como los múltiples artículos publicados en revistas de divulgación (por ejemplo, en Arqueología mexicana [La cosmovisión de la tradición mesoamericana (3 números, 2016) y Los personajes del mito (2020)]. 

Finalmente, nos complace que las musas mesoamericanas dotaran a Alfredo de una pluma excepcional, la cual iluminó todos sus escritos, entre los cuales recuerdo las páginas maravillosas de El conejo en la cara de la Luna (1994) —cuyos ensayos iba yo descubriendo con emoción conforme eran publicados en Ojarasca— y la prosa jocosa e irreverente (ilustrada por Francisco Toledo) de la inolvidable Una vieja historia de la mierda (1988). 

Faltaría espacio para dar cuenta de la extraordinaria labor docente de Alfredo y de la profunda impronta que dejó entre sus alumnos y colegas —recordemos también las estimulantes reuniones del famoso taller “Signos de Mesoamérica” que coordinó con Andrés Medina en el Instituto de Investigaciones Antropológicas—, así como de su indefectible compromiso con las justas causas de los pueblos indígenas, manifestado en múltiples ocasiones, por ejemplo con su decidido apoyo al movimiento zapatista. 

Ye íxquich, extrañamos ya y para siempre al maestro brillante y al amigo entrañable; como lo expresó el poeta nahua Mardonio Carballo, “Alfredo es un tlayekanketl, expresión náhuatl para designar una punta que va abriendo camino, para que después se quede abierta esta ruta…”  

Categoría: 
Obituario