Luis Fernando Granados Salinas (1968-2021)

Autor: 
Mauricio Tenorio
Síntesis: 
Luis Fernando Granados Salinas (1968-2021)
 
El 10 de julio falleció el historiador y ensayista Luis Fernando Granados Salinas, La Rata. Hoy somos mucho menos historiadores, menos historia. Nos dejó pronto, pero fue uno de los mejores investigadores, una Rata, cierto, de bibliotecas y archivos, y también, para mí, una de las mejores imaginaciones históricas de mi generación. No se tomaba en serio, esa era su problema y su gran virtud, pero era un historiador y un pensador de ideas originales, un armador de rompecabezas, de imágenes históricas, de las que todos teníamos las piezas pero no acertábamos a darle forma. 
 
Estudió la licenciatura en historia en la UNAM, y el doctorado en la Universidad de Georgetown, alumno, amigo y cómplice de su maestro John Tutino –a quien expreso mis condolencias, no imagino el tamaño de su abismo. Conocí a La Rata hace muchos años, cuando él era editor de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas. No recuerdo el año, hace muchos, yo fui a dejar un artículo para los Anales y ahí estaba él, lápiz en mano, corrigiendo pruebas, él siempre, como su hermano Tomás, hombre de libros, de envidiable prosa y mimador de dos lenguas, el inglés y el español.  Nuestro primer encuentro, lo recuerdo con precisión, fue una larga charla sobre una novela de José Saramago, a quien yo recién había descubierto pero La Rata ya sabía todo sobre él. Ahí comenzó una larga amistad y una impagable complicidad intelectual. Leí borradores de cosas que escribía, leyó lo mío, nos peleamos, nos corregimos, y fuimos haciéndonos compinches con muy distintas opiniones, temas, ideas. Fue un regalo de la vida contar con su voz. Al terminar su doctorado (2008), lo contratamos en la Universidad de Chicago como profesor e investigador posdoctoral y tuve la suerte de convivir con él a diario por dos años. Su fachada de valemadres era eso, fachada: me ayudó de una y mil maneras muy humanas en unos años duros para mí. Era un profesor de culto, sus estudiantes lo idolatraban por su sabiduría, por su originalidad y por su bonhomía. Como colega, era una máquina de producción de grandes y pequeñas ideas, a las que no siempre les daba seguimiento, pero las lanzaba con generosidad, nos maiceaba a sus gallinas hambrientas de pistas.
 
La Rata era una contradicción en sí mismo. Pronto publicó un estupendo libro sobre la Revolución francesa (1990), y con su hermano Tomás dirigió uno de los pocos buenos suplementos de libros que ha existido en México en las últimas tres décadas (Hoja por hoja). Publicó también lo que para mí es el mejor libro sobre la vida de la Ciudad de México durante la invasión norteamericana (Sueñan las piedras: Alzamiento ocurrido en la ciudad de México, 14, 15, 16 y 17 de septiembre, 1847). Hice lo que pude para publicar ese libro en inglés, pero La Rata, como siempre, no le dio seguimiento al asunto. Nunca publicó, por ejemplo, su estupenda tesis doctoral: “Cosmopolitan Indians and Mesoamerican Barrios in Bourbon Mexico City. Tribute, Community, Family and Work in 1800.” Se trata de una historia socioespacial de la Ciudad de México a fines del siglo XVIII, historia de borbones ilustrados y absolutistas, burócratas modernizadores, aspirando a una organización más racional de la ciudad, de su espacio, sus finanzas, su importancia simbólica. Basándose en archivos fiscales y judiciales, La Rata cambió por completo el acento historiográfico en etéreas solidaridades étnicas, conciencias espirituales o identidades fijas, y llevó el análisis a un escenario completamente urbano y cosmopolita. Las autoridades identificaban posibles contribuyentes fiscales y en los barrios indígenas reaccionaban colectiva e individualmente para enfrentar las demandas fiscales, embarcándose en abigarrados procesos de identificación política, y auto-identificación como indios o mestizos dependiendo de la situación y el momento. Con muy poco trabajo, la tesis hubiera sido un libro clásico, pero La Rata era La Rata y se embarcó en otros proyectos y fue dejando la tesis. Su último libro fue una reinterpretación total de las luchas de independencia como una revolución popular campesina: En el espejo haitiano. Los indios del Bajío y el colapso del orden colonial en América Latina (2016). Como siempre, el libro es riguroso en la investigación, pero son cuatro ensayos de ideas, imaginación y de la natural rebeldía de La Rata.
 
Nos deja su obra y la pena de perder lo que venía (antes de caer enfermo, terminó una larga y lúcida introducción a una nueva edición de las Cartas de relación de Cortés). Nos quedan su hermana Rosario, historiadora del arte y también profesora posdoctoral en Chicago, y su hermano Tomás, un librofílico que mantiene vivo el viejo oficio de editor. No puedo imaginar su dolor. La Rata era humano, demasiado humano, feliz en las contradicciones y las ironías: contestatario, anti-burgués pero un catrín que más no ha habido, feliz con vino francés y buenos restaurantes; todo parecía valerle madres menos la militancia en el valemadrísmo, la cual tomaba muy en serio; gran lector de todo, enemigo de las historias convencionales llenas de datos y fechas, pero un loco buscador de nuevos datos; prosa bella, arriesgada, burlona, pero me reclamaba como si fuera historiador de academia mi falta de profesionalismo por no poner píes de páginas en un libro; chairo de la primera horneada, pero luego gran crítico de la visión histórica del régimen; provocador por vocación y sin embargo sabía querer y quería ser querido. Ya enfermo, se negaba a dejar su papel de enfant terrible, de no doy nada por nadie, ni espero nada de nadie, pero todos sabíamos que se nos iba y, lo sé, tenía miedo, del dolor, de la muerte. Creo que, al final, no es que no quisiera la muerte, es que la quería buena. No lo fue. Y menos para los que lo sobrevivimos. Uno menos, y de los muy buenos. Adiós Rata del alma.
 
Mauricio Tenorio
Samuel N. Harper Professor of History, The University of Chicago.
Categoría: 
Obituario